61

King y Michelle se reunieron con Todd Williams y dos de sus ayudantes en el Aphrodisiac. Enseguida estuvieron en el despacho de Lulu preguntándole sobre la ocupante de la habitación y las visitas de Kyle. Al principio negó saber nada pero al final acabó reconociendo haber visto a Kyle en el club recientemente.

—Pero no sé quién es la señora —dijo—. No trabaja aquí. Eso seguro.

—¿Qué pasa, que ahora te dedicas al negocio de la beneficencia prestando habitaciones gratis a los drogadictos ricos? —preguntó Williams con sarcasmo.

—No sé nada de eso. Ella pagaba la habitación en efectivo. Pensé que necesitaba algún sitio donde alojarse.

—¿Venía aquí todas las noches?

—Tampoco lo sé. A no ser que los clientes vayan a la zona donde actúan las chicas o a las barras, no hace falta enseñar identificación. En el edificio también hay un restaurante y salones y un centro de negocios. Cualquiera puede entrar y salir de esos locales. Están abiertos al público —añadió.

King sacudió la cabeza.

—Venga ya, Lulu, ¿me estás diciendo que cuando la mujer vino aquí por primera vez no hablaste con ella? ¿Cómo demonios sabías lo que quería?

—Dejó dinero y una nota en la que ponía que quería esa habitación y sólo esa habitación.

—¿Y qué hiciste? ¿Se la diste sin preguntar?

—¡No es más que una habitación, Sean! Y era dinero contante y sonante. Tampoco iba a pensar que fuera a dedicarse a un negocio ilegal aquí. Sólo venía por la noche. Durante el día limpiábamos la habitación, igual que las demás. Nunca encontramos nada raro. Sé que suena un poco extraño y reconozco que sentí curiosidad. De hecho, cuando empezó a venir estaba ojo avizor. Pero nunca se oyeron ruidos ni cosas así. Aparte de ese tal Kyle, nadie la visitaba.

—¿La veías entrar y salir?

—A veces. Pero siempre llevaba un pañuelo, un abrigo largo y gafas.

—¿Y eso no te hizo sospechar? ¿Nunca intentaste descubrir quién era? ¿No esperaste para verla marchar, para identificarla de algún modo?

—Claro que me resultaba sospechoso, pero no soy nadie para entrometerme en los asuntos de los demás. Vive y deja vivir, ese es mi lema. Si quería una habitación privada y prefería que nadie la viese, por lo menos estaba dispuesta a pagar bien por el privilegio. Además no me voy a dedicar a ahuyentar la clientela —añadió en tono desafiante.

—Bueno, Kyle Montgomery está muerto, es posible que lo asesinaran, o sea que esto le da un vuelco a la situación —intervino Williams.

Lulu lo miró con nerviosismo.

—No sé nada de eso. Está claro que no lo mataron aquí, así que no sé qué tiene que ver este lugar con él.

—Bueno, pues entonces permíteme que te informe —dijo el jefe—. Tenemos una testigo que dice que se produjo un fuerte altercado aquí entre Kyle y esa mujer. Sabemos que él le traía fármacos robados de la consulta médica donde trabajaba.

—No sé nada de eso.

—Y se pelearon y resulta que anoche mataron a Kyle —continuó Williams.

—Bueno, yo no lo maté y no sé quién es la señora.

—¿Vino aquí anoche?

—No, que yo sepa. No la vi.

—¿Cuándo la viste por última vez?

Lulu arrugó el entrecejo.

—No estoy segura. He tenido algunas cosas en que ocuparme, entre ellas enterrar a mi marido —respondió torciendo el gesto.

—Vamos a tener que interrogar a toda persona que estuviera aquí anoche y pueda haberla visto.

—Algunas de esas personas no empiezan a trabajar hasta más tarde.

—Entonces ahora mismo quiero ver la habitación e interrogar a quienquiera que esté que pudiera haberla visto.

Lulu lo miró nerviosa.

—¿Ahora mismo?

—¿Algún problema?

—No; sólo que algunas de las bailarinas del turno de noche están durmiendo.

—¿Durmiendo? ¡Son las dos y media de la tarde!

—¡Bailan hasta el amanecer!

—De acuerdo, empezaremos por quienes no bailan pero, mientras tanto, despierta a esas chicas y diles que se preparen para hablar con nosotros. ¿Entendido, Lulu?

