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Dominación

A Gemma le encantaba cómo se sentía cuando él la besaba. Cuando la boca de él se unía a la suya se llenaba de ansias y de deseo. No parecía demasiado fuerte —aunque cuando la apretaba de ese modo contra él, ella sentía la firmeza de su tono muscular bajo la fina tela de su camisa—, así que era como si su pasión aumentara su fuerza.

No se podía decir que Kirby besara especialmente bien. Gemma estaba resuelta a no comparar a todo el mundo con Álex ni con su forma de besar, porque todos salían perdiendo. Aun sin contar a Álex, Kirby no era el que mejor besaba.

Sin embargo, había una razón por la cual había salido con él varias veces y todas sus citas terminaban en el asiento trasero de su viejo Toyota. No habían hecho mucho más que besarse, y Gemma no pensaba pasar de allí.

Lo que la hacía volver una y otra vez con Kirby no eran ni el amor ni sus besos. Su corazón todavía echaba de menos a Álex, y sólo a Álex. Pero no podía estar con él y no podía seguir dando vueltas por la casa poniendo caras largas. O, al menos, eso era lo que le decían Harper y su padre todo el tiempo.

Así fue como terminó allí con Kirby, rindiéndose ante los impulsos físicos, que, de alguna manera, le parecían mal y totalmente correctos a la vez.

Incluso aunque sólo siguiera siendo humana, habría sido divertido. Kirby era sexy y dulce, y la hacía reír. Pero era su mitad sirena la que lo deseaba con fuerza, la que casi le exigía el contacto físico.

La verdad era que se estaba inquietando. Thea le había advertido de lo que podía suceder si no comía. Técnicamente sólo necesitaba comer una vez, antes del solsticio o del equinoccio, pero, cuanto más tiempo pasara sin comer, más irritable y agitada estaría.

Había algunos trucos para mantener a raya el hambre: uno de ellos era nadar con frecuencia, cosa que Gemma hacía siempre que podía. Otro era cantar, pero a Gemma le daba mucho miedo intentarlo. No quería hechizar a alguien por accidente. El tercero no consistía tanto en evitar el hambre como en ceder a ella. Y eso era lo que estaba haciendo con Kirby. Lo besaba para evitar morderlo.

Cuando él la besaba profundamente y la empujaba contra el asiento del coche, ella sentía que su interior se agitaba. Le invadía un calor tibio en el estómago que hacía que le vibrara la piel, como cuando las piernas se le transformaban en cola de pez.

La sirena quería salir, y había algo extrañamente maravilloso en el hecho de impedirlo. Era Gemma quien tenía el control, no el monstruo, y cuando Kirby le besaba el cuello, ella se mantenía firme en la línea divisoria entre la sirena y la humana.

Gemma sólo pudo acallar el deseo de sirena que albergaba en su interior cuando la mano de él empezó a deslizarse debajo de su falda, recorriendo la piel suave de sus muslos. La piel dejó de vibrarle, el calor que sentía dentro se enfrió, y Gemma se incorporó y lo apartó de ella con suavidad.

—Oh, perdona —dijo Kirby, quien todavía respiraba agitado, mientras se alejaba de ella—. ¿He ido demasiado lejos?

—Ya conoces las reglas. —Se encogió levemente de hombros y se estiró la falda—. No voy a pasar de ahí.

—Lo siento. —Hizo una mueca y se retiró el cabello oscuro de la frente—. Me he dejado llevar un poquito. No volverá a pasar.

Ella le sonrió.

—De acuerdo. No me cabe duda de que la próxima vez te ceñirás mejor a las reglas.

—¿Y cuándo será la próxima vez? —preguntó Kirby.

Estaba arrodillado en el asiento, y sus ojos azules chispeaban. Kirby era apuesto, tenía el atractivo típico de los modelos —rostro aniñado, delgado y de rasgos marcados—, pero además lo envolvía una aura de auténtica amabilidad.

Lo más probable era que la forma en que la trataba tuviera más que ver con su atracción de sirena que con lo que sentía por ella. Gemma no había usado sus cantos con él, así que no lo tenía esclavizado. Pero su aspecto físico también le confería poder, y a los chicos les resultaba difícil no prestarle atención.

Kirby era un par de años mayor que ella, pero se conocían de la escuela. Aunque era atractivo y popular, nunca había acosado a los otros chicos. Durante el poco tiempo que llevaban saliendo, nunca había hablado mal de nadie, y jamás se le había ocurrido desafiarla.

Eso era lo que llevaba a Gemma a volver siempre con él. No era peligroso. Le gustaba, pero no demasiado. Fuera cual fuese la chispa mágica gracias a la que se había enamorado de Álex, Kirby no la poseía en absoluto. Cuando estaba con él, lo tenía todo completamente bajo control: sus emociones, al monstruo, e incluso a él. Ella nunca le haría daño, y él tampoco podría hacérselo a ella.

—Claro que habrá una próxima vez —le dijo Gemma, y a él se le iluminó el rostro.

—Genial. Creo que nunca podría perdonarme si lo echara todo a perder.

