16
Devoradora de hombres
Gemma se había escondido detrás del telón de terciopelo para inspeccionar los decorados de Daniel tras los bastidores. Pensó que eso podría ayudarla a quitarse de la cabeza el hambre cada vez mayor.
Había planchas de madera apiladas, y un esqueleto de piezas de dos por cuatro era la única parte que realmente estaba montada. Obviamente, Daniel trataba de mantener su espacio de trabajo lo más ordenado posible. No obstante, daba la impresión de que no todo su instrumental cabía en la enorme caja de herramientas, así que había cosas desparramadas por el suelo.
Los planos estaban amontonados encima de la mesa. Gemma se inclinó sobre ellos y trató de hacerse una idea de cómo quedaría la escena. Tenía que ser fácil darle la vuelta para que pudiera mostrar dos decorados diferentes. También tenía planeado hacer paredes más pequeñas que pudieran moverse hacia adentro para crear la ilusión de espacios más privados, como los dormitorios.
—«Conque dejemos aparte toda la palabrería y hablemos claro. Tu padre consiente… —dijo Aiden, con la voz baja mientras recitaba sus líneas— en que seas mi mujer. Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre la dote y…». —Fue bajando la voz y murmuró el principio de su interpretación otra vez.
El ensayo había terminado hacía unos diez minutos, y todo el mundo se estaba dispersando, pero Aiden se había retrasado repasando un poco más sus frases. Deambulaba entre bastidores, con el entrecejo fruncido, pensando, y seguía murmurando para sí mismo.
Estaba apenas iluminado entre los bastidores por lo que, al parecer, todavía no había visto a Gemma. Ella se quedó donde estaba, apoyada contra la mesa, y observó cómo se esforzaba. La concentración en sus ojos castaños, como si le preocupara pensar que no podría aprenderse su papel, despertó un poco más de cariño en Gemma.
Hasta ese momento, lo único que ella había visto de Aiden eran sus descarados intentos de ligarse a Thea, o sus meteduras de pata a lo largo de una escena y el lío que se hacía con sus diálogos. A Gemma nunca se le había ocurrido pensar que de veras le importara su papel, ni siquiera que estuviera intentando aprendérselo.
Había dado por sentado que él no tendría preocupaciones gracias a su buen aspecto y a su apellido. Se había graduado en la universidad el año anterior, y al regresar, el pueblo lo había aclamado casi como si se tratara de su hijo pródigo. Incluso le habían dado las llaves de la ciudad.
Pero verlo frotarse las sienes, con su libreto estropeado enrollado en la mano, lo humanizó. Por primera vez, Aiden le pareció realmente atractivo. Su estómago parecía rugir de aceptación, y tragó para contener el hambre.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Gemma, y él dio un pequeño salto, sorprendido por su presencia—. Lo siento. No quería asustarte.
—No, no me has asustado —le aseguró él con una sonrisa. Caminó hasta donde estaba ella, pero todavía los separaba la mesa—. Creía que aquí ya no quedaba nadie más. ¿Qué estás haciendo?
Ella se encogió de hombros y miró al suelo.
—En realidad no tenía ningún otro lugar adonde ir.
Lo cierto era que no sabía cuánto tiempo más podría mantener su apetito controlado, y en ese preciso momento Aiden le parecía muy tentador.
Al parecer, la ansiedad no hacía más que agravar su hambre. Después de su conversación con Thea el día anterior, se sentía un tanto desmoralizada. No sabía dónde más buscar el pergamino, y ni siquiera sabía de cuánto le serviría aunque lo encontrara.
Además, había tenido una especie de encontronazo con Álex. El coche no le funcionaba, así que Gemma se puso a mirar debajo del capó, tratando de entender algo. Entonces llegó Álex a su casa. Ella levantó la cabeza justo a tiempo de verlo salir de su propio coche, vestido con la ropa sucia de trabajo.
El solo hecho de verlo bastó para que el corazón le diera un vuelco y se le hiciera un nudo en el estómago. Por mucho que hubiera cambiado durante el último mes, ella todavía veía en él al chico del que se había enamorado, en un envoltorio todavía más atractivo. Se acordó de cómo la abrazaba y de cómo le había prometido amarla para siempre.
Cuando él se encaminó hacia su casa, dirigió una mirada hacia donde estaba ella. Gemma levantó la mano para saludarlo, pero él la miró con un odio tan intenso que sintió que el corazón se le partía en dos. Tuvo que morderse la lengua para no echarse a llorar allí mismo.
Se recordó a sí misma que la decisión había sido suya, y que era lo mejor para Álex. Ahora que Álex la odiaba, las sirenas habían dejado de interesarse por él.
Esa era la única manera de mantenerlo a salvo, aunque significara que no volviera a amarla. Gemma sabía que había tomado la decisión correcta. Daba igual lo que pasara entre ellos dos, porque ella se acordaría siempre de los momentos que habían compartido, y con eso debía bastarle.