—Entendido —asintió a regañadientes.

Cuando se disponían a marcharse, Michelle volvió la mirada y vio que Lulu metía una mano en el cajón del escritorio, igual que la vez anterior.

—Todd, ¿por qué no reúnes a la gente y empiezas el interrogatorio? —dijo Michelle cuando estuvieron fuera—. Sean y yo echaremos un vistazo por aquí.

—Buena idea. Luego comparamos notas.

—¿Qué pasa? —preguntó King en cuanto el jefe y sus hombres se marcharon.

—Ven, rápido.

Michelle lo condujo al exterior hacia la parte trasera del edificio, donde vio una escalera que salía de la primera planta. Se escondieron detrás de un contenedor y esperaron. Al cabo de un minuto aproximadamente su paciencia fue recompensada. Varios hombres, algunos con los abrigos en la mano, otros con la camisa desabotonada y por fuera y despeinados, salieron por la puerta del primer piso y bajaron presurosos por la escalera exterior, subieron a los coches que tenían ahí aparcados y se marcharon.

King y Michelle intercambiaron una mirada.

—Al parecer el Aphrodisiac hace honor a su nombre. Muy perspicaz por tu parte —dijo King.

—La prostitución es una forma de incrementar los ingresos —precisó Michelle—. ¿Qué hacemos con este asunto?

—Creo que es imprescindible mantener otra charla con Lulu.

—Se ha quedado viuda y tiene tres hijos. Sé que es un delito, Sean, pero no me emociona especialmente mandarla a la cárcel.

—Quizá podamos mostrarle el error de su actitud.

Cuando Lulu regresó más tarde a su despacho, King estaba sentado a su escritorio y Michelle de pie a su lado.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —gruñó la mujer.

Como respuesta King introdujo la mano en el cajón y pulsó el timbre que habían encontrado allí.

—Espero que este segundo aviso no confunda a las chicas, aunque los tíos ya se han largado.

Lulu se quedó boquiabierta, pero recobró la compostura de inmediato.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Siéntate, Lulu —ordenó King—. Estamos aquí para ayudarte. Pero si intentas engañarnos por poco que sea, nos limitaremos a decirle a Todd que se haga cargo del asunto. Y entonces dejará de estar en nuestras manos.

Lulu los fulminó con la mirada pero al final se sentó y cruzó las manos nerviosamente sobre el regazo.

—Si quieres fumar, no hay problema; vamos a estar aquí un buen rato.

Lulu encendió un cigarrillo, dio una calada y exhaló el humo por la nariz.

King se retrepó en el asiento.

—Bueno, explícanos el montaje.

—No es lo que pensáis.

—Eres demasiado lista como para hacerlo a la antigua, así que estoy seguro de que es algo muy original. Estoy ansioso por saber de qué se trata.

Lulu los miró sin poder ocultar su nerviosismo.

—He trabajado duro muchos años para que este sitio prosperara. Muchas horas, a veces sin poder ocuparme de mis hijos ni de Júnior. Tengo úlcera y fumo dos paquetes al día. Vale, soy la socia minoritaria, pero llevo el local. Mis socios se pasan la mayor parte del tiempo en Florida, pero no dejan de presionarme para que siga aumentando los beneficios. Así ellos pueden comprarse barcos más grandes y mujeres más guapas. Más, más, más…, es lo único que me dicen.

—¿O sea que se te ocurrió la manera de hacerlo con las bailarinas?

—De hecho fueron mis socios quienes lo propusieron. Yo no quería, pero insistieron. Dijeron que si me negaba encontrarían otra encargada y se librarían de mí. Pero, ojo, si una chica no quiere, no lo hace. Nada de presiones. Eso es sagrado para mí. —Vaciló antes de añadir—: Si os digo…

—Lulu, como ha dicho Sean, estamos aquí para ayudarte —le recordó Michelle.

—¿Por qué? ¿Qué más os da? —exclamó ella de repente.

—Pues porque básicamente creemos que eres buena persona y madre de tres hijos que te necesitan. Has estado bajo una presión tremenda y acabas de enviudar. Lo que nos cuentes no saldrá de aquí, tienes nuestra palabra.

Lulu respiró hondo y prosiguió.