—Te sorprenderían las cosas que la gente es capaz de perdonarse —dijo Gemma por lo bajo.

—¿Qué? —preguntó Kirby.

—Nada. —Ella meneó la cabeza y le lanzó una sonrisa forzada—. ¿Cómo estoy?

—Espléndida, como siempre.

Gemma se rio.

—No, quiero decir… ¿Se me ha corrido el maquillaje? ¿Se nota que me he estado dando el lote con alguien en el asiento trasero de un coche?

Kirby se inclinó para inspeccionarle el cabello y el maquillaje, y después la besó rápido en los labios.

—No. Estás perfecta.

—Gracias. —Gemma se peinó pasando una mano entre las ondas oscuras de su cabello, y la luz de la calle que entraba por las ventanillas iluminó los reflejos dorados que la recorrían.

—Así pues, ¿seguiremos viéndonos a escondidas? —preguntó Kirby, reclinándose en el asiento y mirando cómo ella se alisaba la falda y se acomodaba la blusa.

—Por poco tiempo —dijo ella—. Mañana me levantan oficialmente el castigo.

—Pues qué mal rollo, ¿no? —dijo Kirby, y ella lo fulminó con la mirada—. Me pone esto de que nos veamos a escondidas, siempre preocupados por si nos descubren.

Gemma se rio y Kirby cerró los ojos, como si disfrutara del sonido. Ella procuraba no cantar nunca cerca de él. No quería hechizarlo. Pero su voz, y hasta su risa, surtían efecto en él.

—Mírate, haciéndote el malo —bromeó ella.

—Eh, que soy un tipo duro.

Él contrajo los músculos y Gemma se inclinó y lo besó. Él la rodeó con los brazos tratando de atraerla hacia sí para darle un beso más largo, pero ella se apartó de él.

—Lo siento, Kirby, pero de verdad tengo que irme —dijo Gemma—. Seguro que mi padre me está esperando levantado.

—Excusas —suspiró Kirby, pero la dejó ir—. ¿Te veo en el ensayo mañana?

—Por supuesto. —Gemma abrió la puerta del coche y se bajó—. Nos vemos.

Cerró la puerta detrás de ella y bajó trotando por toda la manzana en dirección a su casa. Cuando Kirby la dejaba, ella siempre lo hacía aparcar a la vuelta de la esquina para que su padre no pudiera espiarlos por la ventana del frente y pillarlos besándose.

Cuando pasó por la casa de Álex, mantuvo la mirada fija en la acera para no dirigirla en esa dirección. De nada le servía ver que tenía el coche aparcado a la entrada o si había luz en su habitación. Él no quería volver a verla, y así era como tenía que ser.

Su propia casa parecía estar a oscuras, y ella lo interpretó como una buena señal. Brian empezaba a trabajar temprano a la mañana siguiente, así que, con suerte, ya se habría ido a dormir. Cuando Gemma abrió la puerta principal, trató de hacer el menor ruido posible.

Pero apenas cerró la puerta, se encendió una lámpara y Gemma estuvo a punto de dar un grito.

—Ay, Dios mío, Harper. —Gemma se puso la mano en el pecho y se apoyó contra la puerta—. ¿A qué ha venido eso?

—Quería hablar contigo —dijo Harper.

Le había dado la vuelta a la silla de su padre, de modo que quedara de frente a la entrada, y estaba sentada allí de brazos cruzados. Su largo cabello oscuro estaba recogido en un moño descuidado, y tenía puestos los pantalones de su pijama rosa, viejo y raído, lo que en realidad echaba por tierra su pose autoritaria.

—No hacía falta que te escondieras en la oscuridad como una zumbada. —Gemma señaló la lámpara que se hallaba en la mesa, al lado de Harper—. Casi me matas del susto.

—Bien.

—¿Bien? —Gemma puso los ojos en blanco y gruñó—. ¿En serio? ¿Va a ser una de esas charlas?

—¿Qué quieres decir con «esas charlas»? —preguntó Harper.

—De esas en las que me sermoneas por todo lo que estoy haciendo mal.

—No te estoy sermoneando —dijo Harper, a la defensiva—. Es que… —Respiró hondo y trató de empezar de nuevo—. Son más de las diez de la noche y se supone que el ensayo terminó hace dos horas. Tienes suerte de que papá haya vuelto a confiar en ti, porque yo sé de buena tinta que el ensayo no dura hasta tan tarde.

—Seguro que Daniel te está yendo con el cuento —murmuró Gemma y miró hacia abajo, a la alfombra gastada que cubría el suelo.

—Daniel no me está viniendo con ningún cuento. —Harper se encrespó ante la acusación—. Lo sé porque he pasado con el coche por el teatro, y allí ya no quedaba ni el apuntador. Y a juzgar por la cantidad de lápiz de ojos que te pusiste y lo ridículamente corta que es la minifalda que llevas…

—No es ridícula —dijo Gemma, y se estiró la falda hacia abajo.

—… sólo puedo llegar a una conclusión: estás saliendo con algún chico —dijo Harper—. ¿Sabes lo peligroso que es eso para ti? Claro que lo sabes. Las sirenas matan chicos… Ya lo has visto.

