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Michelle caminaba impaciente por la habitación de la mansión Battle, como una bestia enjaulada en busca de cualquier resquicio por el que escapar. King había ido a cenar a casa de Sylvia. No sabía muy bien por qué pero eso le molestaba. Tal vez lo sabía. No la habían invitado. ¿Acaso debía sorprenderse?

Finalmente salió de la habitación y bajó las escaleras de dos en dos hasta el salón. No había visto a Remmy en todo el día. Dorothea seguramente dormía. Dormía mucho. ¿Quién iba a culparla? Estaba arruinada, tenía problemas con las drogas, todavía era sospechosa del asesinato de Kyle Montgomery y su marido se había convertido en un asesino perturbado. En su lugar, Michelle se echaría a dormir para el resto de sus días.

Se detuvo al ver a Savannah en el pasillo. La joven ya no vestía como su madre. Quizá la invencibilidad de Remmy Battle comenzaba a desgastarse. Llevaba unos vaqueros un poco caídos que dejaban ver el extremo superior del tanga negro, y una blusa con los hombros al aire; iba descalza, con las uñas pintadas de rojo.

Se sorprendió al ver a Michelle, como si ni siquiera supiera que estaba allí.

—¿Qué tal, Savannah?

La joven torció el gesto.

—Oh, de maravilla. Mi padre muerto, mi cuñada convertida en vegetal, mi madre hecha polvo y mi hermano un asesino en serie. ¿Qué tal tú?

—Lo siento, sólo quería ser amable.

—Da igual. Tú tampoco lo has tenido fácil.

—Si se compara con tu familia, creo que todo el mundo lo ha tenido fácil. —Se calló y se preguntó si debía regresar a la habitación y enfurruñarse. Desechó la idea y añadió—: Iba a preparar café. ¿Te apetece?

Savannah dudó antes de responder.

—Claro, esta noche no tengo planes.

Poco después, las dos se sentaban en un sofá del salón con sendas tazas de café.

Michelle miró hacia la ventana; la lluvia comenzaba a tintinear en los cristales.

—Parece que tenemos tormenta —dijo—. Espero que Sean vuelva pronto.

—¿Está en casa de Sylvia?

—Sí, ha ido a cenar.

—¿Os acostáis?

Michelle dio un respingo ante esa pregunta tan directa.

—¿Quiénes, Sylvia y yo? —bromeó.

—Ya sabes a quién me refiero.

—No, no nos acostamos. Tampoco es que sea asunto tuyo.

—Si trabajase con Sean me acostaría con él.

—Me alegro por ti, pero no es lo más recomendable en el caso de una relación laboral.

—Te gusta, ¿no?

—Sí, y le respeto. Y me alegro de que seamos socios.

—¿Eso es todo?

—¿Por qué te interesa tanto?

—Seguramente porque nunca tendré algo así… Me refiero a alguien en mi vida.

—¿Estás loca o qué? Eres joven, guapa y rica. Tendrás los hombres que quieras. Así funciona el mundo.

Savannah la miró de manera harto significativa.

—No, no los tendré.

—Claro que sí. ¿Por qué no iba a ser así?

Savannah comenzó a morderse las uñas.

Michelle le apartó la mano de la boca.

—Los niños se muerden las uñas, Savannah, no los adultos. Y ya que estamos haciendo preguntas francas, ¿por qué no te cambias el nombre? Eso te ayudaría en las perspectivas matrimoniales, si es que tanto te preocupan.

—No serviría de nada.

Michelle la miró con recelo.

—¿A qué viene este numerito autocompasivo?

De repente, Savannah estalló.

—¿Y si estoy tan loca como el resto de mi familia? Mi padre estaba bien jodido. Mi hermano es un asesino. Acabo de saber que mi otro hermano tenía sífilis. Mi madre es un bicho raro. Hasta mi cuñada es un desastre. Es una enfermedad. Si te relacionas con los Battle estás maldito. ¿Qué posibilidades tengo? Ni una. ¡Nada! —Dejó caer la taza al suelo, se hizo un ovillo y rompió a sollozar.

Michelle la miró de hito en hito y se preguntó si de veras quería mezclarse en eso. Finalmente, estrechó a la joven entre sus brazos y le susurró palabras tranquilizadoras sin saber de dónde procedían. Mientras la tormenta bramaba fuera, los sollozos de Savannah comenzaron a remitir, aunque la joven seguía aferrada a Michelle como si fuera la única amiga que había tenido o tendría.

Michelle quería marcharse de aquella casa cuanto antes. Se enfrentaría cara a cara con el homicida, siempre y cuando fuera lejos de la mansión Battle. Sin embargo siguió allí, consolando a la joven sollozante y susurrándole al oído. La sostenía como si fuera de su propia sangre, aunque en silencio daba gracias a Dios de que no fuera así. Al fin y al cabo, era posible que Savannah tuviera razón y los Battle estuvieran malditos.