King vio un jinete acercándose a él. Sin embargo, no era Sally sino Savannah. Montaba un gran caballo con las patas delanteras moteadas de blanco. Se detuvo a su lado y desmontó. Vestía vaqueros, botas de montar y una chaqueta de pana.
—Bonito día para cabalgar —dijo él.
—Puedo prepararte una montura.
—Hace tiempo que no monto a caballo.
—Venga, es como ir en bicicleta.
King señaló su americana y sus pantalones.
—No voy vestido para la ocasión. Mejor lo dejamos para otro día.
—Vale, no hay problema —dijo ella, dudosa de que volviera a presentarse la ocasión.
—No lo digo por decir, Savannah. Va en serio.
—De acuerdo. ¿Has venido a ver a mi madre?
—Ya la he visto. Lamentablemente ha sido una entrevista breve.
Ella no disimuló la sonrisa.
—¿Y te sorprende?
—No; supongo que soy un idealista. —Miró alrededor—. ¿Has visto a Sally?
—Está en los establos, por allí. —Señaló más allá del hombro de King—. ¿Por qué?
—Sólo preguntaba.
Savannah le dirigió una mirada suspicaz y se encogió de hombros.
—Gracias por estar un rato conmigo después del funeral —dijo.
—Fue un placer. Sé lo duro que es todo esto para ti.
—Pues me parece que va a empeorar. El agente del FBI ha estado otra vez aquí.
—¿Chip Bailey? ¿Qué quería?
—Saber dónde estaba cuando mataron a papá.
—Una pregunta bastante normal. ¿Y qué le dijiste?
—Que estaba en casa, en mi habitación. Nadie me vio, que yo sepa. Supongo que me quedé dormida porque no oí a mi madre cuando llegó. Ni siquiera me enteré de que papá había muerto hasta que regresó del hospital.
—Me extraña que no fuera a buscarte cuando recibió la llamada.
—Mi dormitorio está en la segunda planta, en el otro extremo del suyo. Además, he estado saliendo por las noches y no regresaba hasta tarde. Quizá pensó que estaba fuera y no se molestó en comprobarlo.
—Entiendo. No trasnoches demasiado, es malo para el cutis.
—Supongo que mejor hacerlo ahora que tengo fuerzas. Ya tendré muchos años para ser sosa y aburrida.
—No creo que nadie te describa nunca de ese modo. ¿Has tomado alguna decisión sobre tu futuro?
—Tengo una oferta de trabajo de una empresa petroquímica para ser ingeniera de campo, en el extranjero. Me lo estoy pensando.
—Pues sin duda serás la ingeniera de campo más guapa que hayan visto jamás.
—Si sigues hablando así, empezaré a pensar que tienes intenciones.
—No creo que pudiera seguirte el ritmo.
—Podría llevarse una sorpresa, señor King.
Cuando Savannah se marchó, él la siguió con la mirada. Había olvidado su especialidad: ingeniería química. Y ella, al igual que otras personas en este caso tan extraño, no tenía coartada para la hora en que mataron a su padre. Además, eso era sólo para un crimen y un asesino. ¿Qué estaba haciendo el otro homicida en esos momentos? ¿Buscando otra víctima que añadir a su lista?
Encontró a Sally en los establos, limpiando los compartimientos. Se apoyó en la pala y se enjugó la frente.
—He visto que Savannah ha vuelto a montar —comentó King.
Ella miró la pala.
—Pero nunca la has visto haciendo esta parte del trabajo.
King decidió ir al grano.
—Te vi en el funeral.
—El señor Battle tenía muchos amigos —dijo ella—. Había cientos de personas.
—Me refiero al funeral de Júnior Deaver.
Sally se quedó paralizada.
—¿Júnior Deaver? —preguntó con cautela.
—A no ser que tengas una hermana gemela, estabas rezando ante su tumba.
Sally se puso a limpiar de nuevo.
—Puedes contármelo a mí o al FBI, como quieras.
—No sé de qué hablas, Sean. ¿Por qué iba a rezar ante la tumba de Júnior? Ya te dije que apenas le conocía.
—Eso es lo que he venido a preguntarte, porque es obvio que sí lo conocías.
—Pues te equivocas.
—¿Estás segura de que quieres seguir por este camino?
—Hoy tengo mucho trabajo que hacer.
—Bueno, tú eliges. ¿Conoces a un buen abogado?
Sally dejó de dar paladas y lo miró atemorizada.
—¿Para qué iba a necesitar un abogado? No he hecho nada malo.
King le cogió la pala y la dejó a un lado. Acto seguido se acercó a Sally de forma que ella estuviera contra una de las puertas del establo.
—A ver si me explico. Si a sabiendas posees información sobre el asesinato de Júnior Deaver o el robo y no te presentas ante las autoridades, estás cometiendo un delito que se castiga con la cárcel. Y si se te acusa de ese delito necesitarás un abogado. Si no lo tienes, puedo recomendarte algunos.
Sally parecía a punto de echarse a llorar.
—No sé nada, Sean, ¡no sé nada! —gimió.
—Entonces no tienes nada de qué preocuparte. Pero si me mientes, podrías ir a prisión. —Le devolvió la pala—. Y aunque allí no tienen caballos, sí que hay un montón de mierda. De la variedad humana —añadió. Extrajo una de sus tarjetas y se la colocó en la cinta del sombrero—. Así que cuando te lo pienses y te des cuenta de que tengo razón, llámame. Puedo ayudarte.
Cuando se marchó, Sally tomó la tarjeta y la miró con una expresión de indefensión.