13
Vacilación
Al llegar a casa, Gemma insistió a Harper con todas sus fuerzas para que la acompañara a nadar. Harper se negó cuanto pudo, pero sabía que si no accedía, Gemma iría sin ella.
Debido a la transformación que se producía cada vez que tocaba el agua salada, Gemma prefería nadar de noche, cuando había menos testigos cerca. Harper no podía reprochárselo, así que se puso su traje de baño y llevó a Gemma a la bahía.
Fueron más allá de la playa, hasta donde la arena suave se transformaba en rocas escarpadas que bordeaban la orilla. El aparcamiento de asfalto daba paso a un bosque de pinos amarillos. Harper aparcó en un camino de tierra, tan cerca del agua como se podía llegar en coche.
Gemma tomó la delantera, caminando con delicadeza de una roca a otra, y Harper tuvo cuidado de pisar en el mismo lugar que Gemma para no tropezar ni cortarse el pie con alguna roca afilada. Gemma se metió en el agua por su propio pie. En cuestión de segundos, Harper vio los destellos de la luna en su cola de pez.
Era mucho más rápida que Harper, pero la esperó nadando en círculos alrededor de ella. Harper nunca se sentía con tanta falta de coordinación como cuando nadaba cerca de Gemma. Sus brazadas, por lo general elegantes, se parecían más a los chapoteos de un perro torpe comparadas con el modo en que Gemma se deslizaba por el agua.
Casi odiaba admitirlo, pero nadar con Gemma cuando era una sirena le parecía impresionante. Su gracia y belleza eran verdaderamente asombrosas.
—Harper, espera —le ordenó Gemma mientras flotaba delante de ella.
—¿Qué? —Harper se puso a su altura.
—Agárrate de mis hombros —dijo Gemma y, como Harper dudó, le dio ánimos—: Vamos. Confía en mí. Limítate a agarrarte de mis hombros.
Gemma se puso de espaldas a Harper y, con cautela, esta se aferró a los hombros de su hermana.
—Y ahora ¿qué? —preguntó Harper.
—Ahora contén la respiración —rio Gemma, y se sumergió en el agua, arrastrando a Harper hacia abajo mientras nadaba a toda velocidad.
Justo cuando Harper empezaba a tener miedo de ahogarse, Gemma la arrastró de nuevo hacia arriba, fuera del agua y por el aire antes de caer de un chapuzón otra vez.
A Harper se le partió el corazón al ver a Gemma mar adentro, en su elemento, consciente de que había encontrado su lugar en el mundo y que no podría quedarse en él.
La noche podría haber sido mágica, pero Harper sabía que la maldición conllevaba muchas otras cosas. De no haber sido por estas últimas, de buena gana habría dejado que Gemma lo disfrutara durante el resto de su vida.
A la mañana siguiente, tanto Harper como Gemma parecieron despertar con renovado entusiasmo por encontrar el pergamino. Si bien Gemma no había podido meterse en la casa de las sirenas el día anterior, ni estar ni un solo segundo a solas con Thea, aquel día estaba decidida a buscarlo. No quiso contarle a Harper en qué consistía el plan, pero Gemma le aseguró que tenía una estrategia para meterse en la casa sola.
Por su parte, Harper se pasó toda la jornada laboral buscando cualquier tipo de información sobre maldiciones y sirenas y pergaminos antiguos. Como la biblioteca pública de Capri no tenía tanto fondo relativo a ciencias ocultas como la librería Cherry Lane, todavía no había encontrado nada.
Pero estaba segura de que no tardarían en hacerlo. Tenían que hacerlo. Y Harper no podía irse hasta que lo lograran. Tenía que resolver aquello. Porque si no iba a la universidad, tendría que contárselo a su padre.
Harper miraba por la ventana de la cocina mientras fregaba los platos. En teoría estaba mirando la casa de Álex, pero su mente estaba a miles de kilómetros de distancia. Oyó que se abría y se cerraba la puerta principal, y luego las botas de trabajo de su padre que golpeaban contra el suelo. Un momento después, apareció Brian en la cocina, detrás de ella.
—Eh, cariño —dijo Brian, mientras revisaba distraído la correspondencia, que Harper había dejado sobre la mesa de la cocina.
—Eh, papá. —Harper terminó de enjuagar el último plato, después cerró el grifo y se volvió para mirarlo cara a cara—. ¿Cómo te ha ido en el trabajo?
—Igual que siempre, igual que siempre. —Se encogió de hombros y abrió una notificación—. ¿Cómo te ha ido a ti?
