12
Lazos
Después del ensayo, habían tenido sus primeras pruebas de vestuario. La obra estaba ambientada en el Renacimiento italiano, de modo que los trajes eran elegantes y elaborados, sobre todo porque el director, Tom, exigía perfección y autenticidad.
Gemma había bajado a los camerinos a probarse un vestido de muselina para que los encargados de vestuario verificaran el talle y el diseño. Una vez que se lo hubo probado y se hubieron comprobado las medidas dos veces, se le permitió volver a ponerse su ropa de calle e irse a casa, pero ella se había retrasado.
La mayoría de los camerinos no se habían tocado durante la restauración del teatro. Eran pequeños cubículos de ladrillo arrinconados en el sótano. Los habían pintado de blanco para darles mejor aspecto, pero la pintura estaba cuarteada y se estaba descascarillando.
El vestíbulo por donde se salía de los camerinos no estaba mucho mejor. No lo habían pintado y el techo tenía la ventilación y las cañerías a la vista. Los cuatro camerinos tenían estrellas en la puerta, pintadas con los nombres de estrellas de cine famosas, como Marilyn y Errol, para dar un poco de ambientación.
Pero eso no era lo que tenía a Gemma dando vueltas por el vestíbulo. Había sido la última en probarse el vestido, así que estaba sola en el sótano, admirando las fotografías que se alineaban en las paredes. Todas eran en blanco y negro, de veinte por veinticinco centímetros, y las habían tomado o bien durante el apogeo del teatro Paramount original o bien poco después de su reapertura.
La foto frente a la cual se había detenido Gemma era de su madre. La habían tomado hacía años, antes de que Gemma y Harper hubieran nacido, quizá incluso antes de que Nathalie se hubiera casado con Brian.
Nathalie estaba de pie justo al lado del escenario, sosteniendo un ramo de rosas. No estaba mirando a la cámara. Más bien estaba mirando a su derecha. Tenía el cabello largo echado hacia un lado, y una sonrisa torcida que a pesar de ello era hermosa.
A juzgar por su atuendo, Gemma supuso que Nathalie había representado el papel de Blanche en Un tranvía llamado deseo. Llevaba un vestido sencillo de color azul que terminaba rasgado al final de la obra, pero a Nathalie le había encantado su actuación, así que había conservado el vestido durante años.
—Al fin te encuentro —dijo Kirby, y Gemma echó un vistazo y lo vio acercarse por el vestíbulo hacia ella—. Te estaba esperando arriba, pero no subías.
—Me he desviado a mitad de camino —dijo Gemma y le señaló la foto que tenía frente a ella—. Esa es mi madre.
Kirby tardó unos segundos en dejar de mirarla y observar la fotografía. Cuando lo hizo, asintió con la cabeza a modo de aprobación.
—Es muy guapa —dijo, y esa era la respuesta que esperaba Gemma. Su madre era alta y elegante, de ojos hermosos y sonrisa serena.
—Era una actriz con mucho talento —dijo Gemma.
—¿Era profesional? —preguntó Kirby—. ¿Hizo cine o televisión?
—No, era contable. —Gemma se rio de la yuxtaposición—. Pero en otra vida, habría sido modelo o actriz. En vez de eso, decidió casarse y tener hijos.
—Qué mal —dijo Kirby, y Gemma lo fulminó con la mirada. Él bajó la vista acto seguido, los ojos azules heridos y como pidiendo disculpas.
—No está mal —lo corrigió Gemma antes de volver a la foto—. Ella amaba a mi padre y nos amaba a mi hermana y a mí. Eligió estar con nosotros porque la hacíamos más feliz.
—Ah. —Se pasó una mano por el cabello oscuro y se animó a levantar la vista hacia ella otra vez—. ¿Murió?
—Casi —dijo ella en voz baja—. Sufrió un accidente hace nueve años. Todavía vive, pero ya no es lo mismo.
—Lo siento —dijo Kirby, y dio la impresión de que realmente lo sentía. Extendió la mano para tocarle el hombro a Gemma, y ella no le rechazó el gesto.
—Fui a verla el otro día y traté de contarle que actuaría en una obra —dijo Gemma—. La última vez que actué fue cuando hicimos Los tres cabritos en el jardín de infancia. Me acuerdo de que, por aquel entonces, a mi madre le hizo mucha ilusión.
Le sorprendió sentir que se le llenaban los ojos de lágrimas y sorbió para contenerlas. Kirby había dejado caer la mano, pero se quedó cerca de ella por si necesitaba consuelo, aunque lo cierto era que ella casi ni había reparado en que él seguía allí.
