9
Sundham
El jardín del campus estaba cubierto de arces y la imponente universidad de ladrillos estaba parcialmente oscurecida por el follaje. Todavía no había empezado el curso, así que todo estaba tranquilo. Encima del umbral había una inscripción en latín, pero Harper, Marcy y Gemma estaban demasiado lejos como para poder leerla.
—No parece que aquí vaya a haber ninguna librería —dijo Harper después de que Marcy detuviese su Gremlin en la calle frente a la Universidad de Sundham.
—No, pero nos venía de paso… —dijo Marcy al tiempo que bajaba el estéreo.
Una cinta de casete de Carly Simon había sido la música de fondo de su viaje de cuarenta minutos desde Capri, los últimos quince prácticamente a todo volumen, a demanda de Gemma para ahogar la canción del mar.
Harper no sabía exactamente qué era la canción del mar, y Gemma no se lo había aclarado. Lo único que sabía Harper era que cuanto más se alejaran del océano, más insoportable se tornaría la canción. Al parecer, aquello era lo máximo que se había alejado desde que se convirtiera en sirena.
—Qué bonita, ¿no? —dijo Gemma, inclinándose hacia delante desde el asiento de atrás para observar las vistas de la universidad.
—Tiene el mismo aspecto que en los folletos —dijo Harper. Le dio la espalda al campus para echarles una mirada furibunda a Marcy y a Gemma—. Ya sé cómo es la facultad, no me hacía falta parar para verla.
—Sólo pensé que no te vendría mal recordarlo —dijo Marcy, que intercambió una mirada con Gemma y se encogió de hombros.
—Buen intento, Marcy —le dijo Gemma, y se reclinó otra vez en el asiento.
—¿Así que habéis estado conspirando contra mí? —preguntó Harper, mirándolas primero a una y luego a la otra. Ambas guardaron silencio, y Marcy puso el coche en marcha. Este chisporroteó con furia, retrocedió dando un tirón y luego comenzó a avanzar.
—Esto no se va a convertir en una excursión por Sundham, ¿no? —preguntó Harper—. ¿O me ibais a enseñar todos los lugares de interés con la esperanza de que venga aquí?
Marcy levantó la vista hacia el espejo retrovisor, al parecer para cruzar la mirada con Gemma buscando una confirmación. Harper se inclinó para mirarla. Gemma suspiró y miró por la ventanilla.
—Limítate a llevarla a la librería —le dijo Gemma a Marcy.
—¿Qué? —Harper protestó y se dejó caer sobre el reposacabezas—. No me lo puedo creer. Mi problema no tiene nada que ver con el pueblo en sí, ni con la facultad. Creo que Sundham y su universidad son perfectos. Por eso los elegí, para empezar.
—Sólo tratábamos de recordarte lo buena que había sido tu elección. —Gemma la miró de frente—. Pensamos que quizá si veías de cerca lo fabuloso que era todo aquí, tendrías más ganas de venir.
—¿Y qué pintas tú en todo esto? —preguntó Harper, volcando su atención en Marcy—. No creo que tú, precisamente, quieras que me vaya de Capri, ¿no? Eso significaría que tendrías que pasarte todo el tiempo con Edie.
—Sí, es cierto. Me vendría muy bien que te quedaras en la biblioteca para siempre, haciendo todo el trabajo que no me apetece hacer —admitió Marcy—. Pero tal vez te sorprenda enterarte de que no soy la persona más egoísta del planeta. Sé que lo que más te interesa es ir a la universidad, así que cuando Gemma me pidió que la ayudara a convencerte, acepté sin dudarlo.
Por supuesto que Harper quería ir. Había trabajado toda su vida para aquello. Pero si Harper no quería ir ahora era por la misma razón por la que Gemma estaba tratando de convencerla de que fuera: quería demasiado a su hermana como para hacerse a un lado y dejar que echase su vida a perder.
—No hemos tardado mucho, ¿no? —preguntó Gemma al cabo de varios minutos de silencio de Harper—. Conduciendo rápido, apuesto a que podrías estar de vuelta en Capri en menos de media hora. Eso no es mucho tiempo. Si pasara algo, podrías volver a casa en seguida.
—Limitémonos a ir a la librería —dijo Harper—. Quizá podamos descubrir una forma de romper la maldición y hacer que toda esta discusión sea irrelevante.
Marcy hizo lo que le dijeron y siguió conduciendo por el pueblo. Si Harper hubiera mirado a su alrededor, probablemente hubiera disfrutado de la vista: calles anchas y farolas antiguas con macetas de flores colgadas.
Pero no quiso hacerlo. Tan sólo se quedó apoltronada en el asiento mientras Marcy cantaba con aire ausente al ritmo de Take Me As I Am.
El coche dio una sacudida y se detuvo abruptamente. Harper tuvo que apoyarse en el salpicadero para evitar salir volando hacia delante.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Harper cuando el Gremlin quedó en silencio—. ¿Tu coche te ha dejado tirada así como así?
—No, mi coche no me ha dejado tirada. Él nunca lo haría. —Marcy le echó una mirada fulminante a Harper—. Mi padre lo compró de segunda mano cuando tenía dieciséis años, y me lo regaló cuando yo cumplí dieciséis, y no nos ha dejado tirados ni una sola vez en los últimos veintinueve años.
—¿Veintinueve años? —preguntó Gemma—. Pero ¿cómo es posible? Mi coche tiene unos quince años y no para de averiarse.
—Todo es cuestión de un mantenimiento adecuado y de amor —dijo Marcy—. Yo amo a Lucinda y Lucinda me ama a mí.
