28
Mi tristeza
La luz sobre el escenario era lo bastante tenue como para que Gemma pudiera ver claramente los asientos vacíos de la sala, pero en realidad miraba al vacío y jugaba distraída con la cadenita de plata que tenía alrededor del cuello. El teatro permanecía fresco, a pesar del calor que reinaba en el exterior, pero una humedad extraña se había colado dentro, de modo que todo parecía mojado y mohoso.
Se había quedado despierta hasta las tantas de la noche, llorando mientras su padre trataba de consolarla. Esa mañana se había levantado sin ninguno de los indicios reveladores de que se había pasado toda la noche llorando desconsolada. Ya no tenía los ojos rojos, ni las mejillas hinchadas, y la nariz ya no le goteaba. Su radiante apariencia de sirena estaba en su máximo esplendor, pero en su fuero interno estaba destrozada.
Algo se había roto en su interior. Gemma había destrozado al chico a quien amaba en un intento estéril de protegerlo. Hiciera lo que hiciese, sólo servía para empeorar las cosas. Ninguno de sus intentos de salvarse y de salvar a sus seres queridos servía para otra cosa que para exponerlos aún más al peligro.
—«¡Pobrecita criatura! —dijo Thea, y Gemma casi ni se dio cuenta de que Thea estaba hablando más fuerte que hacía unos segundos—. Metedle un dedo en el ojo y sabrá al menos por qué llora. —Se aclaró la garganta y repitió—: Y sabrá al menos por qué llora». ¿Blanca?
—¿Blanca? —preguntó Tom, con su acento británico lleno de irritación. Estaba sentado en la primera fila para dirigir a los actores con mayor objetividad, pero se puso de pie cuando Gemma no respondió—. Esto… ¿Blanca?
—Gemma —dijo Kirby en voz baja, Gemma lo oyó y eso la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué? —Ella parpadeó y miró el escenario aturdida, tratando de entender lo que estaba pasando.
Thea, Kirby y otros actores estaban en el escenario con Gemma, intentando representar la escena. Todos la estaban mirando, esperando que dijera o hiciera algo, pero, por más que quisiera, Gemma no podía acordarse de lo que tenía que hacer.
Justo al lado del escenario, de pie junto al telón, estaba Aiden. Tenía el labio hinchado, un ojo negro, y arañazos y cardenales en la mejilla. Todos habían montado mucho alboroto al ver sus lesiones, pero él insistió en que se recuperaría a tiempo para el estreno, en apenas dos semanas.
No le había dicho nada a Gemma, pero ella lo había pescado mirándola con furia en varias ocasiones. Cabía la posibilidad de que Aiden lo hubiera hecho más veces sin que ella se diera cuenta, puesto que aquel día no le estaba prestando atención a nada.
—Me alegra que hayas decidido unirte a nosotros en el escenario —dijo Tom con una sonrisa irritada—. Ahora tal vez quieras decir una o dos líneas mientras estás aquí.
—He perdido pie. Lo siento. —Trató de mostrarse apenada, pero a él no parecía importarle si ella lo sentía o no.
—Acabo de decir: «Y sabrá al menos por qué llora» —la ayudó Thea.
—De acuerdo. Hum. —Gemma se llevó la mano a la frente y apretó fuerte los ojos, intentando acordarse—. «¡Basta, señores! Los dos me ofendéis…».
—Te has equivocado de acto, mi querida Blanca —dijo Tom, incapaz de contener su menosprecio—. ¡Claro! Como ya te sabes cuatro líneas de esta escena, ¿para qué molestarte en aprendértelas todas?
—Perdón. Es que… —Meneó la cabeza—. Hoy no es mi día.
Aiden resopló fuera del escenario. Gemma echó un vistazo y lo vio sonriendo con desdén cuando ella trastabillaba. Eso, por supuesto, no la ayudó en absoluto. Durante un terrible instante creyó que se pondría a llorar.
Pero después se inspiró en la imagen de su madre colgada a la salida de los camerinos. En teoría, Nathalie había dejado de actuar después de tener a sus hijas, pero había representado algunas obras más cuando Gemma era una niña.
Una noche, cuando Nathalie estaba memorizando su papel, Gemma le había preguntado qué era lo que más le gustaba de actuar en el teatro. Recordaba su respuesta a la perfección:
—Todo es en vivo. En el escenario todo es a vida o muerte, y no importa lo que pase, porque el espectáculo debe continuar. Tienes que hacer de tripas corazón y representar tu papel, aunque metas la pata. Y todo eso resulta estimulante —le había explicado Nathalie con una sonrisa.
—¿Alguien puede ayudarla? —preguntó Tom—. ¿O vamos a quedarnos aquí parados todo el día mientras la vemos agitar los brazos pidiendo auxilio?