—Creí que le volvería a hacer ilusión —prosiguió Gemma—. A mamá siempre se le iluminaban los ojos cuando hablaba de las obras en las que había actuado. Pero cuando se lo conté, ni siquiera sabía de qué le estaba hablando.
»Antes se paseaba por la casa recitando a Shakespeare, a Tennessee Williams y a Arthur Miller. —Gemma dejó escapar un hondo suspiro y meneó la cabeza—. Pero ahora no sabía de qué le estaba hablando, ni le importaba.
Después, en un leve susurro, añadió:
—Apenas se acuerda de mí.
—Eh, vamos. —Kirby trató de rodearla con el brazo, pero ella se hizo a un lado.
—Lo siento. —Gemma se secó los ojos y le lanzó una sonrisa forzada—. No tienes por qué verme así.
—No me molesta. —Kirby le sonrió—. ¿Por qué no salimos de este sótano frío y húmedo? Te llevo a casa en coche.
—No, Kirby, está bien. —Gemma meneó la cabeza—. No hace falta que lo hagas.
El día anterior, cuando estaba con su hermana y Marcy en la librería tratando de descubrir cómo romper la maldición de las sirenas, Kirby había estado llamándola y mandándole mensajes de texto. Ella había apagado el teléfono para poder concentrarse, pero cuando por fin lo encendió, vio que tenía seis mensajes nuevos y dos llamadas perdidas.
Y entonces fue cuando Gemma decidió que aquello ya había ido demasiado lejos. Una cosa era divertirse con Kirby para pasar el rato, y otra cosa muy distinta era implicarse en serio con él. A la larga, Penn y Lexi se darían cuenta, y eso sería peligroso para el pobre chico.
Además, todavía estaba enamorada de Álex, y nunca iba a amar a Kirby. Tampoco era que Kirby la amase a ella. Lo que fuera que sentía por ella, probablemente no era más que un capricho inducido por su faceta de sirena, y ella no quería acabar hiriéndole.
Así que decidió que tenía que terminar con él. Por desgracia, había estado tan ocupada tratado de descubrir dónde podría guardar Penn el pergamino secreto que no había pensado exactamente cómo cortar con Kirby.
No habría estado tan mal si hubiera avanzado algo en su búsqueda del pergamino. Hasta ese momento, lo mejor que se le había ocurrido era hablar del asunto con Thea o buscar en la casa donde vivían las sirenas. Pero Penn y Lexi se habían quedado todo el día en casa, y ella no había podido estar a solas con Thea, ya que siempre estaba rodeada por los actores de la obra.
Y en esas estaba Gemma a la salida de los camerinos, tratando de encontrar una manera amable de desilusionar a Kirby.
—De veras que no me importa acercarte —dijo Kirby—. Me viene de camino a mi casa.
—Ya lo sé, pero hoy pensaba ir caminando —dijo Gemma—. Hace una noche tan bonita…
—Podría acompañarte —le ofreció Kirby.
—Kirby, verás, eres muy agradable, pero… —Dejó escapar un largo suspiro cuando vio su expresión de desánimo—. Acabo de salir de una relación seria y necesito concentrarme en la obra y están pasando demasiadas cosas en mi vida. No creo que sea justo para ti que sigamos viéndonos.
—A mí me parece justo —dijo él en seguida—. Totalmente justo. Si estás ocupada, ya sabes, puedo dejarte más espacio.
—Bueno, es que necesito un montón de espacio —dijo Gemma—. Tanto espacio que ya no podremos pasar ratos juntos a la salida del ensayo. En absoluto. Ese es el tipo de espacio que necesito.
La comprensión le inundó el rostro, y tragó con dificultad.
—¿He hecho algo mal?
—No. —Ella sonrió con tristeza y negó con la cabeza—. Has sido perfectamente maravilloso.
—Entonces… ¿puedo al menos acompañarte a casa esta noche? —preguntó Kirby—. ¿A modo de despedida?
—¿Gemma? —preguntó Daniel. Apareció al pie de la escalera que había al final del pasillo—. ¿Va todo bien aquí abajo?
—Sí, todo bien —le aseguró Gemma.
—Bien —dijo él, pero no se fue—. Todo el mundo se ha ido a casa. Así que… Kirby, ¿por qué no te vas tú también?
—Iba a acompañar a Gemma —dijo Kirby.
