ACTO TERCERO

Habitación saloncito en casa de los hijos de Ricardo y Valentina. Un lujoso bienestar se advierte en los menores detalles y un modernismo de buen tono lo preside todo.

Ancha puerta en el último término de la derecha, haciendo chaflán con el foro, que permite ver un forillo de vestíbulo. En el foro izquierda, un gran ventanal con forillo de casas de ciudad moderna. Otra puerta en la derecha y otra más en la izquierda, segundo y primer término, respectivamente. Muebles modernos. Un tresillo entre el ventanal y la puerta del primero izquierda, y unos sillones y una mesita en el primero derecha, cerca de la puerta del segundo término de dicho lado. Lámparas, etc. Colgada de la pared, una panoplia con algunas de las armas que aparecieron a la puerta del lanchón en el acto anterior; el traje de pieles de Emiliano, dos o tres «boumerangs», un cuchillo, un hacha y unas sandalias de cuero.

Son las cuatro de la tarde, poco más o menos, de un buen día de primavera. Al levantarse el telón, en escena Emiliano, Elisa, Margarita y Florencia. Elisa, la hija de Ricardo y Valentina, es una señora de unos sesenta años, muy nerviosa y provista de una desorganización mental que hace dificilísimo todo diálogo con ella. Margarita, su hija, y nieta, por tanto, de Valentina y Ricardo, es una guapa mujer de unos treinta años. Y en cuanto a Florencia, se trata de una doncella. Emiliano está desconocido, de bien vestido y arreglado, y sigue representando, inalterable, la edad que representa en el acto anterior.

Elisa, sentada en el diván, llora perdidamente, inútilmente consolada por Margarita y Emiliano. Florencia, en pie, aguarda con una taza de tila en una bandejita.

EMPIEZA LA ACCIÓN.

EMILIANO:

¡Ánimo, Elisa!

MARGARITA:

Vamos, mamá, tranquilízate.

ELISA:

¿Cómo quieres que me tranquilice, hija mía? ¿Cómo quieres que me tranquilice, si nos van a matar a disgustos? ¿Qué día es hoy? ¿Viernes?

EMILIANO:

No. Martes.

ELISA (Volviéndose a ellos, más llorosa que nunca.):

¡Ah! Martes…

¿Veis cómo tengo yo razón cuando digo que los sábados son para mí días de mala suerte?

EMILIANO:

(Aparte.) ¡Anda, morena!

FLORENCIA:

Tómese la señora esta tila…

(Brindándole la taza.)

ELISA:

¿Cómo se toma la tila?

MARGARITA:

Bebida, mamá.

ELISA:

¡Ay Dios del alma, qué cruz!… ¡Qué cruz!… Pero ¿qué he hecho yo para merecer a la vejez este castigo? Y el cuadro aquel… (Señalando.) ponlo derecho, Emiliano, que ya sabes que no puedo aguantar nada torcido, hombre…

EMILIANO:

En seguida. (Obedece.) Éste es fácil. Lo malo fue ayer, en el salón, que se empeñó en ver derecha la fotografía de la torre de Pisa.

ELISA:

¡Virgen del Carmen…, qué desgracias más grandes! (A Florencia.) ¿Qué has dicho que es esto?

FLORENCIA:

Tila, señora.

ELISA:

¿Para beber?

MARGARITA:

Sí, claro, mamá; para beber.

EMILIANO (Aparte.):

¡Pobre señora! Está hecha un barullo.

MARGARITA:

Anda, tómatela… (Doña Elisa se la toma a sorbitos.)

EMILIANO (A Florencia.):

Pero bueno, ¿qué es lo que ha ocurrido?

FLORENCIA:

Lo de siempre, por no variar, don Emiliano. Que, como de costumbre, la señorita Valentina y el señorito Ricardo han vuelto a dormir al amanecer, y borrachos perdidos.

MARGARITA:

Y acompañados de mi marido, que sigue de compañero suyo de juergas; como de costumbre también.

ELISA:

Y si fuera eso sólo lo que han hecho…

MARGARITA:

¿No es eso sólo, mamá?

ELISA:

No, hija, no. Hoy han hecho otra cosa peor; se han atrevido a más… Hoy se han atrevido a lo más terrible… ¡A lo más terrible!… ¡Estos padres nos van a quitar la vida!

FLORENCIA (A Elisa.):

¿Padres, señora?

MARGARITA (A Florencia, de muy mal aire.):

Quiere decir nietos, mujer…

FLORENCIA:

Es que los llama padres muchas veces, señorita.

EMILIANO:

Porque ya sabes que está cada día más… (Se barrena una sien con el índice.)

ELISA (Siempre llorosa.):

Y todavía papá y tu marido (A Margarita.) son hombres, y a los hombres se les disculpan muchas cosas, pero que mamá lleve la vida que lleva…

FLORENCIA (A Emiliano y Margarita.):

¿Ven ustedes cómo le llama madre a la señorita Valentina?

MARGARITA (Cortándola bruscamente.):

Bueno, Florencia, ya está bien… Llévate la taza y anda a tus quehaceres.

FLORENCIA:

Sí, señorita. (Coge la taza y se va por el foro.)

MARGARITA (Espiando el mutis de Florencia. A Elisa, con apuro.):

¡Por lo que más quieras, mamá; ten prudencia y fíjate en lo que hablas y en quién está delante cuando hablas!…

ELISA:

¿Eh?

MARGARITA:

Has estado metiendo la pata, descubriendo la verdadera personalidad de los abuelos.

ELISA:

¿Yo? Pero ¿tú oyes, Emiliano?

EMILIANO:

Sí. Y es verdad.

ELISA:

¿Que es verdad?

EMILIANO:

Sí. Delante de la doncella has llamado mamá a Valentina.

MARGARITA:

Y papá al abuelo Ricardo.

ELISA:

¿Pues qué tengo que llamarlos?

EMILIANO (Aparte.):

¡Anda con Dios!