—Bueno, eso no me lo creo ni por un segundo —dijo Aiden, y Gemma levantó la vista hacia él—. Estoy seguro de que hay muchos lugares donde podrías estar.
—Por desgracia, no —dijo ella, con una tímida sonrisa—. Al menos, no donde yo prefiera estar antes que en los sucios bastidores del teatro.
—¿De veras te gusta tanto el teatro? —preguntó Aiden.
—Me encanta fingir que soy otra persona por una hora o dos —admitió ella.
—Bueno, ¿me ayudarías a fingir que soy otra persona por un ratito? —preguntó Aiden con una sonrisa seductora.
—Me alegrará ayudarte con la obra, si es eso lo que me estás pidiendo —dijo Gemma, respondiendo a su expresión con otra propia, evasiva y coqueta a la vez.
Él se rio y dio un golpecito en la mesa con el texto.
—Creo que, de momento, me conformaré con eso.
—Parecías tener problemas siempre con la misma parte. ¿Quieres repetirlo de nuevo, y yo te doy pie cuando te atasques? —sugirió Gemma.
—Claro. —Aiden le dio el texto, aunque ella ya tenía una copia—. Esta parte se me está atragantando.
Ella se subió a la mesa de un salto, cruzó las piernas para que él no pudiera mirar debajo de su falda, y abrió el libro en la página que tenía la esquina doblada. Sus pasajes estaban destacados, así que los encontró con facilidad y asintió para que él comenzara.
—Vale. —Aiden sacudió el cuerpo y se preparó mentalmente para la escena—. Vale. —Se aclaró la garganta y luego empezó—: «Conque dejemos aparte toda la palabrería y hablemos claro. Tu padre consiente que seas mi mujer. Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre la dote y, quiera… —Se atascó de nuevo—. Quiera…».
—No es «quiera» —dijo Gemma—. Es «quieras» si te sirve de ayuda.
—«Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre la dote y, quieras…» —volvió a recitar Aiden, y después meneó la cabeza—. No tengo ni la menor idea de lo que quieres.
Ella sonrió.
—«… y, quieras o no quieras, me casaré contigo».
—Guau, Gemma, esa es una proposición bastante osada —dijo Aiden con una ancha sonrisa—. Apenas nos conocemos siquiera. Probablemente deberíamos salir algunas veces antes de empezar a hacernos proposiciones de matrimonio.
Gemma se rio, pero antes de que se le llegara a ocurrir una respuesta a tono, la puerta trasera del teatro se cerró de un golpe. Tanto ella como Aiden se volvieron para ver quién era, y oyeron el taconeo de sandalias con plataforma en la escalera unos pocos segundos antes de que apareciera Lexi.
—¿Este es el ensayo de la obra? —preguntó Lexi lanzando una mirada despectiva por todo el escenario—. Más bien parece un sótano sucio con dos adolescentes salidillos.
—Yo no soy adolescente —dijo Aiden, haciendo lo que buenamente pudo para salir en defensa de ambos, pero Gemma no habría podido decir si le molestaba la interrupción de Lexi o si le complacía la aparición de la rubia de piernas largas.
—Esto no es el ensayo de la obra —dijo Gemma—. Ya ha terminado.
—¿Lo dices en serio? —rugió Lexi—. Entonces, ¿dónde diablos está Thea?
Gemma meneó la cabeza.
—No lo sé. Creí que la vendría a buscar Penn.
—No, Penn estaba ocupada… —Lexi se detuvo para elegir las palabras con cuidado, sonriendo con maldad mientras lo hacía—… atendiendo a una invitada. Así que he venido yo a buscar a Thea.
—Es probable que haya vuelto caminando —dijo Gemma, y puso el texto de Aiden a un lado.
—Genial. Ahora tendré que buscarla —dijo Lexi.
Gemma bajó de la mesa de un salto y casi se chocó con Aiden, quien se había acercado más a ella mientras hablaba.
—Si quieres, te acompaño —se ofreció Gemma, quien pasó junto a Aiden para hablar con Lexi—. Podría ayudarte a buscarla.
Si no podía encontrar el pergamino, al menos trataría de congraciarse con las sirenas y de ese modo conseguir un poco más de tiempo para buscar.
—Estoy segura de que me las podré arreglar yo solita, pero gracias de todos modos —dijo Lexi, con la voz sedosa chorreando veneno—. Tú sigue haciendo manitas. —Después se volvió hacia Aiden—. Ten cuidado con esta. Es una verdadera devoradora de hombres.
Lexi le guiñó un ojo a Gemma y se alejó de allí. Gemma salió corriendo tras ella y la detuvo antes de que hubiera llegado a la escalera de atrás.
—Estábamos repasando el texto, pero ya hemos terminado —le resumió Gemma—. ¿Por qué no puedo ir contigo? Llevo unos cuantos días sin nadar. Quizá podríamos ir todas a la bahía.
