24

Aliadas

Después de la visita a su madre, Harper necesitaba despejar la cabeza. La vuelta a casa en coche había sido muy tensa. Daba la impresión de que Gemma estaba particularmente conmocionada. Ni Brian ni Gemma quisieron hablar del asunto y se retiraron a sus respectivos dormitorios para lidiar con sus emociones.

Harper decidió que el aire fresco le sentaría bien a pesar de que en el exterior hacía más de treinta grados. Se puso unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, y salió a dar un paseo.

Cuando habló con Daniel la noche anterior, él le dijo que estaría en el teatro, trabajando en los decorados, así que decidió ir al centro para verlo. Tal vez pudieran almorzar juntos pero, aunque no lo hicieran, le iría bien verlo de todos modos después de la mañana que había tenido.

Pero una vez llegó al Paramount y oyó la risa inconfundible de Penn, llegó a la amarga conclusión de que el día le iba a ir de mal en peor.

—Te dije que no era tan difícil —estaba diciendo Daniel cuando Harper dobló la esquina.

Vio a Daniel sin la camisa, con la piel desnuda brillante de sudor, y a Penn de pie junto a él. Ambos estaban inclinados sobre un trozo de madera, y Penn estaba demasiado cerca de él para el gusto de Harper.

—No he trabajado ni un solo día en mi vida. —Penn rio de nuevo—. ¿Y yo qué iba a saber?

—Tan sólo había que sostener una tabla —dijo Daniel—. Cualquiera puede hacerlo. Hasta una princesa consentida como tú.

—¿Tú crees que soy una princesa? —coqueteó Penn.

—Trabajando duro, por lo que veo —dijo Harper en voz alta, interrumpiendo su conversación.

Penn la miró furiosa, sus ojos oscuros todavía más amenazantes que de costumbre. Daniel se volvió más despacio, pero esbozó una sonrisa ancha cuando la vio.

—Hola, Harper —dijo—. No esperaba verte hoy. Pensaba que ibas a visitar a tu madre.

—Ya he vuelto. —Ella se cruzó de brazos—. Y he pensado en pasar a saludarte, pero veo que estás ocupado, así que me voy.

—¡Hasta luego! —la despidió Penn alegremente, y la saludó con la mano.

—Harper no se va a ningún lado. —Daniel fulminó a Penn con la mirada y después caminó hasta donde estaba Harper, parada al borde del césped—. ¿Qué pasa? ¿Estás enfadada conmigo?

—¿Por qué iba a estar enfadada contigo? —preguntó Harper—. ¿Sólo porque he pasado uno de los peores días de mi vida y tú estás coqueteando con mi enemiga mortal? ¿Y ella es, literalmente, un monstruo que quiere mataros a ti y a todos aquellos a quienes conozco, y tú, sencillamente, estás charlando con ella como si fuerais viejos amigos?

Daniel meneó la cabeza.

—Eso no es todo lo que está pasando aquí, y lo sabes. Eres demasiado inteligente como para estar celosa por algo así.

—No estoy celosa. —Harper rio con sorna, y Penn lanzó una risita desde donde estaba parada, junto a los caballetes—. Me sentiría más o menos igual en este momento si te viera ayudando a Hitler a montar los decorados. Es una arpía y tú no deberías ser simpático con ella.

—Supongo que estarías un poco más asustada si estuviera ayudando a Hitler, porque él sería un zombi —dijo Daniel.

—Da igual, no importa. —Harper se dio la vuelta y se alejó de él.

—Harper, espera. —Daniel fue tras ella, y no se detuvo hasta que pensó que estaban lo bastante lejos como para que Penn no pudiera oírlos. Incluso en ese momento, sólo se detuvo porque él la sujetó del brazo—. Harper.

—Te dije que te mantuvieras alejado de ella —dijo Harper—. Y te lo dije por tu propio bien. Te matará si pasas demasiado tiempo a su lado. Y lo sabes. ¿Te parece tan mal que no quiera ver cómo te mata?

