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King fue a ver en primer lugar a un amigo de Lynchburg, un respetado forense. Habían repasado atentamente los resultados de la autopsia de Battle. Sylvia había preparado un informe más detallado que incluía los resultados de toxicología y el examen microscópico del tejido cerebral de Battle.

—A juzgar por el arrugamiento poco común de la aorta torácica y la lesión microscópica del cerebro, está claro que no puedo descartarla, Sean —dijo su docto amigo—. Son los síntomas reveladores de la enfermedad.

—Otra pregunta —dijo King—. ¿Puede afectar al feto?

—¿Te refieres a si puede atravesar la placenta? Sin duda.

La siguiente parada de King fue el hospital de la Universidad de Virginia, donde se reunió con un profesor del departamento de farmacología. Aquello era lo que verdaderamente le había puesto sobre la pista.

El profesor le confirmó sus sospechas al informarle de que «una persona que abusa de los narcóticos fuertes desarrolla una tolerancia hacia los mismos. Con el paso del tiempo el efecto buscado se ve mermado y se necesitan dosis mayores para obtener el resultado deseado». King le dio las gracias y regresó al coche. Desde luego, conocía a alguien que había estado tomando narcóticos fuertes: Dorothea.

Su siguiente parada fue una tienda de antigüedades en la zona comercial de Charlottesville que había visitado en varias ocasiones. Con la ayuda del anticuario encontró el objeto que buscaba.

—Es un disco de claves —le explicó el hombre. Señaló la pieza metálica redonda que tenía un anillo externo de letras y otro interno—. Así se pueden descifrar mensajes cifrados. Se mueven los anillos para alinear los dos grupos de letras: la a, para la e, la w para la s, etcétera.

—Y si te equivocas en una letra o tic, ¿cambia todo el mensaje? ¿Por un solo tic?

—Es una buena manera de decirlo. Un solo tic y todo cambia por completo.

—No se imagina cuánto me ayuda saberlo. —King compró el disco de claves y se marchó mientras el anticuario le miraba con curiosidad.

Poco después visitó al médico particular de Bobby Battle, un destacado profesional al que conocía bien.

Analizó los resultados de la autopsia con el caballero en cuestión, quien leyó el informe detenidamente, se quitó las gafas de montura metálica y le dijo:

—Sólo he sido su médico durante los últimos veinte años.

—Pero ¿has apreciado cambios?

—En su personalidad, sí, supongo, pero ya no era joven. La mitad de mis pacientes experimenta cambios de personalidad cuando llegan a esa edad.

—Pero en el caso de Bobby, ¿sospechabas que ese era el motivo?

—No necesariamente. Por lo general suele ser un caso de demencia poco acusada o los primeros síntomas del Alzheimer. Por supuesto, no contaba con la información que proporciona una autopsia.

—¿Le realizaste pruebas durante ese período?

—Los síntomas no eran graves y ya sabes cómo era. Si no quería someterse a pruebas, no había nada que hacer. Sin embargo, los resultados de la autopsia podrían indicar que había llegado a una etapa avanzada, y hago hincapié en «podrían».

—¿Hablaste con Remmy al respecto?

—No era algo que me correspondiera hacer y tampoco tenía pruebas sólidas. Creo que Remmy sabía que le pasaba algo —se apresuró a añadir.

—Sin embargo, tuvieron a Savannah.

—Por lo general, la penicilina ha sido muy eficaz contra la enfermedad. Y lo cierto es que Savannah tiene una salud de hierro.

—Si Bobby padecía la enfermedad, ¿desde cuándo podría haberla tenido?

—Desde hacía décadas. Es crónica. Puede desarrollarse durante mucho tiempo si no se trata.

—O sea, que es posible que la contrajera después de haber tenido a Savannah.

—O antes. En la etapa final no se transmite sexualmente, por lo que si la padecía cuando concibieron a Savannah el feto no habría sufrido daño alguno.

—Sin embargo, Remmy podría haberla contraído.

—No conozco a su médico, pero en ese caso supongo que se habría tratado.

Hablaron unos minutos más, luego King le dio las gracias y se marchó.

Le quedaba una última parada. Llamó para asegurarse de que la tienda estaría abierta. Dos horas después estacionaba en un aparcamiento de Washington D. C. A los pocos minutos entraba en un comercio muy especial, donde habló con uno de los empleados.

—¿Servirá? —le preguntó mientras sostenía en alto la pieza que el hombre le había dado.

—Sin duda.

King condujo de regreso a su casa flotante con una gran sonrisa en los labios. Tal como había aprendido con el paso de los años, la información era la clave de todo.

Acababa de entrar en la casa flotante cuando oyó pasos en el exterior. Miró por una ventana y vio a Michelle corriendo por el muelle.

Salió a su encuentro.

—Te he estado buscando por todas partes —le dijo Michelle.

—¿Qué pasa?

—Creen que han encontrado al asesino.

King la miró perplejo.

—¿Cómo? ¿Quién?

—Vamos, te pondré al corriente de todo.

Corrieron hacia el todoterreno.