—Por favor, no lo hagas.
Sylvia estaba arrodillada, con la cabeza encima de un tocón podrido; Eddie la tenía inmovilizada con una rodilla apoyada en la espalda.
—Por favor —siguió gimiendo—. ¡Por favor!
—¡Cállate!
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué?
Eddie encajó la pistola en el cinturón que se había puesto en la lancha y extrajo una capucha negra del interior del traje de neopreno. Se la puso y ajustó los orificios de los ojos. No era la del círculo con un retículo en cruz que la policía le había confiscado, pero serviría igual de bien para esa ejecución improvisada.
Alzó el hacha en una mano.
—¿Tus últimas palabras?
Sylvia estaba casi inconsciente por el dolor y el miedo. Comenzó a farfullar algo. Eddie rio.
—¿Estás rezando? ¡Mierda! Bien, has perdido tu oportunidad.
Levantó el hacha por encima de su cabeza. Sin embargo, antes de que la dejara caer sobre la nuca de Sylvia, el mango del hacha estalló en pedazos.
—Joder, vaya disparo, Maxwell —murmuró Williams mientras seguían corriendo.
Si pensaban que Eddie se entregaría, se equivocaban, como comprobaron de inmediato.
Eddie saltó hacia un lado, lo suficiente para alcanzar una pendiente por la que rodó hasta abajo. Se levantó de un brinco y salió disparado.
King llegó junto a Sylvia y la sostuvo entre los brazos.
—Ya ha pasado todo, Sylvia —le susurró con dulzura—. Estás a salvo. —Vio un movimiento—. ¡Michelle! —gritó—. ¡No lo hagas!
Michelle rodó colina abajo y llegó hasta el pie de la misma. Se levantó tan rápido como Eddie y corrió tras él.
—Maldita sea —gritó King. Dejó a Sylvia al cuidado de Williams y echó a correr en pos de su socia.
Mientras King corría sólo podía orientarse cuando un rayo iluminaba la oscuridad circundante. O cuando oía pasos por delante.
—¿Por qué coño lo haces? —le gritó a Michelle aunque sabía que no le oiría.
Tras haber pasado la última hora en compañía de Eddie no tenía ganas de acercarse a él a no ser que estuviera encerrado y rodeado de doce guardianes. E incluso entonces era posible que declinara la oferta.
Se detuvo de repente porque los sonidos que le precedían habían cesado.
—¿Michelle? —llamó.
Sujetó con fuerza la pistola y la movió describiendo arcos, al tiempo que echaba vistazos por encima del hombro en previsión de que Eddie pretendiese atacarle por la retaguardia.
Un poco más arriba, Michelle observaba atentamente un grupo de arbustos. Cada pocos segundos bajaba la vista para comprobar si el minúsculo punto rojo se desplazaba por su cuerpo. Introdujo el cañón de la pistola en un pequeño hueco del arbusto tras el cual se ocultaba y separó las ramas un poco. Se produjo un movimiento a su derecha, pero era una ardilla.
Oyó un ruido a su espalda y se volvió rápidamente.
—¿Michelle?
Era King, a unos seis metros. Había seguido una ruta diferente y les separaba un muro de zarzas.
—Quédate ahí —susurró—. Se ha parado un poco más allá.
Michelle se volvió y esperó. Un rayo, eso era lo que necesitaba. Rodeó el arbusto, retrocedió unos pasos y luego descendió lentamente trazando un círculo con la intención de subir y aparecer por detrás de Eddie.
Un rayo. Oyó el estruendo a su derecha. Se volvió y disparó en el mismo instante. Se produjo una detonación delante de ella y una chispa de luz roja centelleó durante una milésima de segundo.
Michelle no lo sabía, pero Eddie había estado dando vueltas alrededor de ella y había disparado en el mismo instante que ella. Contra los pronósticos más descabellados, las dos balas habían chocado y causado la chispa explosiva que había visto.
Eddie la golpeó en el estómago, de forma que le cortó la respiración, y la arrojó al suelo. Era una técnica de manual. Le entraron tantas hojas, ramitas y barro en la boca que apenas podía respirar. Michelle se dio la vuelta y trató de darle una patada, pero Eddie se puso a horcajadas encima de ella y la inmovilizó. Era increíblemente fuerte, no podía zafarse de ninguna manera; era como una niña intentando escapar de su padre. Trató de levantarse, pero era imposible con esos cien kilos sobre su cuerpo.
«Maldita sea», pensó. Escupió la porquería que tenía en la boca. Si conseguía apartarle podría propinarle varias patadas apabullantes, pero Eddie era demasiado fuerte para ella. Notó que le aferraba la garganta con una mano mientras con la otra le sujetaba los brazos. Se sacudió con todas sus fuerzas para descolocarle, en vano. Quiso gritar pero no pudo. Comenzó a ver borroso. Le costaba respirar, las extremidades empezaron a temblarle.
Pensó que su hora había llegado.
Entonces se relajó. El peso desapareció. Se sintió libre, sabiendo que acababa de morir a manos de Eddie Lee Battle. Se volvió y vio que él la miraba sonriendo.
Sin embargo, no la miraba a ella. Ella se irguió, se apartó de él a toda prisa y sólo entonces vio qué miraba fijamente.
King estaba allí, empuñando la pistola con ambas manos y apuntando directamente a Eddie, que retrocedía poco a poco. King tenía la ropa hecha jirones y la cara y las manos ensangrentadas tras haberse abierto camino por las zarzas.
—No iba a matarla, Sean.
King temblaba de furia.
—Ya, claro, cabronazo.
Eddie continuó retrocediendo, con las manos levantadas.
—Otro paso y te la meto entre ceja y ceja.
Eddie se detuvo y comenzó a bajar las manos.
—Mantenlas en alto —ordenó King.
Michelle se puso de pie y buscó su pistola.
—Eh, venga, dispara —dijo Eddie cansinamente—. Ahórrale al estado un montón de dinero dándome alojamiento en el corredor de la muerte.
—No lo haremos así.
—Hazlo, Sean. Me doy por vencido. No me queda nada.
—Saldrás adelante, descuida.
—¿Eso crees?
—De hecho apuesto…
—Joder, acepto la apuesta…
Eddie saltó llevándose la mano a la espalda para desenfundar la pistola.
Michelle gritó.
Se oyó un disparo.
King se acercó a Eddie, que yacía en el suelo. Apartó la pistola de una patada y observó la sangre que le manaba del hombro, donde la bala había impactado antes de salir por la espalda.
—Esta vez he ganado la apuesta, Eddie.
Eddie le sonrió a duras penas y dijo:
—Un tic fuera de lugar, tío. Sólo un tic.