Helen camina con un vaso de vino en la mano, con solamente una pizca de rojo en el fondo, el vaso casi vacío.
Y Mona dice:
—¿De dónde has sacado eso?
—¿Mi copa? —dice Helen.
Lleva un abrigo grueso de alguna piel en distintos tonos del marrón con blanco en las puntas. Está abierto por delante con un traje de color azul pálido debajo. Da el último sorbo de vino y dice:
—Lo he sacado del bar. Está allí, junto a la fuente de las naranjas y aquella estatua metálica pequeña.
Y Mona mete las dos manos en sus rastas negras y rojas y se frota la coronilla. Dice:
—Ese es el altar. —Señala el vaso vacío y dice—: Te acabas de beber mi sacrificio a la Diosa.
Helen le pone el vaso vacío en la mano a Mona y dice:
—Bueno, ¿por qué no le haces otro sacrificio a la Diosa, y esta vez que sea doble?
Estamos en el apartamento de Mona, donde todos los muebles han sido sacados a una pequeña terraza detrás de unas puertas de cristal correderas y cubiertos con una lona de plástico azul. Lo único que queda es la sala de estar vacía con una habitación pequeña a un lado donde debería estar la vajilla de diario. Las paredes y la alfombra de pelo largo son beige. La fuente de las naranjas y la estatua metálica de alguien hindú bailando están en la repisa de la chimenea con margaritas amarillas y claveles rosados a su alrededor. Los interruptores de la luz están tapados con cinta aislante para que no se puedan usar. En cambio, Mona ha puesto unas cuantas piedras planas en el suelo con velas encima, velas purpúreas y blancas, algunas encendidas y otras no. En la chimenea, en vez de un fuego, arden más velas. Hilos de humo blanco ascienden desde pequeños conos de incienso marrón colocados sobre las piedras planas junto con las velas.
La única luz de verdad es cuando Mona abre la nevera o el microondas.
A través de las paredes se oyen caballos relinchando y fuego de cañones. O bien una valiente y obstinada belleza sureña está intentando que el ejército de la Unión no queme el apartamento de al lado o alguien tiene la televisión demasiado alta.
A través del techo se oye una sirena de incendios y gente gritando a la que se supone que no debemos hacer caso. Luego disparos de armas de fuego y neumáticos chirriando, ruidos que tenemos que fingir que son normales. No quieren decir nada. Una explosión retumba en los pisos superiores. Una mujer suplica a alguien que no la viole. No es real. Solamente es una película. Somos la cultura que gritaba que viene el lobo.
Esos dramadictos. Esos pazfóbicos.
Con sus uñas negras, Mona coge el vaso de vino vacío, con el reborde manchado por el pintalabios rosa de Helen, y se aleja descalza, llevando un albornoz blanco de tela de toalla, hacia la cocina.
Suena el timbre de la puerta.
Mona atraviesa de vuelta la sala de estar. Pone otro vaso de vino en la repisa y dice:
—No me avergüences delante de mi aquelarre. —Y abre la puerta.
En el umbral hay una mujer baja con gafas de montura gruesa de plástico negro. La mujer lleva guantes de hornear y sostiene delante de sí una cacerola tapada.
Yo he traído un plato de comida a domicilio con ensalada de tres legumbres. Helen ha traído pasta de Chez Chef.
La mujer de las gafas frota sus zuecos en el felpudo. Nos mira a Helen y a mí y dice:
—Zarzamora, tienes invitados.
Y Mona se golpea la sien con la palma de la mano y dice:
—Se refiere a mí. Quiero decir que ese es mi nombre en el Wiccan. Zarzamora. —Y dice—: Gorrión, este es el señor Streator.
Y Gorrión asiente.
Y Mona dice:
—Y esta es mi jefa…
—Chinchilla —dice Helen.
El microondas empieza a pitar y Mona lleva a Gorrión a la cocina. Helen va a la repisa y da un sorbo del vaso de vino.
Suena el timbre de la puerta. Y Mona nos grita desde la cocina que abramos.
