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Fotografías

—Y bien, ¿cómo vamos a celebrarlo? —preguntó Marcy, subiéndose de un salto al escritorio donde Harper tenía el ordenador.

—¿Celebrarlo? —preguntó Harper, apartando la vista del monitor para mirar a Marcy.

—Sí. Este es tu último día de trabajo —le recordó Marcy—. Algo tendremos que hacer para celebrarlo.

—Es martes, mi padre está preparando la cena y Gemma se saltará el ensayo para que podamos cenar en familia —dijo Harper—. ¿Eso cuenta como celebración?

—A duras penas —se burló Marcy—. Tenemos que darlo todo. Gastar los zapatos de tanto bailar rock. Pintar el pueblo de rojo. Cosas por el estilo.

—La verdad es que no me apetece pintar el pueblo de ningún color. —Harper empujó el teclado lejos de ella y se reclinó en la silla—. Todavía tengo que hacer las maletas.

—¿Cuándo te vas oficialmente? —preguntó Marcy.

—Las clases empiezan el jueves, así que tendré que irme mañana para familiarizarme un poco con el campus antes de meterme de lleno con todo.

—Creía que ya te habías familiarizado —dijo Marcy—. O eso fue lo que pregonaste a los cuatro vientos cuando hicimos el viaje a Sundham.

—No lo suficiente. —Harper meneó la cabeza—. Por lo que tengo entendido, la mayoría de los estudiantes llegaron durante el fin de semana, o ayer. Les daban un curso de orientación.

Marcy se reclinó más aún en el escritorio y se cruzó de piernas.

—¿Ya has decidido cuáles serán tus asignaturas?

—Sí. Me matriculé en línea. Todo lo que tiene que ver con la universidad está listo. Es aquí donde todo parece estar hecho un desastre.

—¿Cómo van las cosas con Gemma? —preguntó Marcy con cautela.

Harper hizo rodar la silla hacia atrás y hacia delante, y lanzó un gemido.

—No lo sé. —Meneó la cabeza—. Se peleó con Álex el sábado por la noche, y no sé por qué. No quiere hablar del tema, y lo poco que sé me lo contó papá.

—Al menos eso suena a algo normal y de adolescentes —dijo Marcy—. Eso tiene que ser algo bueno.

—Supongo. —Dejó de hacer rodar la silla para mirar a Marcy—. Tuve una conversación de lo más extraña con Thea el otro día. Básicamente, me dijo que está vigilando a Gemma y que quiere que siga siendo una sirena.

—¿Sí? —Marcy se encogió de hombros—. ¿No sabías eso ya?

—Más o menos. Pero dijo unas cuantas cosas que me hicieron pensar. —Harper se mordió el interior de la mejilla—. ¿Crees que sería mejor que Gemma siguiera siendo una sirena?

—¿Mejor que qué? —preguntó Marcy.

—Si las únicas dos opciones son morirse o ser una sirena, quizá debería elegir ser una sirena. —Alzó la vista y la miró—. ¿Cierto?

—Cierto —coincidió Marcy.

—Pero todavía no ha encontrado el pergamino. —Harper se inclinó hacia delante sobre el escritorio de modo que le quedaran los codos encima. Apoyó la cabeza en las manos y le echó una mirada a Marcy—. Entonces yo no debería irme, ¿no?

—¿De qué estás hablando? —preguntó Marcy.

—Con todo lo que le está pasando a Gemma, tendría que estar aquí para apoyarla.

—Ella está aquí ahora y, de todos modos, vas cada día a trabajar —dijo Marcy—. No puedes tenerla bajo tu ala todo el tiempo. Aunque vayas a la universidad, puedes volver a tu casa todas las noches, si quieres. No está tan lejos. La verdad es que estás haciendo una montaña de un grano de arena.

—Es que… quiero estar segura de que hago lo mejor para todos. —Harper frunció el entrecejo—. Y me siento la peor hermana del mundo.

—O la más obsesiva.

—Probablemente ambas cosas. Obsesiva y terrible.

—No hace falta que seas tan lúgubre —dijo Marcy—. Daniel y yo, e incluso Thea, estamos protegiendo a Gemma. ¿Cuántas personas necesitas para que cuiden de tu hermana?

—Ya lo sé. —Harper suspiró—. Es que me gustaría que estuviéramos más cerca de poder resolver todo esto.

—Bueno, estuve hablando con Lydia.

Harper dejó caer el brazo y se sentó más derecha.

—¿Sabe algo más?