—¿Tu coche se llama Lucinda? —preguntó Harper.
—Se lo puso mi padre. Vamos, salid del coche. Ya hemos llegado.
Marcy abrió la puerta del conductor y salió.
Harper miró por la ventanilla para ver dónde estaban. Habían aparcado en un lugar estrafalario encajado entre una floristería y una tienda de artesanía.
El cartel que había encima del dintel decía «LIBROS CHERRY LANE» escrito en letras enormes, y crujía y rechinaba hasta cuando no había brisa. La madera era gris oscura, casi negra. El escaparate tenía un color demasiado oscuro como para que se pudiera ver el interior.
Harper salió y, como el coche era de dos puertas, inclinó el asiento hacia delante para que Gemma pudiera salir. Ella miró a su alrededor e inspeccionó los alrededores. Todos los negocios de esa calle tenían fachadas alegres con colores brillantes, jardineras con flores y carteles en las ventanas que apoyaban a algún equipo de fútbol.
—Eh, Marcy, ¿por qué se llama Cherry Lane? —preguntó Harper y señaló el letrero de la calle, al final de la manzana—. Esta es la calle Main.
—Es una referencia a Puff, the Magic Dragon —explicó Marcy—. Era la canción favorita de Lydia cuando era niña.
—¿Estás segura de que está abierto? —preguntó Harper mientras caminaban hacia la puerta.
El cartel que colgaba de la puerta decía: «DOMINGOS CERRADO». El domingo era el único día que Harper y Marcy tenían libre, y que Gemma no tenía ensayo.
—Ya la he llamado. Me dijo que hoy abriría la librería sólo para nosotras.
Marcy empujó la puerta y, cuando entró, sonó la campanilla de arriba. Harper la siguió y le llegó flotando un olor a incienso y a libros viejos.
Al principio parecía una librería normal, con ejemplares del nuevo libro de Danielle Steele en colores brillantes y una sección de novelas que se habían llevado al cine, pero, incluso desde donde Harper estaba parada, cerca de la puerta principal, se daba cuenta de que encerraba algo más oscuro.
—¿Lydia? —llamó Marcy, y se encaminó hacia el rincón apenas iluminado que había al fondo—. ¿Lydia?
—¿Deberíamos seguirla? —le preguntó Harper a Gemma en voz baja. Su hermana se limitó a encogerse de hombros y luego fue detrás de Marcy.
Harper esperaba ver telarañas acumuladas en todos los rincones pero no había ninguna. Las paredes estaban tapadas con hileras de libros que parecían tener mil años, a excepción de un estante que tenía cartas de tarot, flores muertas y piedras extrañas. Por supuesto, allí fue donde se detuvo Marcy.
—No sé dónde está Lydia, pero lo que estáis buscando debería estar en esta sección. —Marcy señaló a su alrededor, a los estantes repletos de textos aparentemente antiguos.
Como Harper no sabía con exactitud lo que buscaban, empezó a recorrer las hileras de libros con la mirada. Gemma se agachó y agarró un volumen de color carne que había debajo de las piedras extrañas. Harper pasó los dedos por los lomos de otros tantos, y los sintió gastados y suaves bajo las yemas.
Divisó uno que no tenía palabras; sólo un símbolo extraño. Le resultó familiar, así que lo bajó del estante y lo abrió. Parecía como si las páginas se le fueran a desintegrar en las manos, y olía claramente a tierra.
—Dios mío, ¿de dónde saca Lydia estos libros? —preguntó Harper, genuinamente impresionada y admirada por lo que había encontrado—. Creo que esto está escrito en sumerio.
—¿Qué es eso? —Gemma se acercó para ver a qué se debía el alboroto. Como era más bajita que Harper, tuvo que estirar el cuello para leer por encima del hombro de ella—. Eso no es un idioma. Son sólo formas y símbolos.
—Así es como se escribía —dijo Harper—. Es una lengua muerta.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gemma.
—Reconozco en parte algunos de los símbolos. —Harper recorrió la página con la mano—. Cursé una optativa el año pasado, Idiomas del Mundo, nivel avanzado. Creí que el latín me podría ayudar con la terminología médica.
—¿Y bien…? ¿No dice nada sobre las sirenas? —preguntó Marcy.
—No soy capaz de entender nada de lo que dice. Es probable que no, pero lo que te puedo asegurar es que es viejo de verdad —dijo Harper, y volvió a colocar el libro en el estante con sumo cuidado—. No se consigue en cualquier feria del libro de ocasión o librería de segunda mano.
—Ya te dije que esta no era una librería de segunda mano cualquiera —dijo Marcy.
—Muchos de los libros que consigo vienen de distribuidores privados que quieren permanecer en el anonimato —dijo una voz, y Harper se volvió para ver a una mujer bajita que venía caminando hacia ellas por el pasillo.
A juzgar por su aspecto, debía de tener unos treinta años. Llevaba el cabello negro muy corto, algo que a Harper le pareció muy adecuado, ya que le recordaba al que habría llevado una hada. Los ojos castaño oscuro parecían demasiado grandes para su rostro, sobre todo si se tenía en cuenta lo delicados que eran sus rasgos. Llevaba ropa de raso en tonos pastel, lo que le daba un aspecto mucho menos gótico de lo que Harper se había imaginado que tendría la dueña de un establecimiento como ese.
—Eh, Lydia —dijo Marcy, con el mismo tono monocorde de siempre, de modo que Harper no habría podido asegurar si estaba contenta de ver a su amiga—. Estas son las personas de quienes te hablé, Harper y Gemma.
—Tú debes de ser la sirena —dijo Lydia, centrando de inmediato la atención en Gemma.