7
Aniversario
Harper había ayudado a Daniel cuando este se mudó allí hacía dos semanas, pero después no había podido ir a visitarlo. En ese momento, la casa había estado muy desordenada con cajas por desembalar y reparaciones a medio hacer para paliar los daños que habían hecho las sirenas.
Daniel se apoyó de espaldas contra la puerta, extendiendo la mano por detrás para hacer girar el picaporte, y retrocedió un paso al tiempo que la puerta se abría. Harper entró con cautela, insegura de lo que encontraría.
Suponía que Daniel habría limpiado la casa, pero no se le ocurrió que la hubiera redecorado. Las paredes habían quedado de su color madera natural, pero Daniel las había barnizado, y eso les había dado un aspecto más brillante, limpio y moderno.
Las encimeras de la cocina estaba viejas y resquebrajadas, y él las había cambiado por otras de granito oscuro. Había cambiado los muebles viejos de Bernie por un mullido sofá y, a modo de mesilla, un viejo baúl de los que se usaban en los barcos de vapor.
Había logrado que el lugar pareciera más original y contemporáneo, pero conservando al tiempo cierto encanto rústico y marinero.
—Ha quedado increíble —dijo Harper y se dio vuelta para mirar a Daniel—. ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has podido pagar todas estas cosas?
—Tengo mis métodos —dijo Daniel—. He estado haciendo trabajos por encargo para mucha gente, y me quedé con lo que ya no querían, muebles usados y artículos de segunda mano. Después me limité a restaurarlo todo.
—Es increíble. —Harper volvió a recorrer la cabaña con la vista—. Pues se te da realmente bien. Seguro que los decorados de la obra de Gemma quedarán espectaculares.
—¡Claro! —sonrió Daniel—. Y ahora, ¿quieres oír lo que tengo planeado para nuestra cena de aniversario?
—En realidad no es una cena de aniversario —dijo Harper. Se sentía un poco tonta por celebrar el que llevaran un mes saliendo juntos—. Técnicamente fue ayer. Creo. Porque decidimos que la fecha oficial en que empezamos a salir fue el cuatro de julio, ¿no?
—Eso es. Así suena más romántico. —Daniel le sonrió—. Nos besamos y después hubo fuegos artificiales, y desde entonces no nos hemos separado.
Ella rio.
—¡Vaya si hubo fuegos artificiales!
—Exacto —dijo él—. Ahora siéntate. Te haré la cena.
—¿Tú me vas a hacer la cena a mí? —Harper trató de no parecer escéptica—. Creí que habías dicho que no sabías cocinar.
—Y no sé. Pero tú ve y siéntate.
Él le apoyó la mano en la parte baja de la espalda y la empujó con suavidad hacia una mesita situada entre la cocina y el salón. Estaba cubierta con un mantel y había dos velas blancas en el centro.
—¿Y bien? ¿Ahora qué va a pasar? —preguntó Harper después de sentarse—. ¿No sabes cocinar pero me vas a hacer la cena?
—Tengo un plan muy sencillo —dijo él mientras volvía de la cocina.
—No tienes por qué hacer esto, ¿sabes? —Ella se inclinó sobre la mesa, y lo vio abrir la nevera.
—Ya lo sé. Pero quiero hacerlo. Quería hacer algo bonito y normal.
—¿Normal?
Daniel sacó una ensaladera grande. Harper alcanzó a ver hojas verdes y tomatitos cherry a un lado, como si ya hubiera cortado y mezclado verduras frescas para la ensalada. Puso la ensaladera en la encimera y fue hacia el aparador.
—Sí —dijo él mientras sacaba los platos del aparador—. Nunca hemos tenido una cita como el resto de la gente. La única vez que te invité a salir acabó en una batalla campal contra sirenas.
—Se supone que no podemos hablar de eso aquí —le recordó ella.
Él sonrió.
—Exacto. Bueno, de todos modos ya sabes lo que pasó.
