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Visita

El viaje en coche hasta Briar Ridge nunca les había parecido tan largo. El aire acondicionado de la F-150 de Brian estaba apagado y, aunque viajaban con las ventanillas abiertas, parecía que eso sólo servía para que entrara más aire caliente en la camioneta. Gemma iba sentada en el medio, apretujada entre su padre y Harper, y ninguno decía nada.

El único sonido era la emisora de radio y Brian cantaba al ritmo de I’m On Fire —muy apropiada con ese calor— de Bruce Springsteen. Pero eso era todo.

Harper le había contado a Gemma al comienzo de la semana que Brian quería acompañarlas en su visita habitual de los sábados, pero ninguna de las dos entendía del todo por qué. Por un lado, Gemma sabía que debería estar entusiasmada. Excepto pedírselo de rodillas, había hecho de todo para conseguir que su padre fuera a ver a Nathalie. La última ocasión en que Brian había tenido algún tipo de contacto con su esposa se había producido hacía dos Navidades, y tampoco es que antes la hubiera ido a visitar mucho más.

Brian se desentendió oficialmente del asunto cuando Harper aprendió a conducir y fue capaz de ir sola a visitar a su madre. Pero incluso unos cuantos años antes, la interacción entre ambos había sido mínima. Apenas se reducía a poco más que un «Hola, ¿cómo estás?» cuando recogía a las niñas o las dejaba para que la visitaran.

Por todo eso, a Gemma le asustaba un poco el hecho de que él quisiera algo de Nathalie, sobre todo teniendo en cuenta que ni Gemma ni Harper le habían insistido para ir a verla.

Brian aparcó a la entrada de la residencia especializada de Nathalie, y toda la preocupación de Gemma por sobrevivir a la maldición de las sirenas mutó en una simple preocupación por sobrevivir a aquella tarde.

—¿Llamaste para comentarles que hoy venía con vosotras? —preguntó Brian cuando apagó la camioneta.

—No —dijo Harper. Se inclinó hacia delante, con los ojos grises llenos de preocupación—. ¿Debería haber llamado?

Brian se quedó sentado unos instantes.

—No, estoy seguro de que no habrá ningún problema.

—Deberíamos entrar —sugirió Gemma, ya que parecía que su padre estaba dispuesto a achicharrarse en la camioneta toda la tarde.

—Sí, entremos. —Asintió pero no se movió.

Estaba bronceado de trabajar tanto al aire libre, pero aquel día su piel tenía una tonalidad cenicienta. Sus ojos azules estaban muy abiertos y agitados, y examinaban el salpicadero de la camioneta como si contuvieran la clave de cómo manejar aquella situación.

Gemma no lo había visto jamás tan asustado. Eso no era decir mucho, ya que casi nunca mostraba sus miedos, pero resultaba evidente que esta vez estaba aterrado.

—¿Papá? —Harper se había bajado de la camioneta pero estaba apoyada contra la puerta, mirándolo—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

—Sí. —Asintió otra vez y se mojó los labios—. Necesito hacer esto. Necesito verla.

Gemma extendió el brazo, tomó a Brian de la mano, enorme y como de cuero, y se la apretó con suavidad.

—Tú puedes, papá —le dijo Gemma.

Él le sonrió, pero todavía parecía angustiado.

—Tienes razón. Hagamos esto de una vez.

Brian abrió por fin la puerta de la camioneta y salió. Gemma se bajó más despacio detrás de él. El llevar pantaloncitos cortos no había sido buena idea. Tenía las piernas pegadas contra el asiento de plástico, y tuvo que despegarse con cuidado antes de salir.

Harper y Brian la estaban esperando. Gemma fue a llamar a la puerta, y ellos se quedaron esperando unos pasos por detrás. Nunca hasta entonces se había sentido tan perturbada al visitar a su madre. Todo aquello podría convertirse fácilmente en un terrible desastre.

Antes de que la puerta se abriera, Gemma alcanzó a oír a Nathalie gritando del otro lado:

—¡Es para mí! ¡Yo abro!

Nathalie abrió la puerta de pronto, con una sonrisa desbordante de entusiasmo, y gritó:

—¡Mis hijas!

Lo más duro de ver a Nathalie era que, si bien el accidente le había dañado la mente, su aspecto no había cambiado. Era alta y elegante, más parecida a una modelo que a una madre, y menos aún a una persona con lesiones cerebrales. Tenía los ojos del mismo tono miel dorada que Gemma, y su sonrisa era radiante.

