79

King iba al timón y Michelle sentada a su lado en la lancha Bombardier de seis metros de eslora mientras navegaban por la serena superficie del lago. Faltaba bastante para la temporada de verano, por lo que estaban prácticamente solos.

—¿Cuánto conoces del lago Cardinal? —preguntó King.

—Bastante. Soy una persona inquieta.

King adoptó un tono pedante.

—¿Sabes? Este lago se formó represando dos ríos y dejando que el agua se acumulara durante diez años. El resultado fue un lago muy profundo de cincuenta kilómetros de largo, con excelentes posibilidades para la pesca y la práctica de deportes acuáticos. Tiene unas doscientas caletas y ensenadas.

—Vaya, hablas como el agente inmobiliario que me vendió la casa. ¿También refinancias hipotecas?

Se dirigieron hacia la presa hidroeléctrica, formada en realidad por dos, la superior y la inferior. Alcanzaron el canal principal y viraron hacia el oeste. En la confluencia de los dos ríos, King fue en dirección norte hasta llegar a un canal menor que describía una curva pronunciada hacia el oeste y luego hacia el este. Siguieron ese rumbo, pasaron por las equidistantes boyas rojas indicadoras del canal que discurrían río arriba, hasta que King maniobró para entrar en una calita deshabitada. Al cabo de unos minutos estaban fondeados en unos seis metros de agua cristalina. King extrajo un cesto con comida y una nevera portátil con refrescos y agua.

—Voy a nadar antes de comer —dijo Michelle.

—¿Qué tal el brazo?

—¿Quieres dejar de preguntarme por el brazo? No fue más que un rasguño.

—Tengo la impresión de que si te dispararan con un bazuca en pleno pecho sólo pedirías una tirita, y encima de las pequeñas.

Ella se desvistió hasta quedarse en bañador y se zambulló.

—Cielos, el agua está fantástica —dijo al emerger a la superficie.

King echó un vistazo al tablero de mandos.

—La temperatura del agua es de veintitrés grados, un poco fría para mí. Yo la prefiero a veintiséis o veintisiete.

—Quieres decir que eres un mentecato.

—Es otra forma de decirlo, sí.

Cuando hubieron almorzado, King levó el ancla y se marcharon. Michelle señaló un punto más adelante. Era todo un espectáculo: un muelle para seis barcos con cenador, bar, merendero y cobertizos para equipamientos, además de unos quinientos metros cuadrados de plataforma, todo ello revestido de cedro y con techumbre de listones. Se merecía aparecer a doble página en el Architectural Digest.

—Es impresionante. ¿De quién es? —preguntó ella.

—Vaya, ¿pierdes el sentido de la orientación en el agua? Es la mansión Battle.

—¿Qué? Ni siquiera sabía que la finca llegara hasta el lago.

—No te vas a hacer una mansión en Wrightsburg sin acceso al lago. Son propietarios de todo el cabo más ochenta mil metros cuadrados. Su muelle está lejísimos de la casa. De hecho, desde el lago no se ve la mansión. Creo que la diseñaron así a propósito para ahorrarse los mirones pasando en barco continuamente. Utilizan carritos de golf para ir y venir.

—Menuda vida. —Escudriñó la lejanía contra la intensa luz del sol—. ¿Quién va en aquel velero?

King tomó los prismáticos y lo enfocó.

—Savannah. —Caviló unos instantes, colocó el regulador en posición de avance e hizo girar el timón hacia el velero.

—¿Qué haces?

—Voy de pesca.

Se acercaron al velero, poco más que un Sunfish. Savannah tenía una mano en el timón y una lata de Coca-Cola en la otra. Los saludó al distinguirlos.

—¡Los grandes cerebros piensan parecido! —gritó King.

Savannah llevaba una camiseta sin mangas sobre un bikini. Tenía el pelo húmedo y recogido en una coleta y los hombros y la cara se le habían enrojecido por el sol.

—El agua está fantástica —dijo ella.

—Sean no se zambulle hasta que alcance la temperatura de la bañera —dijo Michelle.

—No sabe lo que se pierde, señor King —dijo Savannah.

—Bueno, podría dejarme tentar si vosotras os zambullerais conmigo.

Ambos echaron anclas en un momento. La primera en zambullirse fue Savannah, seguida de Michelle. Al salir, King seguía sentado en la cubierta del barco con los pies colgando sobre el agua.

—¡Venga, Sean! —lo instó Michelle.

—He dicho que podría dejarme tentar pero no que fuera a hacerlo.

Ellas se miraron entre sí. Luego se sumergieron. Emergieron junto a King, cogiéndolo cada una de un pie.

