80

Sean King se irguió en la cama como si lo hubieran pinchado con una aguja.

«¡Siete horas! ¡Dios mío, siete horas!» Pero seguramente habían sido más de siete horas. La referencia de las siete horas le había hecho pensar en la muerte de Sally. Había muerto apenas siete horas después de haberle contado lo de Júnior. Aquello era básico. Sin embargo, la diferencia temporal de siete horas le había hecho percatarse de un hecho extraordinario, tan extraordinario que con esa revelación todo lo demás comenzó a encajar.

Rebuscó a tientas y encontró el reloj en la mesita de noche. Era la una de la madrugada. Se levantó tambaleándose, tropezó con algo que Michelle había dejado con su descuido habitual en el cuarto de invitados y cayó al suelo agarrándose el dedo gordo del pie. Tanteó alrededor y encontró el objeto. Era una pesa de diez kilos.

—¡Por Dios! —chilló a nadie en particular.

Se incorporó y cojeó por el pasillo hasta el dormitorio de Michelle. Se disponía a entrar de sopetón pero se lo pensó mejor. Sorprender a Michelle Maxwell de ese modo podría suponerle un billete de ida al depósito de cadáveres.

Llamó a la puerta.

—¿Estás presentable?

—¿Qué? —ronroneó una voz somnolienta desde el otro lado de la puerta.

—Si todavía guardas la metralleta debajo de la almohada, no la saques. Vengo en son de paz.

Entró y encendió la luz. Michelle se había incorporado y se estaba frotando los ojos.

—Me gusta la ropa interior que llevas —dijo él, mirando el chándal gris y holgado con el acrónimo WIFLE estampado, que significaba Mujeres de la Policía Federal—. Si lo llevas en la luna de miel, tu maridito no te dejará salir de la cama.

Ella le miró arrugando la nariz.

—¿Me has despertado para criticarme el pijama?

Él se sentó a su lado.

—No. Necesito que hagas algo cuando me marche.

—¿Marcharte? ¿Adónde?

—Tengo que ocuparme de varias cosas.

—Te acompaño.

—No. Te necesito aquí. Quiero que vigiles a los Battle.

—Los Battle. ¿A cuáles?

—A todos.

—¿Cómo quieres que lo haga?

—Llamaré a Remmy y le diré que tienes que hacerles unas preguntas. Los reunirá en su casa y eso te facilitará la tarea.

—¿Qué se supone que debo preguntarles?

—Ya se te ocurrirá algo, no te preocupes.

Ella cruzó los brazos y le miró con ceño.

—¿Qué demonios pasa?

—Todavía no estoy seguro, pero necesito que lo hagas.

—Vuelves a ocultarme cosas y sabes que lo detesto.

—No sé nada con certeza, pero te juro que serás la primera en enterarte.

—¿Me dirás al menos qué piensas investigar?

—De acuerdo. Le pediré a un amigo que analice los resultados de la autopsia de Bobby.

—¿Porqué?

—Después —prosiguió sin hacer caso de la pregunta— iré al hospital universitario y echaré un vistazo a varios estupefacientes. Luego iré a comprar antigüedades.

Michelle enarcó las cejas.

—¿Antigüedades?

—Y más tarde visitaré al médico de la familia Battle. Le haré varias preguntas que quizás esclarezcan la situación. Por último iré a Washington D. C. para comprar un aparato que tal vez nos ayude aún más.

—¿Y eso es todo lo que puedes contarme?

—Sí.

—Vaya, gracias por confiar en mí.

King se puso en pie.

—Escucha, Michelle. Si te dijera exactamente lo que pienso y estuviera equivocado, entonces confiarías en la persona equivocada. Hasta que sepa si estoy en lo cierto, ten presente una cosa: no confíes en nadie hasta que atrapemos al asesino. Y cuando digo nadie, es nadie.

Michelle le miró de hito en hito.

—¿Acaso quieres asustarme?

—No, pero intento que sigamos con vida. Ya nos han disparado dos veces y no quiero que a la tercera vaya la vencida.