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Paramount

Gemma intentaba evitar a Harper desde su conversación del jueves por la noche. Ya había pasado un día y medio, y sabía que tendría que volver a hablar con su hermana en algún momento, pero quería tener al menos una mañana libre de sermones.

Estuvo durmiendo hasta tarde a propósito, y esperó a que Harper se hubiera marchado a trabajar antes de aventurarse fuera de su habitación. Después se levantó e hizo algunas tareas del hogar. Quería estar lista para irse al ensayo de teatro antes de que Harper volviera a casa del trabajo.

Por supuesto que se las arregló para intercalar media hora de «De buena ley», que era su vicio más reciente. Gemma se había vuelto adicta a la televisión cuando se pasó todo un mes deprimida y encerrada en casa. Y aunque ya había abandonado esa costumbre, «De buena ley» era lo único que seguía viendo.

Se dio una ducha cuando el programa hubo terminado. Se vistió, pero se había dejado la televisión encendida. Cuando bajó la escalera, recogiéndose el cabello en una cola de caballo, vio que habían interrumpido la programación habitual con un boletín informativo y el corazón le dio un vuelco.

Había estado bajando los escalones de dos en dos, pero aminoró la marcha al entrar en la sala.

El apuesto heredero de un multimillonario había desaparecido sin dejar rastro y, al parecer, los medios cubrían el caso a todas horas.

«Las autoridades han encontrado lo que creen que puede ser el yate de Thomas Sawyer cerca de la costa de una de las islas Bahamas —decía el reportero—. Insisto, este extremo todavía no está confirmado, pero las imágenes que están viendo son en directo. El equipo de buzos está inspeccionando el yate, pero hasta el momento no sabemos si se ha encontrado ningún cuerpo a bordo, aunque no parece haber nadie con vida».

La pantalla mostraba una playa hermosa, arena blanca con agua cristalina, y un barco de dimensiones considerables que había zozobrado cerca de la costa. Había helicópteros revoloteando en lo alto y varios botes pequeños alrededor. Mientras, los buzos descendían con sus trajes negros.

Los rótulos sobreimpresionados en la parte inferior de la pantalla resumían toda la información sobre el caso: «Thomas Sawyer, de 25 años, se halla en paradero desconocido desde el 4 de julio. La familia de Thomas ofrece una recompensa de dos millones de dólares por cualquier información que ayude a dar con su paradero».

Mientras los buzos seguían inspeccionando los restos del barco, apareció una foto de Sawyer en un recuadro. Parecía bastante reciente. Tenía la sonrisa amplia, los primeros botones de la camisa blanca desabrochados, y la mirada deslumbrante hasta en la fotografía.

Gemma apagó la televisión. Bastante le atormentaba su rostro en las pesadillas como para necesitar que se lo recordaran estando despierta.

Gemma no había matado a Sawyer —no con sus propias manos—, pero de todos modos se sentía responsable de su muerte. Él había sido amable con ella, y por eso ella había intentado ayudarlo a huir de las sirenas. Pero no debería haber intervenido. Si se hubiera limitado a dejarlo en paz, tal vez seguiría vivo.

Lexi era una auténtica psicótica y le había arrancado el corazón a Sawyer sin mediar provocación. Pero eso no cambiaba el hecho de que Gemma no lo había salvado ni se lo había llevado consigo cuando huyó. Sabía que él estaba en peligro, y no hizo lo suficiente para ayudarlo.

Gemma deseaba que se acelerara la búsqueda de Sawyer y que apareciera, no sólo para no tener que seguir viendo su cara por todos lados, sino también para que la familia pudiera tener la sensación de haber cerrado por fin aquel asunto.

Consideró la posibilidad de llamar al número de atención ciudadana, pero ¿qué podía decirles? ¿Que había visto a un monstruo arrancarle el corazón bajo los fuegos artificiales? Ni siquiera sabía qué había pasado con el cuerpo.

Después de matarlo, Lexi lo había arrojado a la bahía. Pero como no había aparecido en la playa ni en la red de ningún pescador, Gemma suponía que habían hecho algo con él. Quizá lo hubieran arrastrado mar adentro, quizá se lo hubieran dado como alimento a los tiburones, o quizá Lexi se lo hubiera comido. Gemma no lo sabía y, a decir verdad, tal vez no quisiera saberlo.