—En realidad, no. Le pedí que estuviera atenta para ver si daba con Deméter o Aqueloo, o con cualquiera que pareciese griego. Dijo que lo haría, pero no sabe dónde encontrarlos. Su especialidad son los cambiaformas, y por eso le intrigan tanto las sirenas. Ella no tenía idea de que pudieran ser como los transformers.

—¿Como los transformers? —preguntó Harper.

—Sí, claro. —Marcy retorció el cuerpo como si estuviera tratando de cambiar de forma, o le estuviera dando un pequeño espasmo, y después se detuvo—. Un cambiaformas como las sirenas se puede transformar de chica guapa a mujer con cola de pez, y también a ave monstruosa. Se llaman cambiaformas, pero deberían haberse llamado transformers si los robots no se hubieran apropiado del término. El estúpido de Optimus Prime siempre fastidiándolo todo.

—¿O sea que, básicamente, ahora estamos en un callejón sin salida? —preguntó Harper, echándose otra vez hacia delante.

—No del todo. Lydia dijo que había oído cosas sobre las musas, pero cree que ya están todas muertas.

—¿Y tú crees que el hecho de que las musas estén literalmente muertas no es un callejón sin salida? —dijo Harper, levantando una ceja con escepticismo.

—Lydia conoce a gente que las conoció. Así que por lo menos tenemos algo al estilo de los seis grados de separación con respecto a Kevin Bacon —insistió Marcy.

—Eso serviría si estuviéramos jugando a algún juego de preguntas y respuestas en lugar de tratar de encontrar una manera de romper una maldición.

—Bueno, en este momento somos como Hansel y Gretel. —Marcy volvió la cara hacia ella y se puso más nerviosa al contar su versión del cuento—. Pero en lugar de estar abandonados en el bosque y engordando con casitas de pan de jengibre, estamos siguiendo el rastro de pistas fragmentadas. Y estas pistas nos van a llevar a una musa o a Deméter o a alguien que de verdad pueda arreglar este desastre, y eso es mucho mejor que volver a casa con los padres inútiles de Hansel y Gretel.

—La verdad que las analogías se te dan fatal —dijo Harper.

—Eh, eh —discrepó Marcy—. A lo mejor es ti a quien se le da fatal entender mis argumentos.

—No, si los entiendo. Y tienes razón. Seguro que lo conseguimos. —Suspiró—. Pero da la impresión de que se nos está acabando el tiempo.

—Eso es porque el verano toca a su fin, y tú te vas a la universidad —dijo Marcy, tratando de alegrar a Harper—. Pero seguro que estarás todo el tiempo yendo y viniendo a casa. Será casi como si no te hubieras ido nunca. La única diferencia es que tendré que empezar a trabajar en serio. Y eso es bastante lamentable.

—Sí, os quedaréis solas Edie y tú hasta que me encontréis una sustituta. ¿Crees que lo soportarás? —Harper levantó la vista y le sonrió.

—Bueno, me viene bien que se vaya durante un buen rato a la hora del almuerzo. ¿Crees que estará echando uno rapidito con Gary?

—¡Eeeh! —Harper arrugó la nariz—. Se fue hace más de una hora. Yo no lo llamaría uno rapidito, exactamente.

—Ay, Harper, qué asco. Qué manera de pasarse de la raya.

—A cualquier hora.

—Eh, mira. —Marcy señaló la puerta—. Es tu apuesto corcel. —Harper levantó la vista y vio a Daniel caminando hacia la biblioteca con una vieja caja de color café bajo el brazo.

Estaba un poco sorprendida de verlo. El día anterior lo había llamado unas cuantas veces, pero lo único que había sabido de él fue por un mensaje de texto en el que le confirmaba que estaba bien, aunque ocupado.

—¿Corcel? —preguntó Harper mientras le echaba una mirada a Marcy—. ¿Tú eres consciente de que un «corcel» es un caballo?

—¿En serio? —preguntó Marcy, pero no pareció convencida—. Creí que significaba algo así como «caballero de brillante armadura».

Tintineó la campanilla que había encima de la puerta, y Daniel se acercó al mostrador dando grandes zancadas.

—No, a esto me refiero cuando hablo de caballeros de brillante armadura —le informó Harper a Marcy.

—Debéis de estar hablando de mí —dijo Daniel—. Seguid, seguid. Haced como si yo no estuviera.

—No sé si te has dado cuenta, pero estamos trabajando, Daniel. —Marcy hizo todo lo que pudo para sonar como una bruja, lo que era difícil siendo tan monocorde—. Es el último día de Harper, y necesito que se concentre y haga todo el trabajo que debería hacer en los próximos nueve meses. Así que estamos muy agobiadas.

—¡Marcy! —la reprendió Harper, pero se estaba riendo.

