35
Decisión
A Gemma no se le iban de la cabeza la maldición del minotauro y Asterión. Cuando este destruyó el pergamino, todos los minotauros se convirtieron en polvo. Fue como si la maldición no hubiera existido.
En cuanto regresaron de dejar a Harper en la universidad, Gemma supo que tenía que encontrar el pergamino a cualquier precio. Ya no se trataba sólo de ella: Álex también necesitaba que lo hiciera.
Estuvo un rato con su padre, a quien la partida de Harper parecía estar resultándole mucho más difícil de lo que había pensado. Salieron a cenar al Pearl’s y Brian no sabía qué decir. Parecía como perdido.
Después de la cena fueron a casa, y Gemma llamó a Thea de inmediato, con el pretexto de ir a nadar a última hora de la noche. En realidad, quería averiguar en qué andaban las sirenas y sopesar cuál sería el mejor momento para entrar en su casa a escondidas.
Thea no estaba por la labor, pero, entre quejas sobre Lexi y charlas sobre el ensayo, le confesó algo a Gemma: al día siguiente iban a salir del pueblo para alimentarse. Thea llevaba bastante tiempo sin comer y estaba empezando a inquietarse.
Gemma trató de no pensar en lo que eso significaba, en que alguien debía morir para alimentar a las sirenas. Sabía que tenían que comer, y a ella le quedaba el consuelo de que se estaban alimentando menos y buscaban comida fuera de Capri.
Pero cuanto antes encontrara el pergamino, antes podría detener a las sirenas y acabar con todas esas muertes. Por fin se había presentado su oportunidad.
Gemma se despertó el jueves con ánimos renovados. Se quedó en casa todo el tiempo que pudo. Thea no le había dicho a qué hora pensaban irse, pero suponía que Lexi y Penn no debían de ser lo que se dice madrugadoras, así que esperó hasta la primera hora de la tarde.
Cuando por fin decidió que ya era lo bastante tarde, se subió a su bici de un salto y fue hasta la biblioteca, en el centro del pueblo. Llevaba puesto un vestido, así que pedaleó rápido pero con cuidado.
Se había ido sin decírselo a Daniel, con lo que vulneró el acuerdo que tenían ambos. Pero aquello parecía una carga para él y, si eso salía bien, ambos dejarían de preocuparse por las sirenas. Mejor sería que se ocupara de aquello sola y que mezclara a la menor cantidad de gente posible.
El cielo se había estado encapotando a lo largo de la mañana, y Gemma sintió algunas gotas de lluvia esporádicas mientras pedaleaba. No le importaba en absoluto. El aire estaba denso y cálido por la humedad, y sería bueno que lloviera, porque así refrescaría.
Gemma ató la bicicleta a la entrada de la biblioteca y, cuando abrió la puerta, sintió como si estuviera entrando en una nevera. La biblioteca estaba relativamente concurrida, gracias a la combinación de calor sofocante y tormenta inminente.
Marcy estaba sentada en el mostrador, con la cabeza echada hacia atrás mientras intentaba mover un lápiz con el labio superior y la nariz. Parecía ajena por completo a sus usuarios, y ni siquiera notó la presencia de Gemma hasta que esta se acercó directamente a ella.
—Eh, Marcy.
Marcy perdió la concentración y se le cayó el lápiz. Se encogió de hombros y se sentó más derecha. Gemma se inclinó sobre el escritorio.
—¿Vienes a presentar la solicitud? —preguntó Marcy—. Porque ahora mismo tenemos un puesto vacante, y lo mismo nos da una hermana Fisher que la otra.
—La verdad es que no sería mala idea —dijo Gemma—. Recuérdame que presente la solicitud cuando tenga más tiempo.
—¿Y ahora no lo tienes? —Marcy arqueó una ceja—. Entonces, ¿que estás haciendo aquí?
Gemma le sonrió.
—He venido a pedirte un favor.
—No voy a comprarte ni alcohol ni cigarrillos —respondió Marcy de inmediato—. Harper me mataría si lo hiciera, y los dos son malos hábitos. Aunque si lo que quieres es hacerte un tatuaje, conozco a un tipo que se los hace a menores de edad.
—¿Cómo que conoces a un tipo? —preguntó Gemma, descolocada por aquel comentario—. ¿Tienes un tatuaje?
Marcy se incorporó y se levantó la camiseta. Se inclinó hacia un lado para que Gemma pudiera ver el tatuaje que llevaba justo encima de la cadera. Era de Úrsula, la bruja de La sirenita. Tenía los tentáculos enroscados en su cadera, sonreía ampliamente con unos labios rojos como la sangre y guiñaba un ojo.
