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King estacionó el Lexus en una calle lateral y salió.

—Tendremos que ir andando desde aquí. No quiero que nadie nos vea.

—¿Adónde vamos?

—Ten paciencia. Enseguida lo verás.

Saltaron un murete trasero y caminaron por un sendero de grava. Por un hueco en la larga hilera de setos de más de tres metros plantados a ambos lados, Michelle atisbo una casa a lo lejos.

—Estamos en la finca de los Battle —comentó Michelle. Al ver que King se alejaba de la casa, exclamó—: Sean, la casa está por aquí.

—No es allí adonde vamos.

—¿Adónde pues?

King señaló hacia delante.

—Al garaje.

Llegaron sin ser vistos. King consiguió abrir una puerta lateral con una palanqueta y entraron. Él pasó junto a todos los coches mirando bajo las fundas protectoras. Cuando acabó con la planta baja, subieron las escaleras hasta el primer piso.

Arriba había varios coches tapados y King empezó a comprobarlos todos. Al llegar al tercer vehículo, levantó la funda por completo y la dejó caer al suelo. Miró el modelo del vehículo.

—Un 300 SL —dijo. Se arrodilló e inspeccionó los neumáticos pasando la mano por la banda de rodamiento. Levantó un dedo para que Michelle lo viera.

—Barro —dijo ella—. Pero ¿cómo es posible que alguien coja este coche y nadie lo sepa?

—Fácil. Este edificio ya no se usa, Sally nos lo dijo. Y no resulta visible desde la casa. Además, el sendero de grava por el que hemos venido desemboca directamente en la carretera secundaria. Si sólo lo conduce por la noche, es muy probable que nadie la vea.

—Ella. Así que está bastante claro quién es nuestra sexy drogadicta y stripper.

King se incorporó.

—Sí, está claro. Supongo que será mejor que vayamos a hablar con ella.

—No va a ser agradable.

—Créeme: desconocer la verdad es incluso peor.

Se encaminaron hacia la mansión.

Sin embargo, antes de llegar King se desvió, pasó junto a los establos y cruzó la verja que comunicaba las antiguas cocheras con la mansión de los Battle.

—Sean, ¿adónde vas? Savannah estará en la casa.

King no le hizo caso y siguió caminando. Michelle apenas lograba seguirle el ritmo.

Sean vio el coche aparcado delante, subió de dos zancadas la escalinata y llamó a la puerta principal. Enseguida se oyeron pasos y la puerta se abrió.

—¿Qué queréis? —preguntó ella.

—¿Podemos entrar, Dorothea? —repuso King, y encajó un pie contra el marco por si no recibía la respuesta que esperaba.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Kyle Montgomery ha muerto.

Dorothea se llevó una mano al pecho y retrocedió como si hubiera recibido un golpe.

—No…, no sé quién es.

—Lo sabemos todo, Dorothea. Hemos identificado el coche.

—¿Qué coche?

—El 300 SL con el que ibas al Aphrodisiac.

Los miró con expresión desafiante.

—Os equivocáis.

—No perdamos el tiempo —replicó King con impaciencia—. Te vieron salir del club. Tenemos un testigo que te vio subir al coche y marcharte alrededor de las cinco de la mañana.

La expresión desafiante de Dorothea empezó a desvanecerse.

—Esa misma persona te oyó discutir con Kyle —añadió él—. Le apuntaste con una pistola. Le amenazaste…

—No amenacé a ese… —Dorothea se calló y pareció que iba a desmayarse.

—Pensamos que preferirías hablar con nosotros antes que con la policía. Pero si no es así, podemos llamarla.

—Oh, Dios mío —gimió. Al cabo de unos segundos se vino abajo y las lágrimas le anegaron los ojos.

King abrió más la puerta y entraron.