15
Sustituta
—Ay, Dios, todo lo que tiene que ver con este pueblo es horrible —gruñó Lexi mientras giraba el dial de la radio del descapotable de Penn—. ¿Por qué tuviste que agenciarte un puñetero coche clásico? Podríamos haber tenido radio satélite.
—Ya me conoces —dijo Penn—. Me encantan los clásicos.
Ya estaban lo bastante lejos de Capri como para que las emisoras de radio decidieran abandonarlas así como así y sólo se oyera la estática. Lexi apagó la radio y después se reclinó en su asiento, con cara larga.
—Al menos, estamos saliendo por un día —dijo Penn—. Eso debería alegrarte.
—No, sólo me entristece más, porque me recuerda lo fabuloso que es el resto del mundo si lo comparamos con ese maldito pueblo de pescado de mierda —despotricó Lexi. Se cruzó de brazos y se quedó mirando hacia delante, con la mirada fija en la autopista que había frente a ellas.
—¿Pueblo de pescado? —preguntó Penn—. ¿Y eso qué se supone que significa?
—Significa que apesta, y lo sabes. —Se volvió hacia Penn, implorándole—. Cuando llegamos allí la primera vez, dijiste que sólo nos quedaríamos unos pocos días. Se suponía que sólo íbamos a echar un vistazo muy rápido e irnos de allí. Después nos íbamos a ir a Buenos Aires…
—Si no encontrábamos nada —corrigió Penn.
—Correcto, pero no encontramos nada en absoluto —dijo Lexi, y luego se corrigió—. Bueno, no encontramos lo que estábamos buscando. De modo que deberíamos seguir adelante.
—Lexi, estoy buscando aquí —dijo Penn, e hizo un gran esfuerzo por no elevar el tono—. Ahora mismo vamos a conocer a la posible sustituta de Gemma. No sé qué más quieres que haga.
—Ya lo sé, pero ¿por qué tenemos que esperar? —se quejó Lexi—. ¿Por qué no puedes matar a Gemma, llevarte a la chica nueva, y a otra cosa?
—Porque no quiero colarme con otra Gemma de nuevo —explicó Penn como si estuviese hablando con una niña—. Quiero estar segura de que Liv encaja perfectamente con nosotras.
—Pensé que ya habías decidido que sí —dijo Lexi—. Quiero decir, para eso te fuiste por tu cuenta a registrar la zona en busca de sustitutas. Se suponía que ya habías decidido que ella era perfecta.
—Parece perfecta, pero quiero la aprobación de todas.
—Entonces, si me gusta, ¿la podemos convertir esta noche? —preguntó Lexi.
—No, todavía tiene que conocerla Thea —dijo Penn.
—Uf —gruñó Lexi y se reclinó en el asiento—. Thea no la va a aceptar nunca. Es tan tonta…
—Estás molesta, y lo entiendo, pero en serio tienes que intentar moderar ese tono. —Penn la miró con furia.
—¿Por qué no matamos a Gemma esta noche y ya está? —preguntó Lexi—. El otro día fue luna llena, así que disponemos de casi un mes para encontrar una sustituta.
—No, eso fue lo que pasó con Aggie —dijo Penn—. Y la única razón por la que maté a Aggie cuando lo hice fue porque ella iba a matarnos a nosotras si no lo hacía. No tuve opción, y no voy a hacerlo otra vez.
—Pero si nos limitáramos a matar a Gemma podríamos irnos de este pueblo, y estoy segura de que fuera de Capri habrá como un millón de chicas mucho mejores que ella —chilló Lexi.
—Lexi, vamos a matar a Gemma —le aseguró Penn—. Pronto. Muy pronto. Pero no lo haremos sin antes estar seguras de que tenemos una sustituta.
—Cuando la matemos, ¿podré comerme su corazón? —preguntó Lexi.
—No.
—Nunca me dejas comerme el corazón de nadie. —Lexi hizo pucheros—. Cada vez que matamos a una sirena u otro inmortal, tú te comes su corazón, y eso te hace sentir bien y te produce gran excitación. No es justo. Yo nunca puedo hacer nada.
—Sí. Ya te entiendo, Lexi —dijo Penn bruscamente—. Ya sé cómo te sientes. Pero estás empezando a sacarme de quicio.
Lexi trató de calmarse, pero pasó sólo un minuto antes de que se volviera hacia Penn.
—¿Puedo comerme el corazón de Daniel, al menos?
Penn casi pisó los frenos, pero consiguió arreglárselas para preguntar:
—¿Qué?
—Bueno, tú decías que, según crees, podría ser pariente de ese Bastian o como se llame —dijo Lexi—. El inmortal con quien salías antes de que yo me convirtiera en sirena. Si Daniel es pariente suyo, entonces es probable que su corazón sea más valioso.
—No, no puedes comerte el corazón de Daniel —respondió Penn con una frialdad glacial.
—¿Por qué no? —preguntó Lexi—. Sí, es muy mono, pero ¿a quién le importa? Tú ya te vas a comer el corazón de Gemma. ¿No puedes, al menos, dejarme las sobras?
—No. —Penn aferró con fuerza el volante y las palabras le salieron entre los dientes apretados, que se estaban convirtiendo lentamente en colmillos—. Es mío.
—¿Es tuyo? —se burló Lexi—. No seas ridícula. Podría esperar este tipo de tontería sentimental de Aggie, o quizá de Thea. Pero de ti, nunca.
—¡Lexi! —gruñó Penn—. ¡Me estás hartando! ¡Voy a detener el coche si no cierras la boca de una vez!
