25
Búsqueda
La visita del día anterior a Nathalie había consumido por completo a Brian. A decir verdad, los había consumido a todos, pero a Brian lo había golpeado con mucha más fuerza.
Se había pasado el resto del día en el garaje; se suponía que trabajando en un proyecto. Pero cuando Harper mandó a Gemma a buscarlo para la cena, se lo encontró apoyado en el banco de trabajo, bebiéndose una cerveza y con la mirada perdida en el vacío.
Para empeorar las cosas, el aire acondicionado se estropeó justo el día más caluroso del año. Sólo disponían de un aparato de aire acondicionado en el salón, de modo que en la planta alta nunca refrescaba. El aire acondicionado funcionaba muy bien en la planta baja, ya que la casa era muy pequeña.
En lugar de salir a comprar un nuevo aparato, Brian insistió en que iba a arreglar el viejo. Lo sacó al garaje, donde se había pasado todo el sábado dale que te pego, pero sin resultados.
Mientras Harper estaba en el garaje tratando de convencer a su padre de que bebiera agua en lugar de cerveza para no deshidratarse, Gemma puso en marcha su plan. Ya le había mandado un mensaje de texto a Marcy, y se había asegurado de que fuera algo certero. Ahora, lo único que tenía que hacer era mantener ocupada a Harper.
—¿Diga? —Daniel contestó al tercer tono.
—Hola, Daniel, ¿qué haces? —preguntó Gemma en voz baja. Estaba parada en la entrada de su habitación, vigilando la escalera y escuchando la puerta principal con atención.
—¿Por qué susurras? —La voz de Daniel sonó tensa al instante—. ¿Algo va mal?
—No, es que no quiero que me oiga Harper —dijo Gemma—. Escúchame, ¿puedes hacerme un favor?
Él titubeó antes de decir:
—Tal vez.
—Necesito que hoy mantengas ocupada a Harper.
—¿Para qué? ¿Qué vas a hacer? —preguntó Daniel.
—Me voy a Sundham con Marcy a visitar a su amiga la librera —explicó Gemma—. Vamos a ver si podemos averiguar dónde podría estar el pergamino, o si podemos encontrar a Deméter, o a las musas, o algo.
—¿Y por qué no quieres que Harper se entere de esto? —preguntó Daniel.
—No quiero que se entere de nada más —dijo Gemma—. Estoy tratando de no contarle nada en absoluto sobre las sirenas.
—Entonces, ¿quieres que haga venir a Harper a visitarme para que tú puedas escaparte con Marcy? —preguntó Daniel—. ¿Y Marcy no le contará lo que pasa?
—No, ya le he hecho jurar a Marcy que guardaría el secreto. Y seguro que lo cumple.
Daniel suspiró.
—Está bien. Lo haré. Pero no será peligroso ni nada, ¿no? ¿No te pasará nada?
—No. Sólo voy a una librería —respondió Gemma—. ¿Qué peligro puede haber?
Después de colgarle a Daniel, pasaron sólo unos minutos antes de que Harper entrara en la casa y dijera que se iba a su casa. Invitó a Gemma a ir con ella, tentándola con promesas de aire acondicionado, pero esta se las arregló para negarse sin levantar sospechas.
Una vez que Harper se hubo ido, Gemma tan sólo le dijo a su padre que iba a nadar un rato, y él le respondió que se quedara tranquila y tuviera cuidado. Le mandó un mensaje de texto a Marcy, que fue a buscarla con el Gremlin, y salieron para Sundham.
—En realidad no es un viaje tan largo —dijo Marcy cuando aparcaron frente a la librería—. No sé de qué se preocupa tanto tu hermana.
—Bueno, ya conoces a Harper —dijo Gemma mientras abría la puerta del coche—. Si no se está preocupando por algo, no está viva.
Marcy le indicó el camino de entrada a la librería, debajo del cartel resquebrajado que decía «LIBROS CHERRY LANE». La última vez que Gemma estuvo allí, habían encontrado a Lydia en la parte trasera, a oscuras, escondida en un rincón, pero ahora las estaba esperando al fondo del todo.
—Hola, chicas —trinó Lydia. Se sentó en el mostrador junto a una caja registradora antigua. Tenía un mazo de cartas en la mano, algunas de ellas desplegadas junto a ella.
