33

Roto

Gemma sabía que, en parte, el que su padre estuviera torturándose intentando arreglar el coche era una especie de castigo autoimpuesto. Brian no tenía ninguna culpa que expiar. Era un adulto, y estaba en todo su derecho de poner fin a su matrimonio, sobre todo porque no le faltaban razones para hacerlo.

Su decisión no debería haberla ofendido, pero, de todos modos, lo había hecho. Brian también era consciente de ello, así que lo puso todo de su parte para hacerle la vida un poco más fácil. Tal vez se diera cuenta de que ella ya tenía bastantes problemas aquel verano, y le había prometido arreglarle el coche cada vez que se le rompiera.

En realidad no solía ser una tarea tan complicada pero, con el calor que había hecho en los últimos días, no le hacía ninguna gracia salir al exterior. El sol caía a plomo, y la humedad los asfixiaba.

—Entonces, ¿crees que podrás arreglarlo? —preguntó Gemma. Estaba apoyada contra el portón cerrado del garaje, mientras que su padre tenía la cabeza bajo el capó del coche.

—Sí. —Brian había estado enroscando algo con la mano derecha, pero ahora sólo se inclinaba hacia delante, observando el abismo de chatarra—. Pero tendré que comprar una pieza de repuesto.

—Lo siento. —Se hizo un silencio incómodo entre ellos, así que añadió—: ¿Harper está lista?

—Eh, quién sabe… —murmuró su padre.

—¿No has ido a ver?

—Sí. —Brian resopló—. Ha dicho que bajaba en un minuto, pero no lo ha hecho, así que no sabría decirte.

—Ah. —No sabía lo que pasaba pero, al parecer, Brian no quería hablar del tema—. Gracias por echarle un vistazo a mi coche, papá.

—No hay problema. —Se enderezó y se limpió la grasa de la mano con un trapo—. Eh, ¿qué piensas de ese tal Daniel?

—¿Daniel? Es un buen tipo.

—¿Trata bien a tu hermana? —Brian miró a Gemma, examinándola.

—Sí. —Gemma asintió—. Hasta donde yo sé, la trata muy bien.

—Bien. —Limpió con más fuerza la grasa—. ¿Crees que la cosa va en serio?

Ella se encogió de hombros.

—Tal vez. Sé que a Harper le gusta mucho.

—Oh, diablos. —Suspiró y se metió el trapo en el bolsillo de atrás—. Sabía que esto acabaría pasando.

—¿El qué?

—Que salierais con chicos. —Brian alzó la vista y entornó los ojos al sol para no tener que mirar a su hija—. En parte, siempre tuve la esperanza de que al menos una de vosotras terminara siendo una vieja solterona.

Ella le lanzó una sonrisa burlona.

—Lo siento, papá.

—Y aquí vienen más problemas. —Señaló la casa de al lado.

Gemma vio salir a Álex, que caminaba hacia ellos.

Tenía puesta su ropa habitual en lugar del mono de trabajo, pero su camiseta de Boba Fett parecía quedarle un poco pequeña. Hacía unas semanas le iba bien, pero ahora le quedaba muy ceñida en el pecho y en los bíceps.

Tenía las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros y mantenía la cabeza baja. Su gruesa cabellera le caía en cascada por la frente.

—Hola, Álex —dijo Brian con voz firme, aunque no exactamente grave—. Llevo unos días sin verte en el trabajo.

—Sí, he estado un poco pachucho. —Levantó la vista y miró a Brian, pero sólo por un segundo, y luego se volvió hacia Gemma—. Eh, Gemma, ¿puedo hablar contigo un momento?

Ella se irguió, pero siguió apoyada contra el portón del garaje.

—Claro.

—¿Gemma? —dijo Brian, estudiándolos a los dos—. Puedo quedarme aquí afuera y seguir revisando tu coche.

—No pasa nada, papá. Ya me las apaño. —Trató de tranquilizarlo con una sonrisa.

Brian titubeó antes de asentir.

—Está bien. Voy a ver qué hace Harper. Pero no te olvides de que tenemos que irnos pronto.

—De acuerdo. Gracias, papá —dijo Gemma.

Se quedaron parados en silencio hasta que Brian hubo entrado en la casa. Álex levantó la cabeza entonces y la miró. A ella le hubiera gustado retirarle el cabello castaño de la frente para poder buscar en sus ojos la calidez que alguna vez había habido en ellos.