—¡No! ¡No voy a cerrar la boca! —le gritó Lexi—. ¡Tú me estás hartando a mí! ¡Tú y tu estúpido encaprichamiento con un estúpido humano! Estás siendo una verdadera…
Penn encaminó el coche al arcén y pisó los frenos. Lexi calló por fin y se aferró a los laterales para no perder el equilibrio. Sin decir nada, Penn se dio la vuelta y atacó a Lexi.
Se le subió encima, la tomó del cabello sedoso para que no pudiera soltarse, y le pegó en la cara una y otra vez. Lexi chilló y le clavó las uñas en la mano, pero en realidad no se defendió en ningún momento.
Cuando hubo terminado, Penn se sentó otra vez en el asiento del conductor. Mientras pegaba a Lexi, los ojos se le habían transformado en los de un pájaro. Pero cuando empezó a calmarse, volvieron a la normalidad.
Lo que realmente la dejó tranquila fue lamerse la sangre de las manos. La sangre de sirena tenía un gusto más dulce, y era mucho más poderosa que la de los corazones mortales. En unos pocos minutos, su voz sería más encantadora y ella estaría más radiante todavía.
Lexi se incorporó más despacio y, con el rabillo del ojo, Penn alcanzó a ver que tenía la cara destrozada. En el transcurso de una hora, la cara desfigurada de Lexi recobraría su belleza habitual. Mientras tanto iba a dolerle mucho, y eso hizo sonreír a Penn.
—Como íbamos diciendo —comentó Penn mientras se reincorporaba a la carretera—, creo que las dos estaremos de acuerdo en que voy a matar a quien quiera y cuando yo quiera.
—Sí —murmuró Lexi. Se le trabucaban las palabras porque tenía los dos labios cortados.
—Ahora límpiate —continuó Penn con la misma voz calmada y alegre—. Quieres causarle una buena impresión a la chica nueva, ¿no?
—Sí —repitió Lexi, temerosa tal vez de que Penn la atacara de nuevo si no decía nada. Y no se equivocaba, porque Penn había probado la sangre de sirena y estaba ansiosa por probar más.
Para cuando llegaron a Auburnton, Lexi había empezado a curarse, pero no del todo. Se limpió la sangre seca de la cara mientras Penn tarareaba al ritmo de la radio cuando por fin encontró una emisora.
—Ahí está —dijo Penn mientras aparcaba en una acera, bajo un arce.
—¿Dónde? —preguntó Lexi, y Penn señaló a una chica dentro de un bar que miraba a su alrededor, supuestamente fijándose en si veía a Penn. Tenía el cabello rubio y ondeado a la altura de los hombros, y se mordía los labios mientras esperaba. No podía tener más de dieciocho años, y había en ella una especie de inocencia y sorpresa.
—¿Vamos a conocerla? —preguntó Penn, y, sin esperar a que Lexi respondiera, salió del coche.
—Espera. —Lexi rodeó rápido el coche y alcanzó a Penn mientras esta cruzaba la calle—. ¿Por qué ella? ¿Por qué te gusta?
—Elegí a Gemma porque me pareció que tenía algunas características propias de una sirena, como la belleza, el amor por el agua y la fuerza, y pensé que podríamos lidiar con su tozudez —dijo Penn—. A Gemma le caímos mal de entrada, pero pensé que podríamos superarlo una vez que viera el don que le habíamos otorgado.
Todavía estaban a una manzana del bar, pero la chica las había visto. Se puso de pie y agitó el brazo en el aire como una loca. Penn le respondió con un leve gesto de mano lleno de amabilidad.
—Ahora me doy cuenta de mi error —dijo Penn, bajando la voz—. Me doy cuenta de que lo que hace buena a una sirena es que sea una buena adepta. Esta chica es insulsa, pero pronto será hermosa. No sabe nadar pero aprenderá. Es el tipo de chica que está dispuesta a hacer lo que sea para encajar.
Penn sonrió a Lexi.
—Va a hacer cualquier cosa que yo le diga.
La chica se acercó hasta la barra del bar a recibirlas. Estuvo a punto de hacer volcar una mesa, y sus mejillas se sonrojaron de vergüenza.
—Lo siento. —La chica les regaló una gran sonrisa a las dos—. No estaba segura de que este fuera el bar donde habíamos quedado, y estaba preocupada por si os estaba esperando en el lugar equivocado. Llevo aquí media hora, pero ahora que habéis venido me alegro de que fuera el lugar correcto.
»Y ahora me estoy yendo por las ramas. Lo siento —continuó la chica sin respirar, y luego volcó su atención en Lexi—. ¡Ay cielos, pero qué guapa eres! No me puedo creer lo guapas que sois las dos. Lo siento. Probablemente os parezca extraño que yo lo diga, y seguro que os lo dicen a todas horas, pero es que sois realmente guapas.
—Gracias —dijo Lexi. Luego se inclinó hacia Penn y susurró—. Creo que esta vez se te ha ido un poco la mano con la canción de las sirenas. Es todavía más sumisa que Sawyer.
—Qué va. Ni siquiera he llegado a emplear la canción con ella —le dijo Penn—. Está así de colgada por nosotras.
—Guau. —Lexi le echó un vistazo a la chica—. Es perfecta.
—Lo sé —coincidió Penn—. Lexi, te presento a Olivia Olsen.
—Liv —dijo la chica mientras le tendía la mano—. Mis amigos me llaman Liv, y espero que vosotras os convirtáis en mis mejores amigas.
—Oh, estoy segura de que así será —dijo Lexi con una amplia sonrisa.