—¿Te has tatuado un personaje de Disney? —preguntó Gemma, anonadada.
—Es una bruja marina y es un personaje súper chungo, ¿vale? —Marcy se bajó la camiseta, y volvió a sentarse—. Oye, ¿existen las brujas marinas?
Gemma meneó la cabeza.
—Estoy casi segura de que no.
—Pues qué mal. —Marcy frunció el entrecejo con desilusión—. ¿No sería genial que pudieras hacer un trato con una bruja marina y arreando? Es decir, ¿renunciarías a tu voz para dejar de ser sirena?
—Sí. Pero no creo que eso sea posible.
—La vida sería mucho más sencilla si funcionara como los dibujos animados —dijo Marcy, y su voz monocorde adoptó un tono melancólico por un instante.
—Ya te digo —coincidió Gemma—. Volviendo al favor que quería pedirte…
Marcy entornó los ojos.
—Tú pide lo que quieras, que yo me reservo el derecho a decirte que no.
—Por supuesto. Tampoco es que sea un gran favor —dijo Gemma—. Sólo necesito que me lleves con el coche a la casa de las sirenas.
—¿Arriba, en el acantilado?
—Sí, mi coche no funciona y querría ir hasta allá arriba antes de que vuelvan —explicó Gemma—. Es un trayecto corto si vas en coche, pero tardaré demasiado tiempo si lo hago con la bici.
—¿Dónde están las sirenas? —preguntó Marcy.
—No sabría decirte —dijo Gemma—. Thea me dijo que iban a salir del pueblo para comer, y que no creía que volvieran a tiempo para el ensayo de esta tarde. Yo quería estar allí arriba lo más pronto que pudiera, y salir lo antes posible.
—Entendido. ¿Cuándo querrías ir?
—Cuanto antes, mejor.
—¿De modo que tendría que dejar el trabajo? —preguntó Marcy.
—Podría esperar hasta…
—Eh, si hay que ir, se va —la interrumpió Marcy y se levantó. Sacó del cajón las llaves del coche. Mientras salía del mostrador gritó en dirección al despacho—: ¡Edie, me voy! ¡Tengo que ayudar a una amiga! ¡Es un asunto de vida o muerte!
—¿Cuándo vuelves? —preguntó Edie, y salió del despacho, a tiempo de ver a Marcy y a Gemma cruzar la puerta—. ¿Marcy?
La temperatura exterior había bajado bastante en el tiempo que Gemma había pasado en la biblioteca. Todavía no llovía, pero se había levantado viento y Gemma estaba todavía más agradecida de que Marcy la llevara con el coche. Habría tardado una eternidad en subir el cerro en bici con el viento en contra.
Con el Gremlin de Marcy se tardaban quince minutos, pues había que atravesar el pueblo y subir por el camino sinuoso entre los pinos. Gemma le indicó a Marcy que aparcara un poco más abajo de la casa, más cerca del mirador donde Gemma había llevado a Álex.
—Gracias, Marcy —dijo Gemma y se desabrochó el cinturón de seguridad—. No sé cuánto tiempo tardaré. Si te cansas de esperar, puedes largarte.
—No voy a largarme —se burló Marcy—. Debería subir contigo a la casa.
—No lo sé. —Gemma meneó la cabeza—. No sé cuándo vuelven las sirenas y, si nos encuentran a las dos aquí, lo más probable es que se enfaden muchísimo.
—Entonces tal vez pueda hacer de vigía o algo así —sugirió Marcy—. Tú no sabes cuándo vuelven, así que yo podría advertirte.
Gemma se mordió el labio, indecisa. Marcy insistió.
—Vamos, Gemma. Harper me va a matar si dejo que te pase algo. Aunque sea, déjame vigilar la puerta. Eso es lo que Fred y Thelma les dejan hacer siempre a Shaggy y Scooby, y si ellos pueden, yo también. Ese es mi lema.
Eso hizo reír a Gemma.
—Está bien. Pero si ves a una sirena, mantente alejada; sobre todo de Penn o Lexi.
—De acuerdo —dijo Marcy—. Mi madre no crio ni tontos ni héroes.
Marcy y Gemma salieron del coche y se escabulleron entre la densa arboleda que separaba el mirador de la casa de las sirenas. El viento soplaba entre los árboles, agitando las agujas de los pinos y aullando entre las ramas.
La casa estaba en el mismo centro de un claro pequeño, justo al borde del acantilado. La entrada para coches estaba vacía, lo que hacía indicar que las sirenas se habían ido todo el día. Sólo para asegurarse, cuando Gemma se acercó a la puerta, golpeó y tocó el timbre. Cuando vio que no le contestaba nadie, decidió que no había peligro.