—Perdona, Marcy —dijo Daniel—. Sólo os quitaré un par de minutos. Lo prometo.

—Bien. —Marcy suspiró con dramatismo y salió del mostrador—. Me voy al despacho, a comerme el yogur de la merienda de Edie.

—¿Por qué vas a hacer eso? —preguntó Harper.

—Porque cuando se lo come se pone muy explícita con la cuchara, y es muy burdo. ¿Crees que me gusta el yogur de melocotón? No. No me gusta. —Marcy meneó la cabeza enfáticamente mientras se dirigía al despacho de Edie—. Si me lo como es por todos los visitantes de esta decente biblioteca. Deberían agradecérmelo. Soy una heroína.

Harper centró la atención en Daniel.

—Pues vale. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Sé que esta noche tienes cena con tu familia, y no quiero interrumpir. —Sostenía la caja tras el mostrador, de modo que Harper no pudiera verla. La levantó y la apoyó delante de ella—. Pero quería traerte esto antes de que te fueras.

—No hacía falta que me compraras nada —dijo Harper.

Daniel se rio y pareció avergonzado.

—Me estás haciendo sentir mal porque no te he comprado nada. Mira lo que he encontrado.

—¿Qué es? —preguntó Harper, pero ya estaba levantando la tapa para mirar en el interior.

—Mientras hacía limpieza en la cabaña me encontré con un pequeño altillo secreto encima del armario —explicó Daniel—. Allí arriba vivían unos cuantos ratones, y también esta caja, que tiene algunos recuerdos dentro.

Lo primero que se veía era un montón de fotos viejas. Algunas tenían mordeduras en las esquinas, probablemente de los ratones que había mencionado Daniel, pero la mayoría parecían bastante bien conservadas.

—Pensé que habíamos sacado todas las cosas de Bernie de la cabaña. Me preguntaba por qué no tenía ninguna foto de su esposa en sus viejos álbumes de fotos —dijo Harper mientras revolvía entre las fotos.

—Tiene unas cuantas —dijo Daniel.

Pero ella no necesitó que él se lo dijera. Apenas había metido la mano dentro y ya había encontrado docenas de fotos de Bernie y su esposa. Ambos parecían muy jóvenes. Harper no le echó a Bernie más de veintidós años.

La foto de la boda, en concreto, era preciosa. Ella llevaba un vestido bellísimo y estaba absolutamente impactante. Tenía el cabello largo y rubio, con algunas ondas sencillas, y una sonrisa radiante. Bernie estaba parado al lado de ella, un joven a quien nunca se había visto tan feliz ni tan elegante, pero ella acaparaba toda la foto. Era casi como si la cámara no pudiera enfocar ninguna otra cosa que no fuera ella.

—Ella era despampanante. —Harper contemplaba una foto de Bernie y de su esposa, que llevaba un biquini del estilo de los años cincuenta. Se la tendió a Daniel para que la viera—. Mírala. Y mira lo guapo que era Bernie. Parecen muy felices.

Como la tenía en la mano mientras se la mostraba, vio los nombres garabateados en la parte de atrás: «Bernard y Thalia McAllister, luna de miel, junio de 1961».

—Thalia —dijo Harper—. Qué nombre tan hermoso… Siempre se me olvida, pero es muy bonito. —Algo le vino a la mente, algo que ella todavía no podía ubicar del todo—. ¿No te suena de algo ese nombre?

—No, no creo que conozca a ninguna Thalia. —Daniel meneó la cabeza.

—¿Y dices que has encontrado todo esto en el altillo? —preguntó Harper.

—Sí. Esta caja es lo único que encontré allí arriba, además de caca de ratón.

—Qué raro —dijo ella—. Me pregunto por qué la escondería.

Harper dejó la foto a un lado y empezó a hurgar hasta el fondo de la caja, donde en lugar de fotos empezaron a aparecer papeles. Viejas cartas de amor, recortes de noticias en las que se anunciaba su boda, e incluso un artículo que hablaba de Bernie cuando se compró la isla con el dinero que había heredado.

—¿Qué le pasó a ella? —preguntó Daniel. Se inclinó hacia delante, tratando de leer los periódicos al revés.

—No te lo sabría decir. Tuvo un accidente —dijo Harper, y después encontró el recorte con el obituario—. Ah, aquí. Dice que se cayó de una escalera cuando estaba podando su rosal, y se desnucó. Apenas tenía veinticuatro años. Sólo llevaban casados dos años —dijo con tristeza—. ¡Qué cosa tan terrible! ¿Te lo imaginas? Pensar que tienes toda una vida juntos por delante, y luego… eso. Es trágico.

