27
Compromisos
Lo único que a Daniel no le gustaba de la isla era que no tenía televisión por cable. En realidad, sabía que no debía quejarse porque tampoco la tenía en el barco. Y ahora al menos tenía espacio para sacar del depósito su televisor de tamaño normal e instalarlo.
Harper había acudido a su casa escapando del calor, y eso lo hacía más que feliz. Pero una vez que ella se hubo marchado, se quedó de nuevo solo en la isla y se sintió inquieto. Al final decidió poner una película: ver Tiburón por quincuagésima vez sería mejor que quedarse contemplando las paredes.
El aire acondicionado que había instalado cuando se mudó mantenía el lugar bastante fresco, pero no lo suficiente. Harper tenía como norma que los dos se dejaran la ropa puesta cuando estaban juntos, así que, en realidad, no le molestaba tanto que se hubiera ido aquella noche porque eso significaba que podría quitarse algunas prendas.
Se paró delante del televisor, mirando a una mujer desprevenida que nadaba sola en el océano mientras la acechaba el gigante blanco, y se desabotonó la camisa.
—Tan tan, tan tan. —Daniel cantaba acompañando la música cada vez más intensa cuando oyó un golpe en el techo—. ¿Qué diablos ha sido eso?
Alzó la vista y en seguida se dio cuenta de que era una tontería, pues no podía ver a través de él. Después oyó otro golpe, que ahora sonaba como si viniera del suelo. Puso la película en pausa y fue a la puerta principal para intentar averiguar lo que pasaba.
—Claro, estoy yendo a la puerta principal como el estúpido protagonista de una película de terror —murmuró. A mitad de camino hacia la puerta, dio la vuelta y agarró un bate de béisbol del armario—. Ahora sólo tengo que acordarme de no salir y preguntar si hay alguien ahí.
Abrió la puerta, convencido de que iba a ver un mapache, a Harper o a Jason Voorhees. En cambio, sólo era Penn, quien le sonreía con la misma sonrisa insinuante de siempre.
—Hola, guapo —ronroneó ella.
—Pero ¿qué diablos haces aquí? —preguntó Daniel. En lugar de responderle, ella pasó de largo y entró en la casa—. Venga, pasa. Eso es lo que quería decir.
—Me encanta cómo la has dejado —dijo Penn mientras admiraba la cabaña—. Está mucho más bonita que la última vez que estuve aquí.
Daniel suspiró y cerró la puerta. Puso el bate en la cocina, sobre la tabla de cortar carne. En ese momento no parecía necesitarlo pero, tratándose de Penn, nunca se sabía.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó él—. No estás mojada, así que no viniste nadando.
—Volando.
Su vestido iba atado detrás del cuello y tenía toda la espalda abierta para dejarles espacio a las enormes alas negras. Ahora no estaban extendidas, así que su piel suave parecía normal, pero Daniel había visto al monstruo que acechaba debajo.
—Ah, claro —dijo Daniel—. También eres ese monstruo con forma de pájaro. Casi me olvidaba de lo malditamente espantosa que eres en realidad. Gracias por recordármelo.
Penn no pareció inmutarse ante sus comentarios. Se subió a la encimera de la cocina de un salto y se cruzó de piernas lánguidamente, a propósito. Daniel miró para otro lado.
—Tu novia no se iba de aquí ni a tiros. Estaba a punto de bajar en picado, levantarla y tirarla desde un acantilado.
El corazón le dejó de latir por un instante.
—Sin embargo no lo hiciste, ¿no es así? ¿Harper está viva y a salvo?
—No le he tocado ni un pelo a su hermosa cabecita —le aseguró—. Sabía que no tendrías ganas de hacer nada conmigo si le hacía daño, así que no lo hice.
—¿Ganas? ¿Ganas de qué? —preguntó Daniel—. ¿Y acabas de admitir que llevas espiándome toda la noche? ¿Me estás acosando?
Ella meneó la cabeza.
—«Acosar» es una palabra muy fea.
—Y también precisa, al parecer. —Él apoyó la espalda contra la pared y se cruzó de brazos.
—Estaba pensando en lo que dijiste ayer, y de eso quería hablar contigo. —Penn hablaba con alegría, como si fueran viejos amigos poniéndose al día durante el brunch del domingo.
—¿Qué dije? No recuerdo haber dicho nada que pudiera implicar el menor deseo de que me acosaras.
—Quería hablar contigo a solas y sabía que no podía matar a tu novia, así que he esperado a que se fuera. Eso es lo único que ha pasado, ¿de acuerdo? —Penn sonaba molesta y Daniel decidió no presionarla. Las cosas marchaban mejor cuando no estaba enfadada ni con actitud homicida.
—Sí, está bien —dijo él—. Ahora, a ver, ¿qué dije yo para provocar esta visita?
