14

Minotauro

—Si yo fuera un pergamino mágico, ¿dónde estaría? —se preguntó Gemma a la entrada de la casa de las sirenas.

Por una vez, estaba de suerte. Harper le había dejado usar su coche —cosa rara en ella— y, cuando Gemma llegó a la casa de las sirenas, Penn y Lexi se habían ido. No sabía por cuánto tiempo ni adónde, así que tenía que empezar su búsqueda lo antes posible.

La casa era bonita pero no demasiado grande. Eso lo hizo todo más fácil, porque había menos lugares donde buscar.

Gemma echó un vistazo rápido en la cocina, en armarios y cajones, pero si bien encontró cosas inexplicables como un cajón lleno de ropa interior de encaje junto a la nevera, no vio rastros del pergamino ni de ningún otro documento importante. La despensa estaba abastecida con latas de conservas y una escoba, pero no había nada digno de mención.

El resto de la planta baja era más o menos lo mismo. Los pocos lugares que había para guardar cosas en el salón estaban llenos de películas y más lencería. Debían de tener una colección de ropa interior provocativa más grande que la de las tiendas Victoria’s Secret.

Apenas había subido dos peldaños de la escalera que iba al primer piso cuando oyó un aleteo raro que venía del exterior. El corazón le dio un vuelco, y se volvió despacio. Por las ventanas alcanzó a ver a Thea justo cuando aterrizaba en el aparcamiento, sus enormes alas batiendo detrás de ella.

Thea no se había transformado por completo en ave, así que seguía siendo humana, excepción hecha de las alas gigantes que le brotaban de la espalda. Eran de un color escarlata precioso, que brillaba con la luz del sol, y el aleteo le levantó la falda por un instante. Se plegaron detrás de Thea mientras caminaba hacia la casa y, para cuando llegó a la puerta, ya le habían desaparecido dentro de la piel.

Gemma pensó en esconderse o en tratar de escabullirse por la puerta trasera antes de que Thea la descubriera, pero en el último momento decidió hacer lo contrario. Había dejado muchos cajones abiertos y lencería revuelta mientras buscaba. No disponía de tiempo suficiente para volver a ponerlo todo en su sitio y, de todos modos, tal vez Thea se daría cuenta de que era ella quien había estado registrando la casa.

Cuando Thea abrió la puerta no pareció sorprenderse de ver a Gemma, pero seguramente era porque había reconocido el coche de Harper a la entrada.

—¿Buscabas algo? —preguntó Thea al observar el estado de la casa.

—¿Y tú qué haces en casa? —replicó Gemma, intentando distraerla para tener tiempo de encontrar una respuesta—. ¿No deberías estar en el ensayo?

—Cuando vi que no estabas allí, supe que tramabas algo. —Thea tomó asiento en una silla del salón, con los pies apoyados en la mesita baja que tenía enfrente—. Y me vine temprano para averiguar de qué se trataba.

—¿Cómo supiste que estaría aquí? —preguntó Gemma.

Thea se encogió de hombros.

—No lo sabía. Sólo tuve un pálpito. Y dado que Penn y Lexi llevan fuera del pueblo toda la tarde, pensé que era mejor hacerle caso.

—¿Dónde están Penn y Lexi? —preguntó Gemma.

—Se han ido. —Thea posó de lleno sus ojos verdes en Gemma—. Y bien, ¿vas a decirme qué estás buscando exactamente?

Gemma se debatió en cuanto a qué contestarle. Al final se decantó por decirle la verdad.

—El pergamino —dijo mientras descendía los escalones.

—¿El pergamino? —Thea arqueó una ceja pero, salvo por eso, no pareció inmutarse—. Lo dices como si yo supiera a cuál te refieres.

—Al que tiene escrita la maldición. —Gemma se sentó frente a Thea y trató de parecer tan impávida como ella—. Tiene escrito todo lo que implica la maldición, cuáles son las reglas y quizá hasta cómo romperla.

La boca de Thea se curvó de un costado en una sonrisita divertida.

—Puedo asegurarte que no tiene escrito cómo romper la maldición. Aunque soy consciente de que encontrarías interesante el resto de la información, en especial cómo matar a una sirena.

—Entonces… —Gemma se mojó los labios—. Sí que sabes de qué estoy hablando.

—Claro que lo sé —rio Thea—. ¿De veras creías que no lo sabría?

—No, supongo que no —admitió Gemma—. Pero pensé que mentirías al respecto.

—No tengo motivos para mentir. Si tú ya lo sabes, ¿qué sentido tiene? —Thea inclinó la cabeza—. Pero tengo curiosidad. ¿Cómo lo averiguaste?

