18

Lapsus

Penn yacía despatarrada en el sofá del salón, hojeando con languidez una revista sensacionalista, mientras Lexi se paseaba frente a ella.

—¿No va siendo hora de que Thea vuelva a casa? —preguntó Lexi.

Penn levantó los ojos por encima de la revista para espiar el reloj de pared.

—Ni siquiera habrá terminado el ensayo.

—Esto es ridículo. ¡Trajiste a Liv anoche y todo salió genial! —suspiró Lexi—. ¿Necesita veinticuatro horas antes de discutirlo con nosotras?

—Dijo que necesitaba tiempo para «poner sus ideas en orden».

Penn soltó la revista un instante para dibujar comillas en el aire con las dos manos.

Lexi se detuvo frente a la chimenea y se volvió de nuevo hacia Penn.

—Deberías ir a buscarla directamente.

—Le dejé mi coche, ¿te acuerdas? —preguntó Penn.

—¿Por qué? —exigió Lexi, cuya voz se tornó en un quejido irritante que hacía que a Penn le resultara muy difícil no darle un bofetón—. Siempre la llevas tú.

—No me apetecía —dijo Penn tratando, en lo posible, de no alterar la voz—. Y te sugiero que te calmes de una maldita vez antes de que te haga calmar yo.

—Como quieras —rezongó Lexi, y subió furiosa la escalera.

En apenas unos minutos, empezó a sonar el estéreo a todo volumen y Lexi se puso a cantar con la música. Penn pensó en gritarle, pero escuchar a Lexi cantar era mucho mejor que escucharla rezongar.

Thea estaba tardando demasiado tiempo en llegar a casa, y a Penn se le hacía aún más largo al tener que escuchar las canciones que Lexi elegía. Parecía satisfecha de poner a Katy Perry una y otra vez y, si bien a Penn le habían gustado sus canciones al principio, después de haberlas escuchado quince veces se le empezaba a agotar la paciencia.

Por suerte, Lexi apagó el estéreo al segundo de que Thea cruzara la puerta principal.

—¿Y bien? ¿Ya te has decidido? —Lexi se inclinó sobre la barandilla en el piso de arriba y gritó hacia donde estaba Thea—. La adoras incondicionalmente, ¿no es así?

—¿Te parece bien si cierro la puerta antes de que empiece el interrogatorio? —preguntó Thea.

—Relájate, Lexi —dijo Penn, casi rogándole. Se incorporó en el sofá y arrojó la revista a un lado—. No hace falta que tomemos ninguna decisión en este instante.

—Bueno, no nos vendría mal tomarla ahora mismo. —Lexi bajó la escalera a toda prisa, pero trató de calmar la insistencia en su voz—. ¿Y bien? ¿Qué te pareció?

—El ensayo estuvo bien, gracias por preguntar —dijo Thea entre dientes y se sentó en la silla.

—Sabes que a nadie le importa tu maldita obra —dijo Penn con toda naturalidad, y Thea se limitó a suspirar.

Lexi se sentó en una silla frente a ella, literalmente en el borde del asiento, observando expectante a Thea.

—Todavía no sé cómo me siento al respecto —acabó por admitir Thea. Puso los pies sobre la silla y se envolvió las piernas con los brazos—. Es demasiado pronto para saberlo.

—¡Eh, vamos! —gruñó Lexi y se retrepó en el asiento—. ¡Nos dijiste que hoy lo sabrías! Ayer pasamos toda la noche con Liv. ¡Estuvo perfecta, y lo sabes!

—¡No lo estuvo! —le replicó Thea—. Es una pelota, y cuando le dijiste que éramos sirenas, ni se inmutó. Probablemente esté mal de la cabeza. —Thea volcó su atención en Penn y le lanzó una mirada severa—. Eso fue muy arriesgado, por cierto.

—Usé la canción de las sirenas con ella. —Penn le restó importancia—. Liv no se lo contaría a nadie ni aun queriendo. De todos modos, dudo que lo hiciera. No hay forma de que incumpla su promesa.

—No puedes saberlo, Penn —insistió Thea—. No la conoces. Y sigo pensando que no le has dado las suficientes oportunidades a Gemma.