Lo más probable era que las sirenas estuvieran detrás del accidente del yate, quizá simplemente para encubrir el asesinato o porque realmente hubieran sufrido un percance cuando fueron a dar un paseo en barco. Lexi había desparecido varios días durante la semana anterior.

Tragó el nudo que tenía en la garganta y se quitó a Sawyer de la cabeza. Debía darse prisa si quería salir de allí antes de que Harper llegase a casa, lo que significaba que no tenía tiempo de llorar a Sawyer. Además, ya lo había llorado en numerosas ocasiones ese verano, y aquello no les había sido de ayuda ni a él ni a ella.

El teatro Paramount estaba en el centro del pueblo, a apenas unas pocas manzanas de la biblioteca pública de Capri y del bar Pearl’s. Estaba un poco lejos para ir caminando, y por eso salió temprano. Quería llegar a tiempo. Su coche seguía en el taller, y Kirby la iba a llevar a casa después del ensayo.

Era un teatro viejo, construido a comienzos del siglo XX. Había sido famoso en su momento, pero con el paso del tiempo la gente había ido perdiendo el interés. El Paramount cerró y se fue deteriorando. Y luego, hacía unos veinte años, el pueblo había puesto en marcha un proyecto de revitalización y empezó a repararlo.

De hecho, la madre de Gemma había formado parte del equipo que restauró el teatro. En realidad, Nathalie no tenía ni idea de reparación de edificios y, por lo que Gemma tenía entendido, su ayuda se había limitado a pintar, limpiar y recolectar fondos. Pero había trabajado mucho y, al final, el Paramount había recobrado su antigua gloria.

Antes, la marquesina de la fachada se iluminaba de noche. En este momento se limitaba a anunciar: «LA FIERECILLA DOMADA, 27 DE AGOSTO», todo en mayúsculas. Faltaban apenas tres semanas para el estreno, y después se iban a hacer cuatro representaciones en un fin de semana. No era Broadway, pero por algo se empieza.

Había un cartel en la fachada del edificio, al viejo estilo de las publicidades de teatro. Allí habían puesto los nombres de todos los actores. Thea estaba en primer lugar, justo debajo de Aiden Crawford. En realidad deberían compartir los honores, ya que representaban los papeles protagonistas de Catalina y Petruchio, respectivamente, pero Aiden tenía el privilegio de ser el hijo mayor del alcalde Crawford, el hombre más prominente de Capri.

Thea se había unido primero a la obra, y Gemma había seguido su sugerencia. Al parecer, a Thea siempre le había encantado el teatro, pero Gemma se había presentado a la audición más que nada para estar más cerca de Thea. No sólo para ver si podía encontrar una forma de revertir la maldición, sino también para vigilar a las sirenas. Además, a Gemma le venía bien hacer algo que la mantuviera ocupada.

Gemma siguió caminando más allá de la taquilla y de las puertas principales y dio la vuelta por el lateral del edificio hasta la puerta que daba a los bastidores. Como había salido tan temprano, fue una de las primeras en llegar pero, al parecer, eso era lo habitual.

Tom Wagner, el director, ya había llegado. Daniel también, pero tal vez llevara horas allí. La tarea de Daniel consistía en recrear el Renacimiento italiano en el escenario. Gemma sabía que el trabajo estaba hecho a su medida, y lo había visto trabajando incansablemente entre bastidores con los bocetos de elaboradas escenografías desde que la habían incluido en el reparto de la obra hacía una semana.

Cuando ella entró, Tom estaba sentado en el escenario, con las piernas colgadas del borde, con un guión desplegado junto a él. Tenía su pelo oscuro un poco alborotado, y los primeros botones de la camisa desabrochados. En abstracto, Gemma era consciente de que resultaba atractivo, y su leve acento británico sin duda le ayudaba a apoyar esa idea.

—Blanca. —Tom esbozó una ancha sonrisa cuando vio a Gemma. Él insistía en llamarlos a todos por el nombre de su personaje, pero eso a ella no le molestaba—. Eres muy puntual. Me pregunto si tus compañeros de reparto seguirán tu ejemplo.

—No creo que la puntualidad sea contagiosa —dijo Gemma.

Él rio.

—No, no creo que lo sea.