MARGARITA:

Tienes que llamarlos nietos, como siempre, para justificar su juventud y despistar a la gente…

ELISA:

Claro… Y a todo el mundo, desde que vinieron a España y empezaron a rejuvenecerse, los he presentado como mis nietos…

MARGARITA:

Pero delante de la doncella, ahora, los has llamado padres.

ELISA:

Como que son mis padres realmente…

MARGARITA:

Sí, pero ya sabes que tienes que ocultarlo.

ELISA:

¿Y no llevo yo años enteros ocultándolo?

MARGARITA:

Pero ahora…

EMILIANO (Interrumpiéndola, aparte.):

Déjala, que es inútil.

ELISA:

En fin, hija, que descanses. Buenas noches, Emiliano. Voy a acostarme. (Inicia el mutis por la izquierda.)

MARGARITA:

¿A acostarse? Pero si son las cuatro de la tarde, mamá.

ELISA:

¡Toma!… Por algo me extrañaba a mí no tener sueño… Entonces voy a ver si han traído los periódicos de la noche. (Se va por el foro.)

EMILIANO:

(Contemplándola en el mutis.) Para que vayas viendo.

MARGARITA:

¡Pobre mamá! Está imposible. El mejor día lo descubre todo; y si se supiese la verdad, dice el doctor Bremón que por averiguar el secreto de su descubrimiento, habría hasta motines y disturbios.

EMILIANO:

¡Hombre, calcula, con el asco que la Humanidad le tiene a la muerte! El día que se sepa que yo, con esta cara, tengo ciento diecinueve años, que el doctor y Hortensia, que pasan por dos recién casados, han cumplido los ciento quince y los ciento treinta, y que Ricardo y Valentina, que son dos chavales juerguistas, andan rondando los ciento cinco y los ciento diez… pues imagínate el cisco mundial… Los conflictos internacionales de la actualidad serían «sinfonías tontas». ¡Que tendría que intervenir Ginebra, sencillamente!

MARGARITA:

Por eso está así la pobre mamá.

EMILIANO:

Por miedo a que intervenga Ginebra, claro.

MARGARITA:

Por la inmortalidad de ustedes, y, sobre todo, por la inmortalidad de los abuelos, que la han desequilibrado por completo.

EMILIANO:

Sí. Se conoce que la buena señora no ha podido hacerse a la idea de envejecer ella y de que sus padres sigan siendo jóvenes. En realidad, cualquier cerebro se resentiría un poco al tener que aceptar eso, y como, por lo visto, el cerebro de Elisa nunca ha sido una cosa del otro jueves…

MARGARITA:

¡Emiliano, que es mi madre!…

EMILIANO:

Perdona, pero con este lío de hacer pasar a unos por otros, no se da uno cuenta de con quién habla…

MARGARITA:

Y en los últimos años yo creo que mamá se ha puesto todavía peor.

EMILIANO:

Sí, y también se explica; porque como desde que volvimos de la isla sus padres no sólo se conservan jóvenes, sino que cada año tienen uno menos, pues, por muchas explicaciones científicas que se le den, la pobre cada día lo comprende peor, y cada vez se chala más. Y esto no es nada: porque ahora la buena señora sólo tiene que digerir lo de que sus padres son dos muchachitos alocados; pero dentro de diez años, por ejemplo, cuando tenga que despedirlos todas las mañanas para que ellos vayan al colegio…

MARGARITA:

¡Terrible, Emiliano!

EMILIANO:

Y el día que tenga que asistir al desbautizo de los dos.

MARGARITA:

¡Calle, por Dios!

EMILIANO:

Y cuando, de aquí a quince o dieciocho años, si vive, se encuentre con que tiene que darles polvo de talco a sus padres…

MARGARITA:

¡Jesús!

EMILIANO:

Le espera un porvenir mental de espanto.

MARGARITA:

A todos nos espera un porvenir terrible, incluso a mí.

EMILIANO:

¿A ti?

MARGARITA:

Si resulta cierto lo que sospecho de mi marido, Emiliano.

EMILIANO:

¿Eh?

MARGARITA:

No lo quiero pensar; pero esto de que Fernando no se separe ni a sol ni a sombra de los abuelos, especialmente de la abuela… Fernando ha sido siempre un hombre muy serio, pero extremadamente apasionado…

EMILIANO:

¡Caramba!… No irás a sospechar que Fernando ande detrás de Valentina… Sería demasiado inverosímil: ¡un marido enamorado de la abuela de su mujer!…

MARGARITA:

¿Inverosímil, cuando la abuela representa diecisiete años y está diez veces más atractiva que yo?

EMILIANO:

Sí. Eso es verdad.

MARGARITA:

Hombre, ¡muchas gracias!

EMILIANO:

Perdona. No sabía lo que decía…

MARGARITA:

Es mucho más grave de lo que parece, Emiliano.

EMILIANO:

Sí. Si resulta verdad, es una hecatombe.

MARGARITA:

Y como mamá ha dicho antes que hoy han hecho algo más que irse de juerga…

EMILIANO:

Bueno, pues a ver si nos enteramos de lo que han hecho…

FEDERICO:

(Dentro, gritando, indignado.) ¡No lo aguanto!… ¡No lo aguanto más!…

MARGARITA:

Ahí viene el tío Federico. Él nos lo dirá. (Por la derecha entra Federico, hermano de Elisa, y el otro hijo, por tanto, de Ricardo y Valentina. Es un caballero de más de sesenta años, fuerte y robusto aún y con una gran vitalidad. Viene desesperado. Le sigue tímidamente Fernando, el marido de Margarita, que tiene treinta años largos.)

FERNANDO:

Pero hombre, Federico…

FEDERICO:

No me digas nada, porque tú eres tan culpable como ellos, o más. Porque si tú no los acompañaras en su vida de francachela, ni les rieses las gracias, mi padre y mi madre no seguirían ese camino de perdición… Porque mis padres, en el fondo, son buenos, y lo que los estropea son las malas compañías… (Por el foro entra Elisa, sin acordarse ya de nada y muy extrañada de la actitud de Federico, por tanto.)

ELISA:

Pero ¿qué pasa? ¿Qué ocurre?