—Tengo mis fuentes —respondió Gemma rápidamente.

Thea podía ser la mejor amiga de Gemma en ese momento, pero eso no cambiaba el hecho de que seguía siendo una sirena. No desvelaría ni el nombre de Lydia ni el de Marcy, por si Penn o incluso Thea decidían tomar represalias más adelante.

—Bueno. Quienquiera que sea tu fuente, si te dijo que el pergamino es la clave para romper la maldición, te engañó —dijo Thea.

—Tal vez —dijo Gemma—. Pero ¿por qué no me dejas verlo por mí misma?

Thea rio y echó la cabeza hacia atrás.

—Ay, Gemma, por favor.

—¿Qué? —preguntó Gemma—. ¿Qué te parece tan gracioso?

—Tu arrogancia. —Thea reprimió la risa, pero esbozó una amplia sonrisa—. Das por sentado que puedes resolver un misterio que llevamos cientos de años analizando. ¿Realmente crees que mis hermanas y yo somos tan estúpidas?

—No, claro que no —dijo Gemma apresurándose a disculparse—. Penn podrá ser muchas cosas, pero estúpida no es.

—Entonces ¿qué es lo que crees que vas a ver que nosotras no hayamos visto ya? —preguntó Thea.

—No lo sé. Tal vez nada —admitió Gemma—. Pero tengo que intentarlo. La otra opción que me queda es darme por vencida, y no voy a hacer eso. No hasta que haya agotado todas las posibilidades y hasta que haya visto ese pergamino por mí misma. Todavía me queda un camino más por explorar.

Thea meneó la cabeza.

—Esa no es la única opción. Puedes abrazar esta vida. Ser una sirena tiene algunos aspectos verdaderamente maravillosos.

—No intentes venderme la moto, Thea —la cortó en seco Gemma—. Lo único que quiero es saber dónde está el pergamino.

—¿Por qué te lo iba a decir? —preguntó Thea.

—Me dijiste que lo harías. Dijiste que harías todo lo que pudieras para ayudarme.

—Si eso no terminaba conmigo o mis hermanas muertas —la corrigió Thea.

—¿Crees que si encuentro el pergamino morirás? —preguntó Gemma.

—No exactamente. —Thea se puso de pie y empezó a caminar hacia la cocina—. ¿Quieres algo de beber?

—No, estoy bien. —Gemma dio la vuelta a la silla para mirar a Thea—. ¿Qué quieres decir con «no exactamente»?

—No sé cuánto sabes sobre el pergamino en realidad. —Thea abrió la neverita para vino que había en la isla de la cocina. Se debatió unos minutos antes de sacar una botella—. Se supone que es indestructible.

—Ya lo había oído —dijo Gemma.

—Y así es, hasta donde yo sé. —Thea extrajo un sacacorchos, y luego cerró algunos de los cajones que Gemma había dejado abiertos—. En diversos momentos a lo largo de los siglos, otros mortales intentaron destruir nuestro pergamino. Hasta Aggie pasó por una etapa en la que intentó quemarlo.

—Pero ¿no funcionó? —preguntó Gemma.

—No. —Thea descorchó el vino y sacó una copa—. ¿Estás segura de que no quieres una copa?

—No. Prefiero no beber nada que venga de una sirena —dijo Gemma secamente, y Thea le lanzó una leve sonrisa.

—Tal vez se trate de una sabia decisión. —Thea se sirvió una copa grande de vino y tomó un buen trago antes de continuar—. Como te podrás imaginar, no somos las únicas criaturas sometidas a una maldición. Casi todas ellas intentaron romper sus maldiciones destruyendo sus pergaminos.

—¿Y ninguna lo ha conseguido? —preguntó Gemma.

—Depende de lo que entiendas por conseguirlo. —Thea volvió caminando al salón—. Pero muy pocas consiguieron destruirlo.

—Entonces ¿estás diciendo que es posible? —preguntó Gemma.

Thea se sentó frente a ella otra vez, se cruzó de piernas y apoyó la copa sobre la mesita baja.

—¿Has oído hablar de los minotauros?

—Eso creo. Un minotauro es algo así como mitad hombre y mitad toro, ¿verdad? —preguntó Gemma.

—Algo así —dijo Thea—. El minotauro original fue Asterión. Yo no llegué a conocerlo, pero oí decir que era un joven muy apuesto y que Pasífae se enamoró de él. Ya estaba casada con el rey Minos, a pesar de ser una diosa bastante poderosa por derecho propio.

»El rey descubrió el adulterio de su esposa y la amenazó con decapitar a su amante, así que Asterión cortó la relación. Pasífae se enfureció y lo maldijo para que tuviera la cabeza de un toro —explicó.