Se sentó de un salto en el escenario junto a él. Lo hizo con cuidado, ya que llevaba falda y no quería enseñar demasiado. Ante ella había filas y filas de asientos de terciopelo vacíos. Las paredes estaban decoradas para que parecieran de ladrillo viejo, como las de un castillo. Encima de ellos, el techo estaba pintado de azul oscuro como el cielo de las primeras horas de la noche, con lucecitas y todo, que asomaban a modo de estrellas.

—¿Tienes alguna dificultad con tu papel? —le preguntó Tom.

—No por ahora —dijo Gemma—. Pero todavía no lo he memorizado todo.

—Qué vergüenza —le dijo él con una sonrisa cómplice—. A estas alturas, creía que ya habrías memorizado los papeles de todos, no sólo el tuyo.

Les llegó un ruido sordo desde el fondo, y Gemma miró hacia atrás para ver a Daniel que levantaba una herramienta desde el exterior del escenario. Lo saludó con la mano, pero él se limitó a inclinar la cabeza y a sonreírle, con las manos llenas de herramientas y maderas.

Los otros actores fueron llegando poco a poco junto con el ayudante de dirección. Kirby fue el siguiente en llegar. Le sonrió, pero tuvo cuidado de mantener las distancias.

Gemma le había dicho que no creía que debieran hacer ningún tipo de demostración de afecto en público, porque no quería que los otros actores hablaran a sus espaldas, ni que Tom se enfadara con ellos por no concentrarse lo suficiente. Esa era la razón, en parte, pero no era toda la verdad.

Después de lo que había pasado con Sawyer, no quería que las sirenas supieran con qué chicos salía. Confiaba en Thea, pero si Lexi descubría lo de Kirby, tal vez le hiciera algo sólo para molestarla.

Gemma no creía que llegara a hacerle daño, puesto que Lexi, Penn y Thea habían prometido que no le harían daño a ningún habitante de Capri. Pero sabía que a Lexi le encantaba jugar, y Kirby no tenía por qué lidiar con eso.

Thea llegó algunos minutos tarde, pero la última persona en hacerlo fue Aiden Crawford. Representaba a Petruchio, el ruidoso caballero empecinado en domesticar a la fierecilla, Catalina, para convertirla en su esposa. Él encajaba bien con el personaje, ya que estaba muy seguro de sí mismo, casi al borde de la soberbia. Pero era lo bastante majo como para que la mayoría de la gente pasara por alto su arrogancia.

Una vez que todos hubieron llegado, Tom dio por empezado el ensayo. Gemma ensayó algunas escenas con Kirby, quien representaba a Lucencio, el más intrépido de los pretendientes de Blanca. Pero cuando llegaron a una escena que, al parecer, era un tanto complicada para que Aiden pudiera seguirla, Tom autorizó a Gemma y a Thea a dejar el escenario para poder concentrarse en ayudar a Aiden.

Se sentaron en medio del teatro, en los asientos mullidos de terciopelo rojo. En teoría debían repasar sus papeles juntas, pero en realidad sólo estaban mirando a los chicos que se debatían en el escenario mientras Aiden, Kirby y otro actor seguían metiendo la pata con lo que les tocaba decir.

—Esta es la tercera vez que hago La fierecilla domada —dijo Thea—. Pero casi siempre soy Blanca. Penn hizo de Catalina una vez, pero no lo disfrutó tanto. Ella prefiere que la veneren, no que la dominen.

—Me lo creo —dijo Gemma—. ¿De modo que has actuado en muchas obras?

—Cientos. Probablemente miles. —Se reclinó más en su asiento—. Con esto te estoy revelando mi edad… La televisión y la radio son inventos recientes. En los varios milenios anteriores a ellas, la única forma que teníamos de entretenernos eran las obras de teatro y los cuentos.

»Alguna vez hice ópera, pero causaba ciertos problemas. —Thea se señaló la garganta—. Toda esta cuestión de la canción de las sirenas puede llegar a convertir al público en una turba enloquecida y obsesionada.

—Eso no suena demasiado bien.

—No, la verdad es que es espantoso —dijo Thea—. Me alegro de que no se les haya ocurrido hacer un musical. No sabes cuánto necesitaba algo que me sacara de casa, pero no pienso volver a cantar delante de multitudes jamás.