—¿Por qué no te tomas la noche libre, Kirby? Yo me aseguro de que llegue a casa a salvo —dijo Daniel—. Voy a su casa de todos modos a ver a su hermana.
Kirby miró a Gemma, tal vez esperando que ella insistiera en que él la llevase, pero ella se limitó a encogerse de hombros y a negar con la cabeza. A decir verdad, le aliviaba el haberse zafado de él. Kirby era inofensivo, pero eso no significaba que ella quisiera pasarse la siguiente media hora dándole calabazas.
Kirby bajó la vista y asintió con la cabeza.
—Está bien. Nos vemos, Gemma. —Dio media vuelta y se fue caminando por el pasillo.
Gemma esperó hasta que se hubiera ido para sonreírle a Daniel en señal de agradecimiento y se acercó donde él la estaba esperando.
—Gracias —le dijo—. Me acabas de salvar de una vuelta a casa muy, muy incómoda.
—Lo dices porque no sabes lo que yo tengo planeado a modo de conversación. Voy a hablar de todo tipo de asuntos incómodos. —Daniel sonrió con aire de suficiencia.
—Entonces, ¿en serio me vas a acompañar a casa? —le preguntó Gemma mientras subían la escalera juntos.
—No te quepa duda —dijo Daniel—. ¿Tienes idea de lo que me haría tu hermana si te dejara volver a casa andando sola y desprotegida en mitad de la noche?
—Pero si todavía no deben de ser ni las nueve —señaló Gemma.
—¿Crees que eso le importa a Harper? —preguntó Daniel—. Ya ha oscurecido. Eso significa «mitad de la noche» para ella.
Cuando llegaron al final de la escalera, en lugar de volver a subir al escenario y salir por el auditorio, dieron la vuelta y se fueron por la puerta de atrás. Daniel la sostuvo abierta para que Gemma saliera al aire cálido de la noche.
Lo sintió nada más salir. No había forma de explicarlo. Era como sentir un magnetismo en la sangre. Cuando había luna llena, esta la atraía de la misma forma en que atraía a las mareas, y el océano parecía llamarla más fuerte de lo normal.
—Debería ir a nadar esta noche —dijo Gemma mientras respiraba hondo.
—¿Por qué no pasas por tu casa primero? —preguntó Daniel—. Estoy seguro de que si vas a ir a nadar de noche, Harper se sentirá mucho mejor si puede acompañarte.
—Ya —dijo, casi de mala gana. No sólo porque no le gustaba nadar con Harper, sino también porque no quería tener que esperar más para ir.
Durante las últimas semanas, cuando había ido a nadar, a veces había llevado a Harper con ella. Otras iba a solas con Thea, y en raras ocasiones había ido con las tres sirenas.
El acuerdo al que Gemma había llegado con Harper era que no volvería a ir a nadar sola otra vez. Por mucho que a Harper le disgustaran las sirenas, había acabado confiando en Thea. Por eso pensaba que era más seguro para Gemma estar cerca de Thea que estar sola.
—Si te hiciera una pregunta, ¿me responderías con franqueza? —preguntó Gemma mientras ella y Daniel caminaban por la acera.
—Lo intentaría —dudó Daniel—. No suelo mentir, así que puedes estar bastante segura de que seré franco contigo.
—¿Estás trabajando en la obra por mí? —preguntó Gemma, mirándolo para ver cómo respondía—. ¿Harper te dijo que lo hicieras?
—Me estás preguntando si Harper quiso que hiciera de niñera —dijo Daniel, evitando su pregunta de manera subrepticia—. En realidad, no usó exactamente esas palabras.
—¿Pero sí te pidió que lo hicieras? —presionó Gemma.
—En realidad, no, no me lo pidió —dijo él—. Pero yo sabía que se sentiría mejor si sabía que estabas más protegida. Y yo también.
—¿Tú también? —rio Gemma—. No me halagues tanto con tus preocupaciones.
Él le lanzó una sonrisa de complicidad y se alborotó el cabello ya despeinado.
—Ya sabes a lo que me refiero. Eres una buena chica. No quiero que te pase nada malo, pero tampoco quiero que te formes una idea equivocada.
—No hay ninguna idea equivocada, y eso está bien. Tú eres uno de los dos hombres con quienes puedo estar. —Ella suspiró—. La verdad es que, en este momento, mi padre y tú sois los únicos que no me miráis con malas intenciones.
—Como novio de tu hermana, puedo cumplir con dos deberes a la vez haciendo de cuñad…, ¿casi cuñado? —Inclinó la cabeza, tratando de encontrar la expresión correcta antes de encogerse de hombros y seguir hablando—. Lo que sea, incluso si hay alguien a quien quieras que muela a palos, avísame y yo me encargo.