—No hay dinero que cambie de mano entre los hombres y las chicas… Hemos… bueno, formamos una especie de club. Los socios pagan una suma en concepto de inscripción y luego una cuota mensual basada en… bueno, en el uso. Lo contabilizamos como relaciones empresariales.

—Bueno, sin duda es una forma original de relacionarse. Continúa —dijo King.

—Es una suma considerable, por lo que la clientela es limitada y tiene cierto nivel.

—Traducción: tíos ricos que buscan un poco de acción en la cama —comentó King.

—De todos modos, siendo socios sólo tienen acceso a las chicas con cita previa. Los socios tienen una contraseña que dicen a las chicas para que ellas sepan que todo está conforme. Todos usan protección y no se permiten prácticas peligrosas. El que trate mal a las chicas es expulsado para siempre, pero nunca hemos tenido ningún problema. Las bailarinas que aceptan ganan un sobresueldo.

—Muy creativo, pero sigue siendo ilegal, Lulu. Por esto podrían cerrar el club y meterte en la cárcel.

Ella encendió otro cigarrillo.

—Lo sé —dijo con voz temblorosa—. Joder, sabía que todo esto era una estupidez.

—Y el timbre de tu despacho está conectado con las habitaciones para avisar a las chicas y los clientes si hay algún problema, y ellos salen por la puerta trasera.

—Sí —admitió Lulu, abatida—. De vez en cuando tengo gente vigilando la entrada al pasillo.

—Entonces ¿cómo consiguió entrar Kyle?

—La señora dejó una nota y una foto de Kyle diciendo que lo dejáramos pasar. —Se quitó el cigarrillo de los labios—. Es todo lo que os puedo decir. Alguien siguió a Kyle la noche que lo vi. Uno de mis vigilantes me lo dijo luego.

—Era Sylvia Diaz, la doctora para la que Kyle trabajaba.

—El nombre me suena.

—Es la médica forense. Antes de que cambiaras de médico, ibais al mismo ginecólogo.

—Yo no he cambiado de ginecólogo.

—Bueno, la cuestión es que ella fue la testigo que vio a Kyle aquí y oyó la pelea entre él y esa mujer. —Hizo una pausa antes de añadir—: Vas a tener que ponerle fin a esto, Lulu. Se acabó a partir de hoy, ¿entiendes?

—Tendré que devolver el dinero a los hombres. Es mucho.

—No hace falta. Participaron conscientemente en una actividad ilegal. Diles que hoy se han salvado por los pelos y ya está. Diles que si les devuelves el dinero los podrán identificar. Estoy seguro de que se olvidarán del dinero. —La miró de forma harto significativa—. Es tu única opción, Lulu.

Ella asintió a regañadientes.

—Los llamaré hoy a todos.

—Y habla con tus socios de Florida. Déjales claro que el largo brazo de la ley de Virginia llega incluso tan al sur. Si no quieren perder sus barcos y sus amiguitas, mejor que dejen de presionarte y se conformen con los stripteases y la cerveza, lo cual estoy seguro de que es un buen negocio.

King se levantó y se dispusieron a marcharse.

—Y ahora que Remmy va a ocuparse también de la manutención de tus hijos y de acabar tu casa —añadió—, quizá prefieras pasar menos tiempo aquí y más en casa. Es una sugerencia.

Cuando ya se marchaban, Lulu les llamó.

—Estoy en deuda con vosotros. Lo único que puedo hacer es daros las gracias.

King se volvió.

—Supongo que tenías bien merecido un respiro. Buena suerte.

Estaban saliendo por la puerta cuando Lulu volvió a llamarles.

—Sé qué coche tiene esa mujer —dijo—. Lo vi una vez.

—Nosotros también. Un Mercedes descapotable y antiguo.

—Sé el modelo exacto. Es un verdadero clásico, un 300 SL Roadster de 1959.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Michelle.

—Uno de mis socios está pirado por los coches. Tiene una flota de modelos de coleccionismo en Naples. Me enseñó un montón. El de la señora es precioso. Vale una pequeña fortuna.

—Lulu, considera tu deuda con nosotros pagada del todo —dijo King—. Vamos, Michelle. —La agarró del brazo y la sacó por la puerta.

—¿A qué viene tanta prisa? —inquirió Michelle.

—Me parece que sé dónde encontrar ese coche.