Pero no lo hizo. No tanto porque tuviera miedo de cómo reaccionaría si ella lo tocaba, sino más bien porque tenía miedo de no encontrar ninguna calidez dentro de él.

—Necesito que me digas la verdad —le dijo Álex.

—Está bien. Lo intentaré.

—No, Gemma —dijo él bruscamente—. No lo intentes. Quiero toda la verdad. Si alguna vez me has querido, necesito que me digas la verdad.

Ella tragó saliva.

—Está bien.

—Yo te quería —dijo Álex, y ella no pudo mirarlo—. Y creo que te quise durante mucho tiempo. Bueno, tal vez hacía mucho tiempo que me gustabas, pero, una vez que empezamos a salir, yo estaba loco por ti.

—No sé por qué me cuentas todo esto. Yo no tengo ninguna verdad que…

—Porque yo te quería con todo mi ser y ahora no te soporto —dijo Álex—. Salvo que ni siquiera eso es cierto. Al parecer, yo debería odiarte. Pero no creo que llegue a conseguirlo.

—Lo siento —susurró Gemma.

—He pensado en ello una y otra vez, pero no se me ocurre ni una sola razón para que mi amor se convirtiera en odio. Ni siquiera recuerdo cómo cortamos, ¿y tú?

—Claro que sí —dijo ella, pero eso era, en cierta forma, una mentira.

Álex no había cortado con ella. Lo que ella recordaba con toda claridad era que había usado su canto de sirena para hechizar a Álex y convencerlo de que dejara de quererla. Pensaba en ello todos los días y, aunque sabía que eso lo mantenía a salvo, deseaba poder revertirlo.

—¿Qué dije? ¿Qué motivos te di? —apremió Álex.

—Tú…, tú dijiste… —Gemma se trabó, tratando de que se le ocurriera alguna razón para que rompieran.

Hasta hacía unos días, Álex nunca había preguntado por qué. Se había pasado un mes sin dirigirle la palabra. Así que ella no había tenido que inventarse ninguna explicación sobre su ruptura.

—Yo no corté contigo, ¿no es cierto? —preguntó Álex—. Nada de esto fue idea mía. Usaste tu canto conmigo.

—No, yo…

—¡Gemma! —aulló Álex, exasperado—. Sé que lo hiciste. Sólo quiero oírte decirlo.

Ella miró hacia abajo, al camino de la entrada, pero sintió que él la fulminaba con la mirada.

—Fue por tu propio bien.

—¿Por mi propio bien? —Rio con tono sombrío—. No tenías derecho a hacer eso. ¡Ningún derecho! A controlar mis sentimientos, a meterte en mi corazón y mi cabeza. ¿Eres consciente de lo que me hiciste? No puedo disfrutar de nada. Estoy afligido todo el tiempo. Me quitaste todo el amor que había dentro de mí.

—Yo no quería que sucediese así. —Levantó la vista hacia él, pestañeando para contener las lágrimas—. Sólo quería que dejaras de quererme para mantenerte a salvo, para que las sirenas dejaran de perseguirte. En ningún momento tuve la intención de herirte.

—¡No me importa lo que quisieras hacer! —gritó, y ella se encogió del susto—. ¿Acaso me preguntaste si yo lo quería? ¿Llegaste siquiera a hablar conmigo antes de hacerlo?

—No, ya sabía lo que ibas a decir.

Él rio con sorna.

—¿Sabías lo que iba a decir y lo hiciste de todos modos?

—¡No podía dejar que te hicieran daño o te mataran por mi culpa!

—Gemma, preferiría morirme antes que sentirme como me siento ahora. ¿Lo entiendes? —Se inclinó hacia ella, la cara a escasos centímetros de la suya, los ojos ardiendo de furia—. La muerte sería mucho mejor que no poder volver a sentir amor.

—No sabía que fuera a ser así —dijo ella—. Yo creía que sólo te olvidarías de mí. Yo no quería hacerte daño, Álex.

—Y ahora, ¿qué se supone que debo hacer? —preguntó Álex—. ¿Cómo se supone que viviré el resto de mi vida?

—No lo sé. —Ella meneó la cabeza—. Quizá pueda cantarte y revertirlo.