—Gracias. —Gemma sonrió—. Te agradezco el ofrecimiento.
—No parezco muy fuerte, pero lo compenso con la altura —dijo Daniel, y ella rio.
Gemma le echó un vistazo y pensó que se infravaloraba. Si bien era cierto que Daniel era bastante alto, también parecía fuerte. Usaba sobre todo camisas de franela o camisetas gastadas —el atuendo convencional tanto de los hipsters como de los trabajadores de mantenimiento—, pero a través de la ropa se entreveían unos bíceps prominentes y unos hombros anchos. Además, ella lo había visto sin la camisa y sabía que tenía los músculos bastante marcados.
—Penn me dijo que te ofreció diez de los grandes para poner una verja alrededor de su casa —dijo Gemma.
—Lo hizo. —Se rascó el pescuezo debajo del mentón—. Obviamente, no acepté.
—¿Obviamente? —Ella levantó la vista para mirarlo—. Eso es mucho dinero como para rechazarlo.
—Así es, pero estoy seguro de que es dinero manchado de sangre —dijo Daniel sin mirar a Gemma en busca de confirmación—. Y pasar mucho tiempo cerca de Penn tal vez no sea lo que más me interesa. Todos los tipos que hay en su vida terminan muertos.
—¿Cómo andan las cosas en ese aspecto? —preguntó Gemma.
—¿Te refieres al interés un tanto obsesivo de Penn hacia mí? —preguntó Daniel, y respiró hondo—. Todo se reduce a caminar por la delgada línea que transita entre no hacerla enfadar ni darle falsas esperanzas.
—¿Y no te sientes atraído por ella? —preguntó Gemma—. ¿Para nada?
—No. —Él se rio y pareció espantado—. Ni en lo más mínimo. ¿Tú te sientes atraída por ella?
—¡No! ¿Por qué iba yo a sentirme atraída por ella?
—Exacto. Partes de la premisa de que ella es tan hermosa que su apariencia física anulará cualquier tipo de lógica o razón o deseo real que yo pueda albergar —dijo Daniel—. Como los dos somos inmunes a su canción, o a cualquiera que sea el poder sobrenatural que ejerce sobre la gente, a ti te debe de pasar lo mismo.
—Eso tiene sentido —dijo ella por fin—. ¿Le has hablado a Harper del pequeño encaprichamiento que tiene Penn contigo?
—Lo he minimizado todo lo que he podido —admitió Daniel—. Sabe algo, pero no todo. No hace falta que además se preocupe también por eso, ¿no?
—No, lo entiendo. Yo tampoco le he contado mucho. —Gemma suspiró—. A veces es mejor así.
Doblaron en la esquina de la manzana y se alejaron de la zona comercial del centro del pueblo, en dirección a los barrios residenciales de las afueras.
Había un pequeño muro de contención que se extendía junto a la acera, y Gemma trepó y caminó sobre él con los brazos extendidos como si estuviera en una cuerda floja.
—Ya que estamos siendo sinceros, ¿puedo preguntarte algo? —preguntó Daniel.
—Por supuesto —dijo ella, pero aminoró la marcha y le lanzó una mirada escrutadora.
—La pregunta es un poco extraña, y ni siquiera estoy seguro de que vayas a saber la respuesta. —Se puso las manos en los bolsillos y contempló el suelo, pensativo—. Pero cuando te encontramos, después de que te hubieras fugado con las sirenas, ¿cómo supo Harper dónde estabas?
Gemma arrugó la frente, confusa.
—Fue por el periódico. ¿No fuiste tú quien se lo enseñó?
—No, ya sé cómo encontramos el pueblo —dijo Daniel—. Sabíamos la ubicación general. Pero en cuanto vimos la casa, ella supo que tú estabas ahí.
—¿Qué te dijo? —preguntó Gemma.
—No mucho, en realidad. Se lo he preguntado un par de veces, y siempre es muy imprecisa. Lo único que dice es que sencillamente lo supo.
—Pues entonces, así debió ser.
Gemma se encogió de hombros. Había llegado al final del muro, así que se bajó de un salto y aterrizó en la acera, junto a Daniel.
—Antes no lo entendía, pero ahora que me lo explicas así, lo entiendo —dijo él secamente.
Había dejado de caminar, así que ella también se detuvo y se volvió para verlo de frente.
