30

Separación

Harper se iba al día siguiente, y Gemma quería demostrarle que Brian y ella podrían arreglárselas solos. Aunque no hubiera pasado lo de las sirenas, Gemma sabía que Harper tendría miedo de irse, y por eso quería dejarla lo más tranquila posible.

Se había pasado todo el día haciendo las tareas domésticas que solía hacer su hermana. Se suponía que debían compartirlas, pero Harper siempre se le adelantaba.

Brian llegó a casa un poco antes que Harper, y se dispuso a encender la parrilla. Se estaba acercando el final del verano, y quería hacer una barbacoa para celebrar la última cena familiar que tendrían juntos.

Abrió una cerveza y después se puso a asar las hamburguesas y las salchichas. Harper se sentó afuera con él para charlar sobre sus planes para el futuro, y eso le dio a Gemma la oportunidad de terminar algunas tareas que había dejado sin hacer.

Se había pasado todo el día lavando ropa. La última pila era sobre todo ropa de su padre, y subió a la habitación de este para guardarla. Brian no les tenía prohibida la entrada, y dejaba la puerta abierta casi siempre, pero Gemma rara vez tenía motivo alguno para entrar.

Las cortinas estaban corridas, así que el dormitorio estaba bastante oscuro. La cama estaba hecha, y a Gemma no le sorprendió ver la misma colcha que había tenido en los últimos diez años. La había comprado Nathalie antes del accidente y, aunque estaba ya desgastada y raída, Brian nunca se había preocupado de cambiarla.

Gemma apoyó el cesto de la ropa sobre la cama y abrió el armario. La mayor parte de la ropa que había dentro era de él: las pocas camisas buenas que tenía, camisetas viejas y ropa de franela. Pero había un par de cosas de su madre que todavía estaban allí colgadas.

Echó a un lado la ropa de Brian para poder ver mejor la de Nathalie. El vestido de boda estaba colgado en una bolsa de plástico transparente, supuestamente para protegerlo, pero la cola parecía amarillenta. Algunas perlas del canesú se habían salido.

El vestido azul que había usado Nathalie en Un tranvía llamado deseo estaba colgado sin protección, y Gemma estiró el brazo para tocarlo. La tela parecía áspera pero fina. Lo sacó y lo sostuvo frente a ella.

El único espejo de la habitación estaba encima del vestidor, y Gemma se volvió para ver cómo le quedaría. Nathalie era más alta que su hija, así que el vestido le iba un poquito largo; además, Gemma era un poco más delgada. Por lo demás, le sentaba bastante bien.

—¡Gemma! —llamó Brian desde abajo—. ¡La cena está lista!

—¡Ya bajo! —gritó ella.

Se tomó otro minuto para admirarse ante el espejo con el vestido, y se preguntó qué pensaría su madre de todo aquello. ¿Se habría convertido Gemma en sirena si su madre hubiera estado cerca de ella? ¿Se habría vuelto Harper tan neurótica? ¿Habrían salido las cosas mucho mejor?

Gemma no podría saber nunca las respuestas a esas preguntas, así que colgó el vestido otra vez, cerró la puerta del armario y dejó la ropa de su padre sobre la cama.

—Esta noche cenaremos dentro —dijo Brian cuando Gemma entró en la cocina—. Planeaba hacerlo en el jardín, pero hace un calor de locos. Ya ha llegado la canícula.

—Sí, estos días ha hecho mucho calor —dijo Harper mientras ponía los tarros de mostaza y ketchup sobre la mesa.

Se acomodaron y se sirvieron los platos con carne y patatas fritas. Brian se bebió la cerveza a grandes tragos, mientras que Harper y Gemma les daban sorbitos a sus refrescos. Nadie decía nada.

—Entonces, ¿ya estás lista para mañana, Harper? —preguntó Brian, rompiendo el silencio.

—No del todo. Pero casi —dijo ella entre bocados—. Todavía tengo equipaje que hacer, pero todo debería estar listo para mañana.

—Bien. —Asintió con la cabeza—. Pensé en tomarme medio día libre mañana para ayudarte con la mudanza. Podríamos ir todos hasta Sundham y asegurarnos de que todo está en orden.

—Me parece bien —dijo Harper—. Sé que Daniel quería ir. ¿Te parece bien si vuelve con vosotros? Irá hasta allí conmigo.

—Hum, sí. —Brian lo estuvo pensando y después asintió—. Sí. Eso estaría bien. —Miró a Gemma, quien estaba al otro lado de la mesa—. ¿A ti te parece bien? Tendrás que ir sentada con él en la camioneta.