EMILIANO (Aparte.):

Ésta ya no se acuerda de nada…

ELISA:

¿A qué vienen esas voces, Federico?

FEDERICO:

¿Y tú me lo preguntas, hermana? ¿Y hasta te has puesto enferma al descubrir la nueva fechoría de los papás?

ELISA:

¡Ay Jesús del alma, es verdad! (Aparte.)(Se sienta.)

MARGARITA:

Pero ¿qué es lo que…?

FEDERICO:

Después de haber despilfarrado en dos o tres años lo que les dejó de herencia su tío Roberto, y eso que no lo cobraron hasta cumplir los noventa años, ahora quieren dejarnos a nosotros también en la calle. ¿Dónde están esos dos?

MARGARITA:

¿Los abuelos? Levantándose, tío Federico.

FEDERICO:

¡Levantándose a las cuatro de la tarde!… ¡Buen ejemplo el que nos dan a los hijos!… Por fortuna, uno no necesita ya ejemplo de los padres. (Se pasea desesperado) Emiliano: vaya usted a decirles que cuando estén listos que se presenten.

EMILIANO:

Voy. (Se va por la izquierda.)

FERNANDO:

Y en lo de anoche te aseguro que yo no he intervenido para nada…

FEDERICO:

No sé si has intervenido o no, pero que los estás estropeando es indudable. Porque mis padres antes no eran así.

FERNANDO:

Porque antes eran mayores y más aplomados y ahora han entrado en la edad de divertirse…

ELISA:

Eso también es cierto, Federico; piensa que si nuestros padres se divierten, después de todo están en la edad…

FEDERICO (A Fernando.):

Justamente, y por eso tú, que debías tener el juicio que a ellos empieza a faltarles, te crees en la obligación de secundarlos abandonando de paso a tu mujer.

ELISA:

A esta pobre hija, que es una santa…

MARGARITA:

Este asunto pienso resolverlo por mí misma, tío. Ya hablaremos Fernando y yo.

FERNANDO:

No tengo nada que hablar. (Por la izquierda vuelve a entrar Emiliano.)

EMILIANO (A Federico.):

Que bueno, Federico, que ahora vienen.

FEDERICO:

¿Cómo los ha encontrado usted?

EMILIANO:

Pues me ha parecido verlos… un poquillo preocupados…

FEDERICO:

Ya pueden… Después de lo que se han atrevido a hacer…

MARGARITA:

Pero ¿qué ha sido lo que han hecho, tío Federico?

FEDERICO:

¿Que qué ha sido? Que me han quitado nueve mil pesetas de la caja… ¡Eso es lo que ha sido!

MARGARITA:

¡Dios mío!

EMILIANO:

¡Arrea!

ELISA:

Y en billetes pequeños, que abultan más.

FEDERICO:

A eso conduce la vida ociosa y el no pensar más que en divertirse, y en coches de marca, y en «cabarets»… Se empieza por quitarle el dinero al hijo…

EMILIANO:

Al padre.

FEDERICO:

Al hijo, porque me lo han quitado a mí.

EMILIANO:

Digo que se suele empezar por quitarle el dinero al padre…

FEDERICO:

¡Ah!… Sí…, claro… Eso es lo frecuente, y lo terrible en nuestro caso. Porque cuando son los hijos los que le quitan el dinero al padre, el padre mete en Santa Rita a sus hijos. Pero ¿y yo? ¿Cómo meto en Santa Rita a mis padres?

EMILIANO:

Sí, claro; no lo tolerarían los otros padres.

FEDERICO:

¿Los padres de quién?

EMILIANO:

Los padres de Santa Rita. Los frailes, vamos…

ELISA:

¡Estás loco, Federico! ¡Nuestros padres en un reformatorio!… ¡Hasta ahí podíamos llegar!…

FEDERICO:

Ya sé que no es posible; pero tampoco se puede seguir así… ¿Qué haría usted en mi caso, Emiliano, usted, que es un hombre de experiencia y de años?…

EMILIANO:

Ciento diecinueve, Federico.

FEDERICO:

¿Usted qué haría, en mi lugar, con mi padre?

EMILIANO:

¿Por qué no le obligas a sentar plaza?

ELISA:

¡Jesús!

FEDERICO:

Es un poco fuerte… Realmente es un poco fuerte, Emiliano. (Por el foro, Florencia, anunciando.)

FLORENCIA:

El doctor Bremón y su señora.

EMILIANO:

¡Hombre!…

ELISA (Levantándose.):

Me encanta que venga el doctor; tengo que pedirle opinión para forrar unos sillones.

MARGARITA:

Pero ¡mamá!…

(Va hacia el foro, por donde entran Bremón y Hortensia. Florencia se vuelve a ir al instante. Bremón está espléndido de joven, de elegante y de mundano; representa unos treinta años. Hortensia, elegantísima también, está hecha una muchacha de veinticinco abriles.)

ELISA:

¡Querido doctor!

BREMÓN:

Señora.

ELISA:

¡Hortensia!

BREMÓN:

Amigo don Federico…

EMILIANO:

Don Ceferino… Dichosos los ojos…

BREMÓN:

Emilianete… (Saludos y abrazos.)

HORTENSIA:

¿Qué tal, Margarita?

MARGARITA (A Hortensia, en el diván, en unión de Elisa.):

Usted, Hortensia, cada día más joven… Y no es cortesía…

HORTENSIA:

No, claro. En nosotros lo de estar cada día más joven es una realidad. El martes pasado, precisamente, fue mi descumpleaños.

ELISA:

Y ¿cuántos ha descumplido usted?

HORTENSIA:

¿Cuántos años he descumplido, Ceferino?

BREMÓN:

Veinticinco, chatita. Y yo los primeros que descumpla serán los treinta.

ELISA:

¡Qué suerte tienen ustedes de descumplir tantos! ¡Cuando pienso yo que mis pobres padres han descumplido ya los dieciocho y los dieciséis, y que dentro de poco entrarán en la infancia!…

HORTENSIA:

¡Vamos, Elisa, deseche usted esas ideas fúnebres!