—No, pero ¿a ti te parece tan mal que quiera tenerla contenta para que no os haga daño ni a ti ni a Gemma? —preguntó Daniel—. Porque es lo único que estoy tratando de hacer. Me limito a mantener la paz, Harper.

—Ya lo sé, pero… —Harper se echó el pelo hacia atrás—. Quizá haya sido una mala idea entablar una relación contigo.

—No. —Daniel meneó la cabeza—. Me niego por completo a pasar por esto. No hoy. Ni nunca. No puedes empezar con eso otra vez así como así.

—¿Con qué? —preguntó Harper.

—Con eso de que la única manera de protegerme es que dejemos de vernos, o alguna idiotez de esas. —Lo descartó con la mano—. Ya lo hemos discutido, ¿te acuerdas? No tienes derecho a elegir por mí.

—Y entonces ¿qué se supone que debo hacer? —preguntó Harper—. ¿Tengo que dejarte coquetear con el diablo?

—No estoy coqueteando —la corrigió Daniel—. Y sí, deberías dejarme hacer lo que sea necesario para que todos nos mantengamos a salvo. Es lo que yo te dejo hacer.

—No sé si podré soportarlo, Daniel —admitió Harper.

—Mira, aquí fuera hace mucho calor —dijo Daniel—. ¿Por qué no vas a Pearl’s, pides algo para beber y te refrescas? Iré dentro de un ratito y entonces me podrás hablar de tu espantosa mañana.

—¿Y qué pasa con Penn? —preguntó Harper.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó Daniel—. Estamos a plena luz del día. Hoy no me va a comer el corazón.

—Está bien —cedió Harper—. Nos vemos en Pearl’s en unos minutos.

—Un cuarto de hora como mucho. —Daniel ya se estaba alejando—. Sólo tengo que guardar mis herramientas.

Suspirando, ella siguió su consejo y caminó las pocas manzanas que la separaban de Pearl’s. Una parte de ella quería volver y ayudar a Daniel a encontrar sus herramientas y guardarlas, pero sólo para cerciorarse de que Penn lo dejaba en paz.

En realidad, Harper no creía que Penn fuera a hacerle daño a Daniel, no en plena tarde y en público, ni tampoco pensaba que Daniel se sintiera atraído por Penn.

Él tenía razón: congraciarse con Penn era buena idea. Pero Harper no creía que de la amistad con Penn pudiera salir nada bueno.

Apenas abrió la puerta de Pearl’s le llegó una oleada de aire acondicionado y se sintió un poco mejor. Dar un paseo en medio del calor sofocante había sido mala idea, pero la suave temperatura del bar podría corregir el error.

Harper arrimó un taburete a la barra, se sentó en el vinilo cuarteado y pidió un vaso de agua helada. Cuando entrara Daniel, probablemente pidiera algo más, pero sus prioridades en aquel momento eran rehidratarse y refrescarse.

—Deberías ir a nadar —dijo una voz ronca junto a ella.

Con el vaso de agua helada presionado contra las mejillas, Harper no había prestado atención a quién entraba o salía del bar. Bajó el vaso y, cuando miró, vio a Thea, que se sentó en el taburete de al lado.

—No me gusta nadar —respondió Harper. Se sentó más erguida y revolvió el agua con la pajita.

—De veras que eres justo lo contrario que tu hermana. —Thea apoyó su monedero en el mostrador. Hurgó en él por un instante y sacó una goma para el pelo. Mientras hablaba, se inclinó hacia atrás y se recogió la larga cabellera roja en una cola de caballo—. Sois el día y la noche.

—¿Y tú, qué? —Harper la miró de reojo—. ¿Os parecéis mucho tus hermanas y tú?

—¿Qué puedo servirte hoy? —le preguntó Pearl a Thea, interrumpiendo la conversación.

—Un batido de cereza. —Thea le sonrió con dulzura.