—Por mí, bien —dijo Gemma—. Daniel no muerde.

—Supongo que no —dijo Brian, casi entre dientes.

—Bueno… —dijo Harper cuando todos quedaron en silencio otra vez. Gemma apenas tocaba la comida, y se dedicaba a ir picoteando patatas fritas en lugar de comer en serio—. Es la última cena que hacemos en familia. Hasta dentro de un tiempo, al menos.

—Sí. —Brian le sonrió a Gemma—. Ahora nos quedaremos tú y yo solos, nena. ¿Crees que podrás con ello?

—Sí. —Gemma le devolvió una sonrisa.

—Creo que nos las arreglaremos —les aseguró él con una sonrisa torcida.

La conversación se diluyó de nuevo. Si bien no eran la familia más charlatana del planeta, por lo general hablaban con toda libertad. Sin embargo, la tensión de lo que estaba por venir los agobiaba, y les resultaba difícil mantener una conversación fluida.

—En parte, la razón por la que quería que esta noche cenáramos juntos es que Harper se va mañana —dijo Brian con la mirada fija en el plato medio vacío—. Pero eso no es todo. Sabía que esta sería la última oportunidad que tendré de hablar con vosotras dos durante un tiempo y… eh… necesitaba hacerlo.

—¿Algo va mal? —preguntó Harper—. ¿Tienes cáncer?

—¡Harper! —dijo Gemma, aterrada—. ¿Cómo se te ocurre preguntarle eso? ¿Por qué es eso lo primero que se te viene a la mente?

—Cálmate. —Brian levantó la mano—. No tengo cáncer. No estoy enfermo. Todos estamos bien de salud.

—Disculpa —dijo Harper—. Es que cuando oigo «sentarse» y «hablar», inmediatamente pienso en malas noticias.

—Bueno… Ya está bien. No puede ser todo malo durante todo el tiempo. —Gemma se retrepó en su silla y se volvió hacia Brian—. ¿Qué pasa, papá?

—Voy a divorciarme de vuestra madre —soltó Brian.

Harper y Gemma se quedaron mudas y lo miraron con los ojos como platos.

—¿Por qué? —preguntó Gemma. Una vez habló, las preguntas salieron una tras otra.

—¿Y qué va a pasar con el seguro de salud de mamá? —preguntó Harper, inclinándose hacia delante sobre la mesa.

—El accidente fue hace casi diez años —dijo Gemma—. ¿Por qué has estado casado tanto tiempo con ella y ahora vas y te divorcias?

—¿Dónde va a vivir? —preguntó Harper—. No puedes dejar a mamá en la calle.

—¿Esto es porque Harper se va a la universidad? —preguntó Gemma.

—Si no puedes costear el seguro y la universidad, no hace falta que me des dinero. Ya te dije que no lo hicieras —dijo Harper.

—Entonces, ¿por qué fuiste a verla? ¿Ya sabías que ibas a divorciarte? —preguntó Gemma.

—¿Cuánto tiempo llevas planeando esto? —agregó Harper.

—Pero ¿queréis dejar de hablar las dos? —dijo Brian con voz tranquila pero firme—. Os lo contaré todo si me dejáis hablar. —Esperó a que guardaran silencio antes de seguir—. Gracias. Estoy enamorado de Nathalie. O lo estaba. Lo que siento por ella es muy complicado, pero… ya no somos una auténtica pareja. Ella no es una esposa.

—Es tu esposa —dijo Gemma, haciendo énfasis en el «tu».

Él meneó la cabeza.

—Pero no puedo hablar con ella.

—Sí que puedes —insistió Gemma—. Nosotras hablamos con ella. La vemos todas las semanas.

—Puedo hablar con alguien que tiene el mismo aspecto que mi esposa, y que suena como mi esposa, pero que no lo es —dijo Brian con tristeza—. No puedo hablarle de vosotras, ni de mi trabajo. No puedo preguntarle nada. No puedo compartir mis preocupaciones ni mis inquietudes con ella. No puedo reírme con ella.

—Pero, papá, lleva años así —dijo Harper, en un tono más suave y menos acusatorio que el de Gemma—. Lleva así desde hace un montón de tiempo, y lo sabías. ¿Por qué te quieres divorciar ahora?

—Si seguía casado con ella era en parte por vosotras —admitió Brian—. Sabía que os ibais a llevar un disgusto si me divorciaba, y no quería abandonarla. Está enferma. Todo eso lo sé, y no quería ser el tipo que la abandonaba porque no es capaz de sobrellevarlo.