—¿Por qué la cabeza de un toro? —preguntó Gemma.

—No estoy del todo segura, pero por lo visto iba a juego con sus otros… miembros —dijo Thea con cuidado, y Gemma arrugó la nariz—. Pasífae siguió teniendo muchos otros amantes. Si intentaban terminar la relación, ella los maldecía convirtiéndolos en minotauros y los encerraba en un laberinto para que no pudieran escapar.

—¡Qué horror! —dijo Gemma—. Pero ¿qué tiene eso que ver con su pergamino?

—Ahora llego a lo que te quería decir —dijo Thea—. Al final, Pasífae murió y alguien liberó a los minotauros. Pero era una forma de vida terrible. Una vez conocí a uno, y eran verdaderamente criaturas horrendas. Toros monstruosos con cuernos gigantes y ojos furiosos. No sólo eso, sino que todos estaban un poco locos por haber vivido en el laberinto durante tanto tiempo.

»Naturalmente, no querían seguir así. Pasífae los había hecho inmortales, pero Asterión estaba decidido a liberarse. Descubrió una manera de destruir el pergamino.

»Si mal no recuerdo, tenía que comerse el pergamino cuando el sol brillara sobre su cabeza. —Thea inclinó la cabeza mientras pensaba—. No recuerdo los detalles con exactitud, pero sé que era raro y muy preciso.

—¿Y vuestro pergamino no se destruye de la misma manera? —preguntó Gemma.

—No. Cada pergamino tiene sus propias reglas, y se destruye de una manera diferente que nunca se le confía a su poseedor —dijo Thea—. Y eso quiere decir que nadie nos dijo nunca cómo destruirlo. Ni siquiera estoy segura de a quiénes se lo dijeron y, aunque lo supiera, probablemente a estas alturas ya lleven mucho tiempo muertos.

—¿Cómo lo descubrió Asterión? —preguntó Gemma.

—Tal vez se lo dijo una de las musas, pero en realidad no estoy segura. —Thea agitó la mano—. No importa. Ese no es el asunto del relato.

—Entonces, ¿cuál es? —preguntó Gemma.

—Pasífae había convertido a Asterión y a todos los hombres en minotauros siglos antes de que él acabara con la maldición, y hacía mucho tiempo que sus vidas mortales habrían acabado —explicó Thea—. De modo que al segundo de destruir el pergamino, todos se convirtieron en polvo.

—¿Por qué? —preguntó Gemma.

—Cuando se destruye el pergamino, es como si la maldición no se hubiera producido —dijo Thea—. Y si la maldición no se hubiera producido, ellos habrían muerto y sus cadáveres se habrían descompuesto hace muchos años. Así que eso es lo que quedó de ellos.

Gemma se dio cuenta de que aquello no hacía más que confirmar lo que les había dicho Lydia, y dejó escapar un largo suspiro.

—Y eso es lo que os pasaría a ti y a Penn y a Lexi si alguien destruyera el pergamino.

—Exacto. —Thea tomó la copa y se reclinó en la silla—. Así que por mucho que quiera ayudarte, no puedo hacerlo. No voy a hacer nada que propicie mi muerte o la de mis hermanas.

Gemma se quedó unos minutos donde estaba, tratando de asimilar la conversación. Aunque encontrara el pergamino, eso no significaba que pudiera descubrir la manera de destruirlo. De todos modos tendría que dar con alguien que supiera cómo hacerlo, pero si lo hacía, todas las sirenas se convertirían en polvo.

—Gracias por tu ayuda —le dijo Gemma a Thea, y se levantó—. Disculpa que te haya desordenado la casa.

—No pasa nada. Ya pondré a Lexi a ordenarla cuando regrese. —Thea le sonrió, pero Gemma no pudo juntar fuerzas suficientes para devolverle la sonrisa. Bajó la vista y caminó hacia la puerta. Entonces Thea habló otra vez—. No está aquí, Gemma.

—¿El qué? —Gemma se volvió hacia ella.

—El pergamino. No voy a decirte dónde está, pero puedo decirte que no está aquí —dijo Thea, en un tono casi airado.

—¿Por qué me lo cuentas? —preguntó Gemma—. ¿Y cómo sé que puedo confiar en ti?

—No puedes. —Thea se encogió de hombros—. Te lo cuento porque… —Suspiró y meneó la cabeza—. No sé por qué. Lo único que sé es que no te queda mucho tiempo antes de que Penn te sustituya y… no quiero que pierdas el tiempo buscando algo que no vas a poder encontrar.