—Que estoy sola —dijo ella, pero sin la vulnerabilidad que él le había notado antes.
—Pensé que tenías a tus hermanas para hacerte compañía —le recordó Daniel.
—En cierto modo, las odio. —Se quedó pensativa, y luego añadió—. Bueno, a Thea no la odio. Y no sé si odio a Gemma todavía. Aunque es un quebradero de cabeza. Pero sí que odio a Lexi. Es insoportable.
—Sí, las familias son complicadas.
—Pero yo estoy sola de un modo diferente. —Se bajó de la encimera y el vestido se le levantó por un breve instante, dejando ver bien los muslos—. Hace muchísimo tiempo que no tengo un hombre de verdad en mi vida.
Él levantó las manos.
—Presiento hacia dónde apunta esta conversación, y creo que será mejor cambiarle el rumbo ahora mismo. Yo no soy ese hombre. Y nunca lo seré. Jamás.
—Empezamos con el pie izquierdo, lo sé, pero lo único que necesitas es una oportunidad para conocerme —dijo Penn. No se había acercado a él, lo que tal vez fuera buena señal.
—Bueno…, Penn, te lo digo de buen rollo, pero creo que eres malvada. No creo que vayamos a ser compatibles porque creo que yo no tengo nada de malvado. Y ni en sueños podría ser tan malo como tú.
—Esto es ridículo. Yo podría tener a quien quisiera.
—Pues entonces, tenlo. Ve. —Hizo con las manos un gesto como si la estuviera echando—. Te animo a que lo hagas. O a ellos, o como sea.
Penn comenzaba a acercarse con pasos lentos y meditados.
—Pero no los quiero a ellos. Te quiero a ti.
—Eso es halagador, pero… —Él meneó la cabeza.
—¿Sabes con cuántos hombres me he acostado? —le preguntó Penn.
—No sé por qué crees que me interesa conocer ese dato.
—Daniel —dijo ella bruscamente. Estaba parada frente a él, y lo miraba con sus ojos oscuros—. Basta. Escúchame. ¿Te importa tu novia?
Él se mojó los labios.
—Creo que sabes que sí.
—¿Y te importa su hermana?
—¿Dónde quieres llegar, Penn? —preguntó Daniel, cada vez más nervioso por el cariz que tomaba el interrogatorio.
—Hagamos un trato. Quiero que te acuestes conmigo.
—Penn. —Él respondió con una risa vacía—. No puedo.
—No las mataré si te acuestas conmigo —dijo Penn, con tono seductor y voz aterciopelada.
Daniel se mofó.
—¿Crees que puedes amenazarme para que te ame? ¿Ese es tu plan?
—No. Creo que puedo amenazarte para que te acuestes conmigo. Cuando lo hayas hecho, ya no querrás estar con ninguna otra —respondió ella con toda naturalidad.
—Penn, eso es… —Él bajó la vista—. Es repulsivo y no voy a hacerlo.
—¿En serio? —Penn arqueó una ceja—. Te prometo dejar en paz a Harper y a Gemma si te acuestas conmigo una vez. Sales ganando: no les haré daño a las personas que más te importan, y te daré la mejor noche de tu vida.
Él decidió encarar el asunto de otra forma en lugar de rechazarla, y preguntó:
—¿Te das cuenta de lo desesperada que suenas? ¿De lo patética que es esta propuesta?
—Ah, créeme, me doy cuenta, Daniel —dijo Penn, y su expresión lo llevó a creer que era cierto—. Pero he pensado mucho en esto. Te deseo, y haré lo que sea para conseguirte.
—En realidad no soy tan maravilloso —insistió él—. Puedes preguntarles a algunas de mis antiguas novias. Creo que acabaría por decepcionarte.
—¿Eres virgen? —preguntó Penn.
Él dudó antes de decir:
—No, pero ya ha pasado mucho tiempo desde que…
—Entonces no te estoy pidiendo gran cosa. —Ella levantó la vista y le sonrió—. Hagámoslo, y olvidemos el tema. Puedo hacerte sentir cosas que no habías sentido nunca. —Ella se acercó más y casi se apoyó contra él—. Te mostraré maneras de alcanzar el éxtasis que ni sabías que tu cuerpo te podía ofrecer. Déjame hacerte feliz.
Él iba sin camisa, con el torso desnudo. Casi con cautela, ella le puso la mano en el abdomen, y él la dejó. Bajó la vista para mirarla, respirando con ritmo irregular.
Penn se puso de puntillas y él cerró los ojos para no tener que verla cuando ella presionó sus labios contra los de él. Lo besó con suavidad, con ternura incluso.
Al principio no hizo nada, pero después también empezó a besarla despacio. El cuerpo de ella se apretaba caliente contra el de él, quien mantuvo los brazos pegados al cuerpo. No quería tocarla.