—Pero es que no puedes sobrellevarlo —dijo Gemma, y Harper la fulminó con la mirada.

—No, Gemma, aquí no hay nada que sobrellevar —dijo Brian—. Hace mucho tiempo que esto dejó de ser un matrimonio. Ella sigue siendo vuestra madre, y siempre será parte de esta familia. Eso no va a cambiar. La única diferencia es que ya no vamos a estar casados.

—¿Por qué ahora? —preguntó Harper.

—Os estáis haciendo mayores. Y veo cómo lucháis por haceros un lugar en el mundo. Durante mucho tiempo todo fue muy incierto, como si no pudiéramos avanzar ni retroceder. Y necesitaba asegurarme de que sentíais que este era un lugar estable y seguro al que regresar, y que de este modo tengáis la confianza necesaria para aventuraros por el mundo.

Gemma resopló.

—¿Y tú crees que divorciándote harás que nos sintamos a salvo?

—Creo que os demostrará que a veces hay que seguir adelante —dijo Brian—. A veces pasan cosas malas, y nadie tiene la culpa, pero uno no puede mortificarse por eso. Tenemos que sacarles el máximo partido a nuestras vidas, y no creo haber sido un buen ejemplo.

—Sabemos que has hecho todo lo que has podido, papá. —Harper le sonrió lánguidamente.

—Pero no ha sido suficiente —dijo él.

—Entonces, ¿qué va a pasar con mamá ahora? —preguntó Gemma.

—Ya he hablado con el abogado que se está ocupando de la propiedad de Bernie, y en realidad vuestra madre tiene derecho a más beneficios si estamos divorciados —dijo Brian—. Cumple los requisitos para recibir una asistencia médica en mejores condiciones.

—Entonces, ¿se va a mudar? —preguntó Gemma.

Brian meneó la cabeza.

—No, no. Esa era una condición innegociable. Nunca habría hecho esto si hubiera implicado alejaros de mamá o exponerla a una situación adversa. Seguiré siendo su tutor legal, y no se mudará. Cuando seáis mayores, si queréis, podréis haceros cargo vosotras y asumir su tutela, pero no quiero que lo hagáis ahora. Yo no tengo problema en ocuparme de sus asuntos.

—Sigo sin entenderlo —preguntó Harper—. ¿Por qué ahora?

—Quiero que seáis felices. Para seros sincero, eso es lo más importante del mundo para mí. Que vosotras dos seáis felices y gocéis de buena salud. —Hizo una pausa—. Pero estáis creciendo. Ahora tenéis vuestras propias vidas. Ya casi no os veo a ninguna de las dos.

—Lo siento mucho, papá —dijo Harper.

—No, no lo sientas. Así es como debe ser. Pero yo tengo cuarenta y un años. Muy pronto estaré solo en esta casa. Y no puedo seguir enamorado de una mujer que no va a volver jamás.

—Si crees que eso es lo mejor —dijo Harper—, entonces cuentas con mi apoyo.

—Gracias, corazón. —Estiró la mano y le tocó la cabeza con suavidad.

—Gemma. —Harper se inclinó y tomó a Gemma de la mano—. Todo irá bien.

—Es que siento que todo el mundo la está abandonando. —Tragó saliva—. Y ella no tiene la culpa. Mamá no ha hecho nada malo. Es incapaz de controlar sus actos.

—Ya lo sé —dijo Brian—. Y nadie la está castigando. Ni tampoco estamos discutiendo si ella tiene la culpa o no. Nadie la está abandonando. Quiero que eso quede perfectamente claro.

—Sé que no debería cambiar nada porque yo ya tengo dieciséis años, y mamá ni siquiera está cerca, pero… —Gemma exhaló.

—Nadie se va a olvidar de ella, ni la va a dejar de lado —dijo Harper—. Sabes que jamás permitiría que eso ocurriera, ¿no?

—Está bien —dijo Gemma de mala gana—. Lo sé. Lo siento. —Se secó los ojos—. De un tiempo a esta parte estoy muy sensible, y esto… No lo sé. Lo siento, papá. Sé que no tomarías esta decisión a la ligera, y que quieres a mamá. Así que si necesitas hacerlo, lo entiendo.

Y de veras que lo entendía. En el fondo, lo entendía perfectamente. Pero justo en ese momento, tenía la sensación de que una marejada le estaba pasando por encima y la aplastaba, destruyendo toda su vida. Y no importaba cuánto se esforzara: Gemma se sentía impotente para detenerla.