—Bueno, parece que Bernie lo llevó bastante bien —dijo Daniel, tratando de aliviar un poco la tristeza de Harper—. La vida lo trató bien, hasta el final.

—Sí, así es. —Ella asintió—. Le encantaba la cabaña. ¿Sabes que construyó todo eso sólo para ella? Decía que su amor lo inspiraba.

—Pffff —se burló Daniel, lo que hizo que Harper alzara la vista hacia él—. Esa cabaña no es tan maravillosa. Yo te construiría un castillo. Con un foso.

—¿Con un foso? —sonrió ella—. Debo de ser muy especial.

—Claro que sí —accedió él.

Él le sonrió, pero había algo que no iba bien. La sonrisa no le llegaba a los ojos, y las motitas azules que solían brillarle en sus ojos color avellana estaban opacas. Era como si le estuviera ocultando algo.

Harper iba a preguntarle qué le pasaba, pero sonó el teléfono.

—¡No te preocupes, yo contesto! —gritó Marcy desde el despacho—. Vosotros dos limitaos a seguir coqueteando. Ya trabajo yo.

—Creo que está un poco asustada porque me voy —dijo Harper.

—Yo tampoco puedo decir que esté muy entusiasmado —admitió Daniel.

Y eso era lo que le estaba ocultando, supuso ella. Estaba empezando a sentirse un tanto triste porque ella se iba, pero no quería que lo supiera. Porque a fin de cuentas, ¿qué otra cosa podía estar ocultándole Daniel?

—Siempre puedo… —empezó Harper, pero él la cortó de inmediato.

—No. Ya sé lo que vas a decir, y no. Te voy a echar de menos, pero sobreviviré. Y tú también.

—Ha llamado Edie —dijo Marcy mientras salía del despacho con el envase de yogur vacío en la mano—. Dice que tiene no sé qué problemas con el coche. Pero que llegará en diez minutos. Pide disculpas por el terrible inconveniente.

—Todo esto va a ir a mi bolso. —Harper lo colocó todo en la caja y le puso la tapa—. No quiero olvidármelas y que ello le sirva a Edie de excusa para ponerse a hablar del matrimonio.

—¡Ah! ¿Ves como es un tostón? —dijo Marcy en tono victorioso.

Harper caminó hasta el despacho.

—Nunca he estado en desacuerdo contigo.

Marcy se levantó las gafas y después se volvió para mirar a Daniel a la cara.

—¿En qué andas, mejillas calientes? —preguntó ella, totalmente impávida.

—¿Qué? —preguntó Daniel mientras se reía.

—Le dije a Harper que te vigilaría mientras ella no estuviera. Supuse que cuando ella no esté, echarás de menos el coqueteo, así que te estoy probando.

»¿Te sirve eso, bomboncito?

Él sonrió con aire de suficiencia.

—Suena genial, cuatro ojos.

—¿Cuatro ojos? —Marcy se quedó de piedra—. ¿En serio? ¿No se te ha ocurrido nada mejor?

—No lo sé. Me ha dado un ataque de pánico. —Daniel meneó la cabeza—. ¿Cuatro ojos bonitos?

—Tendrás que practicar más si vas a empezar a coquetear conmigo —le advirtió Marcy.

—Bueno. ¿Qué me he perdido? —preguntó Harper cuando entró, al final de la conversación.

—Nada más que el comienzo de un romance épico. —Marcy le hizo el gesto de un rugido a Daniel, que lograba parecer sobresaltado y divertido a la vez.

—Bueno —le dijo Harper a Daniel en lugar de dirigirse a Marcy—. Mi jefa no va a tardar en llegar, así que tal vez deberías irte.

—De acuerdo. Me parece bien.

—Gracias por haber traído la caja —dijo Harper—. ¿Nos vemos mañana?

—Sí. Me pasaré a ayudarte a hacer el equipaje.

Ella se puso de puntillas para darle un beso de despedida, y él pareció titubear un segundo antes de inclinarse para besarla. Cuando lo hizo, sus labios apenas tocaron los de ella.

Una cosa era darse un pico rápido en los labios, pero ¿eso? Harper ni siquiera estaba segura de que hubiera durado lo suficiente como para considerarlo un pico.

Daniel se despidió de Marcy y salió de la biblioteca, actuando como si no pasara nada raro. Y quizá fuera así. Marcy estaba allí mismo, mirándolos, así que tal vez él no quería hacer demostraciones de afecto en público. O quizá estuviera disgustado porque ella se iba al día siguiente, y por eso se estaba distanciando.

Harper no podía decirlo a ciencia cierta, pero para cuando Daniel hubo desaparecido a lo lejos, ya estaba convencida de que le ocultaba algo.