—¡Le hemos dado un montón de oportunidades! —aulló Lexi—. No seas ridícula. Esto es una tontería por tu parte. Liv es perfecta y tú eres una idiota, y tenemos que irnos de este maldito pueblo. —Se puso de pie y se cruzó de brazos—. A Penn y a mí no nos importa lo que digas. Haremos lo que queramos.

Penn le lanzó una mirada fría como el hielo.

—Nosotras no decidimos nada. Yo voy a decidir. ¿Por qué no subes y dejas que Thea y yo hablemos mientras se te pasa el berrinche?

—Yo no tengo ningún berrinche —contestó bruscamente Lexi. Penn siguió mirándola con furia, así que ella se burló, pero luego se volvió y subió la escalera hasta la buhardilla haciendo todo el ruido que pudo.

Penn se inclinó hacia delante y apoyó los brazos en las rodillas, volcando su atención otra vez en Thea.

—Olvídate de Gemma. Está fuera de juego. Me da igual lo que digas o lo que ella haga: no vamos a quedarnos con ella. ¿De acuerdo?

—Creo que te estás precipitando, pero tú decides. —Thea se encogió de hombros y mantuvo la vista fija en el suelo.

—Así que primero sacaremos a Gemma del juego, y después… ¿Qué te parece Liv? —preguntó Penn.

—Hay algo en ella que me inspira desconfianza —dijo Thea—. No me ha caído bien.

—Pero convendrás conmigo en que ella acatará órdenes mucho mejor que Gemma —dijo Penn—. Cuando le dije que éramos sirenas, se entusiasmó ante la idea de convertirse en una de nosotras.

—¡De eso se trata, Penn! —Thea levantó la vista para mirar a los ojos a su hermana—. Esto es una maldición. No debería entusiasmarla.

—Es una maldición formidable —replicó Penn, y Thea meneó la cabeza.

—Tú elegiste a Lexi por lo sumisa que era —le recordó Thea—. Yo quería una chica distinta, pero tú insististe una y otra vez con esa sirvienta que adoraba tu belleza. Y Aggie estuvo de tu lado para evitar peleas.

—Sí, ¿y? —preguntó Penn—. Salió genial.

—¿Estás segura? —Thea arqueó una ceja—. ¡Pero si Lexi se pasa el día sacándote de quicio!

—¡Te estoy oyendo!, ¿sabes? —gritó Lexi desde arriba.

—Me da igual lo que pienses de Lexi, tienes que admitir que nos ha funcionado mucho mejor que Gemma —dijo Penn, haciendo caso omiso de Lexi—. Forma parte de nuestro grupo desde hace casi trescientos años, y puede que sea odiosa, pero todavía no la he matado. Algo es algo.

Thea se acercó más a Penn y, cuando habló, bajó la voz, apenas por encima de un murmullo.

—Sé que no estás lista para irte. Lo que sea que te esté pasando con Daniel, sé que no estás dispuesta a renunciar a eso todavía.

Penn lo sopesó pero no dijo nada.

—Y quiero terminar la obra en la que participo —dijo Thea—. Ya sé que a ti no te importa, pero tal vez puedas pasar más tiempo con Daniel, y todas podremos dedicarle más tiempo a asegurarnos de que Liv sea la opción correcta en lugar de tomar una decisión apresurada otra vez.

—¿Estás sugiriendo que me espere hasta después del estreno de la obra para matar a Gemma? —preguntó Penn.

—Sí —dijo Thea—. Sólo serán unas semanas.

—No tenemos tanto tiempo —dijo Lexi inclinándose sobre la baranda de la buhardilla para poder verlas.

—Tenemos tanto tiempo como yo diga —le respondió bruscamente Penn.

—No, no es así. —Lexi meneó la cabeza—. He hecho algo mal. Sin querer.

—¿Qué has hecho? —preguntó Thea, con un gruñido grave—. No habrás matado a nadie, ¿no?

—No, sólo… —suspiró—. Quizá se me escapó dónde está el pergamino.

—¿Qué pergamino? —preguntó Penn. Estaba confusa. Se le arrugó la nariz, pero después cayó en la cuenta y se puso de pie—. ¿El pergamino? ¿A quién le hablaste del pergamino?

—A Gemma —admitió Lexi, avergonzada—. Ella me hizo caer en una trampa anoche. Me dijo que lo había encontrado, y yo le dije que estaba con Aqueloo, y supongo que habrá sumado dos y dos. O al menos es probable que lo haga.

