17

El bar

—¿Pearl’s? —preguntó Harper con una ceja levantada mientras se deslizaba en el banco frente a Daniel—. ¿Esto cuenta como una cita de verdad?

—Yo no he usado nunca la expresión «cita de verdad». —Daniel levantó las manos y se puso a la defensiva—. Dije que teníamos que salir más.

Pearl’s no tenía una decoración marinera para atraer turistas, como sucedía en la mayoría de los locales que había en Capri. Tan sólo había una pintura colgada detrás del mostrador. Mostraba a una sirena sentada en una ostra abierta y sosteniendo una perla enorme. Harper evitó mirarla al sentarse.

Cuando Daniel dijo que quería salir esa noche, Harper pensó que se refería a algo un poco más especial, así que se había puesto guapa. Llevaba un vestido corto de verano y no paraba de estirárselo hacia abajo para asegurarse de que el dobladillo le quedara por debajo de la cicatriz del muslo.

Pearl, la dueña que daba nombre al bar, se abrió paso hasta su mesa. Tenían otras camareras, pero cada vez que Harper iba allí con Daniel, Pearl se aseguraba de atenderlos ella misma. Tal vez se debiera a que Daniel la ayudaba siempre que podía y quería cerciorarse de que estuviera bien atendido.

Pearl era una mujer un tanto corpulenta que rozaba la cincuentena. Tenía el aspecto un poco desaliñado, pero Harper sabía que era tan dulce como una tarta de queso con arándanos. De hecho, tenía el cabello casi del color de estos frutos: Harper suponía que Pearl debía cubrirse las canas con algún tipo de tinte casero que le dejaba el pelo azul.

—Pero ¡qué parejita tan mona que hacéis! —comentó Pearl cuando llegó a su mesa y los miró a uno y a otro—. ¿Estáis celebrando algo en especial?

Aunque Daniel se lo parecía siempre, Harper no creía que aquella noche estuviera particularmente guapo. Llevaba una camiseta de Led Zeppelin con un dibujo de Ícaro, y seguía con su sempiterna barba de dos días.

De todos modos, a Harper le gustaba más con la barba crecida. Cuando se afeitó unas semanas atrás, sintió sus besos diferentes y un poco extraños.

—No, sólo hemos venido al centro a pasar el rato —dijo Daniel, y le sonrió a Pearl—. ¿Cuál es la especialidad de esta noche?

—Tengo pastel de carne con salsa casera o sándwich vegetal con pollo —dijo Pearl—. El sándwich viene con patatas fritas. Pero si lo queréis con alguna otra cosa, no hay problema. Y esta noche paga la casa.

En Pearl’s no había menú. Tenía algunas especialidades escritas con tiza en un pizarrón colgado detrás del mostrador, pero, para todo lo demás, sencillamente se suponía que los clientes sabían lo que ella servía.

—Gracias, Pearl —dijo Daniel—. Déjanos que lo pensemos.

—Tomaos vuestro tiempo. —Pearl le guiñó un ojo—. Vuelvo en un rato.

—Gracias, Pearl —dijo Harper, y luego volcó su atención otra vez en Daniel.

—¿Qué? —preguntó Daniel una vez que Pearl se hubo alejado.

—Te ha vuelto a pagar con comida, ¿no? —preguntó Harper.

Él se inclinó sobre la mesa y le esbozó una sonrisa tímida.

—Le arreglé el ventilador de techo y me ofreció comida, sí.

—Daniel. —Harper sonrió y meneó la cabeza—. No puedes seguir permitiendo que la gente te pague con comida.

Él se encogió de hombros.

—No pasa con tanta frecuencia. Tengo suficientes clientes que me pagan en efectivo.

—¿En serio? —Ella se mostró escéptica y se cruzó de brazos—. Porque a veces parece que sólo te paguen con comida, o sofás usados, o una caja de películas piratas ¡en VHS!

—Eso sólo fue una vez. —Daniel levantó un dedo—. Y gracias a ello acabé con una temporada completa del «Batman» original de Adam West.

—¡Pero si ni siquiera tienes reproductor de vídeo! —replicó Harper.

—Pensaba comprarme uno —insistió él.

—Bueno, si esperas lo suficiente, probablemente te paguen con uno.

—Ojalá —dijo él secamente, pero seguía sonriendo.

Harper cedió un poco, descruzó los brazos y se inclinó hacia delante sobre la mesa.

—Era un simple comentario. Tienes facturas que pagar, y no creo que mi padre te deje pagar el alquiler ni con comida ni con vídeos.

—No te preocupes. Lo tengo cubierto. —Hizo un gesto con la mano indicándole que no se preocupara—. Por el trabajo del Paramount me están pagando bastante bien.