Esta vez es un chico con el pelo largo y rubio y perilla rojiza, vestido con pantalones de chándal grises y una sudadera. Lleva una cazuela de barro con una tapa de cristal marrón. Algo marrón y pegajoso ha hervido debajo de la tapa, de forma que la parte inferior de la tapa de cristal está empañada de vapor condensado. Entra por la puerta y me da la cazuela de barro. Se quita sus zapatillas de tenis y se saca la sudadera por la cabeza, con el pelo revuelto en todas direcciones. Me pone la sudadera en las manos encima de la cazuela de barro y levanta una pierna para sacarse primero una pernera y luego la otra pernera de los pantalones del chándal. Me pone los pantalones en las manos y se queda ahí, con las manos apoyadas en las caderas, con la polla y las pelotas al aire.
Helen se cierra con las manos las solapas de la chaqueta y se termina lo que queda del vino.
La vasija de barro es pesada y está caliente y huele a algo que o bien es azúcar moreno o tofu o bien son los pantalones de chándal grises sucios.
Y Mona dice:
—¡Ostra! —Y viene a nuestro lado. Me coge las prendas de ropa y la cazuela de barro y dice—: Ostra, este es el señor Streator. —Y dice—: Eh, todos, este es mi novio, Ostra.
Y el chico se aparta el pelo de los ojos y me mira. Dice:
—Zarzamora cree que tiene usted un poema sacrificial.
Su polla termina en una estalactita rosada y goteante de prepucio arrugado. Un aro plateado le atraviesa la punta.
Y Helen me mira, sonriendo pero con los dientes apretados.
El chaval, Ostra, agarra las solapas de tela de toalla del albornoz de Mona y dice:
—Vaya, pero si llevas un montón de ropa. —Se inclina hacia ella y la besa por encima de la cazuela de barro.
—Practicamos la desnudez ritual —dice Mona, mirando al suelo. Se ruboriza, señala con la cazuela de barro y dice—: Ostra, esta es la señora Boyle, trabajo para ella.
Los detalles sobre Ostra son: su pelo parece desmadejado, del mismo modo que un pino se queda después de ser alcanzado por un rayo, lleno de astillas rubias y encrespado en todas direcciones. Tiene uno de esos cuerpos jóvenes. Sus brazos y piernas parecen segmentados, hinchados de músculos, y luego estrechos en las articulaciones, en las rodillas y los codos y la cintura.
Helen extiende la mano y Ostra se la coge y dice:
—Un anillo de peridotita…
Ahí de pie, joven y desnudo, se acerca la mano de Helen a la cara. Ahí de pie, alto, bronceado y musculoso, la recorre con la mirada empezando por el anillo, siguiendo por el brazo y llegando a los ojos y dice:
—Una piedra con tanta pasión podría someter a la mayoría de la gente. —Y la besa.
—Practicamos la desnudez ritual —dice Mona—. Pero vosotros no estáis obligados. Quiero decir que no lo estáis en serio. —Señala con la cabeza en dirección a la cocina y dice—: Ostra, ven a ayudarme un poco.
Y mientras se dirige hacia allí, Ostra me mira y dice:
—Vestirse es la forma más pura de la deshonestidad. —Sonríe con la mitad de la boca, me guiña el ojo y dice—: Bonita corbata, papi.
Y yo cuento uno, cuento dos, cuento tres…
Después de que Mona entre en la cocina, Helen se vuelve hacia mí y dice:
—No me puedo creer que se lo haya contado a otra persona.
Se refiere a Nash.
Tampoco es que tuviera opción. Además, no hay copias disponibles del poema. Le dije a Nash que había quemado la mía y he quemado todas las copias que he encontrado impresas. Nash no sabe nada de Helen Hoover Boyle ni de Mona Sabbat. No puede usar la información de ninguna forma.
Muy bien, puede que queden unas docenas de copias en bibliotecas públicas. Tal vez podamos encontrarlas y eliminar la página 27 mientras rastreamos el material original del que vienen.
—El Libro de Sombras —dice Helen.
El grimorio, como lo llaman las brujas. El libro de conjuros. Todo el poder del mundo.
Suena el timbre y otro hombre se quita los pantalones cortos y anchos, luego la camiseta y nos dice que se llama Erizo. Los detalles sobre Erizo incluyen la piel fláccida que le tiembla en los brazos, el pelo y el culo. Su vello púbico negro y rizado es idéntico a los dos pelos que se me quedan pegados en la palma de la mano después de estrecharle la suya.
Las manos de Helen se ocultan dentro de los puños de su abrigo, luego va hasta la repisa, coge una naranja del altar y empieza a pelarla.