—Pero ¡qué estúpida eres! —gritó Penn, y Lexi se encogió de miedo—. ¡Thea tiene razón! ¡Eres el peor error que he cometido en mi vida! Pero ¡qué tonta e inútil eres!

Thea se incorporó y se interpuso entre Penn y la escalera, como preparándose por si Penn subía corriendo y atacaba a Lexi. Eso era exactamente lo que Penn quería hacer, pero se quedó donde estaba, con la sangre hirviéndole de rabia.

Apenas podía controlar su enfado y sintió que los dedos se le empezaban a estirar. Le habían empezado a picar las encías a medida que los dientes se le convertían en colmillos, y ya se le había aclarado la visión al transformársele los ojos en los de un pájaro.

—¿Tiene el pergamino? —le preguntó Thea a Lexi, con voz pausada.

—No lo sé. —Lexi meneó la cabeza, y Penn alcanzó a ver que se le llenaban los ojos de lágrimas. Aquello no hizo sino enfurecerla más, y tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para no volar hasta allí arriba y destrozarle la cara.

—¡Vas a lograr que nos mate a todas! —rugió Penn. El monstruo se había apoderado de su voz, convirtiéndola, de lo sedosa que era habitualmente, en algo demoníaco.

—¡Aún no ha muerto nadie! —Thea levantó las manos para calmar a su hermana—. Tal vez Gemma no tenga el pergamino todavía. Lexi irá a buscarlo y, si está allí, lo traerá aquí para que lo vigilemos personalmente. Si no está allí, entonces iremos y mataremos a Gemma.

—¿Por qué no vamos a matarla ahora, y todos contentos? —sugirió Lexi—. Entonces ya no importará si lo tiene o lo deja de tener.

—Lo hiciste a propósito, ¿no? —preguntó Penn mirándola con los ojos entornados—. Querías irte ahora, y por eso tratas de forzar nuestra marcha.

—No, Penn, te lo juro, fue sin querer —dijo Lexi.

—Basta, Penn —dijo Thea, con palabras tan dulces y melódicas como le fue posible pronunciar—. Piensa. No quieres matar a Lexi ahora. Bastante difícil es reemplazar a una sirena, conque imagínate a dos.

Penn sabía que tenía razón, así que respiró hondo y contuvo al monstruo. Lentamente, sintió que se le retiraban los colmillos, pero los ojos seguían transformados. No podía aplacar por completo su furia, ni quería hacerlo tampoco.

Conservaba su poder sobre las otras sirenas dejándoles claro que sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de conservarlo. Nunca le había supuesto ningún problema destruir a quienquiera que se interpusiera en su camino o se enfrentara a ella, y no iba a detenerse ahora.

—Lexi, ve a buscar el pergamino —le ordenó Penn. La voz le había vuelto a su tono empalagoso habitual—. Si está allí, tráemelo. Yo cuidaré de él.

—¿Y qué pasa si no está? —preguntó Lexi.

—Pues reza para que esté, porque si Gemma encuentra ese pergamino, tú serás la primera en morir —le advirtió Penn—. ¿Me entiendes?

Lexi asintió.

—Sí, entiendo.

Bajó corriendo la escalera y, cuando pasó al lado de Penn, dejó entre ellas todo el espacio que pudo. Penn estaba tentada de golpearla y atacarla, pero le parecía más constructivo que Lexi buscara el pergamino lo antes posible.

Thea esperó hasta que Lexi se hubo ido para hablar otra vez. Miraron por la ventana cómo se tiraba de cabeza desde el acantilado que había detrás de la casa, donde aterrizaría zambulléndose con estrépito en el agua.

—¿Y cuál es tu plan si resulta que Gemma no tiene el pergamino? —preguntó Thea.

—De momento nos quedaremos —dijo Penn, mirando todavía por la ventana de atrás cómo el sol del atardecer se reflejaba en la bahía—. No quiero otra Gemma ni otra Lexi en mis manos y cuanto más tiempo nos tomemos para asegurarnos de que Liv sea la opción correcta, mejor estaremos.

»Pero no podemos quedarnos mucho tiempo más. —Penn se volvió hacia Thea—. Es sólo cuestión de tiempo que tu preciosa Gemma encuentre el pergamino, así que lo primero que tendremos que hacer es matarla.