—Bien… ¿Y eso qué tiene que ver con que tengas que cocinar para mí?
Ella apoyó el mentón en una mano y luchó contra el impulso de levantarse a ayudarlo. Le daba la sensación de que estaba mal que alguien la atendiera.
—Nada. Pero es algo que los chicos suelen hacer —explicó Daniel.
—Yo también podría cocinar para ti.
—Ya lo sé. Ya lo hiciste una vez, en casa de tu padre, y la comida me gustó mucho, gracias. —Él le sonrió y después sirvió la ensalada.
—Al menos, déjame que te ayude —le ofreció ella.
Daniel interrumpió lo que estaba haciendo para mirarla de frente.
—Harper, quiero hacer algo por ti. ¿Me vas a dejar que lo haga?
—Sí. Perdona. —Sonrió con docilidad y se colocó el cabello detrás de la oreja—. Me encantará que me hagas la cena.
—Gracias.
—Y bien… ¿Qué vamos a comer? —preguntó Harper.
Daniel llevó dos platos a la mesa. Lo único que había en el suyo era rúcula fresca, hojas de espinaca, tomatitos cherry y pepinillos.
—Bueno, pensé en empezar con una ensalada aderezada con vinagreta casera —le dijo él—. He seguido la receta de mi abuela, y es deliciosa.
—Oh, suena interesante.
—Y lo es. —Volvió a la cocina y tomó un pequeño recipiente con la vinagreta de la nevera—. Luego, para nuestro próximo plato, pensé que podríamos tomar un poco de la famosa sopa de almejas de Pearl’s.
—Pearl te ha pagado otra vez con una olla de sopa, ¿verdad? —preguntó Harper cuando él se sentó frente a ella.
—Así es, pero eso no quita que sea una sopa fabulosa —admitió Daniel—. Y de postre no tengo uno, sino ¡dos sabores de helado! ¿No estás alucinando todavía?
Ella sonrió.
—Sí, un poco sí.
—Pues me alegro: esa va a ser nuestra cena. —Él la observó expectante desde el otro lado de la mesa—. ¿Qué te parece?
—Creo que suena maravillosa, y te agradezco el esmero que has puesto en hacerla. Es un gesto muy dulce de tu parte.
—¿Lo bastante dulce como para ganarme una sesión de besos después del postre? —preguntó Daniel mientras alzaba una ceja.
Ella fingió pensarlo.
—Depende de cuánto me llene.
—También podríamos saltarnos la sopa —sugirió él, lo que hizo reír a Harper—. La ensalada puede llenarnos bastante.
Harper atacó el plato, comió un bocado de ensalada, y asintió con la cabeza.
—Esto está muy bueno.
—Gracias —dijo él, y sonó un tanto aliviado—. Las verduras son frescas del jardín de detrás. Estaba cubierto de maleza cuando me mudé, pero creo que ya lo tengo controlado. El aderezo es muy simple, y es una de las tres cosas que en realidad sí sé hacer.
—¿Tu abuela te enseñó a hacerlo? —preguntó Harper entre un bocado y otro.
—Ella me enseñó, sí. —Asintió con la cabeza—. Falleció hace un tiempo. Tenía una relación muy estrecha con mis abuelos. Básicamente nos criaron a mí y a mi hermano.
—¿Y tus padres? —Pinchó un pepinillo y miró a Daniel esperando su respuesta.
—¿Qué pasa con mis padres? —preguntó él sin levantar la vista de la comida.
—Nunca hablas de ellos.
—No. —Hurgó distraído en la comida por unos segundos antes de continuar—. No hay mucho que contar. Mi padre era un borracho, no era el tipo más agradable del mundo. Pegaba a mi madre y esas cosas. Al final se fue cuando yo tenía diez años. Creí que las cosas mejorarían después de eso, pero no fue así.
Harper iba a dar un mordisco pero se detuvo. Daniel apenas hablaba de su vida familiar ni de su infancia, y ella no tenía idea de que hubiera crecido en un hogar violento.