La puerta estaba cerrada sin llave, pero Gemma no había esperado otra cosa. A Penn ni se le pasaba por la cabeza que nadie se atreviera a robarles y, aunque lo hicieran, no le importaba mucho: nada de lo que había en la casa le pertenecía. No le costaría nada reemplazar cualquier objeto que robaran.
Gemma dejó a Marcy esperando afuera, con las órdenes de tocar el timbre y escabullirse entre los árboles si aparecieran las sirenas. Gemma oiría el timbre y se escaparía por la puerta de atrás. Ese era el plan, al menos.
Después de echar una ojeada rápida a la planta baja, Gemma subió a la buhardilla, que era donde pensaba que habrían escondido el pergamino. Suponiendo que siguiera escondido allí.
El segundo piso era de un solo ambiente y enorme, y lo habían diseñado como dormitorio principal, pero daba la impresión de que Penn, Lexi y Thea lo compartían. Había dos camas de matrimonio que cabían sin problemas en la habitación, y otra individual a un lado. A juzgar por la pequeña pila de ropa interior atractiva de color rosa que se encontraba en la cama más pequeña, Gemma supuso que esa sería la de Lexi.
Había tragaluces en el techo por donde Gemma alcanzaba a ver las nubes oscuras que se arremolinaban en lo alto. Ya eran casi negras. Gemma encendió la luz del ropero. No quería encender la luz principal de la habitación por si volvían las sirenas, ya que se podía ver desde el camino de entrada.
El guardarropa era amplio y rebosaba de ropa. En perchas, cajones, y pilas en el suelo. Estaba equipado con numerosos compartimentos, lo que significaba que Gemma iba a tener mucho que revisar.
Las sirenas tenían una provisión de zapatos interminable. Zapatos de tacón de aguja, de cuña, botas y zapatos planos de todos los colores. Empezó a sacar zapatos y a revolver en los cajones, con la esperanza de encontrar un fondo falso o algún compartimento escondido.
Los truenos reverberaron por encima de su cabeza y el ropero quedó a oscuras. Gemma se quedó paralizada por el miedo a que alguien hubiera apagado las luces, pero después se dio cuenta de que era el viento, que había cortado la luz.
Estaba demasiado oscuro como para rebuscar bien en el ropero, así que entró en el dormitorio. Fue hasta la mesita de noche y empezó a hurgar en el cajón, con la esperanza de encontrar algún indicio del pergamino. A esas alturas se habría conformado con una linterna.
Se oyó un fuerte estallido contra las claraboyas que sobresaltó tanto a Gemma que estuvo a punto de hacerle gritar. Miró hacia arriba, a las ventanas, y vio que por fin había empezado la lluvia, que caía a cántaros. Golpeaba fuerte contra los cristales y el techo, y el ruido hacía eco en toda la habitación.
Estaba a punto de reemprender la búsqueda cuando oyó un estrépito abajo. Se quedó donde estaba, escuchando con atención, pero era difícil oír con claridad por encima de la lluvia. Después oyó un golpe, y estuvo segura de que no era la tormenta.
No había sonado el timbre, pero Gemma reparó demasiado tarde en que se debía al corte de luz; era un timbre eléctrico, no sonaría. Caminando en silencio y despacio, Gemma se aproximó a la barandilla, al borde de la buhardilla.
Y sólo cuando hubo caminado hasta el borde y mirado directamente abajo, vio lo que había causado el ruido.
Lexi miraba a Gemma desde abajo. Tenía el cabello largo y rubio chorreando agua en un pequeño charco a sus pies, y llevaba puesto un biquini. Su forma era completamente humana, salvo un dedo de la mano derecha. Sus ojos acuosos centelleaban a la luz tenue, y su sonrisa era alegre y juguetona, sin rastro de maldad, lo que lo hacía todo mucho más escalofriante.
Con la mano izquierda sujetaba fuerte a Marcy de su cola de caballo, tirándole la cabeza bruscamente para atrás. Las gafas de Marcy estaban destrozadas en el suelo, al lado del charco de agua del cabello de Lexi. Tenía un corte que le atravesaba la ceja, con sangre que le chorreaba por la sien, y los ojos muy abiertos, llenos de miedo.
No se movía ni gritaba, y Gemma vio al instante por qué. La mano de extraña forma humanoide tenía un dedo más largo con una garra afilada como una navaja en la punta, que Lexi apretaba contra la yugular de Marcy. Si esta se movía o gritaba, le rebanaría el cuello de lado a lado.
—Hola, Gemma —dijo Lexi con su dulce voz cantarina—. Sé que estabas jugando al escondite, pero te propongo un juego mejor. ¿Por qué no bajas y te enseño cómo se juega?