—Bastante bien, supongo. —Se apoyó de espaldas contra la encimera y lo observó mientras leía la notificación. Él insultó entre dientes y meneó la cabeza—. ¿Es algo malo?
—No te preocupes. —Brian dejó la notificación, y luego levantó la vista y le sonrió—. ¿Cómo decías que te había ido?
—Así, así, en realidad. —Ella se alisó la cola de caballo y le sonrió—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de comer?
—No vuelvo del cole, Harper —le dijo él, desconcertado—. No necesito merendar.
Ella rio, pero sonó nerviosa.
—Ya lo sé.
—¿Necesitabas algo? —preguntó Brian, mirándola con los ojos entornados—. Tienes cara de necesitar algo.
—No. —Ella meneó la cabeza—. Eh, no. Eh, bueno, supongo… Me preguntaba cómo andaban las cosas con Álex.
Él abrió la nevera y sacó una botella de cerveza antes de responder.
—¿En el puerto, quieres decir?
—Sí, ahora mismo me preguntaba cómo os iría —dijo Harper, esperando que su padre no fuera consciente de que estaba intentando llevar la conversación a temas banales. No podía contarle su cambio de planes para el futuro tan de sopetón.
—Trabaja bien. —Brian abrió su cerveza y le dio un buen trago—. No habla mucho conmigo. La verdad es que nunca hablaba conmigo, pero ahora, menos todavía. Siempre fue un chico callado y raro. Todavía lo es. Sólo que más callado y más raro aún.
—No es raro —dijo Harper—. Sólo es… reservado.
Brian se dejó caer contra la mesa de la cocina.
—¿Sabes por qué cortaron Gemma y Álex?
Harper bajó la vista y negó con tanta vehemencia que la cola de caballo le pegó en la cara.
—No.
—Tengo la sensación de que fue algo malo —dijo Brian—. Pasó algo entre ellos.
—Quizá no sea más que… No lo sé. —Volvió a negar.
Él la observó por un momento y luego dijo:
—Pensé que tal vez te lo hubiera contado.
—No, son cosas de adolescentes. —Se encogió de hombros—. Y ya sabes que Gemma es muy hermética.
—Sí. —Le dio otro trago a la cerveza—. ¿Y se lo ha contado a mamá?
—¿Qué? —Harper levantó la vista, sorprendida de oír a Brian mencionar a Nathalie.
—No lo sé. —Él miró para otro lado, pero no antes de que Harper notara la pena en sus ojos azules—. Siempre le ha gustado hablar con mamá, así que me preguntaba si Gemma seguía contándole cosas.
—Sí —dijo al final, asintiendo—. Creo que le cuenta cosas a veces. Sabe que mamá le guardará sus secretos.
—Sí, Nathalie los guardará. Lo quiera o no. —Respiró hondo, y luego se apartó de la mesa—. Hay algo de lo que quiero hablarte. ¿Por qué no te sientas? —Le señaló la silla con un gesto.
—¿Es el tipo de charla en el que tengo que estar sentada? ¿De qué se trata? —preguntó Harper. Le estaba empezando a dar un ataque.
—Tú siéntate —dijo Brian, moviendo su propio asiento a un lado de la mesa—. Quería hablar contigo antes que con tu hermana. Hoy tiene ensayo, ¿no?
—Sí, hasta las ocho, más o menos. —Harper se sentó frente a él, literalmente en la otra punta de la mesa—. Papá, la verdad es que me estás asustando. ¿Puedes soltarlo de una vez? ¿Vamos a perder la casa?
—¿Qué? —Brian la miró, confuso, y luego, horrorizado—. No, no vamos a perder la casa. ¿De dónde has sacado esa idea?
—¡No lo sé! Parece que me vayas a decir algo malo.
—No es algo malo. Te preocupas demasiado. ¿Sabes qué? Te preocupas más tú a los dieciocho que yo a los cuarenta y uno. Si no te cuidas te acabará saliendo una úlcera, o te dará un infarto.
—¡Papá! —dijo Harper, incapaz de contener la ansiedad por más tiempo.
—Está bien, está bien. —Alzó la mano y respiró hondo—. Eh… Creo… que necesito ir a ver a tu madre.
Harper esperó un instante, observando a su padre con la mirada vacía.
—¿Quieres visitar a mamá? ¿Esa es tu mala noticia?
—Te dije que no era una mala noticia, pero… —Brian no quiso mirarla cuando ella le habló, y eso no ayudó a aplacar sus temores—. De un tiempo a esta parte he estado pensando en un montón de cosas, y tengo que verla antes de tomar algunas decisiones.