ELISA:

¡No saben ustedes cómo me trastorna todo esto!…

HORTENSIA:

Claro…

BREMÓN:

Es natural… Pero piensa que esto que a ti te trastorna, pequeña, constituye la felicidad nuestra y, sobre todo, la de tus padres.

FEDERICO:

¿Son ustedes felices realmente?

BREMÓN (Volviéndose a Hortensia.):

¿Oyes, chata? ¿Que si somos felices?

HORTENSIA:

¡Huy, que si somos felices!…

BREMÓN:

Pero ¿ustedes no se dan cuenta de lo que es volver a vivir la juventud y ver que el pelo le va saliendo a uno… a la velocidad con que se cayó… y que se le va volviendo a uno de su color primitivo?

HORTENSIA:

Y que el cuerpo se pone cada día más firme, hasta que llega un día en que una no necesita faja.

EMILIANO:

Y notarse con más salud cada vez, que el doctor tenía un final de úlcera de estómago y se le quitó el jueves…

TODOS:

¿Es verdad?

BREMÓN:

Palabra, palabra. Y una muela que tenía picada se me despicó ayer.

HORTENSIA:

Y ver resucitar las ilusiones de amor…

BREMÓN:

E ir olvidando todo lo que se aprendió…

FEDERICO:

¡Cómo! ¿Olvidan ustedes?

BREMÓN:

Claro. ¿No ves que vivimos para atrás? Pues cada día que pasa sabemos menos. Yo, de mi carrera, ya estoy en el cuarto año. Y encantado de llegar al preparatorio, porque la felicidad está en la ignorancia, en la juventud, en las pasiones… ¡Sobre todo en las pasiones!… (Levantándose y yendo hacia Hortensia.) ¡Hortensia mía!…

HORTENSIA:

¡Ceferino!

BREMÓN:

¡Perdonad; pero hace tanto rato que no le doy un beso!… (La besa.) Y como, además, sabemos que esta dicha de ahora no es eterna, que tenemos los años contados, pues cada minuto perdido se clava en el alma. (Transición.) ¡Claro que también la dicha de nuestro amor tiene nubes!

MARGARITA:

¿Nubes?

HORTENSIA:

Vamos, Ceferino, no empieces…

FEDERICO:

Pues ¿qué ocurre?

HORTENSIA:

Los celos, que no le dejan vivir.

ELISA:

¡Huy, qué gracioso!… ¡Tiene celos!… ¡Igual que mi difunto antes de morirse!

BREMÓN:

Sabes que no son celos, Hortensia, que son realidades. Porque el teniente de Ingenieros que ronda los balcones… Y el abogado del Estado del entresuelo… Y aquel equilibrista del circo que…

HORTENSIA:

Bueno, Ceferino, bueno.

BREMÓN:

Coquetea con todo bicho viviente; ésta es la verdad. ¡Y como está tan joven y tan guapa, y lo único que no se le ha olvidado es la experiencia de ciento quince años de coqueta…, me trae de cabeza!

MARGARITA:

Sí; por lo visto, las mujeres que gozan de esa mezcla de vejez y de juventud son de un atractivo irresistible.

EMILIANO (Aparte, a Fernando.):

¡Por ahí tiran con bala, Fernandito!

BREMÓN:

Ahora que, por mi parte, esto se ha acabado. El martes, que seremos ricos, nos vamos al extranjero; a un país donde Hortensia no entienda el idioma.

FEDERICO:

¿Que el martes serán ustedes ricos, doctor?

BREMÓN:

Sí; y Emiliano también. Y Ricardo. Y Valentina.

EMILIANO:

¿Eh? ¿Yo rico? Doctor, no juegue usted con el corazón de los puntos… Explíquese…

BREMÓN:

Por eso ha sido el venir: porque, a fin de esta semana, vencen los seguros de vida que nos hicimos en mil ochocientos sesenta, cuando nos tomamos las sales.

EMILIANO:

¡¡Arrea!! ¡Pues es verdad!

FEDERICO:

¿Y les corresponden…?

BREMÓN:

Un millón de pesetas a cada uno.

Los OTROS:

¿Un millón?

BREMÓN:

Me ha telefoneado el director de la Compañía de Seguros y le he citado aquí, para que estemos todos juntos cuando venga.

EMILIANO:

Pero… ¿Y nos pagará? Porque yo no creo ni en las compañías de seguros ni en las píldoras Pink.

BREMÓN:

Ellos se resisten a creer que vivamos, y pensarán que somos unos suplantadores; pero cuando les demostremos que nosotros somos nosotros, no tendrán más remedio que pagar.

EMILIANO:

Menos mal; porque con esto de no morirse uno nunca, siempre se está alcanzado de dinero.

FEDERICO:

Lo celebro de veras por mis padres, doctor; porque teniendo dinero otra vez, podrán seguir su vida sin quitarme a mí nada de la caja.

BREMÓN:

¿Cómo? Pero ¿es que le han quitado a usted…?

FEDERICO:

Sí, señor. Ésa ha sido su última trastada.

BREMÓN:

¡Vamos!… ¡Qué muchachos estos!… ¡Qué muchachos!…

EMILIANO (Que está en la izquierda con Fernando.):

Aquí vienen los chavales, Federico.

FERNANDO:

Yo no quiero presenciar el disgusto. (Va hacia la derecha.)

MARGARITA:

Haces bien. Yo tampoco. Y así hablaremos dos palabras tú y yo. Con permiso… (Se va detrás de Fernando, por la derecha.)

ELISA:

¡Por Dios, Federico!… ¡No les regañes mucho!… ¡Piensa que, al fin y al cabo, son nuestros padres! ¡Ay, todo esto es superior a mis fuerzas! (Vuelve a su llanto.)

HORTENSIA (Consolándola):

Doña Elisa…

(Por la izquierda aparecen, primero, Valentina, y, luego, Ricardo.)

VALENTINA (Tímidamente.):

¿Se puede?