—¿Por qué no? —preguntó por fin.
Él meneó la cabeza.
—No lo sé. Fue extraño porque mi madre era muy desgraciada cuando él estaba cerca, pero después de que se fuera, no sabía qué hacer si no tenía a alguien que le dijera qué hacer o la humillara.
—Lo siento —dijo ella, y comió otro bocado, más que nada para que Daniel no pensara que no le gustaba su comida.
—Tranquila. Con el tiempo encontró a alguien que llenara ese vacío y se casaron. Mi hermano murió, y mis abuelos murieron y le dejaron algo de dinero. No vio ninguna razón para seguir quedándose por aquí, así que ella y su nuevo marido se mudaron a Las Vegas.
—Pero ¿tú sí te quedaste aquí? —preguntó Harper.
—Bueno, no me invitaron a ir con ellos precisamente, pero creo que de todos modos no hubiera ido. Mi barco está aquí y eso es lo único que me pertenece. Crecí aquí, así que… —La voz de Daniel se fue apagando.
—Me alegra que te quedaras.
Él levantó la vista y por fin la miró y sonrió.
—A mí también.
Terminaron sus ensaladas y siguieron con la sopa y el postre. Harper trató de lavar los platos, pero él no la dejó. Insistió en que era una noche romántica y la limpieza podía esperar hasta el día siguiente.
Daniel le permitió elegir una película de entre las de su modesta colección, y ella escogió Eduardo Manostijeras. No era su favorita, pero dado que tenía que elegir entre esa, Tiburón, Mad Max o El padrino, le pareció que era la más romántica.
Empezaron sentados en el sofá, uno junto al otro, pero no pasó mucho tiempo antes de que Daniel se tumbara boca arriba y Harper se acurrucara junto a él. Tenía la cabeza sobre su pecho, y él la rodeaba con un brazo.
Por lo general, Harper podía pasarse horas despierta en la cama antes de dormirse. Todas sus preocupaciones se le agolpaban en la mente. Casi todas ellas estaban relacionadas con Gemma, las sirenas o la universidad. Podía quedarse despierta toda la noche preocupándose por su madre, su padre, Álex, Marcy o, a decir verdad, por cualquier cosa.
Pero estar así con Daniel, sintiéndose a salvo y segura mientras él la abrazaba, y con el sonido del corazón de él latiendo despacio bajo su oído, hizo que le entrara sueño.
Por su parte, Daniel había trabajado muy duro en las últimas semanas. Cuando no estaba en el teatro tratando de montar los decorados o haciendo trabajos aislados, se dedicaba a reparar la casa.
De modo que en cuestión de minutos ambos se quedaron profundamente dormidos sobre el sofá.
Ella se despertó primero, y sabía que debería haber sentido un poco de miedo por despertarse en un lugar extraño, pero no era capaz de manejar la ansiedad. Se sentía muy bien al lado de Daniel. Además, el reloj de pared decía que sólo eran las once y cuarto, así que Gemma probablemente ni siquiera estuviera en casa todavía.
Él seguía dormido, pero debía de haberse despertado en algún momento porque la televisión estaba apagada. La única luz que entraba por las ventanas abiertas era la de la luna. Todavía no estaba llena, pero brillaba lo suficiente como para que Harper pudiera contemplar a Daniel durmiendo.
Si se despertaba y la sorprendía, seguro que se sentiría avergonzada, pero parecía tan apacible y estaba tan guapo… Su barbilla sin afeitar le confería un atractivo tosco, y Harper pensó que si se afeitara por completo estaría guapísimo. Tenía la piel lisa, y había algo en sus ojos color avellana que le daban un aspecto oscuro.
El impulso de besarlo se apoderó de ella por completo, pero decidió que sería mejor despertarlo primero. Se habían quedado sin su sesión de besos post cena y, para crear ambiente, quería despertarlo de la forma adecuada.
—¿Daniel? —le susurró al oído, tratando por todos los medios de sonar sensual y seductora—. ¿Daniel?