—Oh, no pensaréis… —suplicó él.

El resto de la frase se perdió cuando cayó al agua. Salió a la superficie escupiendo agua y rezongando.

—¡Estos pantalones no son para nadar! —gritó.

—Pues ahora sí lo son —repuso Savannah con petulancia.

Al cabo de media hora en el agua navegaron hasta el muelle y se sentaron en el cenador a tomarse unas cervezas que Savannah trajo del frigorífico del bar.

Michelle admiró las montañas y el agua.

—Menudas vistas.

—Este es mi lugar preferido de toda la finca —declaró Savannah.

King observó la colección de embarcaciones de los Battle.

—He salido con la lancha Sea Ray pero no recuerdo ese Fórmula 353 FasTech. Es precioso.

—Papá lo compró el invierno pasado. Los tipos del puerto deportivo vinieron y lo prepararon para el verano. Todavía no le hemos hecho el rodaje al motor. Eddie es el verdadero navegante de la familia. A mí me gusta navegar, tomar un poco el sol y beber cerveza. Eddie dijo que pronto lo estrenaría. Tengo entendido que es muy rápido, tiene un motor muy potente.

—Yo diría que tiene dos motores de inyección electrónica Mercedes de quinientos caballos, una velocidad máxima que ronda los setenta nudos y una velocidad de crucero de cincuenta y cinco. Dile a Eddie que no me importaría ayudarle a estrenarlo.

—Vaya, vaya —dijo Savannah exagerando el acento sureño—, y yo aquí entretenida con mi pequeño velero sin caballos.

—Está claro que es cosa de hombres, Savannah —comentó Michelle, dedicando una mirada divertida a su socio—. No sabía que te gustaban tanto los barcos de regatas.

—Es fácil cuando no te los puedes comprar.

Permanecieron un rato en silencio hasta que King dejó la cerveza y miró a la menor de los Battle con expresión seria.

—No has venido aquí a admirarme en biquini y a codiciar barcos, ¿verdad? —preguntó ella, devolviéndole la mirada con una expresión esperanzada que incluía la posibilidad de que en realidad fuera lo primero lo que le interesaba.

—Tenemos algunas preguntas que hacerte.

Savannah apartó la mirada y adoptó una expresión afligida.

—¿Sobre Sally?

—Entre otras cosas.

—Es uno de los motivos por los que vine a navegar, para alejarme de todo eso. —Meneó la cabeza—. Nunca lo olvidaré. Nunca. Fue horrible, Sean, horrible.

King le dio un apretón en la mano.

—Pero la situación empeorará si no atrapamos al culpable.

—Ya le conté a Todd y al agente Bailey todo lo que sé. Ni siquiera sabía que Sally estaba en los establos hasta que…

—¿Y entonces corriste a casa de tu hermano? —preguntó Michelle. Savannah asintió—. Dorothea fue quien abrió la puerta. ¿Cómo estaba?

—No me acuerdo. Yo estaba histérica. Recuerdo que fue a buscar a Eddie pero no consiguió despertarlo. Entonces se armó un alboroto tremendo. Yo permanecí todo el rato al lado de la puerta. Tenía miedo hasta de moverme. Cuando vinieron a buscar a Eddie, corrí a mi habitación y me tapé con una manta. —Dejó la bebida y fue a sentarse al muelle, con los pies en el agua.

King la observó. Algo le rondaba la mente, pero no conseguía descifrarlo. Al final sacudió la cabeza, frustrado.

—¿Tu madre está en casa? —preguntó.

—No; ha salido. Algo relacionado con los abogados y los trámites del testamento.

—¿Te importa si echamos otro vistazo a los vestidores de los dormitorios de tus padres?

Ella se giró para mirarlo.

—Pensaba que ya los habíais visto.

—Siempre va bien un segundo vistazo. Quizá nos ayude.

Montaron en el carrito de golf con que Savannah había llegado hasta allí y se dirigieron a la casa. Savannah los llevó por la entrada trasera y subieron las escaleras hasta el segundo piso.

—Ya le he dicho a mamá que si piensa vivir aquí tiene que instalar un ascensor.

—Subir escaleras es un buen ejercicio —observó Michelle.

—No le hagas caso —dijo King—. Instala el ascensor.

Savannah abrió la puerta del dormitorio de su madre y se paró en seco.

—Oh —exclamó—. ¿Qué estás haciendo aquí?

King vio a Mason, que les devolvió una mirada impasible.

—Ordenando la habitación de tu madre, Savannah. Las sirvientas nunca la dejan del todo bien. —Entonces miró a King y Michelle con desconfianza—. ¿Os puedo ayudar en algo?