—Eh, aquí lo tengo —dijo Kirby. Tenía su texto enrollado en la mano y pasó las páginas, buscando rápido la frase de Blanca—. Empieza con: «Sí, sí, que mi tristeza…».
—«Sí, sí, que mi tristeza os sirva de alegría —empezó a recitar Gemma antes de que Kirby hubiera terminado. Todo le volvió a la mente y, mientras hablaba fuerte y claro, mantuvo la mirada fija en Aiden—. Señor, obedezco humildemente vuestra voluntad. Mis libros y mis instrumentos de música serán mi compañía. Unos me servirán de estudio; la otra, de entretenimiento».
La noche anterior había sido horrible y su vida era espantosamente complicada en estos momentos, pero lo único que significaba eso era que tenía que esforzarse más para lograr que todo volviera a estar en orden. No estaba dispuesta a darse por vencida. No todavía. La habían derribado, pero no había dejado de luchar.
—¡Excelente! —gritó Tom y caminó otra vez hasta su asiento—. Ahora continuaremos con la escena y, si tenemos suerte, tal vez podamos terminar el primer acto para la noche del estreno.
—«¿Oyes, Tranio? ¿No te parece estar escuchando a Minerva?» —dijo Kirby, continuando con la obra.
Gemma dejó de mirar a Aiden y se concentró en la acción que la rodeaba. Intentaba estar presente en la escena. Unos instantes más tarde, el actor que hacía de su padre le indicó que saliera del escenario.
Cuando pasó por el lado de Aiden, Gemma lo empujó con el hombro. Lo que le había hecho la noche anterior había sido imperdonable. Quizá ella fuera más atractiva como sirena, pero eso no les daba rienda suelta a tipos como él para hacer con ella lo que quisieran.
Thea le había dicho que las sirenas atraían a violadores y pedófilos pero, hasta ese momento, ella no lo había sufrido en sus carnes. Tanto Kirby como Álex siempre habían tenido un trato correcto con Gemma, así que no podía decirse que ella convirtiese a los hombres en degenerados incapaces de controlarse.
Poco después de su salida de escena, Thea se reunió con Gemma entre bambalinas. Gemma había sacado su texto con la intención de repasarlo otra vez antes de salir a la siguiente escena.
—¿Va todo bien? —preguntó Thea en voz baja para no molestar a los actores que había en el escenario—. Hace un momento parecías bastante dispersa.
—Sí, todo bien —la tranquilizó Gemma con una sonrisa—. Es sólo que no me acordaba de mis líneas.
—¿Te ha dicho Harper que hablé con ella el otro día? —preguntó Thea.
—¿Qué? —Gemma levantó la cabeza de golpe—. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Dónde?
—Tranquila, no la he matado, ni nada parecido. —Thea sonrió con aires de superioridad—. Tan sólo tuvimos una hermosa charla con el corazón en la mano, en la que le dije que lo mejor para ti tal vez fuera seguir siendo una sirena.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión? —preguntó Gemma.
—Hasta ahora es la única manera que conozco de que sigas con vida —dijo Thea.
—Quizá. —Ella le lanzó una sonrisa forzada—. Estoy manteniendo un perfil bajo y tratando de llevarme bien con Penn y Lexi, tal como me dijiste.
Aquello pareció sorprender a Thea, pero sonrió.
—Bien. Me alegra que te tomes en serio mis sugerencias. —Hizo una pausa antes de añadir—: Pero tienes que dejar de buscar el pergamino.
Gemma bajó la vista.
—Sabes que no lo voy a hacer.
—Bueno, de todos modos no vas a encontrarlo —le dijo Thea—. Ahora Penn lo tiene bajo llave.
—Entonces ¿lo ha cambiado de sitio? —preguntó Gemma.
Thea asintió.
—Lo tenía en una caja enterrada en el fondo del río. Lo habitual es que lo escondamos en el océano, pero Penn pensó que un río llamado como nuestro padre era ideal.
—¿No era demasiado arriesgado? —Gemma levantó la vista hacia ella—. Lo hubiera podido encontrar alguien.
—Hasta ahora nadie había ido a buscarlo —dijo Thea—. Hasta que lo hiciste tú, me refiero.
No tardaron en llamar a Thea al escenario, para alegría de Gemma. No sabía hasta qué punto iba a poder mentirle a Thea y sonar convincente, pero no tenía ni la menor intención de ser agradable ni de tratar de jugar a las sirenas.
Sin embargo, no podía contarle exactamente a Thea lo que estaba tramando. Thea ya le había dicho que no iba a dejar que encontrara el pergamino, de modo que Gemma se había quedado sola. No podía dejar que Thea estuviera al tanto de sus planes.
El ensayo salió bastante bien, y Gemma se acordó de todas sus líneas correctamente. Su papel era más reducido que los de Thea, Aiden o incluso Kirby, y se sorprendió mirándolos entre bastidores.