Sentada en el borde, Gemma vio que usaba calzas de color mandarina con un jersey floreado, y le recordó todavía más a un duende. Era muy menuda y alegre, y tenía el cabello negro, cortito, retirado de la cara con pasadores rosados.
—Eh, Lydia —dijo Marcy mientras caminaban hasta el mostrador.
—Gracias otra vez por dejarnos venir —dijo Gemma—. Sé que sueles cerrar los sábados.
—No hay ningún problema. —Lydia le restó importancia haciendo un gesto con la mano, y le guiñó un ojo a Gemma—. Hago excepciones con los seres sobrenaturales. No puedo pretender que vivan según el tiempo normal de los mortales, ¿no?
—Te lo agradezco mucho, de todos modos —dijo Gemma.
—Perdonad. Ahora mismo estaba haciendo una lectura rápida del tarot.
Lydia les echó un vistazo a las cartas que tenía delante, inclinando la cabeza para uno y otro lado, antes de recogerlas.
—Parece que esta va a ser una semana muy ajetreada.
—Lo siento —dijo Marcy.
—No lo sientas. —Lydia sonrió con alegría y mezcló las cartas—. Es mejor estar ajetreada que aburrida. Eso es lo que digo siempre.
—Marcy hace justo lo contrario —dijo Gemma.
Marcy asintió con la cabeza.
—Pues la verdad es que sí.
—Ya lo sé. —Lydia se rio con su habitual risa suave y titilante, y dejó el mazo de cartas a un lado—. En todo caso, tengo el mensaje de correo con la lista de nombres que querías que buscara. Ya he empezado, pero puede llevar un tiempo.
—Qué mala suerte. —Marcy se apoyó contra el mostrador junto a Lydia—. Aunque supongo que no existe ninguna base de datos de dioses griegos que se parezca a la de personas desaparecidas, ¿no?
—No, no la hay —dijo Lydia—. Y el que la mayoría de los dioses y diosas no quieran que los encuentren tampoco es que ayude.
—¿Y eso?
—Los humanos y otros inmortales siempre estaban tratando de capturarlos o de matarlos. —Lydia levantó una rodilla contra el pecho y se apoyó contra ella—. Codiciaban su poder, o los temían, o les echaban la culpa de sus problemas. Es muy complicado tener tanto poder.
—Ya me lo imagino —dijo Gemma.
—Por ese motivo suelen cambiar de nombre con tanta frecuencia —prosiguió Lydia—. ¿Qué nombres usan tus amigas sirenas ahora? Estoy segura de que no serán Pisíone y Telxiepia, ¿no?
Gemma meneó la cabeza.
—No, son Penn y Thea.
—Son más fáciles de decir y de deletrear, lo que supone una ventaja añadida —dijo Lydia.
—Los griegos eran lo peor para los nombres —murmuró Marcy.
Lydia sonrió con suficiencia.
—Bueno, estoy segura de que los griegos pensarían que tú eres bastante lamentable para los nombres.
—¿Qué hay de Aqueloo? —preguntó Gemma—. ¿Sabes si sigue vivo?
—No te lo sabría decir. —Lydia se encogió de hombros con gesto de impotencia—. Muchos dioses viven tan apartados del mundanal ruido que ni siquiera tenemos constancia de sus muertes. Tengo a bastantes médiums buscándolos, a él y a Deméter.
—¿Y qué sabes de las musas? —preguntó Gemma.
—Algo he descubierto, pero nada bueno. —Lydia le sonrió con tristeza—. Te confirmo que las dos a quienes estabais buscando, Terpsícore y Mnemósine, ya han muerto, al igual que Calíope, Euterpe, Clío, Talía y Urania. Las otras dos desaparecieron hace muchos años y se da por hecho que también están muertas.
—Entonces, ¿me estás diciendo que todas las musas están muertas? —preguntó Marcy, levantando la vista hacia Lydia.
Lydia asintió.
—Sí, eso creo.
—Maldita sea. —Gemma se pasó la mano por el cabello—. Había creído de veras que podrían ser la clave para destruir el pergamino.
