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Nadie respondió cuando llamaron a la residencia de Canney.

—Qué curioso —dijo King—. He llamado antes y me dijo que estaría en casa.

—Por lo menos el ama de llaves debería estar.

Michelle se acercó a la ventana del garaje y miró el interior.

—Bueno, aquí hay dos coches, un gran Beemer y un Range Rover. A no ser que pague un sueldazo al ama de llaves, no creo que sean de ella.

King apoyó la mano en la puerta y esta se abrió. Al verlo, Michelle desenfundó la pistola y se colocó junto a King.

—Te juro —susurró ella— que si lo encontramos con un collar de perro y un reloj que marque las seis voy a pasarme una semana gritando.

Entraron sigilosamente. La sala de estar estaba vacía. Escudriñaban bien cada estancia antes de pasar a la siguiente.

Michelle fue la primera que oyó el ruido, un resoplido, que parecía proceder de la parte posterior de la casa. Se dirigieron rápidamente hacia allí y miraron alrededor. Nada, pero el sonido se repitió, seguido esta vez de un ruido de metal contra metal.

Michelle señaló una puerta al final del pasillo. King asintió, se adelantó y la abrió poco a poco con el pie mientras ella le cubría. Echó un vistazo al interior, se puso tenso y luego se relajó. Abrió la puerta e indicó a Michelle que se acercara.

Canney estaba sentado de espaldas a ellos, con unos auriculares puestos y haciendo ejercicios de piernas en su bien equipado gimnasio casero. King dio un golpe en la puerta y Canney se volvió de repente y se quitó los auriculares.

—¿Qué demonios están haciendo aquí? —preguntó.

—He llamado esta mañana. Me dijo que la una estaba bien. Es la una en punto. Nadie ha respondido a la puerta y resulta que estaba abierta.

Canney se puso en pie, dejó el reproductor de discos compactos y se secó con una toalla.

—Lo siento. El ama de llaves tiene el día libre y debo de haber perdido la noción del tiempo.

—Nos pasa a todos —dijo King—. Podemos esperar si quiere ducharse.

—No; podemos empezar ya. Supongo que no llevará mucho tiempo. Sentémonos fuera. He preparado limonada.

Fueron a un amplio jardín trasero que tenía una piscina grande, bañera de hidromasaje y un pequeño edificio estilo cabaña, aparte de vegetación muy bien dispuesta.

—Qué bonito —comentó Michelle.

—Sí —asintió el anfitrión.

—Todo parece bastante reciente —comentó King—. Y no hace mucho que vive en esta casa, ¿verdad? ¿Cuánto? ¿Tres años más o menos?

Canney lo miró de forma harto significativa mientras se bebía la limonada.

—¿Cómo lo sabe?

—Los registros públicos son eso, públicos. Ahora está jubilado. ¿De su trabajo de contable?

—Me pareció que preocuparme durante veinte años del dinero de los demás era suficiente.

—Bueno, ahora tiene bastante a su nombre del que preocuparse. Supongo que la contabilidad es más rentable de lo que pensaba.

—He hecho algunas inversiones buenas a lo largo de los años.

—Y su difunta esposa también trabajaba, en Battle Enterprises. Era la secretaria de dirección de Bobby Battle, ¿verdad? ¿Es cierto que trabajaba allí cuando murió en el accidente de coche?

—Sí. No es precisamente un secreto.

—No le vi en el funeral de Battle.

—Es que no fui.

—¿No se ha mantenido en contacto con la familia?

—El hecho de que mi esposa trabajara allí no significa que fuéramos amigos.

—Encontré una fotografía de su esposa mientras investigaba el caso. Era una mujer muy hermosa; incluso ganó algunos certámenes de belleza locales.

—Megan era sumamente atractiva, sí. ¿Este tema de conversación tiene alguna razón de ser?

—El motivo es que he tenido que buscar fotos de su esposa porque en su casa no hay ninguna. Ni de su hijo.

—Se refiere a la parte que usted conoce.

—No. Como nadie respondió a la puerta y estaba abierta, pensamos que ocurría algo y hemos ido habitación por habitación, incluido su dormitorio; no hay ni una sola foto de su familia.

Canney se puso en pie airado.

—¡Cómo se atreve!

King permaneció impasible.

—Voy a ser muy claro con usted, Rog: recibió todo ese dinero hace unos tres años, poco después de la muerte de su esposa. Entonces se compró esta casa. Antes de ese momento usted era un contable normal y corriente con un sueldo normal y corriente al que las cosas le iban relativamente bien porque su mujer también trabajaba. La gente así no suele jubilarse después de perder los ingresos de su mujer y comprarse una finca valorada en un millón de dólares.

—Ella tenía un seguro de vida.

—Cincuenta mil dólares. También lo he comprobado.

—¿Qué insinúa exactamente?

—No me interesan las insinuaciones, prefiero la verdad.

—Esta conversación ha terminado. Me parece que ya saben dónde está la salida, dado que han registrado mi casa.

Ellos se pusieron en pie.

—De acuerdo, lo haremos a las malas.

—Pueden hacerlo con Giles Kinney, mi abogado. Les destrozará.

King sonrió.

—Giles no me da miedo. Le doy una paliza jugando al golf al menos una vez por semana.