ELISA:

Angelitos… Preguntan si pueden…

FEDERICO:

Adelante…

(Entran Valentina y Ricardo. Parecen, efectivamente, dos muchachitos de dieciséis y dieciocho años, respectivamente. Se detienen en la puerta.)

VALENTINA:

Buenas tardes a todos…

RICARDO:

Buenas tardes.

HORTENSIA:

Valentina querida (Va con Bremón hacia ellos.)

VALENTINA:

¡Hortensia!

RICARDO:

¡Hola, Ceferino!

BREMÓN:

¡Hola, chaval!

VALENTINA:

¡Qué guapa y qué joven estás!

HORTENSIA:

¡Sí; puedes hablar tú, que eres una niña!

ELISA:

¡La verdad es, Federico, que da gusto verlos!… ¡Qué soles de padres!…

FEDERICO:

Sí; muy ricos son los dos. ¡Muy ricos!…

(Valentina y Ricardo cesan en su conversación con Bremón y Hortensia al oír la última frase de Federico.)

EMILIANO (Aparte, a Valentina y Ricardo, por Federico.):

¡Está que muerde! Y como estrenó el mes pasado dentadura postiza, anda con ojo.

(Bremón y, Hortensia, prudentemente, vuelven a sus puestos anteriores.)

FEDERICO:

¿Qué? Satisfechos de vuestra hazaña, ¿eh?

RICARDO:

Te aseguro, hijo mío…

FEDERICO:

Sí, ya sé lo que vas a decirme, papá; disculpas y mentiras y promesas de que no volverá a ocurrir; pero estamos hartos…, ¡estamos ya hartos!…

ELISA:

¡Federico, por Dios!

FEDERICO:

¡Y lo que hicisteis ayer colma la medida!… ¡Habéis derrochado lo vuestro y ahora habéis llegado a lo más que pueden llegar unos padres!… ¡A lo más vergonzoso y a lo…!

VALENTINA:

Bueno, hijo mío; ya está bien.

FEDERICO:

¿Qué?

VALENTINA:

Que ya está bien, hijo mío. Que, por mi parte, no estoy dispuesta a permitir que nos gritéis, porque nunca os lo aguanté yo, y no voy a aguantarlo ahora al cabo de los años. (A Ricardo.) Tú siempre has tenido el defecto de ser demasiado blando con los hijos, y ya ves el resultado: que nos falten al respeto.

RICARDO:

Sí; tienes razón.

FEDERICO (A punto de estallar.):

Pero…

VALENTINA:

No hay pero que valga, Chichín. Suponiendo que nosotros hiciésemos algo malo, que no hacemos más que lo propio de nuestra edad, deber de hijos es disculpar a los padres, no acusarlos.

FEDERICO (Compungido.):

Pero ¡mamá!

RICARDO (Recobrando su dignidad de padre.):

Eso es… Y si hemos distraído una cantidad de la caja, a nadie tenemos que dar cuentas, porque somos los padres y, como padres, dueños de todo.

FEDERICO (Compungido.):

Pero ¡papá!

RICARDO:

¡Y ya te estás callando!…

VALENTINA:

Chichín, ni una palabra más. Toma ejemplo de Chichita, que es bastante más dócil que tú…

FEDERICO:

Bueno, muy bien… Es todo lo que me quedaba que oír; a mis años…

EMILIANO:

¡Y al mes de estrenar la dentadura!

VALENTINA:

Más años tenemos nosotros…

RICARDO:

¿Se habrá visto arrapiezo semejante?

EMILIANO:

Dale un par de azotes, Ricardo.

FEDERICO:

¡Y encima eso!… ¡Y encima eso!… ¡Tener que aguantar eso!… (Se va echando chispas por la izquierda.)

ELISA:

¡Válgame Dios! ¡Esta situación me vuelve tarumba, Emiliano!

EMILIANO:

¡Y a cualquiera, hija; a cualquiera!

ELISA (En el mutis, hablando para sí.):

Y luego se extrañan de que diga una cosa por otra y de que tome una la sopa con tenedor. (Se va por la derecha.)

EMILIANO (Refiriéndose a los que se han ido.):

¡Bueno; los tenéis hechos polvo!, ¿eh? Y yo creo que llevan razón ellos.

RICARDO:

Todos llevamos razón, Emiliano. Ellos son viejos y piensan y sienten como viejos; pero ése no es motivo para que quieran sacrificarnos a nosotros en plena juventud feliz, que se nos va de las manos por días…

BREMÓN:

¡Ahí le duele, que hay que aprovechar cada hora!

VALENTINA:

¿Cada hora? Cada minuto… Cada segundo hay que aprovecharlo y estrujarlo, y consumirlo en reír y en disfrutar del sol, del aire y de la luz que lleva uno dentro. Y en quererse… (Se abraza a Ricardo.)

BREMÓN:

En quererse. Está dicho. (Se abraza a Hortensia.) Tú, Emiliano, no puedes comprendernos…

EMILIANO:

No, señor. Para mí, morirse es un error.

BREMÓN:

¡Qué va a serlo!

Los TRES:

¡Qué va!

BREMÓN:

Morirse es un acierto estupendo… Morirse es vivir… Cuando se ha sabido aprovechar la vida, morirse es vivir. De igual modo que cuando no se ha sabido aprovechar la vida, vivir es morirse.

RICARDO:

Entonces, viva la vida; pero viva también la muerte.

BREMÓN:

Eso, eso…

TODOS:

¡Vivaaa!

BREMÓN:

No te envidiamos tu inmortalidad, Emiliano. ¿Qué vas a ver con los tiempos que corren en Europa? ¿Jaleos políticos?

EMILIANO:

Pues no crea usted que no estoy interesado en eso. Lo único que me chincha es pensar que pueda llegar el reparto…, porque como he sido cartero… (Por el foro aparece Florencia con una bandeja y una tarjeta en ella.)

FLORENCIA:

Doctor…

BREMÓN:

¿Qué hay?

FLORENCIA:

Este caballero, que dice que el señor le ha citado aquí para un asunto importante.