Tom parecía agitado por algo que había dicho Kirby, y le pegó un grito. No estaba regañándolo exactamente, pero a Gemma le pareció un poco más severo de lo necesario, dada la situación.

—Se está tomando esto verdaderamente en serio —dijo Thea mientras veían a Tom darle indicaciones escénicas muy estrictas—. Y es extraño, tratándose de una producción para un pueblo tan pequeño.

—Esto es algo así como un gran acontecimiento —dijo Gemma—. Él es lo más parecido a un director de verdad que tenemos. No es que haya trabajado en Broadway, pero ha dirigido algunas producciones más importantes que esta. No es de aquí.

—Supongo que el acento británico lo delata —dijo Thea—. Pero ¿en qué sentido es esto un gran acontecimiento? ¿A este pueblo le fascina Shakespeare, o algo así?

—Esta obra forma parte del gran festival de final del verano de Capri —explicó Gemma—. Arranca el 27 de agosto y se prolonga durante toda la semana hasta el Día del Trabajo.

—Qué raro. —Thea arrugó la nariz—. Parece que tenéis una cantidad ingente de festivales, carnavales y eventos.

—Porque estamos en verano y somos un pueblo turístico. Tenemos que sacarle todo el jugo posible, y después, cuando los turistas se van a casa, se cierra el pueblo. Se acaban los festivales.

—No puedes decirle eso a Lexi —dijo Thea—. Se pondría frenética.

Gemma se mordió el labio y después se volvió hacia Thea.

—¿Cuánto tiempo más crees que vais a quedaros aquí?

—No sabría decirte. —Thea bajó la vista.

—Estáis empezando a inquietaros —dijo Gemma. Hizo una pausa pero Thea no se molestó en discutírselo—. No habéis descubierto nada sobrenatural ni útil sobre Álex ni sobre Daniel, ¿verdad?

—En realidad, yo nunca he creído que el hecho de que Álex te amara fuese algo sobrenatural —dijo Thea. El mero hecho de oírlo hizo que a Gemma se le reabriera en el corazón una herida que seguía sin cicatrizar. Trató de mantener una expresión neutra mientras Thea proseguía—. Tengo la teoría de que Álex ya se había enamorado de ti antes de que te convirtieras en sirena. Por eso pudo zafarse de la maldición.

—¿Le has contado eso a Penn? —preguntó Gemma.

—No —dijo Thea—. Me pareció que hacía falta reevaluar la maldición, que quizá habíamos estado negándonos cosas que eran ciertas. Quería convencer a Penn de que nos quedáramos aquí para poder averiguarlo.

—¿Y qué has averiguado? —preguntó Gemma, pero ya creía saber la respuesta. Si hubieran hecho algún descubrimiento, u obtenido alguna información que les pudiera cambiar la vida, Thea no estaría sentada en el teatro, ensayando una obra.

—Nada. —La voz ronca de Thea sonaba suave y triste—. Ya no sé dónde más buscar. Y Penn ha perdido el interés. —Se detuvo y se corrigió—. Bueno, ha perdido el interés en Álex, al menos.

Gemma se sintió aliviada, pero aquello no hacía sino confirmar sus sospechas. No había hablado con Álex desde que habían cortado, pero gracias a Thea se había enterado de que las sirenas habían estado hablando con él. No parecía nada terrible, sobre todo porque Penn consideraba a Álex tonto y aburrido.

Penn tenía los ojos puestos totalmente en otra persona, y Gemma volcó su atención en él. Atrás, más allá de donde Tom les estaba dando indicaciones a Aiden y a Kirby, trabajando en silencio para no molestarlos, estaba agachado Daniel, con los planos para las escenografías desplegados sobre el escenario.

Llevaba las mangas de la camisa de franela lo suficientemente remangadas como para que asomaran las nervaduras negras de su tatuaje. Con gesto distraído, se pasó una mano por su cabello rubio y sucio. Tenía la mandíbula apretada con firmeza, concentrado en sus pensamientos, y la línea oscura del nacimiento de la barba era como una sombra que le atravesaba el rostro.

Si bien el interés de Penn por Daniel se había tornado más evidente, ni Gemma ni Daniel se lo habían contado a Harper. Ella estaba al tanto de que las sirenas estaban tratando de descubrir la causa de su inmunidad, pero eso era todo lo que sabía. Gemma pensaba que sería mejor que Harper tuviera una preocupación menos.