Él no se movió. Ni siquiera un poco, aunque le estaba hablando directo al oído. A Harper le empezó a dar una pequeña crisis de ansiedad, pues no distinguía si él seguía respirando o no. Mientras se quedaba dormida había oído los latidos de su corazón, pero ¿los había oído hacía unos minutos, cuando se despertó?
—¿Daniel? —preguntó Harper otra vez. A esas alturas, ya casi estaba segura de que había muerto mientras dormían—. ¿Daniel?
Él movió la cabeza.
—¿Mmmm? —se volvió para mirarla, abrió despacio los ojos, y ella dejó escapar un hondo suspiro—. ¿Qué?
—¿No me has oído? —preguntó ella. Se incorporó un poco y él le puso la mano en la espalda.
Parecía que Daniel aún estaba medio grogui y no entendía por completo la situación. Debió de haber sido evidente que ella estaba inquieta porque le frotó la espalda para calmarla.
—¿Qué? —preguntó Daniel, poniéndose más alerta.
—Estaba diciendo tu nombre. Estaba susurrándote al oído.
Él frunció el entrecejo.
—¿Por qué estabas susurrándome al oído?
—Trataba de despertarte de una forma romántica.
—Ah. —Él sonrió—. Ha sido muy dulce de tu parte.
Trató de acercarla a él, o bien para besarla o bien para que volviera a recostarse con él, pero ella se resistió. Todavía estaba confundida y preocupada.
—Ya, pero ¿por qué no me oías?
—El accidente.
Él se incorporó un poco, ya que había empezado a darse cuenta de que Harper no dejaría de preguntar hasta obtener una respuesta.
—¿Te refieres al accidente de barco en el que estuviste con tu hermano?
—Sí. Me fastidié la espalda. Tengo problemas para mover este hombro, y mira qué bien me quedan estas cicatrices. —Giró el hombro derecho, tratando de mostrarle que no se movía tan bien—. Pero también me dañó los oídos. El oído externo lo tengo intacto, pero me estropeó algo que me impide oír ciertas octavas. No soy sordo, pero hay ciertas cosas que soy incapaz de oír.
—¿Te estropeó los dos oídos? —preguntó Harper.
—Sí, aunque el derecho está peor que el otro. —Daniel señaló el oído en el que ella le había estado susurrando—. Casi perdí por completo la audición, pero me operaron y ahora está bastante bien. El otro nunca estuvo tan mal desde un principio. Pero tengo una cicatriz muy fea que me atraviesa todo el cráneo. Si alguna vez me quedo calvo, será muy desagradable.
—¿Por qué no me lo habías contado? —preguntó Harper. Se dio cuenta de que su tono era más mordaz de lo que habría querido, pero no pudo evitarlo.
—Alguna vez te he enseñado las cicatrices —le recordó él.
—Pero no me habías contado lo de tu oído.
Se incorporó y se apartó de Daniel, lo que no hizo sino aumentar la confusión de este.
—No lo sé. —Él se encogió de hombros—. No había pensado en ello. ¿Acaso importa?
—Tiene que ser eso. Las sirenas, Daniel. Quizá eso explique el que seas inmune a su canción.
Ella se inclinó y lo besó en los labios, y él la estrechó en sus brazos, acercándola hacia sí. Cambió de posición y la hizo girar para que quedara apoyada sobre la espalda, y la besó con más intensidad. Harper sintió la barba de su rostro en las mejillas. Todo le parecía perfecto. La manera que tenía Daniel de besarla lo definía a la perfección: un poco rudo pero también muy dulce.
Daniel se apartó de ella abruptamente, se incorporó y paseó la vista por toda la habitación.
—¿Qué ha sido eso?
—¿El qué? —Harper sonrió, convencida de que se estaba desquitando con ella por haberle susurrado al oído.
