(París no es una ciudad rodeada de colinas, como Roma, ni tiene jardines en los áticos de los edificios, como Babilonia. Posee, en cambio, una torre no del todo diferente a la que gentes del mundo construyeron en Babel, hace algunos años. La torre, en sí misma, es fea. Sin embargo, proporciona dulces sentimientos a personas que visitan la ciudad por vez primera y, sobre todo, a personas que no la han visitado jamás. De todas maneras, tiene, como Roma, arcos de triunfo y catacumbas; tiene, como Babilonia, una hermosa vida alejada de Dios, con sus pecados alegres y sus pecados tristes, pero pecados al fin. Habrá allí hombres justos y temerosos de Dios, como en todas las ciudades del ancho mundo. Estos hombres no tuvieron ninguna relación íntima con un muchacho sin nombre y sin patria que allí llegó en los primeros días del mes de julio, tras un viaje largo y no falto de satisfacciones.)