—Quizá… —Thea suspiró y se echó el largo cabello rojo hacia atrás, por encima del hombro—. Tendrías que esforzarte más, Gemma.

—¿Qué? —Gemma se volvió para mirarla de frente.

—Penn y Lexi no van a quedarse aquí para siempre. —La mirada de ojos verdes de Thea era seria—. Y me gustaría que vinieras con nosotras. De modo que tienes que esforzarte más por llevarte bien con ellas.

—Gracias, pero… —Gemma negó con la cabeza—. No quiero irme con vosotras.

—Sé que quieres romper la maldición, y si eres capaz de encontrar una manera, pues mejor para ti —dijo Thea—. Lo digo en serio. Si eres capaz de encontrar una salida que no implique tu muerte, pues mejor para ti. Pero si no puedes, entonces deberías encontrar una manera de hacer que esto funcione.

—Thea, no puedo. —Gemma tragó saliva—. No puedo ser una sirena.

—Ya eres una sirena —le dijo Thea con énfasis—. Y si se trata de elegir entre ser una sirena o estar muerta, entonces deberías optar por ser una sirena. No es tan malo como parece.

—Si la situación llegara a ese punto, me lo pensaría —dijo Gemma al final, pero no estaba segura de poder hacerlo—. Pero ¿cómo puede ser que de veras no conozcas ninguna manera de romper la maldición?

—No conozco ninguna que no termine con todas nosotras muertas, incluida tú. —Thea negó con la cabeza—. Y puedo asegurarte que ser una sirena es mejor que eso.

—Trataré de llevarme mejor con Penn y Lexi —cedió Gemma—. Pero si en algún momento descubres la manera de romper la maldición, ¿me lo dirás?

—Sí, te lo diré… siempre y cuando no nos mate ni a mí ni a mis hermanas. —Thea se volvió hacia el escenario, con un tono más alegre que el de hacía unos minutos—. Pero, de todos modos, todavía no nos vamos a ir. Una cosa tengo clara: voy a representar esta obra.

—¿De veras te gusta actuar? —preguntó Gemma, contenta por cambiar de tema.

Thea rio.

—Todo esto de la maldición empezó porque estábamos tan obsesionadas por actuar en público que no estábamos haciendo nuestro trabajo. No me gusta… ¡Me encanta!

—¿Caty? —decía Tom desde el escenario—. ¿Caty? ¿¡Catalina!?

—¡Esa soy yo! —dijo Thea.

—¿Serías tan amable de venir con nosotros al escenario, por favor? —preguntó Tom.

Ella se puso de pie al instante.

—Sí, ya voy. —Mientras se deslizaba por delante de Gemma en dirección al pasillo, le dijo—: Ya te he dicho que estaba acostumbrada a ser Blanca.

Thea subió al escenario, disculpándose por no haber acudido antes, y Gemma se dio cuenta de cuánto le importaba todo aquello. Desde que Gemma la conoció, el único momento en que le había parecido feliz, aunque fuera remotamente, fue cuando la vio encima del escenario. Había algo de cautivador en ella. A pesar de que sólo estaba ensayando su papel con Aiden, quien casi nunca se daba cuenta cuando le daban pie y siempre se equivocaba con el texto, Gemma no podía quitarle ojo a Thea.

De hecho, estaba tan embelesada con su actuación que no se dio cuenta de que Penn estaba sentada en la fila de atrás hasta que esta se inclinó hacia delante sobre el respaldo del asiento de al lado y habló.

—¿Qué hace Daniel escondido al fondo mientras Thea acapara el escenario? —preguntó Penn, y Gemma dio un salto. Penn rio lo bastante fuerte como para que todos se volvieran para mirarla—. ¿Te he asustado?

—Ya sabes que hace falta más que el sonido de tu voz para asustarme —dijo Gemma, esbozando una leve sonrisa.

—Aunque digas eso, las dos sabemos la verdad, ¿no? —preguntó Penn, y le guiñó el ojo—. Y no has respondido a mi pregunta.

—Daniel está construyendo los decorados.

Gemma se retrepó en el asiento. Había estado inclinada hacia delante mientras observaba la actuación de Thea, pero mientras Penn estuviera allí no dejaría que Gemma se interesara en nada más que en ella.