BREMÓN:

¡Ah! Será el director de la Compañía de Seguros… Que pase. (Florencia se va de nuevo.) Es verdad, que no os lo he dicho. En esta semana vencen los seguros que nos hicimos el año sesenta.

RICARDO:

Yo creí que no vencían hasta junio…

BREMÓN:

En junio seremos todos ricos.

VALENTINA:

Ricos…

RICARDO:

Ricos…

BREMÓN (Leyendo la tarjeta.):

Justo… Él es… «Bienvenido Corujedo, director de…»

EMILIANO:

¿Corujedo? Pero oiga usted; ¿no se llamaba también Corujedo el agente aquel que nos firmó las pólizas?

BREMÓN:

Pues es verdad.

HORTENSIA:

¿Será el mismo?

BREMÓN:

¡Cómo va a ser el mismo, si hace de eso setenta y cinco años!

EMILIANO:

¿A ver si ha habido algún otro que ha inventado sales de usted?

BREMÓN:

No diga simplezas. Lo que puede ocurrir es que sea hijo o nieto de aquel Corujedo, que el negocio de los seguros haya pasado de padres a hijos…

VALENTINA:

Sí, claro…

RICARDO:

Eso será.

(Por el foro, Florencia.)

FLORENCIA:

Pase usted, caballero.

(En el foro aparece Corujedo. Es un hombre de treinta años, parecidísimo al Corujedo del primer acto; muy bien vestido. Florencia se va. Los personajes que están en escena miran fijamente a Corujedo.)

BREMÓN:

Sí, justo… Eso es… Pariente del otro.

RICARDO:

No hay más que verle.

HORTENSIA:

Basta verle.

VALENTINA:

La misma cara.

EMILIANO:

Idéntica… Idéntica…

CORUJEDO (Un poco extrañado.):

Buenas tardes.

BREMÓN:

Y la misma voz.

HORTENSIA:

La misma… (Contemplándole de cerca.)

EMILIANO:

¿A ver? Y las mismas narices…

BREMÓN:

No, perdona, Emiliano; pero las narices las tiene este señor menos puntiagudas.

CORUJEDO:

¿Eh?

EMILIANO:

¡Qué va!… Míreselas usted así, de perfil… Tan apinochadas como las del otro. (Le da la vuelta a Corujedo como si fuera un mueble.)

BREMÓN (Examinándole.):

¡Pchs!… De perfil, sí; pero… Bájele la cabeza. (Emiliano le baja la cabeza.) Ahora súbasela… (Emiliano se la sube.) Sí, sí. Son las mismas narices.

CORUJEDO:

¿Y puede saberse a qué narices viene esto?

BREMÓN:

Perdone usted, señor Corujedo… No sé cómo decirle que disculpe nuestra actitud, pero nos ha sorprendido tanto el verle…

CORUJEDO:

No, no, no… Si todo ocurre porque tiene que ocurrir. Si está bien.

BREMÓN:

¿Eh?

CORUJEDO:

Lo que quiero yo saber, por ser de capital importancia, es a quién se referían ahora ustedes cuando hablaban de mis narices.

BREMÓN:

Nos referíamos al agente que en mil ochocientos sesenta contrató nuestros seguros…

CORUJEDO:

Al agen…

EMILIANO:

Y que también se llamaba Corujedo: Elías Corujedo.

CORUJEDO:

¡Mi madre!

EMILIANO:

¿Veis cómo os decía yo que eran parientes? Era su madre.

VALENTINA:

Pero ¿cómo iba a ser su madre, Emiliano?

CORUJEDO:

¡Mi abuelo!

EMILIANO:

Su abuelo. Era su abuelo.

CORUJEDO:

Pero, entonces…, pero, entonces, ¿es verdad?

¿Qué?

CORUJEDO (Pasándose la mano por la frente, como el que se ve obligado a creer lo increíble.):

¿Entonces ustedes son los que contrataron los seguros con mi abuelo: Ceferino Bremón, de ciento treinta años, y Hortensia Álvarez, de ciento quince?

EMILIANO:

Se vuelve loco, claro.

CORUJEDO:

Y Emiliano Menéndez, de ciento diecinueve.

EMILIANO:

Servidor.

BREMÓN:

Y Ricardo Cifuentes, de ciento diez, y Valentina Díaz, de ciento cinco… (Corujedo hace una leve pausa, mirándoles alternativamente, y de pronto da un salto corriendo a todo correr por el foro.)

RICARDO:

Que se va…

EMILIANO:

Loco perdido, claro.

RICARDO y VALENTINA (Al mismo tiempo.):

¡Corujedo!

HORTENSIA:

Señor Corujedo… (Salen corriendo todos detrás de él.)

BREMÓN:

¡Que no salga a la calle! Que lo va a contar.

EMILIANO:

Descuide usted, doctor, que yo le agarro.

(Mutis de todos por el foro, corriendo a todo correr. Por la derecha aparecen Margarita, víctima visible de un terrible disgusto, y Fernando, también con muestras de hallarse viviendo una fuerte crisis.)

FERNANDO:

Te callarás… No se lo dirás a nadie.

MARGARITA:

Ahora mismo se lo digo a todos para que tomen cartas en el asunto. ¡Infame!… ¡Pero qué digo infame: imbécil y gracias!… Eso es lo que tú eres: ¡un imbécil!

FERNANDO:

Margarita.

MARGARITA:

Cualquier otra infidelidad tela habría pasado, porque te he querido, y cuando se quiere, se perdonan las cosas… ¡Pero hacerme de menos con… mi abuela!… ¡Saber que estás enamorado de mi abuela!… ¡¡De mi abuela!!…

FERNANDO:

¿Por qué ese tono despectivo de «mi abuela, mi abuela»? ¡A ver si es que no está estupenda tu abuela!

MARGARITA:

Fernando…

FERNANDO:

¿Tengo yo la culpa de vivir en una casa donde todos rezumáis tristeza, los hijos y la nieta, y en la que los únicos que son alegres y optimistas son los abuelos? ¿Que me siento atraído por la abuela? Naturalmente… ¡Y mi lástima es no haber conocido a la bisabuela, porque dicen que Valentina es su vivo retrato!…

MARGARITA:

Eso faltaba.

