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Revelaciones
—En realidad no fue tan grave —insistió Daniel por enésima vez, restando importancia a sus heridas.
—Por mucho que insistas no me lo voy a creer —dijo Harper.
Él estaba apoyado contra la encimera, con el brazo extendido, mientras Harper le limpiaba las marcas de la mordedura de Lexi. Ya se había ocupado del corte de encima de la ceja, que estaba tapado con un par de tiritas.
Harper ya casi había llegado a Capri cuando Gemma llamó para avisarle de que todo iba bien, pero sin darle muchos detalles. Harper había llegado a casa justo cuando Marcy dejaba a Gemma y a Daniel, así que había visto exactamente en qué estado habían vuelto.
Si bien Gemma parecía estar bien, tenía el vestido cubierto de sangre en la espalda, y la tela estaba rasgada a la altura de los hombros. Daniel no contaba con los poderes curativos de Gemma, así que tenía muy mal aspecto.
Los dos le habían contado a Harper una historia resumida de lo que había pasado con las sirenas, y ella sabía que estaban tratando de quitarle hierro al asunto. Cuando terminaron, Gemma subió a darse una ducha para quitarse la sangre y la mugre, y ponerse ropa limpia.
Daniel no tenía ropa con la que cambiarse, así que se conformó con que Harper le curara las heridas. Cuando le echó alcohol en los orificios de los brazos, él hizo una mueca de dolor.
—Lo siento, pero tengo que limpiarlo —dijo Harper—. No tienes idea de dónde pudo haber estado la boca de Lexi.
—Ya lo sé. Lo que pasa es que el alcohol quema un poco.
—La mayoría de estos orificios van de lado a lado. —Ella le inclinó el brazo para verlo mejor—. En realidad tendrías que ver a un médico.
—No me pasará nada.
Harper lo miró muy seria.
—¡Daniel!
Él trató de mirarla con la misma seriedad, pero sonrió un poco.
—¡Harper!
La chica puso los ojos en blanco y siguió lavándole el brazo con una servilleta de papel empapada en alcohol.
—Estás lleno de barro y tienes la ropa mojada. De verdad que deberías ducharte y ponerte algo seco.
Él la miraba mientras le limpiaba el brazo, haciendo gestos de dolor cuando le tocaba un orificio.
—¿Vas a volver a la universidad esta noche?
—No. Después de esta noche, no sé si volveré.
—Harper. —Retiró el brazo para que lo mirara—. Si algo ha quedado patente esta noche es que podemos arreglárnoslas sin ti.
—¡Mírate, Daniel! —Le señaló la camisa llena de sangre y hecha jirones—. ¡Estás hecho trizas y has estado a punto de morir!
—Pero no lo he hecho —dijo él, con sensatez—. Yo estoy bien, y Gemma está bien. Sobrevivimos.
Harper se burló.
—A duras penas.
—Las cosas estarán un poco más tranquilas durante un tiempo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella con escepticismo.
—Con Lexi muerta, creo que las cosas estarán tranquilas.
—¿Estás seguro de que está muerta? —preguntó Harper.
—¿Lexi? Sí. —Asintió con la cabeza—. Está muerta.
—¿Por qué lo hizo? ¿Por qué mató Penn a Lexi para salvarte? —Harper lo miró fijamente, analizando su reacción.
Daniel bajó la vista.
—No lo sé.
—¿Hay algo que no me estás contando? —preguntó Harper, y tuvo la misma sensación que había tenido antes de que Daniel se apartaba de ella y le ocultaba algo.
Él pareció dudar antes de responderle:
—No.
—Daniel. —Se acercó más a él y le puso una mano en el pecho con suavidad, la tela de la camisa de él húmeda contra su piel—. Si pasa algo, tengo que saberlo. Sea lo que sea, puedes decírmelo. Estamos juntos en esto.
—Ya lo sé. —Él le sonrió, pero había algo en sus ojos, algo oscuro que trataba de enmascarar—. Y te lo diría.
—Bueno —dijo Harper, que no sabía de qué otro modo presionar con el tema. Si insistía en que no pasaba nada malo, tendría que confiar en él. David era importante para ella, y nunca le había dado motivos para dudar de él—. Te quiero de verdad.
Él se acercó y la besó suavemente en la boca, y después le sonrió.
—Ya lo sé.
La puerta principal se abrió de un golpe y Harper oyó las pesadas botas de trabajo de Brian que caían al suelo con un ruido seco cuando se las quitó. La chica le echó un vistazo al microondas y vio que ya eran más de las cuatro, lo que quería decir que su padre había vuelto del trabajo y se quedaría allí el resto del día.
—Huy, mierda. Ha llegado mi padre —dijo al darse cuenta de que no tenía ni idea de cómo explicar la situación.
Ya se había apartado de Daniel cuando Brian apareció en la entrada de la cocina. Tenía el pelo y el mono de trabajo mojados por la tormenta, y no parecía contento de verlos.
—Eh, papá —dijo Harper lo más alegre que pudo.
—Hola, señor Fisher —dijo Daniel. Se había incorporado y trataba de parecer presentable.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Has tenido un accidente? —preguntó Brian mientras observaba a Daniel.
—Eh… Sí. Algo así… —Harper se frotó la nuca—. Daniel me ha llamado y me ha avisado del accidente, así que he pensado en venir y… ayudar.
—¿Un accidente? —Brian se adentró más en la cocina para poder ver mejor a Daniel—. ¿Qué clase de accidente te deja agujeros en los brazos?
—Es una historia bastante larga, señor Fisher —dijo Daniel.
Brian se cruzó de brazos.