Los únicos signos eran sutiles, como la camiseta de Harry Potter que llevaba puesta, o el mechón de color rosa brillante que tenía a lo largo de su cabello castaño, o las calcomanías de Lisa Frank, de perritos y gatitos, que lucía por todo el brazo.

Pero para alguien como Brian, que llevaba años sin visitarla, tenía que ser impresionante verla exactamente igual que como la recordaba. Sería más fácil aceptar que se había convertido en otra persona si tuviera un aspecto diferente, pero no era así.

—Hola, mamá —dijo Gemma.

—Ay, qué guapa estás hoy. —Nathalie la abrazó con vehemencia. Después vio a Harper y se acercó para apretarle el brazo—. Y tú también.

—Hola, mamá —dijo Harper. Su tono era unas octavas más alto de lo que era habitual en ella, por lo que Gemma supo que estaba un poco asustada.

—Mira a quién te hemos traído hoy —dijo Gemma una vez que Nathalie la hubo soltado. Se hizo a un lado para que su madre pudiera ver mejor a Brian—. ¿Lo reconoces?

—Hola, Nathalie. —Él levantó una mano y la agitó con torpeza para saludarla.

—¿Es…, es tu novio? —preguntó ella. Después se inclinó hacia Gemma y bajó la voz—. Cariño, es demasiado viejo para ti.

—No, mamá. Es papá —trató de explicarle Gemma.

—Brian —aclaró Harper—. Nuestro padre. Tu marido.

—¿Qué? —Nathalie se puso derecha y meneó la cabeza—. No, yo no estoy casada.

—Sí, mamá, lo estás —dijo Harper con suavidad.

—Pero él… —Nathalie observó a Brian con cara confusa y un tanto asqueada—. Es muy viejo.

—En realidad soy sólo seis meses mayor que tú —dijo Brian, haciendo todo lo posible por mantener la voz calmada.

Ella se cruzó de brazos.

—Pues entonces, ¿qué día nací, sabelotodo?

—El 6 de octubre de 1973 —respondió Brian al instante.

—Has acertado de pura chiripa —dijo Nathalie, pero, a juzgar por su expresión, Gemma no estaba segura de si Nathalie sabía que era la fecha correcta. Lo era, pero existía la posibilidad de que ella ya no se acordara ni de su cumpleaños—. ¿Cuál es mi segundo nombre?

—Anne —dijo Brian, y luego señaló a Gemma—. Igual que el de Gemma.

—¿Y cuánto hace que estamos casados? —preguntó Nathalie, pero su desconfianza empezaba a decaer. Había suavizado su expresión, que ahora, más bien, reflejaba curiosidad.

—Hizo, eh, veinte años en abril. —Bajó la vista por un segundo y luego volvió a mirarla.

—¿Veinte años? —preguntó Nathalie.

—En serio: es él —dijo Gemma, esperando que eso ayudara a convencer a su madre.

—Soy yo, Nat —se limitó a decir Brian.

—¿Nat? —Sus ojos lanzaron un destello de doloroso reconocimiento y dejó caer los brazos al costado del cuerpo—. Tú me llamabas así. Ya nadie me llama así.

—Lo siento. No tendría que haberte llamado así —dijo Brian.

—Sí, debes hacerlo. —Ella extendió el brazo y lo tomó de la mano—. Vamos. Pasa. Tenemos que hablar.

Lo condujo por la casa presentándoselo al personal como su marido, y Brian se limitó a sonreír con amabilidad. Las empleadas hicieron salir a las otras internas para que ellos pudieran estar a solas. Nathalie se sentó junto a la mesa del comedor, con la silla bien arrimada a la de él, y lo contempló con absoluta fascinación.

Gemma y Harper no estaban seguras de lo que debían hacer en esa situación, de modo que se sentaron junto a la mesa, frente a ellos, y observaron cómo charlaban sus padres.

—¿Cómo nos conocimos? —preguntó Nathalie.

Él había apoyado la mano sobre la mesa, y ella estaba casi acariciándola. Gemma nunca había visto algo así. Era como si quisiera tomarlo de la mano pero estuviera demasiado nerviosa como para dejarla quieta, de modo que no dejaba de recorrerle la mano con las suyas.

—Nos conocimos en el colegio —dijo Brian—. Pero no empezamos a salir hasta el instituto.

—¿Éramos novios del instituto? —preguntó Nathalie.

Él asintió.