FERNANDO:

Y si me gusta tu abuela, en último término, échate la culpa a ti misma, que no tienes la gracia de ella, y su seducción y frescura.

MARGARITA:

Frescura…, esa es la palabra.

FERNANDO:

No la ofendas. Que ni ella tiene la culpa de lo que pasa por mí, ni está enterada siquiera.

MARGARITA:

Pero va a estarlo muy pronto… Y ahora mismo lo sabrán mamá y el tío.

FERNANDO:

¡Margarita!

MARGARITA:

No me importa el escándalo… No me importa descubrirlo todo… Pero esto no lo aguanto… Yo haré que te tengas que ver las caras con el abuelo. (Se va, furiosa, por la izquierda.)

FERNANDO:

¡Con el abuelo!… ¡Me va a obligar a pegarme con el abuelo!… ¡Con lo joven que está!… ¡¡Margarita!! (Se va, detrás de ella, por la izquierda. Por el foro vuelven a entrar Corujedo, Bremón, Ricardo, Emiliano, Valentina y Hortensia. Vienen ya hablando tranquilamente. Corujedo, en el centro del grupo, oyendo las explicaciones que le dan.)

CORUJEDO:

Pero, señores, si parece un sueño.

BREMÓN:

Un sueño que es una realidad rotunda, señor Corujedo.

VALENTINA:

Cinco realidades.

HORTENSIA:

Eso es… Cinco realidades: una por persona.

EMILIANO:

En fin: ¿ve usted esa panoplia? Pues ahí tiene usted el traje y las armas que usaba yo en la isla. Y eso son unas botas que usé más de sesenta años, porque las unté con las sales, y que luego se me ocurrió también untarlas con el alcaloide de la juventud, y ya ve usted: se me han convertido en sandalias… (Todos ríen.)

CORUJEDO:

¡Es maravilloso…! (A Bremón.) ¡Y usted, doctor, el científico más grande del mundo!

BREMÓN:

Lo fui, lo fui… Pero ahora ya no sé una palabra de nada… Estoy hecho un berzotas…

EMILIANO:

Entonces, señor Corujedo, ¿nos pagarán ustedes los seguros? Porque yo tengo desde niño cierta escama financiera.

CORUJEDO:

Los casos de ustedes no tienen precedente, y lo natural sería ir a un pleito; pero tampoco tienen precedentes los descubrimientos del doctor Bremón, y ¿qué menor premio se merecen que esos cinco millones?…

BREMÓN, RICARDO, VALENTINA y HORTENSIA (Al mismo tiempo.):

¡Corujedo!

CORUJEDO:

Después de todo, al obrar así, la Compañía de Seguros que dirijo no hace más que adelantarse al homenaje mundial de que pronto será usted objeto, doctor.

BREMÓN:

¡No, eso no, por Dios! Le suplico, amigo mío, la reserva más absoluta acerca de…

CORUJEDO:

Pero ¿cree usted que eso puede ocultarse? Se enterarán mis socios. Correrá la noticia…

BREMÓN:

¿Y si nos vamos todos de incógnito a vivir en el extranjero?

CORUJEDO:

Eso podría ser una solución. De todo hablaremos más despacio; yo, por el momento, con el permiso de ustedes… (Inicia el mutis. Dentro se oye gritar a Federico.)

FEDERICO:

¡¡Ahora mismo!! Esto hay que resolverlo ahora mismo.

CORUJEDO:

¿Qué es eso?

RICARDO:

Nada. Mi hijo, que tiene un genio imposible.

(Van haciendo mutis Emiliano, Bremón, Corujedo y Ricardo, hablando, por el foro. En ese instante, por la izquierda, entran Federico, que está fuera de sí; Margarita, Fernando y Elisa, hecha cisco otra vez, le siguen.)

FEDERICO:

¡El colmo!… ¡El colmo!… ¡¡Papá!!

RICARDO:

¿Qué?

MARGARITA:

Tío.

FERNANDO:

Federico…

ELISA:

¡Federico, por la Virgen!…

FEDERICO:

¡¡Mamá!!

VALENTINA:

¿Qué pasa?

FEDERICO:

¿Qué pasa? ¿Quieres saber lo que pasa?

FERNANDO:

Federico, calla.

FEDERICO:

No me callo. Pasa, que mi sobrino, el marido de tu nieta, está enamorado de ti… Eso pasa.

VALENTINA:

¿Eh?

RICARDO:

¿Cómo?

FEDERICO:

A eso han conducido vuestras locuras… A que esta casa sea Sodoma y Gomorra…

ELISA:

De ésta…, de ésta me chiflo. (Cae en el diván.)

MARGARITA:

¡Mamá!

RICARDO:

Pero ¿qué estás diciendo? ¿Qué estupidez es ésa?

FERNANDO:

No es ninguna estupidez…

RICARDO, VALENTINA y HORTENSIA:

¿Eh?

(En este momento, por el foro, entran Emiliano y Bremón, que vuelven de despedir a Corujedo.)

FERNANDO:

Ya me he hartado de fingir… Estoy enamorado de Valentina. Sí, ¿y qué?

EMILIANO:

¡Arrea!

BREMÓN:

¡Fernando!

FERNANDO:

¡Estoy enamorado de ella como un loco! Sí. ¿Y qué?

RICARDO:

Pero ¿cómo que y qué? ¡Pues que te parto el alma ahora mismo! (Avanza hacia él.)

VALENTINA:

¡Ricardo!…

TODOS:

¡Ricardo!… (Le sujetan.)

ELISA:

¡Aaaaay!…

MARGARITA:

¡Mamá!… ¡No te chifles, por Dios!

HORTENSIA:

¡Elisa!…

VALENTINA:

¡Hija mía, lleváosla!… ¡Lleváosla, que no oiga esto!

FEDERICO:

¡Pobre hermana! Ven.

ELISA:

¡Ay!… ¡Estos padres!… ¡Estos padres!… (Se la llevan, por la izquierda, entre Federico, Hortensia y Margarita.)