—Destruir el pergamino es casi imposible, aunque contaras con la ayuda de una musa —le recordó Lydia.
—Casi imposible no es absolutamente imposible —dijo Gemma—. Thea me habló de Asterión y de cómo usó a una musa para romper la maldición.
—¿Te refieres al minotauro? —Lydia se inclinó hacia delante, puesto que había despertado su entusiasmo—. Se extinguieron hace más de mil años.
—Exacto. —Gemma asintió con la cabeza—. Porque destruyeron la maldición.
—¿Y dices que lo supieron por una musa? —Lydia se tocó el mentón mientras lo pensaba—. Eso tendría sentido. Las musas guardaban un montón de secretos, y tal vez por eso estén todas muertas. La otra razón es su amor casi ilimitado.
—¿Amor ilimitado? —preguntó Marcy—. ¿Es un eufemismo para no llamarlas prostitutas? Porque las prostitutas siempre parecen ser el blanco de los asesinos en serie.
—Los asesinos en serie no van por ahí matando inmortales —dijo Lydia, lanzándole una mirada de desconcierto a Marcy—. Las musas renunciaban a su inmortalidad cuando se enamoraban. Elegían ser humanas para poder tener una relación, en lugar de la versión un tanto parasitaria que suelen tener. Y después, sencillamente morían de causas naturales, como cualquier otro mortal.
—Entonces, ¿eso fue lo que les pasó a los dioses, incluso a Aqueloo? —preguntó Gemma.
—No. Él es un auténtico inmortal. Nació así —dijo Lydia—. Sólo aquellos a quienes se les otorgó la inmortalidad (ya fuera a modo de bendición o de maldición) pueden renunciar a ella. Todos los demás están condenados a vivir para siempre. A menos, por supuesto, que los asesinen.
—O sea que si Aqueloo está muerto, ¿es porque lo asesinaron? —preguntó Gemma.
—Sí. Esa sería la única explicación.
Marcy se acomodó las gafas en la nariz y miró al suelo, pensativa.
—Es extraño que la inmortalidad se considere tanto una bendición como una maldición.
—Es una arma de doble filo —coincidió Lydia.
—¿Cómo se mata a un dios? —preguntó Gemma.
—Depende del dios. Si eres el dios del sol, probablemente tenga algo que ver con la oscuridad —dijo Lydia.
Gemma pensó en Aqueloo, y se acordó de que era un dios de agua dulce.
—¿Eso quiere decir que a un dios del agua tendrían que ponerlo en secano?
Lydia asintió.
—Sí. Algo así.
—Entonces, ¿es así como se mata a una sirena? —preguntó Marcy.
—No, es mucho más fácil matar a una sirena que a un dios. Un dios como Apolo o Aqueloo estaría por aquí. —Lydia levantó la mano por encima de su cabeza—. Y un inmortal, como por ejemplo una sirena o incluso un hombre lobo o un duende, estaría por aquí. —Levantó la mano a la altura del mentón.
—¿Y dónde estarían los humanos? —preguntó Marcy, y Lydia bajó la mano a la altura del estómago—. ¿Taaan abajo?
—Sí, somos bastante frágiles —dijo Lydia—. Bueno, a lo que iba. En el caso de los inmortales menos importantes como los vampiros, por lo general hay más de una forma de matarlos. Pero para un dios sólo hay una y, por lo general, es complicada y ardua.
—Entonces ¿hay más de una forma de matar a una sirena? —preguntó Gemma.
—He estado investigando desde la última vez que viniste. He descubierto algunas maneras de matar sirenas, pero la mayoría no son inmediatas —explicó Lydia—. Morirse de hambre, que haya menos de cuatro sirenas cuando llegue la luna llena, o que se separen unas de otras durante varias semanas. Pero sólo hay una forma inmediata de matarlas.
—¿Tal vez una estaca clavada en el corazón, o una bala de plata? —preguntó Marcy.
Lydia meneó la cabeza.
—Por desgracia, no. No es tan sencillo.
—Claro que no —murmuró Gemma.
—Espera. —Lydia se echó hacia atrás y presionó algunos botones en la caja registradora. Se oyó un fuerte «clic» y el cajón se abrió de pronto. Escarbó en el interior, y extrajo un pequeño cuadrado de papel doblado—. Aquí tienes.