Llega un hombre llamado Tejón con un loro de verdad sobre el hombro. Llega una mujer llamada Clemátide. Un tal Azulejo llama al timbre. Luego un tal Zarigüeya. Luego llega alguien llamado Lentejas, o bien alguien trae lentejas, no está claro. Helen se bebe otro sacrificio. Mona sale de la cocina con Ostra pero sin el albornoz.
Al final queda un montón de ropa sucia junto a la puerta y Helen y yo somos los únicos que vamos vestidos. Al fondo del montón suena un teléfono y Gorrión lo saca. Vestida solamente con sus gafas de montura negra, con los pechos colgando cuando se inclina sobre el montón, Gorrión contesta al teléfono:
—Despacho de abogados Dormer, Dingus y Diggs… —Y dice—: Describa el sarpullido, por favor.
Cuesta un momento reconocer a Mona solamente por su cabeza y el montón de cadenas que lleva alrededor del cuello. Es mejor que no te pillen mirando, pero tiene el vello púbico afeitado. Vistas desde delante, sus caderas son dos paréntesis perfectos con una V afeitada entre ambos. Desde un lado, sus pechos parecen proyectarse hacia fuera e intentar tocar a la gente con los pezones rosados. Desde detrás, su zona lumbar se divide entre sus dos nalgas firmes, y yo estoy contando cuatro, contando cinco, contando seis…
Ostra lleva un cartón blanco de comida a domicilio.
Una mujer llamada Madreselva vestida únicamente con un pañuelo de calicó en la cabeza habla de sus vidas pasadas.
Y Helen dice:
—¿No os parece que la reencarnación es solamente una forma más de postergación?
Yo pregunto cuándo se come.
Y Mona dice:
—Caray, hablas igual que mi padre.
Le pregunto a Helen cómo hace para no matar a todos los presentes.
Y ella coge otro vaso de vino de la repisa y dice:
—Matar a cualquiera de estos sería una muerte piadosa. —Se bebe la mitad y me da el resto.
El incienso huele a jazmín, y todo en la habitación huele a incienso.
Ostra camina hasta el centro de la sala, sostiene el cartón de comida a domicilio por encima de la cabeza y dice:
—Muy bien, ¿quién ha traído este aborto?
Es mi ensalada de tres legumbres.
Y Mona dice:
—Por favor, Ostra, no.
Y sosteniendo el cartón de comida a domicilio por su pequeña asa de alambre, sosteniendo el asa con solamente dos dedos, Ostra dice:
—«Sin carne» quiere decir que no hay carne. Ahora confesad. ¿Quién ha traído esto?
El pelo de su sobaco bajo su brazo levantado es de color naranja vivo. También lo es el resto de su vello corporal, el de abajo.
Yo digo que solamente es ensalada de tres legumbres.
—¿Con qué? —dice Ostra, sacudiendo el cartón.
Con nada.
La habitación está tan en silencio que se oye la batalla de Gettysburg en el apartamento de al lado. Se oye la guitarra de la canción folk de alguien deprimido en el apartamento de arriba. Un actor grita y un león ruge y las bombas caen silbando del cielo.
—Con salsa Worcestershire de aderezo —dice Ostra—. Eso quiere decir anchoas. Eso quiere decir carne. Eso quiere decir crueldad y muerte. —Sostiene el cartón con una mano, lo señala con la otra y dice—: Esto se va al retrete, que es donde tiene que ir.
Y yo cuento siete, cuento ocho…
Gorrión está repartiendo a todo el mundo piedrecitas centrado redondas que saca de una cesta que tiene en la mano. Me da una. Es gris y está fría, y dice:
—Sostén esto y ajústate a la vibración de su energía. Esto nos pondrá a todos en la misma vibración para el ritual.
Se oye a alguien tirando de la cadena.
El loro sobre el hombro de Tejón no para de retorcer la cabeza y de arrancarse plumas verdes con el pico. Luego echa la cabeza para atrás y se traga las plumas con bocados convulsos y parecidos a latigazos. Allí donde faltan las plumas arrancadas, la piel parece irritada y con cicatrices. El tipo, Tejón, lleva una toalla doblada sobre el hombro para que el loro se agarre, y la parte de atrás de la toalla está toda llena de mierda de pájaro amarillenta. El loro arranca otra pluma y se la come.