—Harper te ha hablado del accidente, ¿no es así? —preguntó Gemma—. El que ocurrió cuando éramos niñas. Y de cómo le dejó a mi madre secuelas en el cerebro.
—Lo ha mencionado, sí, pero no habla mucho de ello —dijo Daniel.
—En su defensa, debo decir que no hay mucho que contar. Mamá estaba llevando a Harper en el coche a comer pizza con sus amigas, y un conductor borracho se estrelló con ella de costado. Chocó del lado del conductor, de modo que mamá se llevó la peor parte, pero Harper también sufrió lesiones —explicó Gemma—. A grandes rasgos, su herida consistió en un corte muy profundo en la pierna. —Gemma se recorrió el muslo de arriba abajo con la mano unos quince centímetros para que él se hiciera una idea—. Ahora tiene una cicatriz nudosa, y por eso nunca usa pantalones cortos y detesta ponerse trajes de baño.
—Ajá —dijo Daniel, como si tratara de seguirle el hilo a Gemma, aunque no entendía en absoluto qué tenía que ver.
—Cuando sucedió, yo estaba en casa con mi padre —dijo Gemma—. Estábamos sentados en el comedor. Yo estaba pintando, y todo lo que recuerdo es que sentí un pánico abrumador. Ni siquiera sé de qué otra forma explicarlo. De pronto sentí terror.
—¿Como un ataque de pánico? —preguntó Daniel.
—Algo así. —Gemma asintió con la cabeza—. Pero después tuve un calambre muy intenso y agudo en la pierna. —Señaló el mismo lugar en la pierna que había señalado para referirse a la cicatriz de Harper.
—Entonces, ¿me estás diciendo que cuando Harper sufrió el accidente, tú sentiste su dolor? —preguntó Daniel.
—Sé que suena disparatado; pero bueno, después de todo lo que hemos vivido últimamente… —Ella fue bajando la voz y se encogió de hombros—. No sé por qué ocurre, y la verdad es que no puedo explicarlo. Pero desde que me convertí en sirena, creo que se ha vuelto más intenso.
—¿De qué modo? —preguntó Daniel.
—Antes podía sentir cuando pasaba algo muy malo, como un accidente. Pero lo supe de inmediato cuando ella se metió en problemas el 4 de Julio y Penn os encontró. —Lo señaló—. Y ella encontró la casa donde yo estaba viviendo.
—Hummm —dijo él al cabo de un rato, ya que no podía decir ninguna otra cosa.
Reanudaron la marcha, pero no hablaron de nada importante durante el resto del camino. Hablaron más que nada de Tom y de lo chiflado que estaba. Unas pocas casas antes de llegar a la de Gemma, ella se detuvo en seco.
—¿Qué? —preguntó Daniel, bajando la vista hacia ella.
—Si te cuento algo, ¿me prometes no decírselo a Harper? —preguntó Gemma.
—¿De qué se trata? —preguntó Daniel arrugando el entrecejo con preocupación.
—No, tienes que prometérmelo. Antes de que te cuente nada.
—De acuerdo. —Miró para atrás y vio la casa de ella, como si esperase ver a Harper aparecer y después se volvió hacia Gemma y asintió con la cabeza—. Lo prometo.
—No se lo estoy… contando todo a Harper. —Eligió las palabras con cuidado—. Y me gustaría que tú hicieras lo mismo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Daniel.
—Harper tiene toda la vida por delante —dijo Gemma—. Tiene grandes proyectos, y te tiene a ti, y lo tiene… todo. Y es muy probable que, con independencia de lo que haga ella para ayudarme, yo no tenga futuro. Al menos, no uno en el que yo no sea un monstruo.
—Harper me ha dicho que estás haciendo progresos —dijo él—. Creía que habíais encontrado una pista sobre cómo romper la maldición.
—No sé si es una verdadera pista, pero sí sé que no me queda mucho tiempo. —Inspiró hondo—. El asunto es que quiero que Harper tenga un futuro. Tiene que ir a la universidad, y no lo hará si cree que no estoy a salvo. Así que necesito fingir que está todo bien aunque no lo esté, y quiero que me ayudes.
—¿Quieres que le mienta a mi novia y te ponga en peligro a ti para que ella se vaya? —resumió Daniel.
Gemma asintió.
—Es lo mejor para ella. Estará más segura si se va, y es más probable que sea feliz.
Daniel pensó en ello y le echó una mirada a Gemma.
—Hagamos un trato. Aceptaré todo lo que me pides y protegeré a Harper de lo peor, pero con una condición: que me lo cuentes todo.
