Las dos primeras antiguas camareras del hotel Fairmount que entrevistó Michelle no le resultaron de ayuda. El asesinato era lo más grande que había pasado nunca en la ciudad y en sus vidas, y en sus charlas con la «directora» Michelle ambas mujeres se mostraron muy dispuestas a elaborar todo tipo de teorías descabelladas, aunque no podían ofrecer ningún dato fiable. Michelle escuchó educadamente y se fue.
La tercera casa que visitó era un edificio modesto pero bien arreglado, retirado de la carretera. Loretta Baldwin esperaba a Michelle en su amplio porche. Después de presentarse, Michelle se sentó en la mecedora junto a Loretta y aceptó el vaso de té helado que le ofreció la mujer.
Baldwin era una mujer de color, delgada, de más de sesenta años. Tenía los pómulos altos y prominentes, la boca expresiva y unas gafas con montura metálica que aumentaban sus penetrantes y vivaces ojos pardos. Se sentó muy recta en la silla y tenía una forma de pasar revista a la gente sin que lo pareciera de la que cualquier agente del Servicio Secreto se sentiría orgulloso. Tenía las manos largas y con las venas muy marcadas. Cuando las dos mujeres se dieron la mano, había tanta fuerza en la de la señora que a Michelle, aun siendo de complexión atlética, la pilló por sorpresa.
—Esta película que haces, guapa, ¿es una cosa grande o pequeña?
—Es un documental, así que es pequeño.
—Entonces imagino que no habrá un papel jugoso para mí.
—Bueno, si su entrevista sale seleccionada, sí que saldrá. Volveremos y entonces la grabaremos. De momento yo sólo estoy haciendo la investigación preliminar.
—No, cariño. Quiero decir que si es un trabajo pagado.
—Oh, no; no pagamos. Tenemos un presupuesto muy limitado.
—Qué lástima. Por aquí el trabajo no abunda, ¿sabes?
—Supongo que no.
—Antes las cosas eran distintas.
—¿Como cuando el hotel estaba en activo?
La señora Baldwin asintió y se meció lentamente buscando la brisa. Empezaba a refrescar y a Michelle le apetecía más una taza de café caliente que un vaso de té helado.
—¿Con quién has hablado hasta ahora?
Cuando Michelle se lo dijo, la señora Baldwin sonrió y luego esbozó una mueca.
—Esas chicas no tienen ni idea, ¿entiendes? Ni idea de nada. ¿No te dijo la pequeña señorita Julie que ella estaba allí cuando dispararon a Martin Luther King?
—Sí, lo mencionó. De hecho me pareció un poco demasiado joven para eso.
—¿No te digo? Ha conocido a Martin Luther King tanto como yo al papa.
—¿Y qué me puede decir de aquel día en el hotel?
—Un día como otro cualquiera. Sólo que sabíamos que venía, claro. Me refiero a Clyde Ritter. Yo lo conocía de la tele y todo eso, y de los periódicos. Las ideas de aquel hombre se acercaban más a la línea de George Wallace antes de que viera la luz, pero parecía que lo hacía bien, lo que te dice todo lo que hay que saber sobre este país.
Se quedó mirando a Michelle con expresión alegre:
—¿Tan buena memoria tienes? ¿O es que no digo nada que consideres tan importante como para tomar nota?
Michelle reaccionó y enseguida sacó un bloc y empezó a tomar notas. También puso en marcha una pequeña grabadora que colocó en la mesa, junto a la mujer.
—¿Le importa?
—Por supuesto que no. De todos modos, si alguien me demanda, no tengo dinero. ¿Sabes? La mejor póliza de seguro del pobre es que no tiene bienes.
—¿Qué estaba haciendo aquel día?
—Lo mismo que cualquier otro: limpiar habitaciones.
—¿Qué planta le tocaba?
—Plantas. Siempre había gente que llamaba y decía que estaba enferma. La mayoría de las veces tenía dos plantas enteras para mí sola. Aquel día también; la segunda y la tercera. Para cuando acabé era ya casi la hora de volver a empezar de nuevo.