Gorrión le da otra piedra a Helen, y ella se la mete en el bolso de color azul pálido.
Le cojo el vaso de vino y doy un sorbo. En el periódico de hoy dice que el hombre del ascensor, el hombre que quise que se muriera, tenía tres hijos, el mayor de seis años. El poli al que maté estaba manteniendo a sus padres para que no acabaran en una clínica. El y su mujer tenían hijos de acogida. Él era entrenador de la liga escolar y de fútbol. La mujer del walkie-talkie estaba embarazada de dos semanas.
Bebo más vino. Sabe a pintalabios rosa.
En el periódico de hoy hay un anuncio que dice:
ATENCIÓN, PROPIETARIOS DE PORCELANA DORSETT
El anuncio dice:
«Si siente náuseas o pierde el control de sus intestinos después de comer, por favor, llame al siguiente número».
Ostra me dice:
—Zarzamora cree que usted mató a la doctora Sara, pero yo creo que usted no tiene ni puta idea.
Mona intenta poner otro sacrificio en la repisa y Helen le quita el vaso de las manos.
Ostra me dice:
—El único poder sobre la vida y la muerte que tiene usted lo tiene cada vez que pide una hamburguesa en McDonald’s. —Con la cara pegada a mi cara, me dice—: Usted paga su dinero inmundo y en alguna otra parte el hacha cae.
Y yo cuento nueve, cuento diez…
Gorrión me enseña un grueso manual abierto en sus manos. Dentro hay dibujos de varas y ollas de hierro. Hay dibujos de campanas y de cristales de cuarzo, todo en distintos colores y tamaños. Hay cuchillos con los mangos negros llamados athame. Gorrión dice que esto rima con «mátame». Me enseña dibujos de hierbas, atadas en manojos para que uno pueda usarlas para asperger agua purificadora. Me enseña amuletos, pulimentados para reflejar la energía negativa. Un cuchillo ritual con el mango blanco se llama bolline.
Sus pechos descansan sobre el catálogo abierto, cubriendo la mitad de ambas páginas.
De pie a mi lado, con los músculos hinchándose en su cuello, con los dos puños cerrados, Ostra dice:
—¿Sabe por qué la mayoría de los supervivientes del Holocausto son vegetarianos estrictos? Porque conocen la sensación de ser tratados como animales.
Con el calor corporal emanando en su dirección, dice:
—¿Sabe que en la producción de huevos todos los pollos machos son molidos vivos y usados como fertilizantes?
Gorrión hojea su catálogo y señala algo, diciendo:
—Si echa un vistazo, verá que ofrecemos los mejores precios en artefactos rituales en la gama de precios medios.
El siguiente sacrificio a la Diosa me lo bebo yo.
El siguiente lo engulle Helen.
Ostra da vueltas por la habitación. Vuelve para decirme:
—¿Sabía que la mayoría de los cerdos no se desangran en los primeros segundos de ahogarse en agua hirviendo a ciento cuarenta grados?
El sacrificio de después me lo tomo yo. El vino sabe a incienso de jazmín. El vino sabe a sangre de animal.
Helen se lleva el vaso vacío de vino a la cocina, y hay un destello de luz de verdad cuando abre la nevera y saca una jarra de vino tinto.
Y Ostra me clava la barbilla en el hombro desde detrás y dice:
—La mayoría de las vacas no se mueren de inmediato. —Y dice—: Les ponen un lazo alrededor del cuello y las arrastran gritando por todo el matadero, cortándoles las patas delanteras y traseras mientras todavía viven.
Detrás de él hay una chica desnuda llamada Estrella de Mar, que abre un teléfono móvil y dice:
—Despacho de abogados Dooley, Donner y Dunne. —Y dice—: Dígame, ¿de qué color es su hongo?
Tejón sale del baño, agachándose para coger a su loro a través del umbral, con una hoja de papel pegada a la raja del culo. Desnudo, su piel parece irritada y con cicatrices. No quiero saber si tiene al pájaro posado en el hombro cuando está sentado en la taza.
Y al otro lado de la sala está Mona.
Zarzamora.
Se está riendo con Madreselva. Se ha recogido las rastas rojas y negras en un montón con solamente su carita asomando por debajo. En los dedos lleva anillos con joyas enormes con cristales rojos. Alrededor del cuello, la alfombra de cadenas plateadas termina en un montón de amuletos y colgantes y talismanes sobre sus pechos. Bisutería. Una niña jugando a disfrazarse. Descalza.