—Sí, así es.

—¿Y me llevaste a la fiesta de graduación?

—Sí, te llevé.

—Lo sabía. —Ella chilló y se rio—. ¿De qué color era mi vestido? ¿Qué aspecto tenía?

—Era de un azul oscuro. Estabas muy guapa. —Él sonrió al acordarse—. Siempre estabas muy guapa. Y todavía lo estás.

—¿Te me declaraste esa noche? —preguntó Nathalie.

—Sí —dijo él—. No fue muy romántico. Yo estaba demasiado nervioso y no dejaba de tropezarme. En realidad, tú lo adivinaste antes de que yo pudiera pronunciar las palabras, pero dijiste que sí al instante.

Ella hizo girar el anillo nupcial de oro de Brian, que todavía lo llevaba puesto, y él se dejó hacer.

—¿Dónde está mi anillo?

—Eh… Lo tienen las chicas —dijo Brian—. Gemma, de hecho.

—Lo tengo guardado en un joyero en mi vestidor —confirmó Gemma, y Nathalie la miró por un segundo antes de volcar su atención otra vez en Brian.

—¿Por qué no lo uso? —preguntó Nathalie.

—Queríamos que estuviera en un lugar seguro —explicó él.

—¿Tienes fotos de nuestra boda?

—Claro que las tengo. —Él asintió con la cabeza—. No las he traído, pero tengo muchas.

—¿Y después de casarnos tuvimos a las chicas? —Nathalie las miró otra vez.

—Sí, así es. Las dos son hijas nuestras. —Brian señaló adonde estaban ellas, pero no quiso mirarlas, probablemente temiendo que pudieran ver la pena en sus ojos.

Nathalie examinaba a Harper y a Gemma como si fuera la primera vez que las veía.

—Son muy guapas.

—Sí que lo son —coincidió Brian con una leve sonrisa.

—Harper se parece a ti. —Nathalie inclinó la cabeza—. Tiene tu nariz y tus ojos, pero los de ella son más grises. Los tuyos son más azules.

—Pues a mí me parece que ella es más guapa que yo —dijo Brian.

Harper rio nerviosa.

—Gracias, papá.

—Me visitáis mucho —les dijo Nathalie a las chicas—. Os suelo ver. Me acuerdo de vosotras. —Señaló a Gemma—. Tú nadas, y…, y tú —señaló a Harper— ¿estás a punto de comenzar la universidad?

—Sí, exacto —dijo Harper.

—Yo antes nadaba. Pero ahora estoy ensayando para una obra de teatro. —Gemma se inclinó hacia delante sobre la mesa—. Como hacías tú. ¿Te acuerdas de eso?

—No. —Nathalie meneó la cabeza—. ¿Debería?

—No. —Gemma le lanzó una sonrisa forzada—. No importa, mamá.

Nathalie miró a Brian otra vez. Dejó de acariciarle la mano y directamente se la sostuvo mientras lo miraba fijamente.

—Tú no me sueles visitar, ¿verdad?

—No, no suelo hacerlo. —Tenía la voz cargada de emoción—. Lo siento.

—¿Y por qué no vienes? —preguntó Nathalie, sin el menor rastro de reproche en su voz.

—Es que…, es que ya no te acuerdas mucho de mí. —Brian eligió las palabras con cuidado—. Me resulta difícil verte y no poder tratarte como mi esposa, como la madre de mis hijas. Quiero hablarte de nuestra vida juntos y no puedo. —Tragó saliva—. Ya no te acuerdas.

—¿Y por qué no me acuerdo de ti? —preguntó Nathalie.

—No lo sé. —Él meneó la cabeza—. Te acordabas más de mí después del accidente, cuando nos veíamos más a menudo. Así que supongo que es culpa mía. Debería haberme quedado más tiempo contigo.

—Ojalá te recordara —dijo ella en voz baja—. Pareces muy amable y tienes unos ojos muy bonitos. —Extendió la mano y le tocó con los dedos las patas de gallo del rabillo de los ojos.

—Gracias —dijo él.

—¿Estábamos enamorados? —preguntó Nathalie cuando bajó la mano.

—Sí. —Brian dejó escapar un suspiro tembloroso—. Estábamos muy enamorados. —Frunció los labios—. Y lamento haberte decepcionado.

—¿Cómo me decepcionaste?

—Debería haberte visitado más. Debería haber estado aquí cada vez que me necesitabas.