—Menuda tontería. —Penn parecía genuinamente indignada por la cuestión, y lo observó cuando cruzaba por el escenario y desaparecía detrás del telón tras salir por el lateral derecho—. Debería ser el protagonista de la obra. Es mucho más apuesto que cualquiera de esos mindundis.

Señaló a Aiden, quien, como Gemma ya había notado, no era el mejor actor del mundo, pero sin duda era sexy. Tenía el cabello castaño claro, los ojos azules y una sonrisa luminosa. Pero, al parecer, a Penn le atraían más el rostro sin afeitar y los ojos color avellana de Daniel.

Gemma sabía que no se trataba de eso exactamente. No se trataba tanto del aspecto físico de Daniel. Puede que fuese atractivo por derecho propio, pero el interés de Penn surgía del hecho de que fuera inmune a la canción de las sirenas. No estaba acostumbrada a que un hombre le contestara, la desafiara, se formara sus propias opiniones.

Y después de pasarse siglos sin tener una conversación real con un chico, no era de extrañar que Penn lo encontrara increíblemente fascinante.

—No creo que a Daniel le importe ser apuesto o no —dijo Gemma—. No le gusta actuar. Quería trabajar en los decorados.

Penn se burló.

—Eso es ridículo. Pensé que él también actuaba en esta estúpida obra. No sabía que sólo estaba haciendo los malditos decorados. Estoy empezando a creer que es un idiota.

—¿Porque se le da bien la carpintería? —preguntó Gemma.

—No, porque ayer le ofrecí diez mil dólares para construir una verja alrededor de mi casa, pero los rechazó porque dijo que debía trabajar en esta obra —dijo Penn—. Tendría sentido si actuara en ella, pero me imagino que por lo que hace no le estarán pagando nada que se aproxime a esa suma.

—¿De dónde has sacado diez mil dólares? —preguntó Gemma, mirando hacia atrás—. Tú no trabajas. —Penn se encogió de hombros y no le respondió—. Y esa ni siquiera es tu casa. Es la casa de otra persona a quien embaucaste para quitársela.

—Ahora vivo allí, así que es mía —se limitó a decir Penn.

—Ni siquiera sé por qué quieres estar con Daniel. —Gemma se volvió y se cruzó de brazos—. No es tan fabuloso.

—No quiero estar con él. Sólo estoy tratando de averiguar qué le pasa. Eso es todo.

—Todo este asunto de las sirenas te ha convertido en una mentirosa terrible —dijo Gemma—. Recurres a esa canción y a tu voz, y entonces ya ni siquiera tratas de resultar convincente.

Penn se volvió para mirarla de frente y la fulminó con sus ojos oscuros.

—Gemma. Cierra la boca. Eres insufrible. —Hizo una pausa antes de inclinarse hacia delante y susurrarle al oído—. Ya te estoy buscando una sustituta. Es sólo cuestión de tiempo que mueras.

El corazón le latió fuerte con un sonido sordo cuando Penn le confirmó sus peores sospechas. Hacía unos minutos le había dicho a Thea que trataría de llevarse bien con Penn, pero ya sabía que era inútil. No importaba cuánto le dorara la píldora, eso no cambiaría el hecho de que Penn la quería muerta y olvidada.

—¿A qué has venido aquí? —le preguntó Gemma, haciendo caso omiso de su amenaza.

—He venido a buscar a Thea. La traje para el ensayo y se supone que tengo que llevarla a casa.

—El ensayo no termina hasta dentro de media hora, y eso suponiendo que no se haga tarde.

Penn dejó escapar un largo gruñido de irritación.

—Lo mismo da. Voy a esperar a Thea afuera. —Se puso de pie—. Porque a ti no te soporto más. Te odio.

—Lo sé. El sentimiento es mutuo.

Una vez que se hubo ido Penn, Gemma se hundió en el asiento y se frotó la frente. Enemistarse con ella no era lo más inteligente que podía hacer, pero era difícil frenarse. Además, tal vez Penn la iba a matar de todos modos y, al menos por ahora, parecía demasiado preocupada como para que le importara tanto.

Eso debería haber sido algo bueno, si no fuera que Gemma sabía qué era lo que la distraía. Penn no le quitaba ojo al novio de Harper.