—¿Por qué? —preguntó Gemma.
—Alguien tiene que cubrirte las espaldas. Entiendo por qué quieres proteger a Harper, pero no hace falta que me protejas a mí —dijo Daniel—. ¿Trato hecho?
—De acuerdo. Hecho.
—Bien. —Daniel sonrió—. Ahora puedes empezar por decirme qué significa eso de que no te queda mucho tiempo.
—Es que… —Ella miró hacia otro lado, y se sorprendió de descubrir que los ojos se le llenaban de lágrimas—. Penn ha encontrado una sustituta.
—¿Para ti? —preguntó Daniel, y Gemma se secó los ojos y asintió—. ¿Y eso qué significa?
—Significa que planea matarme y usar mi sangre para hacer una nueva sirena que ocupe mi lugar. —Sonrió para evitar que le cayeran las lágrimas—. Y si no rompo la maldición pronto, estoy muerta.
—Oh, vaya…
Le puso una mano en el hombro. Al principio lo hizo con torpeza; pero cuando ella empezó a llorar, la envolvió en un tosco abrazo. Gemma lloró en voz baja contra su pecho y dio rienda suelta a su tristeza por un momento antes de dejar que la invadiera la vergüenza.
—No me quiero morir —dijo Gemma, con las palabras ahogadas contra su camisa.
—Tranquila —dijo Daniel—. Lo evitaremos. Dime, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo podemos evitarlo?
—De momento tendría que llevarme bien con Penn y conseguir el pergamino. —Había dejado de llorar, así que se puso derecha y se secó los ojos—. Lo siento. No quería ponerme a lloriquear así.
—No hace falta que te disculpes. No has lloriqueado —le aseguró él con una sonrisa—. Puedo ayudarte a tener contenta a Penn, al menos por un tiempo. ¿Dónde está el pergamino?
—La verdad es que no lo sé. —Gemma meneó la cabeza—. Quiero registrar su casa, y tengo que hablar con Thea y comprobar lo que sabe.
—De acuerdo. Entonces hazlo —dijo Daniel—. Yo diría que lo antes posible.
—En este momento están en casa —dijo Gemma—. Creo que sería mejor que yo registrara su casa cuando ellas no estén, y quiero hacerlo antes de hablar con Thea. Ella dijo que haría lo que fuera para ayudarme, siempre y cuando no le costara la vida, y si encuentro el pergamino y rompo la maldición, eso podría matarla. Por todo eso, ella me lo escondería.
Gemma se dio cuenta de lo que había dicho y tragó con dificultad. Durante las últimas semanas, Thea y ella se habían acercado, y Gemma hasta había llegado a considerarla su amiga. Pero cabía la posibilidad de que, para salvarse ella —para romper la maldición—, Gemma tuviera que matarla o, como mínimo, Thea tuviese que morir.
—¿Y crees que podrías meterte en su casa mañana? —preguntó Daniel.
—Quizá. Thea tiene ensayo. Si yo me lo saltase, podría meterme en la casa, suponiendo que Penn y Lexi no estuvieran allí —dijo Gemma.
—De acuerdo. ¿Qué te parece esto? Tú vas y registras la casa. Si Penn y Lexi están ahí, yo aparezco y las distraigo —dijo Daniel—. Todavía no sé cómo, pero ya se me ocurrirá algo para que Penn salga de la casa. Lexi irá con ella, porque tiende a seguirla a todos lados como un perrito. Después entras tú y haces tu búsqueda.
—Parece un buen plan. —Gemma le sonrió—. Gracias.
Daniel le devolvió la sonrisa.
—De nada.
Gemma se encaminó hacia su casa, y entonces se dio cuenta de que él no la seguía.
—¿No vienes a casa?
—No. No creo que deba —dijo Daniel—. Deberías ir a nadar con Harper. Si voy, querrá quedarse conmigo.
—¿Estás seguro? También puedo ir a nadar otra noche —dijo, aunque en realidad no lo decía en serio.
—No, ve tú. Diviértete. Pasa el rato con tu hermana. Ya la llamaré más tarde —dijo Daniel, dando un paso atrás y alejándose de Gemma—. De todos modos, dale un beso de mi parte. Y no te olvides de llamarme si me necesitas mañana.
Gemma sabía que debería haber insistido más. Él la había acompañado hasta allí. Pero no lo hizo. Una vez que lo perdió de vista, se volvió y corrió de regreso a su casa, pensando en posibles argumentos para convencer a Harper de que accediera a salir a nadar con ella.