—¡No! —Él abrió los ojos como platos—. ¡Eso es lo que me destrozó en un principio! Ni te me acerques con esa canción. No tienes ni la menor idea de cómo controlarla, ni de cómo usarla. La próxima vez podrías matarme.

Ella asintió, aliviada en su fuero interno. Álex tenía razón. Todavía no sabía cómo usar bien la canción. Después de haberle hecho daño a Nathalie sin querer, no quería arriesgarse con Álex. Si le hacía más daño, no se lo podría perdonar jamás.

—Ya lo sé, lo siento —se disculpó otra vez.

—¡A mí no me soluciona nada el que lo sientas, Gemma! —Incapaz de controlar más su enojo, Álex arremetió contra el portón del garaje, y dio un puñetazo justo al lado de la cara de Gemma. Ella se encogió pero no se movió—. ¿Me tienes miedo?

—No. —Ella lo miró directamente a sus ojos castaños, profundos, y detrás de la angustia y la confusión vio un destello de cariño, un indicio del Álex a quien ella amaba con desesperación—. ¿Debería?

—Lo peor de todo es que, a pesar de lo enfadado que estoy, y de todo lo que te odio, de alguna manera sigo enamorado de ti también —admitió en voz baja—. Hay partes de mí que ni tu canción de sirena pueden tocar.

Se inclinó y la besó. Gemma suponía que ese nuevo Álex indignado sería tosco y enérgico, pero no fue así. Si no era tan suave como antaño se debía a que había una sensación de urgencia en su beso. Como si entendiera que apenas disponía de unos pocos segundos preciosos en los que no existiría esa pared, en los que podría amarla de verdad y sostenerla en sus brazos de nuevo.

Ella le envolvió el cuello con sus brazos, pero eso lo sacó de su ensueño. Álex le agarró los brazos y se los empujó contra el portón. La respiración le salía entrecortada, y la miró fijamente con una mezcla de deseo y desprecio.

—No puedo hacer esto —dijo por fin. La soltó y retrocedió.

—Encontraré la forma de ayudarte —dijo Gemma. Se alejó del portón, pero no lo siguió—. Arreglaré todo este lío.

Álex se volvió y corrió hacia su casa. Ella dejó escapar un hondo suspiro y se apoyó contra el portón. No sabía cómo, pero iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para reparar el daño que le había causado.

Harper, Daniel y Brian salieron de la casa unos minutos después, y Gemma, al parecer, se había recuperado lo suficiente, porque nadie hizo ningún comentario sobre su estado emocional. Daniel viajó con Harper en su coche, y Gemma iba sentada en la camioneta con su padre, en medio de un silencio incómodo.

Cuando llegaron a la Universidad de Sundham, Gemma se sintió un tanto extraña. Al parecer, los demás estudiantes ya estaban instalados en sus dormitorios, y Harper tenía una pequeña caravana de gente que le llevaba sus escasas pertenencias y pasaba junto a ellos de camino a su habitación.

Los dormitorios estaban amueblados, así que Harper sólo tenía que llevar sus objetos personales. Había elegido una cama elevada con un escritorio debajo y, si bien ya estaba en su habitación, no la habían montado todavía.

La compañera de Harper ya estaba allí colgando un póster de Florence + The Machine en la pared cuando Gemma entró con Harper. Estaba de espaldas a ellas, y llevaba su cabellera rubia ondulada recogida en una trenza. Mientras Brian y Daniel se peleaban con las tareas de montaje de la cama elevada, ella se acercó para presentarse.

—Tú debes de ser mi compañera de habitación —dijo. Tenía unos ojos castaños muy grandes y sorprendentes por su inocencia, pero había algo en su sonrisa que incomodó a Gemma—. Ya estaba empezando a creer que no vendrías.

—Sí, me lo he tomado con calma. —Harper sonrió avergonzada.

—Bueno, no pasa nada. —La chica esbozó una sonrisa amplia—. Mi abuela siempre decía que las mejores cosas en la vida se hacen esperar.

—Bueno, eso espero —dijo Harper—. Yo soy Harper Fisher, y esta es mi hermana menor, Gemma.

—Hola —dijo Gemma, estrechando la mano que le tendía la compañera de Harper—. Encantada de conocerte.

—Yo soy Olivia Olsen, pero mis amigos me llaman Liv —dijo ella, sonriendo más todavía—. Y espero que seamos amigas.