—A propósito, ¿cómo va eso?

—Bien. Va saliendo, lento pero seguro.

—Bien. Me alegra oírlo. —Harper frotó una manchita de la mesa y, con la mayor tranquilidad que pudo, prosiguió—. Pensé que quizá hubiera pasado algo. Gemma llegó a casa el otro día comportándose de una manera un poco extraña, pero cuando la presioné para que me contase qué había pasado, no dejó de insistir en que todo iba bien. Se pasó la noche entera leyéndose los libros de mitología que traje a casa de la biblioteca.

Daniel meneó la cabeza.

—Tuve que irme temprano porque estaba ayudando a Pearl, pero todo parecía ir bien mientras estuve ahí.

—Me alegro de oírlo. —Harper le sonrió.

Pearl volvió para tomarles nota. En realidad, Harper no había pensado en nada, así que se limitó a pedir el pastel de carne y un batido. Al parecer, a Daniel le gustó cómo sonaba porque pidió lo mismo.

Una vez que Pearl se hubo ido, él se reclinó en el banco. Miró fijamente a Harper y suspiró.

—Esto contraviene la regla de que no te iba a ir con cuentos de Gemma —dijo por fin.

—Esto no es venirme con cuentos —le rebatió Harper—. Somos adultos. Los adultos no se andan con cuentos.

—A eso voy. —Se rascó el cogote y recorrió el bar con la mirada—. Cuando empecé a trabajar en la obra, dije que vigilaría a Gemma pero que no iría corriendo a contarte cada mínima cosa que hiciera mal.

—Ya lo sé. Y yo no te lo he pedido —dijo ella—. No necesito saber todo lo que hace. Sólo quiero saber que está a salvo, y confío en tu buen juicio.

—Bueno, a lo que iba. —Suspiró otra vez—. No vi mucho ayer porque me fui temprano, pero esta tarde parecía la misma de siempre. Estaba empezando a coquetear un poco con Aiden Crawford.

—¿Aiden? ¿El hijo del alcalde? —preguntó Harper, abriendo un poco más los ojos—. Yo creía que se estaba viendo con Kirby Logan.

—Creo que cortaron el lunes.

Harper rio con sorna y se desplomó en su asiento.

—Dios, nunca me cuenta nada.

—No quiere preocuparte. Y tú tiendes a reaccionar de esta forma cuando ella te cuenta las cosas. —Daniel la señaló con el dedo.

—No estoy reaccionando de ninguna manera —dijo ella en seguida, pero se sentó más erguida y trató de no aparentar un aspecto tan alterado—. Pero estabas diciendo algo sobre Aiden. ¿Estás seguro de que no era sólo él quien estaba coqueteando con ella?

—No, los chicos coquetean mucho con ella. Ella, por lo general, no les hace ni caso. Pero esta vez no cabía duda: ella también estaba coqueteando con él.

—¿Y qué tiene eso de malo? —preguntó Harper—. Quiero decir, ¿es peor que si se implica con cualquier chico en este momento?

—No. —Daniel bajó la vista hacia la mesa y frunció los labios—. No lo sé.

—¿Qué significa eso?

—No sé nada. —Hizo una pausa y volvió a recorrer el bar con la mirada antes de proseguir—. Bueno, Aiden era muy amigo de mi hermano.

—¿Tu hermano mayor? Entonces, ¿me estás diciendo que ese tal Aiden es mayor que tú y que yo, y mucho, mucho mayor que Gemma? —Harper estaba cada vez más alarmada, pero hizo todo lo que pudo para no alzar la voz. De ese modo Daniel no podría acusarla de reaccionar exageradamente.

—Sí. Pero… —Daniel se rascó el cuello y titubeó—. Después de la muerte de John dejé de tener motivos para hablar con Aiden, así que debe de hacer… unos… cinco años que no hablo con él.

—¿Pero…?

—Pero cuando se juntaba con John, no es que Aiden fuera un tipo demasiado agradable, de hecho tenía un historial bastante reprobable con las damas.

—¿Reprobable hasta qué punto? —Preguntó Harper.

—No lo sé. —Se medio encogió de hombros y miró a Harper—. Todo esto lo supe a través de John, así que no sé hasta qué punto hay algo de verdad o si se trataba de una exageración. Pero vi a una de sus novias, y tenía un moratón muy feo en el ojo.

—¿Se lo hizo Aiden?

Daniel asintió.

—Eso es lo que dijo John.

—¿Y ahora Aiden está saliendo con Gemma? —preguntó Harper, a quien a esas alturas ya no le importaba en absoluto cómo pensaran Daniel o Gemma que debía reaccionar.