Michelle se puso alerta al oírlo. King se había alojado en la tercera planta.
—¿De modo que no estaba en la planta baja cuando se produjeron los disparos?
—¿He dicho yo eso?
Michelle parecía confundida.
—Ha dicho que estaba limpiando.
—¿Hay alguna ley que prohíba bajar y ver a qué se debía todo aquel escándalo?
—¿Estaba en el salón cuando se produjeron los disparos?
—Estaba justo al otro lado de la puerta, en el exterior. Había un cuarto de suministros al final de aquel pasillo, y tenía que buscar unos productos de limpieza, ya sabes.
Michelle asintió.
—A la dirección no le gustaba que las camareras nos dejáramos ver por la zona principal, ¿sabes? No querían que los clientes se dieran cuenta siquiera de que estábamos allí. Como si el hotel se mantuviera limpio solo, ¿sabes a qué me refiero?
—Sí —respondió Michelle.
—Bueno, la sala donde dispararon a Ritter se llamaba salón Stonewall Jackson. Por aquí no tenemos salones con nombres nordistas como Abraham Lincoln o Ulysses S. Grant.
—Claro, comprendo.
—Bueno, pues asomé la cabeza y vi al hombre saludando y hablando con toda corrección y suavidad, y mirando a la cara a todo el que se le plantara delante. He leído que también había sido predicador televisivo. Enseguida comprendí que aquel tipo sabía cómo conseguir dólares y votos. Ya lo creo que sabía. Pero desde el punto de vista de una persona de color, creo que Clyde Ritter se sentía como en casa en el salón Stonewall Jackson y que probablemente dormiría en la suite Jefferson Davis y le encantaría lo mismo, y vaya si iba a votarle.
—Eso también lo entiendo. Aparte de Ritter, ¿se fijó en alguien más?
—Recuerdo a un agente de policía que bloqueaba la entrada. Tenía que esquivarlo para mirar. Veía a Ritter, como decía, y había un hombre detrás de él, muy cerca.
—Del Servicio Secreto. El agente Sean King.
Baldwin la miró fijamente.
—Eso mismo. Lo dices como si conocieras a ese hombre.
—Nunca he hablado con él. Pero he estado investigando mucho.
Baldwin recorrió a Michelle de arriba abajo con la mirada tan a fondo que la hizo sonrojar.
—No llevas ningún anillo. ¿Significa eso que no hay ningún hombre que merezca la pena que sepa apreciar a una joven tan guapa como tú?
Michelle sonrió.
—Llevo un horario loco. A los hombres eso no les gusta.
—Nada de eso, cariño. A los hombres lo único que les gusta es una buena comida y una cerveza delante cuando les apetece, que nadie cuestione las tonterías que hacen, tener todo el tiempo libre del mundo y disfrutar del sexo cuando tienen ganas, sin que les hagan hablar después.
—Veo que los conoce bastante bien.
—Como si hiciera falta pensar mucho —bromeó. Se hizo un momento de silencio—. Sí, un hombre muy atractivo. Cuando disparó, en cambio, no estaba tan guapo.
Michelle volvió a ponerse tensa.
—¿Eso lo vio?
—Sí. Todo el mundo se volvió loco cuando dispararon a Ritter. No te lo puedes imaginar. El policía que tenía delante se volvió para ver qué pasaba, pero cayó derribado y la gente le pasó por encima. Yo me quedé petrificada. Yo he oído disparos de pistolas, las he disparado yo misma cuando era joven para ahuyentar a los bichos y a los intrusos. Pero esto era diferente. Luego vi que King disparaba a Ramsey. Lo siguiente que vi fue cuando salieron corriendo con Ritter, pero aquel hombre estaba muerto, sin la menor duda. Y vi a ese hombre, King, ahí de pie, mirando al suelo, como, como…
—Como si él también hubiera visto el final de su vida —sugirió Michelle.
—¡Eso es! ¿Cómo lo sabes?