Lydia tenía la mano extendida hacia ella, pero Gemma titubeó.
—¿Qué es esto? —preguntó Gemma.
—Aquí explican cómo matar a una sirena. No a todas las sirenas a la vez, pero si estás luchando cuerpo a cuerpo con una y necesitas actuar en defensa propia, aquí dice cómo hacerlo.
—Gracias. —Indecisa, Gemma aceptó el papel—. ¿Cómo sabes todas estas cosas?
Lydia sonrió con timidez.
—Podría decirse que es un asunto familiar. Mi abuela es bruja, y mi padre es un vampiro.
—Espera. —Marcy entrecerró los ojos, como si viera a Lydia por primera vez—. ¿Eso significa que eres vampira y bruja?
—Ninguna de las dos cosas, en realidad —respondió Lydia—. Lo único que significa es que tengo una afinidad, una inclinación hacia lo sobrenatural. Si te hace sentir mejor, mi abuela es más bien una bruja buena —añadió. Marcy seguía escudriñándola—. Ayudó a varios inmortales que tenían problemas, pero más que nada, era una especie de archivera. —Lydia señaló la librería—. Muchos de los libros y pergaminos que veis aquí me los legó mi abuela, quien los heredó de su madre después de que fueran pasando por su familia de generación en generación.
—¿Alguna vez has destruido un pergamino? —preguntó Gemma.
—No, nunca. —Lydia hizo una pausa, y luego respiró hondo—. Si quieres que te sea sincera, nunca he querido hacerlo. Nuestro trabajo siempre ha consistido en protegerlos.
—¿Por qué? Algunas de estas criaturas son malignas —dijo Gemma.
—Algunos humanos hacen cosas malas, verdaderamente horrendas, pero eso no significa que sean malvados ni que merezcan morir —dijo Lydia—. Aunque si la criatura indicada encontrara el pergamino con la maldición de la humanidad, tal vez estaría tentada de destruirlo.
—¿Estás insinuando que nosotros somos una maldición? —preguntó Marcy, quien parecía haberse tranquilizado otra vez con respecto a Lydia.
—La mortalidad es una bendición y una maldición a la vez —se limitó a decir Lydia.
—¿Y qué pasa si encuentro ese pergamino? —preguntó Gemma—. ¿Me ayudarías a destruirlo, o eso iría en contra de tu naturaleza?
—Mi naturaleza es ayudar a quienes lo necesiten —respondió Lydia con cuidado—. Si tengo las herramientas o la información que necesitas para protegerte a ti misma y a aquellos que son importantes para ti, te la daré con gusto.
—¿Tienes alguna idea de dónde puede estar el pergamino? —preguntó Marcy, volcando su atención en Gemma—. Sé que ya te has ido con las manos vacías en un par de ocasiones.
—Creo que ahora podría estar en manos de las sirenas —dijo Gemma—. El otro día no lo tenían, pero le dije a Thea que lo estaba buscando. Creo que se aferrarán a él para vigilarlo hasta que yo ya no esté o haya perdido el interés.
—Pero tú no vas a perder el interés, ¿no? —preguntó Lydia.
—No. —Gemma meneó la cabeza—. No puedo.
—Siento no haber podido ayudarte más —dijo Lydia con tono sincero.
—No, me has sido de gran ayuda —le aseguró Gemma con una sonrisa—. Gracias.
Marcy le dio las gracias otra vez a Lydia, y esta le prometió que no tardaría en saber de ella. Una vez fuera, a Gemma le daba vueltas la cabeza por todo lo que les había contado.
—Y bien —dijo Marcy una vez que las dos estuvieron sentadas dentro de su Gremlin—. ¿Cómo se mata a una sirena?
Gemma desdobló el papel y encontró una ilustración fotocopiada de un libro antiguo. Mostraba exactamente lo que había que hacer, incluido un diagrama detallado con las armas sugeridas escritas en inglés.
Marcy se inclinó para observarlo.
—No parece tan complicado. —Después señaló una mezcla de pico y hacha de aspecto particularmente violento, que aparecía rotulado como «hacha de combate»—. Aunque no te iría mal hacerte con una de esas.