A última hora oyó golpes en la puerta de atrás. Daniel había estado entrando y saliendo durante la mayor parte del ensayo. Se suponía que estaba haciendo los decorados fuera, para no interrumpirlos. Pero cada vez que entraba y salía, había tenido cuidado de cerrar la puerta despacio.
Justo al final del escenario había unos escalones que bajaban a un pasillo angosto. Un extremo daba directo a la puerta trasera, y el otro bajaba al sótano y los camerinos.
Gemma dejó su puesto junto al telón para espiar por los escalones, por si Daniel necesitaba ayuda, ya que no era típico de él hacer ruido ni interrumpir.
Esperaba encontrarlo luchando con algún decorado demasiado grande, o algo así, pero sólo estaba hablando con Penn. Él se apartaba de ella, y extendía una mano hacia la puerta.
Los dedos de ella estaban anudados en las mangas de su camisa, y las uñas se habían transformado en garras negras que atravesaban la tela. Tenía los ojos negros clavados en los de él, y se negaba a soltarlo.
Discutían en voz baja, pero Gemma no alcanzaba a entenderlos. Daniel apretaba la mandíbula y miraba a Penn con furia.
Daniel se inclinó mucho y le susurró algo. Gemma deseaba haber podido oírlo porque lo que fuera que le dijese pareció aumentar el enfado de ambos.
—No juegues conmigo, Daniel —siseó Penn, por fin lo suficientemente alto como para que Gemma lo oyera.
—Creo que me conoces lo suficiente como para saber que yo no juego —dijo Daniel. Después alzó la vista y divisó a Gemma, que los escuchaba a escondidas—. Gemma.
Penn se volvió para mirarla y su expresión cambió al instante, pasando de la frustración a una sonrisa seductora. Le soltó la manga a Daniel y él se apartó de ella.
—Perdonad. Noté un ruido y quería comprobar que todo estuviera en orden —se apresuró a decir Gemma.
—Todo está en orden —dijo Daniel—. Penn sólo quería saber si había terminado el ensayo, pero como todavía no se ha acabado, va a salir para esperar a Thea en el coche. —Le echó una mirada grave a Penn, y luego trató de sonreírle a Gemma—. Ya sabes que a Penn no le gusta nada importunar.
—De eso puedes estar segura. —Penn sonrió a Gemma, y luego le guiñó el ojo a Daniel—. Ya nos veremos. —Cuando se fue por la puerta trasera, le dio un puñetazo desde fuera.
—Perdona. —Daniel le ofreció una sonrisa llena de remordimiento—. No quería interrumpir el ensayo.
—No pasa nada. —Gemma bajó la escalera. Se detuvo a dos escalones del suelo para estar a la misma altura que él—. De todos modos ya está a punto de acabar.
—Bien. —Él se dirigió hacia la puerta—. Debería irme ya.
—¿De qué iba todo eso? Lo de Penn —preguntó Gemma, deteniéndolo antes de que se fuera.
Él se frotó la nuca y soltó una risa hueca.
—Ya conoces a Penn. Siempre está…
—No, Daniel, aquí pasa algo más —insistió Gemma. Como parecía reacio a contestar, ella lo presionó—. Quedamos en que nos lo contaríamos todo, ¿te acuerdas?
—No. En realidad, el trato consistía en que tú me lo contarías todo a mí —le recordó él, y sus ojos color avellana la miraron serios cuando se encontraron con los de ella.
—Sí, para que tú pudieras ayudarme a mantener a salvo a Harper —dijo Gemma—. Y de ese modo me cubrieras las espaldas. Sin embargo, esto funciona en ambos sentidos. Yo también puedo ayudarte a ti.
Daniel sonrió con amargura.
—Esta vez, no. —Se apoyó contra la pared—. Si de verdad quieres ayudarme, haz una cosa: encuentra el pergamino y destrúyelo. Será la única manera de que todos salgamos de esta, ¿de acuerdo?
—Estoy haciendo todo lo que puedo —dijo Gemma—. Lydia está buscando a alguien que se supone que sabe cómo destruirlo. Y así, una vez que el pergamino esté en mis manos, todo esto habrá acabado.
—Bien —Daniel se frotó los ojos y quedó en silencio—. ¿Quieres que te acompañe hasta tu casa después del ensayo?
—No, creo que podré arreglármelas yo solita. Tú ve a tu casa y descansa —dijo Gemma—. Parece que lo necesitas.
—Me vendrá bien. —La saludó a medias con la mano mientras se dirigía a la puerta de atrás—. Ten cuidado, Gemma.
Había pensado en hablarle a Daniel de sus planes de enfrentarse a las sirenas después de que Harper se hubiera ido a la universidad; pero después de verlo esa noche, supo que no podía. Demasiadas cosas le estaban pasando ya por culpa de ellas.