—Conozco a una persona que vivió una experiencia similar. ¿Por casualidad no oyó un ruido antes de que dispararan a Ritter? ¿Algo que pudiera haber distraído al agente King? —preguntó Michelle. Evitó mencionar que aquel sonido podía ser como la campanilla de un ascensor porque no quería influir en los recuerdos de Baldwin.
La anciana se lo pensó y luego negó con la cabeza.
—No, no podría decirlo. Había mucho ruido. Te diré lo que hice. Corrí por el pasillo y me escondí en el cuarto de suministros. Tenía tanto miedo que me quedé allí durante más de una hora.
—Pero ¿antes de eso limpió la tercera planta?
Baldwin la miró de frente.
—¿Por qué no me preguntas lo que quieres preguntarme y nos ahorramos las dos mucho tiempo?
—Muy bien. ¿Limpió usted la habitación del agente King?
Asintió.
—Por supuesto, revisaron todo antes del acto. Pero yo me fijo en el nombre de la gente. Sí, limpié su habitación antes de que empezaran los disparos, y le aseguro que necesitaba un buen repaso —precisó con una mirada profunda en los ojos.
—¿Por qué? ¿Tan sucio era?
—No, pero había habido mucha actividad en aquella habitación la noche antes, supongo —dijo, arqueando una ceja.
—¿«Actividad»? —preguntó Michelle.
—«Actividad.»
Michelle estaba sentada en la punta de la mecedora. Se echó hacia atrás.
—Ya veo.
—Parecía como si por aquella habitación hubiese pasado una pareja de animales salvajes. Incluso encontré unas bragas negras de encaje en la lámpara del techo. No sé cómo llegaron hasta allí ni quiero saberlo.
—¿Tiene alguna idea de quién era ella?
—No, pero supongo que no es necesario buscar demasiado lejos, ¿me entiendes?
Michelle frunció el ceño mientras lo pensaba.
—Sí, creo que sí —respondió, mirando sus notas—. Veo que el hotel ahora está cerrado.
—Cerraron poco después de que mataran a Ritter. La mala publicidad y todo eso. Mala sobre todo para mí, que no he tenido un trabajo fijo desde entonces.
—Veo que han levantado una alambrada.
Baldwin se encogió de hombros.
—Hay tipos que se quieren llevar cosas de allí, chicos que se drogan y que llevan a sus novias a ese sitio para lo que ya te imaginas.
—¿Hay algún proyecto de reapertura?
Baldwin resopló con fuerza.
—Lo más probable es que lo derriben.
—¿Tiene alguna idea de quién es ahora el propietario?
—No. Es como un gran montón de nada. Igual que este pueblo.
Michelle le hizo unas cuantas preguntas más, le dio las gracias y se fue, pero antes le entregó un poco de dinero a Loretta Baldwin por su colaboración.
—Avísame cuando lo pongan. Lo veré en la televisión.
—Cuando salga, si sale, será la primera en saberlo —respondió Michelle sin mayor convicción.
Michelle volvió a su coche y se fue. Tenía otra parada que hacer.
Al arrancar, oyó el traqueteo de un tubo de escape a punto de caerse y levantó la vista. Vio un antiguo Buick comido por el óxido que pasaba lentamente a su lado; apenas se veía al conductor. Su único pensamiento fue que ese coche simbolizaba aquella ciudad, puesto que ambos estaban cayéndose a pedazos.
El conductor del Buick miró a Michelle de reojo. En cuanto ella arrancó, el hombre echó una mirada a la sonriente Loretta Baldwin, que contaba su dinero al tiempo que se mecía. Había captado toda la conversación usando un amplificador de sonido escondido en la antena del coche, y con su cámara de largo alcance había tomado fotografías de las dos mujeres mientras hablaban. Su conversación había sido muy interesante, muy ilustrativa a nivel personal. Así que Loretta, la camarera, había estado en el cuarto de suministros aquel día. ¿Quién lo habría pensado, al cabo de tantos años? Sin embargo, de momento tenía que dejar aquello aparcado. Lentamente dio la vuelta con el coche y siguió a Michelle. Estaba seguro de que volvería al hotel. Y después de oír su conversación con Loretta Baldwin, entendía perfectamente por qué.