—Tal vez sea muy exagerado afirmar que están saliendo. Y debes tener en cuenta que Gemma es…, ya sabes… —Le echó una mirada sagaz, tratando de hacerle recordar que Gemma era una criatura mitológica, capaz de esclavizar a los hombres—. Ella puede arreglárselas sola.

Harper meneó la cabeza.

—No quiero que tenga que arreglárselas sola.

—Ya lo sé. Pero… —Daniel fue bajando la voz cuando notó que Harper hurgaba en el bolso, que estaba en el asiento—. ¿Qué estás haciendo? —En lugar de responder, ella sacó el móvil—. No, Harper, no puedes llamarla.

—¿Por qué no? —preguntó ella, pero ya había pulsado el botón de llamada y tenía el teléfono junto al oído.

—Porque va a saber que la he delatado, y se va a enfadar con los dos.

—No me importa —dijo, esperando que Gemma atendiera lo antes posible.

—Esta es la razón por la que no te cuenta nada —dijo Daniel—. Actúas como si fueras su madre.

Harper se quedó helada por un segundo. Eso era lo peor que Daniel le podía decir. Se había esforzado mucho para actuar con Gemma más como una hermana y amiga que como una madre. La manía de Harper de asfixiar a su hermana pequeña era nociva para ambas.

Gemma contestó cuando Harper estaba a punto de colgar.

—¿Gemma? —dijo Harper—. Disculpa. Se ha marcado sin querer. —Hizo una pausa mientras Gemma decía algo—. Sí. Te veo cuando llegue a casa. —Cortó y metió el teléfono en el bolso otra vez, y después miró a Daniel—. Ahí lo tienes. ¿Así está mejor?

Él sonrió.

—Un poquito, sí.

—¿Por qué me has contado esto? —preguntó Harper—. Sabías cómo iba a reaccionar.

—Creí que debía mantenerte al tanto de la situación para poder estar alerta —dijo él—. Pero tienes que dejarla vivir su propia vida y que tome sus propias decisiones. De momento, lo único que ha hecho es coquetear con un tipo. Todavía no hay por qué dar la señal de alarma.

Harper tragó saliva y meneó la cabeza.

—No sé cómo se supone que tengo que actuar, ni qué se supone que debo hacer. Si la veo en peligro, ¿se supone que tengo que dejarla expuesta al peligro, y ya está?

—Si Gemma estuviese parada delante de un autobús en marcha, lo menos que esperaría de ti sería que corrieras y la sacaras de allí —dijo Daniel—. Pero no está parada delante de un autobús. Y esta es nuestra cita.

—Ya lo sé. —Harper respiró hondo—. Lo estoy intentando.

—Ya lo sé. —Estiró el brazo sobre la mesa y le tomó la mano—. Y creo que es adorable que tengas que esforzarte tanto. Eres justo lo contrario que el Grinch: tu corazón es tres tallas más grande.

Ella sonrió y se sonrojó un poco.

—Eso ha sonado muy cursi. Pero también muy agradable.

—De eso se trataba. —Daniel sonrió—. Me gusta pensar que camino sobre la delgada línea divisoria entre ambos, y que siempre salgo victorioso.

—La mayoría de las veces lo logras.

Pearl les llevó su cena poco después, y el resto de la velada salió bien. Los dos se propusieron no hablar sobre Gemma ni sobre las sirenas ni sobre la universidad, los tres temas angustiosos que consumían a Harper.

Cuando salieron del bar, el sol había empezado su descenso bajo el horizonte. Había hecho un día demasiado caluroso, pero a medida que iba cayendo la tarde, se tornaba más cálido y agradable.

Harper había aparcado casi a una manzana de distancia, el lugar más cercano a Pearl’s que había podido encontrar. Daniel y ella empezaron a caminar hacia el coche, en silencio, limitándose a disfrutar de la compañía mutua y la hermosa noche.

—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó Daniel cuando llegaron al viejo Sable de Harper.

—No lo sé. —Se apoyó contra la puerta del acompañante y levantó la vista hacia él—. ¿Tenías algo en mente?

—Estaba pensando que tal vez podrías volver a la isla conmigo. —Se inclinó hacia ella y apoyó una mano a su lado, sobre el coche.

—¿Sí? ¿Y qué vamos hacer allí?

Él fingió que lo pensaba, su expresión cómicamente seria, y eso hizo reír un poco a Harper. Cuando bajó la vista otra vez hacia ella, sonreía, pero su sonrisa se disipó y dio lugar a algo más intenso.

—Se me ocurren unas cuantas cosas —dijo él en voz baja, y se apoyó sobre ella.

Sus labios apenas se habían rozado cuando la distrajo una conmoción en la calle, un poco más allá.