—Te están dando puntos en mi cocina. Me parece que tienes tiempo.
—Me parece justo. —Por un segundo, Daniel no supo qué decir y luego se volvió hacia Harper—: Um…, Harper, ¿quieres explicarle a tu padre lo que ha pasado? Eres mucho más elocuente que yo.
Ella le sonrió y empezó:
—Bueno, Daniel estaba…, estaba en la isla y…
—Sabes perfectamente que sé que todo eso es mentira, ¿o no? —preguntó Brian—. Ni siquiera estás tratando de disimular.
—Papá, algunas cosas son… —Suspiró—. No tengo por qué contártelo todo.
—Cuando estás en mi casa, sí —le replicó Brian.
—Ya no tengo dieciséis años, papá. —Harper se cruzó de brazos y trató de parecer desafiante—. Y técnicamente, ya ni siquiera vivo aquí.
—Técnicamente, sí, vives aquí —dijo Brian—. Basta de tonterías, Harper. Hace ya tiempo que aquí está pasando algo. No sólo esto, sino también cosas relacionadas con tu hermana y con Álex. Aquí está pasando algo y, maldita sea, ya va siendo hora de que alguien me diga qué ocurre en realidad.
—Papá… —Harper fue bajando la voz, tratando de pensar en una forma de contárselo a su padre sin sonar totalmente descabellada.
—Soy una sirena —dijo Gemma. Harper y Brian se dieron la vuelta y la vieron parada en la puerta.
Harper estaba boquiabierta.
—¡Gemma!
—Ya sabe que aquí pasa algo, Harper. —Se encogió de hombros—. Tanto mentir se está convirtiendo en una tontería, y yo ya estoy harta de ocultaros las cosas. Así que voy a poner todas las cartas sobre la mesa.
—¿Eres una sirena? —Brian se volvió para verla de frente—. ¿Eres una mujer con cola de pez que canta?
—Es más complicado que eso; pero sí, eso es lo esencial —dijo Gemma.
Brian la miró sin decir nada. Harper lo observó nerviosa, mientras él fruncía el entrecejo y miraba a Gemma entornando los ojos.
—Está diciendo la verdad, papá. —Harper rompió el silencio, esperando dar algo de credibilidad a la revelación de su hermana.
—Cantaría para demostrártelo, pero no quiero hacerte daño —dijo Gemma—. Ya fastidié a Álex y no quiero volver a hacérselo a nadie más.
—Bernie siempre me decía que tuviera cuidado con las sirenas —dijo Brian por fin.
—¿Qué? —preguntaron Harper y Gemma al unísono.
—Dijo que tarde o temprano vendrían las sirenas y que tenía que estar alerta. —Brian meneó la cabeza—. Me lo tomé como una excentricidad de las suyas, y no le hice ni caso, pero supongo que debería haberlo hecho. Ni por asomo habría sospechado de mi propia hija.
—¿De qué estás hablando, papá? —preguntó Harper.
Se oyó un golpe llamando a la puerta principal que interrumpió su conversación, pero Harper no dejó de prestarle atención a su padre.
—Ya abro yo —dijo Gemma.
Harper iba a presionar a su padre para que le diera más información cuando oyó a Gemma en la puerta que decía:
—Thea, ¿qué haces aquí?
Apenas oyó el nombre de Thea, Harper salió de la cocina como una exhalación. Quería apartar a Gemma y decirle a Thea que se largara de allí, pero se quedó unos centímetros más atrás, esperando a ver qué quería Thea, antes de entrometerse.
—Te he traído el coche de tu novio —dijo Thea. Estaba parada en el umbral, y señaló el Cougar de Álex, salpicado de barro, que estaba aparcado a la entrada—. Supuse que era lo menos que podía hacer después del día que has tenido.
—Gracias —dijo Gemma—. ¿Penn está muy enfadada?
—En realidad, no. Creo que estaba buscando una excusa para quitarse de encima a Lexi —dijo Thea.
—Entonces, ¿has venido sólo para traer el coche? —preguntó Gemma, ya que Thea seguía allí parada bajo la lluvia torrencial.
—No. —Thea metió la mano en un bolso grande que tenía colgado del hombro y sacó un tubo enrollado de color beis—. He venido para darte esto.
—Esto es… —Gemma le quitó de las manos aquel objeto desgastado y miró hacia abajo—. Esto es el pergamino. —Ella lo miró boquiabierta, y luego alzó la vista hacia Thea—. ¿Por qué ibas a darme esto a mí?
—Lo estabas buscando, ¿no? —preguntó Thea con tono irónico.
—Sí, pero… —Gemma suspiró—. Si destruyo esto, tú también morirás.
—Sí, es probable —coincidió Thea con voz sombría. Desvió la mirada de Gemma y miró la lluvia torrencial—. He visto cómo Penn mataba a tres de mis hermanas con sus propias manos. Lexi no me importaba tanto, pero Gia y Aggie… —Se fue apagando y tragó saliva.
»Aggie quería destruir el pergamino. —Thea dio la vuelta otra vez para mirar a Gemma a los ojos—. Por eso la mató Penn. Aggie creía que ya habíamos vivido lo suficiente, y que nuestras manos ya estaban bastante teñidas de sangre. —Hizo una pausa—. Y estoy empezando a darme cuenta de que tenía razón.
—Gracias —respondió Gemma en voz baja.
—Sí, bueno, no sé cómo se destruye, y esta maldita cosa no me ha traído nada bueno. —Thea hizo un gesto señalando el pergamino—. Pero quizá tú tengas más suerte. —Después se volvió y se fue caminando bajo la lluvia, y dejó a Gemma y a Harper paradas en la puerta.