Ella se acercó más y lo besó con más ímpetu, y él se sorprendió de ver que su cuerpo respondía. Por mucho que le repugnara, la forma en que lo tocaba lo volvía loco.
Los labios de Penn bajaron por su cuerpo y le besaron el cuello y luego el pecho. Él se echó hacia atrás y apoyó la cabeza contra la pared. Después sintió que las manos de ella iban más abajo y le desabrochaban los pantalones vaqueros.
—Penn… —Él la apartó. Ella le soltó los pantalones pero desplazó las manos hasta sus costados, todavía aferrada a él—. No. Penn. —Ella trató de besarlo otra vez, y él retiró la cabeza. La tomó de ambas muñecas y la empujó para apartarla—. Te he dicho que no. No puedo hacer esto.
Ella dio un manotazo para liberarse las muñecas, y retrocedió unos pasos, a pisotón limpio. Tenía los ojos verde amarillentos, y Daniel se echó contra la pared porque no quería hacerla estallar de rabia.
—Es por esa bruja estúpida, ¿no? —rugió Penn—. Si la quito de en medio, no tendrás motivos para rechazarme, ¿no es así?
—Ni lo intentes. En este momento no eres más que una molestia. Has acosado a toda la gente que de verdad me importa, pero no me has hecho nada. Si les haces daño a Harper o a Gemma, me lo harás a mí, y entonces haré todo lo que esté a mi alcance para destruirte.
—¿Y qué más da? —Ella agitó las manos en el aire. Los ojos habían recuperado su color normal—. Si me dices que no tengo ni la menor posibilidad de estar contigo, ¿qué incentivo me queda para mantenerlas con vida? ¿Qué razón tengo para complacerte?
Él aflojó un poco y relajó su postura.
—Si te importo tanto como dices que te importo, no querrás herir mis sentimientos.
—Creo que no entiendes cómo funciona el amor —se burló Penn.
Él rio sombríamente.
—Yo creo que eres tú quien no tiene ni idea.
—Voy a ser totalmente directa contigo, ¿de acuerdo? Te lo voy a dejar todo bien claro —dijo Penn—. Tengo miles de años de edad. Antes, las cosas me importaban mucho, pero al cabo de un tiempo el corazón se vuelve un tanto indiferente. Todo se vuelve indiferente.
»Tal vez no te ame. Tal vez yo no ame nada. Pero eres el primero que ha despertado mi interés desde hace muchísimo tiempo, y soy capaz de mentir, asesinar y devorar lo que me pongan por delante con tal de obtener lo que quiero. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
—Sí —dijo Daniel en voz baja.
—Entonces, ¿qué vas a elegir? ¿La cabeza de tu novia en una bandeja o una noche conmigo? —Ella se cruzó de brazos y esperó la respuesta.
Él tragó saliva con dificultad.
—Bueno. Pero esta noche, no.
—¿Cuándo?
—Después de que Harper se vaya a la universidad.
—¿Y eso cuándo será?
—Faltan unos días. —Él se pasó una mano por el cabello—. Comienza las clases este jueves.
—Es domingo —dijo Penn—. Otros cuatro días. Ni uno más.
—El viernes. Dame un día para… hacer acopio de valor. —Hizo una pausa—. Pero ella no tiene que llegar a enterarse, ¿de acuerdo? Harper no debe saberlo jamás. Ni Gemma tampoco.
Penn sonrió.
—No se lo contaré si tú no se lo cuentas.
—Penn. Hablo en serio. —Él la miró directamente a los ojos—. No voy a perder a Harper. No por ti.
—Tenemos un trato, entonces. —Ella sonrió con aire de suficiencia—. ¿Lo cerramos con un beso?
—Un apretón de manos será suficiente.
—Está bien. —Ella extendió la suya, y él se la tomó y la estrechó una vez.
—Así que acabo de venderle el alma al diablo —dijo Daniel.
—En realidad, no soy tan mala. —Penn se apoyó contra él y le sonrió—. Y una vez hayas estado conmigo, creerás que has muerto y has subido al cielo.
Daniel dio un paso atrás para alejarse de ella. Sin mirar, abrió la puerta que quedaba a su espalda. Le indicó con la mano que se fuera.
—Gracias por venir. Por favor, piénsalo dos veces antes de hacerlo de nuevo. No me llames. Yo no te llamaré —dijo él cuando ella pasó a su lado y salió al aire caliente de la noche.
Penn se volvió para lanzarle un beso, y él cerró de un portazo.
Se apoyó en la puerta con la cabeza gacha. No tenía ni idea de si había hecho lo correcto al cerrar ese trato con ella, pero lo que sí sabía era que tenía ganas de vomitar.
—Diablos —suspiró—. Necesito una ducha.