—Si te amaba como dices que te amaba, habría querido que fueras feliz —dijo Nathalie—. Y si el hecho de verme te pone triste, entonces quizá sea mejor que no lo hayas hecho.

Ella había estado jugando con su mano, pero él le dio vuelta para sostenerle la mano a ella. Tenía los ojos llenos de lágrimas y trató de contenerlas.

—Te echo mucho de menos, Nat.

—Desearía poder decir que yo también te echo de menos —admitió Nathalie—. Pero no es así. No me acuerdo de ti.

—Te amo. Y siempre te amaré —dijo Brian—. Pero ya no puedo seguir con esto.

Cuando se levantó, se inclinó y la besó en la frente. Se quedó allí por un momento, aspirando su olor, y después dio la vuelta y salió de la habitación.

—¿Papá? —Harper se levantó y fue detrás de él.

—¿He hecho algo mal? —preguntó Nathalie, y se volvió para mirar a Gemma.

—No, mamá, no has hecho nada mal. —Se levantó y rodeó la mesa para sentarse en el lugar de su padre y estar más cerca de Nathalie—. Hoy has estado muy bien.

—Pero se ha agobiado, ¿no? —Nathalie observó a Gemma—. Y tú también.

—No, no me he agobiado. —Gemma se secó los ojos. No estaba llorando, pero sentía que se le empezaban a agolpar lágrimas en los ojos—. No es culpa tuya.

—Gemma. —Nathalie le retiró un cabello de la cara a Gemma y se lo acomodó detrás de la oreja—. Qué guapa estás hoy.

—Gracias, mamá. —Gemma rio y gimoteó a la vez—. Cuánto me gustaría que estuvieras aquí otra vez.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Nathalie—. Estoy aquí.

—No, aquí de verdad. Ya sé que todavía estás aquí, enterrada en algún lugar de tu mente… —Gemma fue bajando la voz al darse cuenta de algo.

Miró a su alrededor para asegurarse de que ella y Nathalie estuvieran totalmente solas. Después tomó la mano de su madre entre las suyas y se acercó a ella, hablando en voz baja.

—Quiero probar una cosa, mamá —dijo Gemma—. Voy a cantarte, y quiero que tú… Limítate a reaccionar con naturalidad, con arreglo a lo que sientas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. —Nathalie bajó la voz porque la había bajado Gemma, y asintió con la cabeza en seguida.

Mamá, sé que estás aquí —cantó Gemma en voz baja, apenas más alto que un susurro. Su voz salía en una melodía clara y perfecta y la expresión de Nathalie empezó a relajarse—. Quiero que te acuerdes de todas las cosas que has olvidado. De todo lo relativo a mí, a Harper y a papá. Quiero que vuelvas.

—Yo… —Nathalie frunció el entrecejo—. Yo… —Hizo una mueca y se tocó la frente.

—¿Estás bien, mamá? —Gemma extendió la mano y le tocó el brazo—. ¿Qué pasa? ¿Te acuerdas de algo?

—¡Me duele! —Se llevó las manos a ambos lados de la cabeza, y empezó a sangrarle la nariz.

—Ay, no, mamá. Lo siento mucho —dijo Gemma—. Mírame, mamá. Por favor. Tú sólo levanta la vista.

—Me duele —repitió Nathalie, pero al final miró a Gemma con lágrimas en los ojos.

Olvídate de mi canción —cantó Gemma—. Olvida lo que he dicho.

—No puedo —dijo Nathalie, casi rogándole—. No puedo acordarme de lo que quieres. No puedo ser la que tú quieres que sea. Lo siento. —Después se puso a gritar, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Haz que se detenga! ¡Haz que se detenga el dolor!

La cabeza ya no te duele —cantó rápido Gemma antes de que llegaran corriendo las empleadas—. La cabeza no te volverá a doler nunca más.

Y en un abrir y cerrar de ojos, el dolor se detuvo. Nathalie levantó la vista, la miró con ojos enrojecidos y se limpió la nariz con el dorso de la mano.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nathalie.

—Nada, mamá —dijo Gemma—. Sólo ha sido un dolor de cabeza.

Cuando el personal encargado de Nathalie acudió a comprobar que todo estuviera bien, Gemma se levantó y salió. Si al menos hubiera podido hacer una sola cosa buena para ayudar a sus seres queridos, entonces le habría valido la pena ser una sirena. Pero todo lo que había hecho —todo lo que había conseguido hacer— era empeorar las cosas todavía más.