—¿Qué tipo de decisiones? ¿De qué estás hablando? —preguntó Harper.
—Harper, ya te he dicho que no hay nada de qué preocuparse. Quiero ver a Nathalie, y quería ir contigo y con tu hermana. ¿Vais a ir las dos este sábado?
—Hum… —Harper se detuvo a pensar—. Sí, creo que sí.
—Muy bien, entonces. ¿Puedo ir con vosotras? —preguntó Brian, levantando la vista por fin hacia ella.
—Sí, claro que puedes. Puedes ir a verla cuando quieras. Es tu esposa.
—Eso ya lo sé. —Empezó a arrancar la etiqueta de su botella y, en tono más bajo, repitió—. Lo sé.
—¿Eso es todo lo que querías decir? —preguntó Harper. Estaba confusa, porque no alcanzaba a entender por qué le había dicho que se sentase para contarle algo que en realidad no era nada malo.
—Sí. —Él asintió con un gesto y luego alzó la cabeza—. A menos que tú quisieras decirme algo a mí.
—En realidad, sí. —Inspiró para hacer acopio de fuerzas antes de empezar—. Tenía que decirte una cosa…
—No estarás embarazada, ¿no? —preguntó Brian, casi interrumpiéndola.
—¡Papá! ¿Qué? No. Claro que no. —Abrió los ojos como platos—. Eh, por Dios, papá. Daniel y yo estamos juntos como… No. Ni siquiera estamos… Papá. En fin: no.
No pudo evitarlo y empezó a sonrojarse.
—Bien, porque los niños son maravillosos, excepto si uno no está preparado para tenerlos —dijo Brian, en tono aliviado—. Dan muchísimo trabajo, y tú tienes toda la universidad por delante.
Ella vio su oportunidad, así que dijo:
—De eso es de lo que quería hablarte.
—¿De la universidad?
—Sí, estaba pensando en postergarla un año más, tal vez.
—Harper Lynn Fisher, vas a ir a la universidad —dijo Brian con firmeza.
—Ya lo sé, papá. Pero estoy pensando que tal vez justo ahora no sea buen momento.
—¿Es por Daniel? —Entornó los ojos, y su expresión se endureció—. Si te está reteniendo, me desharé de él.
—Basta, papá. ¿Deshacerte de él? ¿Eres de la mafia o qué? —preguntó Harper sin podérselo creer—. Y no, no tiene nada que ver con Daniel. Nunca he permitido que ningún chico interfiriera en mi futuro. ¿Por qué iba a empezar ahora?
—Entonces, ¿de qué se trata? —preguntó Brian, con un dejo de confusión y enojo.
—Es que creo que no es el momento apropiado —se limitó a decir.
No podía confiarle a su padre la verdadera razón: que Gemma era una sirena. Ni lo entendería ni se lo creería. Y aunque lo hiciera, ¿de qué serviría? Harper estaba volviéndose loca de preocupación, y Brian no necesitaba pasar por eso también, máxime teniendo en cuenta que no podía hacer nada al respecto.
—Si es por el dinero, Harper, podemos afrontarlo. —Se inclinó hacia delante sobre la mesa—. Te han dado una beca, y la perderás si no vas. Yo tengo algunos ahorros, y tú tienes préstamos programados. Ya nos las arreglaremos para salir adelante. No tienes que preocuparte por eso.
—No, no es por el dinero.
—Entonces, dame una buena razón por la que no deberías ir —dijo Brian.
—Gemma. —Harper le dio la respuesta más honesta que pudo—. A Gemma le pasa algo.
—Me alegro de que quieras tanto a tu hermana, pero no es tu hija. El responsable de lo que le pase no eres tú, sino yo. Cuidaré de ella. Tú sólo deberías preocuparte por prepararte para ir a la universidad. No nos pasará nada.
Ella suspiró.
—Hay algunas cosas que tú no entiendes.
—Debes saber algo: no me he pasado los últimos diecinueve años trabajando más de cuarenta horas por semana para que tires tu futuro por la borda. Todo lo que he hecho, lo he hecho para que a Gemma y a ti os vaya mejor de lo que nos fue a tu madre y a mí. Eso es lo que los dos queríamos para vosotras, y es lo que tú quieres para ti. No me importa cuál sea la razón por la que deseas quedarte. No existe una razón en el mundo que sea suficiente.
—Pero papá… —dijo ella pero ya se estaba dando por vencida en su intento de convencerlo.
—Sin peros, Harper. Vas a ir a la universidad. Y no se hable más.