King ya se había marchado en un coche de alquiler cuando el jefe Williams llamó a Michelle para comunicarle la muerte de Jean Robinson.
Cuando llegó a la casa, estaba rodeada de ambulancias y vehículos de la policía. Los vecinos observaban desde las ventanas y porches. Los tres niños se habían marchado con su padre a casa de un pariente que vivía cerca.
Michelle encontró a Williams, Sylvia y Bailey en el dormitorio principal; los tres contemplaban el cadáver de la señora de la casa.
Sylvia la miró y asintió con expresión comprensiva.
—Estigmas.
Las palmas y los pies de Jean Robinson estaban lacerados de modo similar a las marcas de Jesucristo crucificado, y el cuerpo estaba colocado como el del hijo de Dios en la cruz.
—Bobby Joe Lucas —informó Bailey con tono monocorde—. Le hizo lo mismo a catorce mujeres en Kansas y Misuri a comienzos de los setenta, después de violarlas.
—Estoy segura de que en este caso no hubo violación —dijo Sylvia.
—No he dicho que la hubiera. Lucas murió de un infarto en la cárcel en 1987. Y, según el marido, el camisón de ella ha desaparecido. Eso encaja con el modus operandi de nuestro asesino.
—¿Dónde está Sean? —preguntó Williams.
—Buscando respuestas por ahí.
Bailey la miró con recelo.
—¿Dónde?
—No lo sé.
—Creía que Mortadelo nunca se separaba de Filemón —dijo con sarcasmo el agente del FBI.
Antes de que Michelle replicara, Williams dijo:
—Bueno, ¿puedes llamarle? Le interesará estar al tanto de lo sucedido.
—Perdió el móvil durante la persecución con Roger Canney. Todavía no tiene uno nuevo.
—Estoy segura de que se enterará pronto —comentó Sylvia—. Las malas noticias siempre llegan antes que las buenas.
—¿Dónde está el marido?
—Con los niños —respondió Williams—. Estaba en el coche cuando ocurrió. Es vendedor para una empresa de alta tecnología. Dijo que recibió una llamada del móvil de su esposa poco después de la una de la madrugada. Una voz de hombre le dijo que su mujer estaba muerta y colgó. Él llamó varias veces al móvil, pero no le respondieron. Luego llamó al teléfono fijo de la casa pero la línea no funcionaba. Descubrimos que habían cortado los cables. Así que llamó a la policía.
—¿Cuándo llegó aquí Robinson?
—Una hora después que mis hombres. Se dirigía a Washington para un congreso de ventas.
—Le gusta viajar bien entrada la noche.
—Dijo que quería acostar a los niños y pasar un rato con su mujer antes de marcharse —explicó Bailey.
—¿Existen motivos para sospechar de él? —preguntó Michelle.
—Aparte de que la puerta no estaba forzada, no —respondió Williams.
—¿Y nadie vio nada? —preguntó ella.
—Sólo estaban los tres niños. Por supuesto, el bebé no podrá ayudarnos. El hijo mayor…
Una ayudante entró presurosa en la habitación.
—Jefe, acabo de hablar con Tommy, el segundo hijo. Dice que anoche se despertó y su padre estaba en casa. No sabe qué hora era. Dice que su padre le dijo que había olvidado algo y que volviera a la cama.
En aquel instante otro ayudante irrumpió en el dormitorio.
—Hemos encontrado algo en una tubería del sótano.
Depositaron la bolsita extraída de la tubería en la mesa de comedor y observaron su contenido.
—La medalla de san Cristóbal, el aro del ombligo, la cadenita de oro, la hebilla del cinturón y un anillo de amatista —enumeró Williams.
—Objetos tomados de cada una de las cinco víctimas —dijo Bailey.
Williams se volvió hacia uno de los ayudantes.
—Detened a Harold Robinson ahora mismo.