Tiene la edad que tendría mi hija, si yo todavía tuviera una hija.
Helen entra dando tumbos en la sala. Se moja los dedos con la lengua y va por la sala, usando los dedos húmedos para apagar los conos de incienso. Apoya la espalda en la repisa de la chimenea y se lleva el vaso de vino a la boca de color rosa. Mira la sala por encima del vaso. Mira cómo Ostra da vueltas a mi alrededor.
Tiene la edad que tendría su hijo Patrick.
Helen tiene la edad que tendría mi mujer si yo todavía tuviera una mujer.
Ostra es el hijo que ella tendría si tuviera un hijo.
Hablando hipotéticamente, por supuesto.
Esta sería la vida que yo tendría si tuviera una vida. Mi esposa distante y borracha. Mi hija explorando alguna secta de chiflados. Avergonzados de nosotros, de sus padres. Su novio sería este gilipollas hippy, intentando iniciar una pelea conmigo, con su padre.
Y tal vez se pueda retroceder en el tiempo.
Tal vez se pueda resucitar a los muertos. A todos los muertos, los del pasado y los del presente.
Tal vez esta sea mi segunda oportunidad. Esta es exactamente la forma en que mi vida podría haber sido.
Helen, vestida con su abrigo de chinchilla, está mirando cómo el loro se come a sí mismo. Está mirando a Ostra.
Y Mona está gritando:
—Todo el mundo, todo el mundo. —Está diciendo—: Es hora de empezar la invocación. Así que si podemos crear el espacio sagrado, podemos empezar ya.
En el apartamento de al lado, los veteranos de la guerra civil vuelven cojeando a casa al son de una música triste y de la reconstrucción.
Ostra sigue dando vueltas a mi alrededor y la piedra que tengo en el puño ya está caliente. Y cuento, once, cuento doce…
Mona Sabbat tiene que venir con nosotros. Alguien sin sangre en las manos. Mona y Helen y yo, y Ostra, los cuatro nos echaremos a la carretera. Una familia disfuncional entre tantas. Unas vacaciones familiares. La búsqueda del Grial No Santo.
Con cien tigres de papel a matar por el camino. Con cien bibliotecas que saquear. Libros que desarmar. El mundo entero debe ser salvado del sacrificio.
Lobelia le dice a Granadina:
—¿Te has enterado de toda esa gente muerta en el periódico? Dicen que es la legionela, pero a mí me parece magia negra.
Y con los brazos extendidos, con todo el pelo marrón de los sobacos a la vista, Mona conduce a la gente al centro de la sala.
Gorrión señala algo que hay en su catálogo y dice:
—Esto es lo mínimo que hace falta para empezar.
Ostra se aparta el pelo de los ojos y me señala con la barbilla. Se acerca para clavarme el dedo índice en el pecho, me lo clava, con fuerza, en medio de mi corbata azul, y dice:
—Escuche, papi. —Me lo clava y dice—: La única canción sacrificial que conoce usted es «la carne ni muy hecha ni poco hecha».
Y yo paro de contar.
Rápido como una contracción muscular, doy un empujón y lo aparto de una palmada, mis manos hacen mucho ruido contra la piel desnuda del chaval, todo el mundo está callado y mirando, y la canción sacrificial me viene a la cabeza.
Y he vuelto a matar. Al novio de Mona. Al hijo de Helen. Ostra se me queda mirando un momento, con el pelo colgando ante los ojos.
Y el loro se cae del hombro de Tejón.
Ostra levanta las manos, con los dedos extendidos, y dice:
—Tranqui, papi.
Y se va junto con Gorrión y el resto a mirar al loro, muerto a los pies de Tejón. Muerto y medio desplumado del todo.
Y Tejón le da un golpecito al pájaro con su sandalia y dice:
—¿Pelón?
Y tal vez si matas a alguien, tal vez lo puedes traer de vuelta.
Y Helen ya me está mirando, con el cristal manchado de rosa en la mano. Niega con la cabeza y me dice:
—Yo no lo he hecho.
Levanta tres dedos, con el pulgar y el meñique tocándose por delante, y dice:
—Palabra de bruja, lo juro.