FERNANDO:

¡Suéltenle!… ¡Suéltenle!… ¡Si no me da miedo!…

RICARDO:

¿Que no te doy miedo?… ¡Maldita sea!

EMILIANO:

¡Ya podrás, Fernando! ¡Atreverte con un hombre que tiene ciento diez años!…

VALENTINA:

¡Quieto, Ricardo!… ¡Y tú, cállate, mocoso!

FERNANDO:

¿Mocoso?

VALENTINA:

¡Mocoso, sí!… (Hortensia vuelve a salir por la izquierda.) La que tiene que arreglar esta cuestión soy yo, y la voy a arreglar con dos palabras. Te he llamado mocoso porque no tienes más que treinta años, y yo ciento cinco, y para mí eres un mocoso. Pero piensa, además, que cada año que pasa tengo uno menos, y apréndete de memoria —y no lo olvides— que cuando tú tengas treinta y cinco años, yo tendré once, y cuando tú tengas cuarenta, yo tendré seis.

FERNANDO:

¿Que cuando yo tenga cuarenta, ella tendrá seis? Hortensia… (La abraza.)

HORTENSIA:

¡Claro, hombre! La abuela es muy joven para ti.

BREMÓN:

¡Eh!… Tú… Pollito. (Le quita de los brazos a Hortensia.)

EMILIANO (A Fernando.):

¡Abráceme usted a mí, que soy soltero!

VALENTINA:

¡Ay! (Vacila, como si se marease.)

RICARDO:

¡Valentina!…

BREMÓN:

¿Qué te pasa?

HORTENSIA:

¡Valentina!… (Va hacia ella.)

VALENTINA:

Nada; no es nada. Lo esperaba. (Le habla aparte a Hortensia.)

RICARDO:

¿Que lo esperabas?

HORTENSIA:

Pero ¿es que?…

VALENTINA:

Sí, Hortensia.

RICARDO:

¿Qué dices? ¿Qué dices? (La abraza, emocionado.)

EMILIANO (A Fernando.):

Mi querido Romeo: Julieta va a tener un heredero… Renuncie usted a ella definitivamente.

FERNANDO:

¡Un hijo!… ¡Un hijo, ella! (Se va destrozadísimo por primera izquierda.)

BREMÓN:

¡Un hijo!… ¡Juventud redonda!…

HORTENSIA:

¡Vuestra felicidad completa!…

VALENTINA (Ocultando el rostro.):

¡Pobrecito!… ¡Pobrecito!…

RICARDO:

¡Valentina!…

HORTENSIA:

¿Pero lloras?

VALENTINA:

¿Qué quieres que haga? ¡Pobrecito hijo mío!… ¿Quién le atenderá? ¿Quién velará por él?

EMILIANO:

¡Hombre, yo, que soy el niñero vitalicio!

VALENTINA:

Pronto me echa el Destino a la cara mis palabras de antes: cuando mi hijo tenga dos años, yo tendré quince; cuando él tenga cuatro, yo tendré trece… Luego seremos niños los dos… ¡Cómo nos querremos!… ¡Qué amor y qué dichas infinitas habrá en nuestros juegos!… Pero él seguirá creciendo, y yo, y yo… ¡Oh, qué horror!… ¡Qué horror! (Se abraza a Ricardo y hay un silencio impresionante.)

BREMÓN:

¡Quién sabe!… ¡Hay que confiar en las fuerzas de la vida!

VALENTINA y RICARDO (Al mismo tiempo.):

¿Eh?

EMILIANO:

¡Mi madre! ¿A que se le ha ocurrido otra cosa aún?

BREMÓN:

No es que quiera alentaros… Pero yo… Lo único que no veo claro en mis experiencias, es el final. Cuando éste convirtió en niño al marido de Hortensia, yo me propuse estudiar el fenómeno en él; pero como tuvimos la mala pata de que muriera de tos ferina a los dos años…, sigo sin saber qué será de nosotros. Nos haremos niños, llegaremos a tener nada más que un mes, y luego, quince días después, sólo unas horas de vida, y al fin, ya únicamente nos quedarán unos minutos… Pero en la Naturaleza no muere nada; ¿y quién sabe si al cumplir el último segundo de vida, no empezaremos a cumplir el primero otra vez? (Todos, al oírle, parecen revivir y vuelven a la alegría.)

RICARDO y VALENTINA (Al mismo tiempo.): ¡Bremón!…

HORTENSIA:

¡Ceferino!…

EMILIANO:

Y volverán ustedes a vivir… Me la estaba oliendo. Yo les esperaré a pie firme, con el hijo de Valentina, que ya irá a la Universidad, y usted, doctor, volverá a estudiar la carrera de Medicina.

BREMÓN:

¿Medicina? ¿Y si descubro alguna otra sal?

EMILIANO:

Eso, no… Entonces, se dedicará usted al fútbol.

HORTENSIA:

Y yo seré su árbitro.

EMILIANO:

Y le pitaremos todos.

(Gran alegría. Por la izquierda, Federico.)

FEDERICO:

¡Mamá!… ¿Un hermanito? ¿Un hermanito?

VALENTINA:

O una hermanita, sí.

EMILIANO:

O un hermanito y una hermanita a un tiempo, que se dan casos.

VALENTINA:

Pero, por Dios, no le digáis nada a Elisa, que si sabe esto es cuando se trastorna del todo.

ELISA (Dentro.):

¡Ja, ja, ja!

BREMÓN:

Ya está. Ya se lo han dicho.

RICARDO:

¡Chalada!

EMILIANO:

Voy a telefonear al manicomio. (Por la izquierda aparece Elisa.)

ELISA (Haciendo esfuerzos por no reír, pero sin conseguirlo.):

Si no estoy loca, si no estoy loca… Si me río de que…, ¡ja, ja!…, de que si a vosotros, que sois mis padres, tengo que llamaros nietos, ¡ja, ja, ja!…, que ¿cómo tendré que llamar al que nazca?

Telón

FIN DE «CUATRO CORAZORES CON FRENO Y MARCHA ATRÁS»