Gemma miró al suelo. Todavía no le había contado a su hermana que ya había matado a alguien. En ese momento, el tipo había estado acosándola y eso la había impelido a transformarse en monstruo. Pero la verdadera razón por la que lo había matado era que tenía que hacerlo. Si quería sobrevivir como sirena, tenía que alimentarse.

Durante las últimas cuatro semanas, desde que Gemma volviera a casa y sellara un trato con Penn, Harper había empezado a sospechar que las sirenas se alimentaban matando chicos. Nunca le había preguntado directamente a su hermana si ella había matado a alguien, así que esta no se lo había dicho. Pero Harper tal vez supiera que, aun cuando Gemma no hubiera matado a nadie todavía, no tardaría en hacerlo.

—No es así. —Gemma suspiró—. Sólo es un chico que trabaja conmigo en la obra, y pasamos un rato juntos. No es nada del otro mundo.

—¿Un chico? —Harper levantó una ceja.

—Es Kirby Logan —dijo ella.

—Ah. Parece agradable. —Harper pareció relajarse un poco, probablemente al acordarse de él, de cuando iban al instituto—. Pero eso no significa que esté bien que te juntes con él. Es demasiado mayor para ti…

—¿Me estás hablando en serio, Harper? —se burló Gemma—. ¿Me he convertido en un monstruo mitológico, y lo que más te preocupa es que Kirby y yo nos llevemos tres años?

—No, en realidad… —Levantó la vista hacia Gemma—. Hay un millón de razones por las que no deberías estar viéndote a escondidas con Kirby, y una de ellas es su edad. Otra es que acabas de romper con Álex. Pero ninguna de esas razones importa en realidad. La única que cuenta es que sabes que no debes.

—¡Qué tontería! —Gemma echó la cabeza hacia atrás y la golpeó contra la puerta—. Papá y tú no habéis dejado de decirme que tenía que salir de casa y hacer algo para levantar el ánimo. Y cuando por fin me decido a hacer algo, me uno a la obra de teatro, me dedico a hacer amigos…, ¿ahora me dices que está mal?

—No, Gemma, eso no es lo que he dicho. —Harper estaba haciendo todo lo posible por no alzar la voz y despertar a su padre—. Lo único que hacías era andar por casa en pijama. No te levantabas hasta las dos o las tres de la tarde. No te duchabas ni comías. Quería que hicieras algo.

—Y estoy haciendo algo, ¿por qué no puedes ser un poco más tolerante? —preguntó Gemma—. Ya no puedo dedicarme a lo que más me gusta en el mundo, la natación, porque con mi extraña velocidad sobrenatural no sería justo para el resto de los nadadores. Ni siquiera es justo para mí. Luché mucho para llegar a ser tan buena, y ahora, apenas sin esfuerzo, puedo batir cualquier récord. Dejé de nadar, tuve que dejar a Álex, y es posible que tenga que dejaros a papá y a ti…

—Ya encontraremos alguna manera de hacerle frente a esto —dijo Harper por millonésima vez ese verano.

La había interrumpido, pero Gemma se alegraba de que no le hubiera dejado terminar. Estaba a punto de decir que tal vez tendría que dejar su vida, pero en realidad todavía no había hablado de eso con Harper.

A las sirenas se les estaba acabando la paciencia y, aunque no se lo hubieran dicho a Gemma de manera explícita, ella sospechaba que estaban buscándole una sustituta. Era sólo cuestión de tiempo que encontraran a alguien y se deshicieran de Gemma.

—Ya no sé quién soy —dijo Gemma al final. Apenas podía contener las lágrimas que le llenaban los ojos—. He renunciado a todo aquello que amaba. Así que necesito que me ayudes a resolverlo, ¿de acuerdo?

Harper dejó escapar un largo suspiro.

—De acuerdo. Pero, por favor, ten cuidado.

—Es lo que hago siempre —mintió Gemma, y se volvió para subir rápido la escalera y así no tener que seguir hablando.

Cuando por fin estuvo a salvo en su cuarto, se tapó la boca con la mano y se echó a llorar en silencio.

Durante el último mes, al ver que Gemma se había ido sumiendo cada vez más en la depresión, Harper pensó que se debía sobre todo a Álex. No dejaba de ser cierto, en parte. Pero sobre todo se debía a su renuncia al sueño de ser nadadora olímpica, a que tenía que hacerse a la idea de que era una asesina, y a que había tenido que dejar de lado todos sus planes y deseos.

Una y otra vez, Gemma se había estado preguntando lo que haría si sólo le quedaran unas semanas de vida. Le parecía el plazo más probable. No creía que las sirenas siguieran tolerándola a ella ni a Capri durante mucho más tiempo.

El problema era que Gemma no había podido encontrar ninguna respuesta. Y le resultaba imposible hacer lo que de veras quería hacer: pasar más tiempo con sus padres, con Harper y Álex, y en la playa, nadando día y noche.

Tenía que encontrar una alternativa. De momento, lo único que la calmaba un poco era besar a Kirby y fingir que todo saldría bien.