Pearl le devolvió la sonrisa, pero pareció quedarse sin palabras por un momento, como una adolescente deslumbrada que se encuentra con su ídolo. A Thea no le hacía falta servirse de su canto para cautivar a hombres y mujeres por igual.

—Los vínculos entre hermanas son muy complejos —dijo Thea una vez que Pearl se hubo ido para prepararle su pedido. Apoyó los brazos sobre el mostrador desteñido y observó a Harper—. Tú deberías entenderlo mejor que nadie.

—Supongo que sí —coincidió Harper.

—En realidad, tú y yo tenemos mucho en común —continuó Thea—. Como tú, yo soy la mayor.

—¿Penn es menor que tú? —preguntó Harper, examinándola.

—Sí —dijo Thea. Pearl le sirvió el batido, y Thea se lo agradeció con cortesía. Le dio un buen sorbo antes de dirigirse a Harper de nuevo—. Casi todo el mundo cree que Penn es la mayor. Es una confusión muy frecuente.

—Es bastante mandona —dijo Harper.

—Eso es culpa mía. —Thea sonrió con tristeza—. Nuestras madres no estaban cerca cuando éramos niñas, por lo que prácticamente tuve que criar a Penn y a Aggie. Penn era la más pequeña, y yo la consentí demasiado.

—Lo entiendo. —Harper se apoyó el mentón en la mano y observó a Thea—. Pero eso fue hace mucho tiempo. Si Penn resultó ser una malcriada, ¿por qué no la enderezaste?

—Si te enfrentas a Penn de verdad y le dices que no… —Thea fue bajando la voz—. Bueno, digamos que sería la última vez que le dijeras que no.

—Adorable —murmuró Harper—. Y estoy segura de que Gemma ya ha adoptado la costumbre de decirle que no.

—No te preocupes por Gemma —dijo Thea—. Es tu hermana, pero ahora es mi hermana también.

Harper la miró con desconfianza.

—¿Dices que la estás protegiendo?

—Algo así. —Thea le dio otro buen sorbo a su batido—. Gemma me recuerda un poco a Perséfone.

—¿La chica a la que dejaste que asesinaran? —preguntó Harper.

—Cometer errores tiene su lado positivo. —Thea se volvió hacia ella con una sonrisa—. Aprendes a no cometerlos de nuevo.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó Harper—. ¿Qué esperas a cambio?

—Me gusta Gemma, y me gustaría que siguiera con nosotras por mucho tiempo —dijo Thea—. Lexi es irritante, y Penn es…, bueno, Penn es Penn. Quiero a alguien de mi lado, para variar.

—¿Y crees que Gemma lo estaría? —preguntó Harper.

—Podría ser, sí —dijo Thea—. Y creo que el mayor obstáculo para que se comprometa de verdad y se una a nosotras eres tú.

Harper meneó la cabeza.

—La razón principal por la que no quiere unirse a vosotras es porque sois malvadas, y Penn es un monstruo. Tú también eres un monstruo.

—Si Gemma se compromete con nosotras de verdad y lo intenta con todas sus fuerzas, te aseguro que haré todo lo que esté a mi alcance para mantenerla a salvo, viva y feliz —dijo Thea—. Pero si insiste en enfrentarse a Penn y en tratar de alejarse, no podré protegerla.

Harper tragó saliva.

—No puedo hacer esa elección por ella.

—Tal vez no, pero puedes dejarla ir. —Thea sacó unos cuantos dólares de su monedero y los dejó sobre la barra—. Ya nos veremos.

—Sí, estoy segura de que sí —dijo Harper, mientras Thea se bajaba del taburete.

Una vez que Thea se hubo ido, Harper apoyó la cabeza en las manos. Por primera vez, se preguntó si lo mejor para Gemma no sería seguir siendo una sirena. Había que pagar un precio muy alto pero, si seguía viva y feliz, era mejor opción que estar muerta.