—Pero ¿a ti qué te pasa? —Lexi se volvió para mirarla de frente—. ¿Desde cuándo quieres hacer algo conmigo o con Penn?
—No-no-no quiero —tartamudeó Gemma—. Es que yo… quería… No hablamos mucho últimamente.
—No hay nada de que hablar —respondió Lexi bruscamente y después miró a su alrededor—. Espera un segundo. ¿Dónde está ese fontanero zarrapastroso, o lo que sea, con quien Penn está tan obsesionada?
—¿Daniel? —preguntó Gemma—. No es fontanero. Construye los escenarios.
Lexi la miró con furia.
—Como si me importara lo que hace. Sólo quiero saber dónde está.
—Está en el bar Pearl’s, ayudando a Pearl a arreglar un ventilador de techo —dijo Gemma.
Lexi fingió que le entraban arcadas.
—Pero qué cosa tan repulsiva. No tengo ni idea de qué le pasa a Penn. Ella está… —fue bajando la voz y meneó la cabeza—. Lo que sea. Tendría que ir a buscar a Thea.
—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? —preguntó Gemma otra vez, tratando de evitar que la desesperación se le notara en la voz—. Estoy segura de que podría ayudarte.
—Para serte sincera, me encantaría encasquetarte la tarea, y que dieras vueltas por este agujero insignificante hasta que encontraras a Thea, pero eso llevaría demasiado tiempo —dijo Lexi—. Tengo que buscar a Thea y tengo que volver.
—¿Con quién está Penn? —preguntó Gemma con cautela.
Lexi inclinó la cabeza.
—¿Conque de eso se trata? ¿Estás tratando de averiguar quién es nuestra «visita»?
—Sólo tengo un poco de curiosidad, eso es todo —admitió ella.
—Estás preocupada, ¿no es así? —Lexi dio un paso adelante, de modo que ambas quedaron frente a frente. Lexi ya era más alta que Gemma de por sí, pero con los zapatones de plataforma le sacaba dos cabezas—. ¿Tienes miedo de que estemos entrevistando a tus futuras sustitutas? ¿Y de que podamos haber encontrado la adecuada?
Gemma tragó saliva.
—En realidad, no se me había pasado por la cabeza.
—Bueno, pues así es. Y es maravillosa. —Lexi sonrió—. Thea va a conocerla esta noche y, si todo sale bien, estarás acabada.
Aquello dejó sin palabras a Gemma, así que Lexi se rio. Dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta.
—Pues entonces, menos mal que he encontrado el pergamino —dijo Gemma, y con ello la detuvo.
Lexi hizo una pausa y la miró con los ojos entornados.
—¿Qué?
Gemma tragó saliva y decidió seguir adelante con el farol. Thea no iba a decirle dónde estaba el pergamino, así que no había manera de que Lexi lo hiciera tampoco. Al menos, no si Gemma iba de frente y se lo pedía.
—El pergamino donde está escrita la maldición. Si lo destruyo, os destruyo a todas vosotras —dijo Gemma.
—No lo has encontrado. —Lexi se alejó de la puerta y se acercó más a Gemma, pero ella se mantuvo firme y levantó la vista hacia ella.
—Lo he encontrado —dijo Gemma—. En el segundo lugar donde busqué y, si no me ayudáis a romper la maldición, encontraré la forma de destruirlo.
—Agh —gruñó Lexi, y puso los ojos en blanco—. Mira que le dije a Penn que no tendríamos que haberlo escondido allí. Saltaba a la vista una vez supieras quién era su padre.
—Sí, bueno… —Gemma se mojó los labios—. Conocí a su padre y me lo dio.
—¿Conociste a su padre? —Lexi le lanzó una sonrisa despectiva—. Pequeña mentirosa de las narices. Tú no has encontrado nada. Su padre está muerto.
—Estoy cerca, Lexi —insistió Gemma, mientras Lexi se iba otra vez hacia la puerta—. Lo encontraré, y entonces destruiré el pergamino, y a vosotras con él. Si me ayudáis a romper la maldición, quizá encontremos una manera de vivir todas.
—Buen intento. Ni lo vas a encontrar ni nos vas a detener. Al menos, no antes de que te sustituyamos. Se te acaba el tiempo, Gemma. —Lexi rio y salió caminando del teatro, dejando que la puerta se cerrara de golpe tras ella.
Aiden empezó a hablar con Gemma, a preguntarle de qué iba todo aquello, pero Gemma no le prestó atención. Él se había quedado atrás, en el escenario, así que no había podido oírlo todo, pero había captado lo suficiente como para saber que pasaba algo.
Las sirenas le buscaban una sustituta, y era probable que no tardaran en encontrarla. Si Gemma no rompía la maldición, podía darse por muerta. Y la única pista que le había dado Lexi era que el pergamino tenía algo que ver con el padre muerto de Penn.