—Humm —empezó Savannah, mordiéndose el labio inferior.

—Estás goteando la alfombra —señaló Mason.

—Estábamos nadando en el lago —explicó Michelle.

—Bonito día para nadar. —Siguió mirándolos con expresión inquisitiva.

—Estamos aquí para echar otro vistazo al armario de Remmy, Mason —dijo King—. Forma parte de la investigación.

—Pensaba que, dado que el señor Deaver ha muerto, ya no había nada que investigar.

—Es normal que lo pienses, pero no es así —repuso King cortésmente.

Mason se dirigió a Savannah.

—¿Le has preguntado a tu madre si pueden entrar?

—Ella misma nos trajo aquí en una ocasión, Masón —respondió King—. No creo que le importe que vengamos otra vez.

—Siempre me gusta asegurarme de estas cosas, Sean.

—¿Sabes? Como Júnior era inocente y Remmy ha hecho las paces con su viuda, tenemos la obligación de descubrir quién cometió el robo. Remmy es la principal interesada en ello. Pero si quieres llamarla y molestarla mientras está con los abogados, adelante. Esperaremos aquí.

Mason vaciló un momento y luego se encogió de hombros.

—No creo que haya ningún problema. Intentad dejarlo todo ordenado. La señora Battle es muy meticulosa.

—Desde luego —convino King.

Mason se marchó y ellos entraron en el vestidor de Remmy. Examinaron el cajón oculto minuciosamente pero no encontraron nada.

—A lo mejor tenéis más suerte en la habitación de papá —sugirió Savannah.

Cuando salieron del vestidor, King se detuvo para mirar unas fotografías que había en un estante al lado de la cama de Remmy. Savannah se acercó.

—Esa soy yo a los doce años, gorda y fea. Dios mío, todavía noto los aparatos de ortodoncia.

King cogió una foto antigua en la que aparecían dos bebés.

Savannah señaló.

—Son Eddie y Bobby Jr. No llegué a conocerle, claro; murió antes de que yo naciera. No, me equivoco, Eddie es el de la izquierda y Bobby Jr. el de la derecha… —Seguía insegura—. Vaya, qué vergüenza, ni siquiera distingo a mis hermanos.

—Bueno, eran mellizos —dijo King mientras dejaba la foto en su sitio.

Pasaron al dormitorio de Bobby pero tampoco tuvieron éxito, por lo menos no al comienzo. Mientras inspeccionaba el cajón centímetro a centímetro, King se puso tenso.

—¿Tienes una linterna? —pidió a Savannah.

—Mamá guarda una en su mesita por si se va la luz. —Corrió a buscarla.

King enfocó el fondo del cajón.

—Mirad esto.

Las dos miraron.

—Parecen letras —observó Michelle.

—Está claro que eso es una k, y luego una c o una o.

Michelle miró más de cerca.

—Y antes hay un espacio y una p seguida por una a o una o.

King se incorporó con expresión dubitativa.

—Es como si hubiera habido algo en el cajón y esas letras se hubieran quedado marcadas en la madera.

—A lo mejor se mojó —sugirió Savannah.

King se inclinó y olió el cajón. Miró a Savannah.

—¿Bobby bebía en su habitación?

—¿Que si papá bebía? Tiene un bar entero en ese mueble que parece un aparador al otro lado de la cama. ¿Por qué?

—Porque el cajón huele a whisky.

—Eso podría explicar la humedad —dijo Michelle y también olió—. Estaba mirando algo, derramó la bebida en el cajón y las letras se traspasaron del papel a la madera.

King fue al dormitorio y regresó con lápiz y papel. Escribió las palabras con los espacios aproximados en medio:

«Pa……Kc, Pa……Ko, Po……Ko»

Pa-Kc, Pa-Ko o Po-Ko —dijo lentamente—. ¿Te suena de algo?

Savannah negó con la cabeza.

—Obviamente faltan letras. Si estuviéramos jugando a La rueda de la fortuna aquí pediría un par de vocales —dijo Michelle—. ¿Qué opinas, Sean?

Tardó unos instantes en responder.

—Podría ser la clave de todo, pero no sé qué significa.

Michelle tuvo una inspiración repentina. Mientras Savannah observaba las letras que King había escrito, Michelle susurró al oído de su socio:

—Tal vez sea el testamento holográfico de Battle que Harry baraja como posibilidad.

Ninguno de ellos advirtió que la puerta del dormitorio se cerraba silenciosamente. Y tampoco el sonido de los suaves pasos que recorrían el pasillo en dirección a la escalera.