El nombre de la ciudad en el mapa es Stone River. Stone River, Nebraska. Pero cuando el Sargento y yo llegamos, encima del letrero a la entrada de la ciudad han pintado «Shivapuram».
Nebraska.
17.000 habitantes.
En medio de la calle, a horcajadas sobre la línea discontinua del centro de la calzada, hay una vaca marrón y blanca que tenemos que esquivar. La vaca continúa rumiando y ni se inmuta.
El centro urbano son dos manzanas de edificios de ladrillo rojo. Una señal luminosa amarilla parpadea por encima de la intersección principal. Hay una vaca negra rascándose el costado contra el poste metálico de una señal de stop. Una vaca blanca come zinnias delante de una jardinera enfrente de la oficina de correos. Hay otra vaca tumbada, bloqueando la acera delante de la comisaría.
Huele a curry y a pachulí. El ayudante del sheriff lleva sandalias. El ayudante del sheriff, el cartero, la camarera de la cafetería, el camarero de la taberna, todos llevan un punto negro pegado entre los ojos. Un bindi.
—Diantres —dice el Sargento—. La ciudad entera se ha vuelto hindú.
De acuerdo con el Psychic Wonders Bulletin de esta semana, todo esto se debe a la Vaca Judas Parlante.
En cualquier matadero, el truco es engañar a las vacas para que suban por el pasadizo que lleva al degolladero. Las vacas traídas de granjas en camiones están confusas y tienen miedo. Después de horas enteras o días enteros apretujadas en camiones, deshidratadas y sin dormir en todo el viaje, las vacas son embutidas con otras vacas en el comedero de delante del matadero.
La forma de hacer que suban por el pasadizo es mandar a la Vaca Judas. Así es como se llama realmente esa vaca. Es una vaca que vive en el matadero. Se mezcla con las vacas condenadas y las lleva por el pasadizo hasta el degolladero. Las vacas amedrentadas y asustadas nunca entrarían si no fuera porque la Vaca Judas va primero.
En el último momento antes de que caiga el hacha o el cuchillo o el perno metálico sobre su cabeza, en ese último momento la Vaca Judas se aparta. Sobrevive para llevar otro rebaño a la muerte. Se pasa la vida entera haciéndolo.
Hasta que un día, de acuerdo con el Psychic Wonders Bulletin, la Vaca Judas de la planta cárnica de Stone River dejó de hacerlo.
La Vaca Judas se plantó en el umbral del degolladero. Se negó a apartarse y a enviar a la muerte al rebaño que la seguía. Con todo el personal del matadero mirando, la Vaca Judas se sentó sobre sus patas traseras, como se sientan los perros, se sentó allí en el umbral y miró a todo el mundo con sus ojos marrones y habló.
La Vaca Judas habló.
Dijo:
—Rechazad vuestros hábitos carnívoros.
La vaca hablaba con la voz de una mujer joven. Las vacas que hacían cola detrás cambiaron el peso de unas patas a otras, esperando.
El personal del matadero se quedó boquiabierto tan deprisa que se les cayeron los cigarrillos al suelo ensangrentado. Un hombre se tragó su tabaco de mascar. Una mujer se tapó la boca con los dedos y gritó.
La Vaca Judas, sentada allí, levantó una pata para señalar con su pezuña al personal y dijo:
—El camino al moksha no pasa por el dolor y el sufrimiento de otras criaturas.
Moksha, dice el Psychic Wonders Bulletin, es una palabra en sánscrito que quiere decir «redención», el final del ciclo kármico de la reencarnación.
La Vaca Judas se pasó la tarde hablando. Dijo que los seres humanos habían destruido todo el mundo natural. Dijo que la humanidad tenía que parar de exterminar a otras especies. Que los hombres debían limitar su número, crear un sistema de cuotas que permitiera que solamente un pequeño porcentaje de los seres del planeta fueran humanos. Que los humanos podían vivir como quisieran con tal de que no fueran la mayoría.
Les enseñó una canción hindú. La vaca hizo que todo el personal cantara con ella mientras meneaba la pezuña de un lado para otro al compás de la canción.
La vaca contestó a todas sus preguntas sobre la naturaleza de la vida y la muerte.
La Vaca Judas siguió y siguió perorando.
Ahora, aquí y ahora, el Sargento y yo, llegamos tarde. Seguimos cazando brujas. Examinamos a todas las vacas que soltaron aquel día de la planta cárnica. La planta está vacía y en silencio a las afueras de la ciudad. Alguien está pintando de rosa el edificio de cemento. Convirtiéndolo en un ashram. Han plantado verduras en el comedero.
La Vaca Judas no ha vuelto a decir una palabra desde entonces. Se come la hierba de los jardines de la gente. Se bebe el agua de las pilas para pájaros. La gente le cuelga guirnaldas de margaritas del cuello.
—Están usando el hechizo de ocupación —dice el Sargento.
Estamos detenidos en la calle, esperando a que un puerco enorme y lento cruce por delante de nuestro coche. Hay más cerdos y pollos a la sombra del toldo de la tienda de herramientas.
El hechizo de ocupación permite a uno proyectar su consciencia en el cuerpo físico de otro ser.
Lo miro, fijamente, y le pregunto si no es la sartén que le dijo al cazo: Retírate que me tiznas.
—Animales, gente —dice el Sargento—. Te puedes meter en cualquier clase de cuerpo vivo.
Y yo le digo: Sí, cuéntamelo a mí.
Pasamos por delante del hombre que está pintando de rosa el ashram, y el Sargento dice:
—Si quieres saber mi opinión, la reencarnación es simplemente otra forma de la postergación.
Y yo le digo que sí, que sí. Que esa ya me la ha contado.
El Sargento extiende la mano arrugada y con manchas de un lado a otro del asiento delantero y la pone sobre la mía. Tiene el dorso de la mano cubierto de pelos canos. Tiene los dedos fríos de tenerlos sobre su pistola. El Sargento me estruja la mano y dice:
—¿Todavía me quieres?
Le pregunto si tengo alguna opción.