Ella tenía la mano en el pecho de él y la deslizó hacia arriba, con la intención de acercarlo hacia ella, pero entonces oyó algo también. Por unos instantes, había estado perdida en sus brazos. Pero ahora lo oyó: era el sonido de un golpe húmedo contra la puerta delantera.
—Quédate aquí. —Daniel se levantó, arreglándoselas para moverse con rapidez y parsimonia al mismo tiempo, mientras que a Harper volvía a abordarle la ansiedad.
Ella se puso de pie y miró para todos lados. Esperó en vano ver algo por las ventanas de la cabaña.
—¿Has visto algo?
—No lo sé. Tú quédate aquí —le repitió él, y caminó hasta la puerta principal.
—Quizá no deberías abrirla —sugirió Harper—. Al menos, si no sabes quién es.
—Estoy seguro de que no es nada —dijo Daniel.
Harper se quedó detrás de él y tomó el atizador de la chimenea. Tal vez Daniel no fuera precavido, pero ella no iba a abrir una puerta sin estar preparada. No sabiendo la clase de monstruos que podía haber allí afuera.
—Estás tú solo en la isla —dijo Harper—. O bien es un animal salvaje o bien son las sirenas. En cualquiera de los dos casos, no es seguro.
—No me va a pasar nada —insistió Daniel. Le lanzó una sonrisa tranquilizadora y se volvió otra vez para abrir la puerta principal.
Harper agarró fuerte el metal frío, dispuesta a matar a Penn o a Lexi de un golpe si eran ellas quienes estaban al otro lado de la puerta. Pero cuando se abrió, Harper no vio nada.
—Ah, bueno —dijo Daniel mientras miraba para abajo, al suelo—. Son sólo peces.
—¿Peces? —Harper se acercó más a él para poder espiar y ver de qué estaba hablando.
Había dos peces azules tirados en el umbral de la cabaña de Daniel. O, al menos, parecían ser peces azules, pero era difícil decirlo ya que los habían arrojado contra la puerta con tanta fuerza que habían salpicado todas las tripas, y habían dejado gotitas de sangre y vísceras por el lateral de la cabaña.
Harper estaba a punto de preguntarle de qué iba todo aquello, pero entonces la vio: una pluma negra gigante que flotaba por el aire. Muy apropiadamente, aterrizó justo en un pequeño charco de sangre. Las venas negras casi iridiscentes de la pluma brillaban a la luz de la luna.
—Penn —dijo Harper. Le recorrió un escalofrío—. ¿Crees que nos estaba espiando?
—Es difícil decirlo. —Daniel se frotó la frente con la mano—. Será mejor que te lleve a tu casa.
—¿Una sirena arroja pescado muerto a tu puerta, y lo único que se te ocurre es llevarme a casa? —Harper lo miró boquiabierta.
—Se está haciendo tarde. —Él se volvió hacia ella, pero no quiso mirarla a los ojos.
—Daniel, no voy a dejarte en este lugar así como así —insistió Harper.
—Harper, no pasa nada —dijo él—. Penn sólo está tonteando.
—¿Tonteando? —se burló Harper—. Está claro que te está amenazando. Podría seguir allí fuera.
—No, no está aquí. —Él negó con la cabeza—. Si quisiera hacernos daño a ti o a mí, ya lo habría hecho. Esto no es más que una estúpida travesura. Como cuando los niños se dedican a tirar huevos o tomates a las casas.
—Creo que es un poco más grave que eso, Daniel. —Harper levantó la vista para mirarlo un momento antes de respirar hondo y dejar caer los brazos a ambos costados—. Bueno, pues llévame a casa. Pero sólo si estás seguro de que estarás a salvo aquí.
—Estoy seguro. —Él sonrió y la besó suavemente en la boca—. Puedo cuidarme solo.
Daniel la tomó de la mano y la llevó por el sendero de regreso a su barco. Toda la magia que había tenido esa noche se había desvanecido. Los árboles que los rodeaban parecían imponentes, y la luna que brillaba a través de ellos hacía que las ramas parecieran brazos extendidos para atraparla.