Kyle encontró el mensaje en el jeep cuando bajó de su apartamento. Abrió el sobre y leyó la carta con una sonrisa de oreja a oreja. Era de su clienta de pastillas de prescripción, aquella exhibicionista loca y apasionada de las armas con silenciador. Quería verse con él en un motel de la zona, a altas horas de la noche. Incluso le daba el número de habitación. Se disculpaba por su comportamiento y quería enmendarse. Le prometía cinco mil dólares y, lo más intrigante, la consumación de lo que había esperado recibir la última vez. Lo deseaba, ponía en la carta. Ella lo deseaba locamente y le daría una noche de sexo inolvidable. E incluía otro incentivo: diez billetes de cien dólares. Probablemente fuera el mismo dinero que le había hecho dejar.
Se guardó el dinero en el bolsillo, subió al jeep y se marchó. Su plan de chantaje no había funcionado; quedaba claro que se había confundido con lo que había visto. Pero ahora se le presentaba otra oportunidad y, teniendo los billetes en el bolsillo, ¿cómo iba a salir perdiendo? Bueno, probablemente ella se guardara algún as en la manga, pero no se imaginaba que fuera a empuñar más pistolas. ¿Por qué iba a darle tanto dinero si sus palabras no eran sinceras? Iría con cuidado, pero pensó que quizás aquel fuera el día más feliz de su vida. Se dijo que sería duro con ella, como venganza por el susto de muerte que le había dado. Supuso que a ella le gustaban los tipos duros. Bueno, daría a esa zorra más de lo que se merecía. El gran Kyle demostraría todo su poderío.
Michelle y Bailey observaron con unos prismáticos la batalla, o mejor dicho la serie de escaramuzas, que se desarrollaba por toda la zona: cargas y contraataques y luchas cuerpo a cuerpo que parecían increíblemente realistas. Cada vez que el cañón retumbaba Michelle daba un respingo y Bailey se reía.
—Novata —le decía.
Las columnas de hombres vestidos de gris avanzaban para ser recibidos por sus homólogos de azul. A pesar de todo el humo, disparos, fuego de cañón, gritos, confusión, carreras y chasquidos de sables por todas partes, Michelle era consciente de que la situación real habría sido mucho peor. Por lo menos no había charcos de sangre, ni extremidades desperdigadas por el campo de batalla; no había sollozos verdaderos que anunciaran el sufrimiento de los heridos y moribundos. La peor lesión que vieron fue un esguince de tobillo.
Michelle vio a Eddie y su variopinto grupo irrumpir desde el bosque profiriendo el famoso grito de los rebeldes. Los unionistas los recibieron con una lluvia de fuego y la mitad cayeron al suelo, muertos o moribundos. Eddie no resultó herido en el fuego inicial y él y una docena de sus hombres siguieron avanzando. Eddie salvó los parapetos de madera y se enzarzó en un furioso combate cuerpo a cuerpo con tres soldados de la Unión, de los que abatió a dos ante la mirada cautivada de Michelle. De hecho, levantó a un hombre en vilo y lo lanzó contra unos arbustos. Mientras sus hombres caían a su alrededor, desenvainó el sable y lanzó unos cuantos mandobles a un capitán de la Unión hasta que logró atravesarlo.
Era todo tan realista que cuando Eddie se volvió para enfrentarse a otro enemigo y se llevó un disparo de fusil en pleno vientre, Michelle dio un gritito. Cuando Eddie cayó al suelo, sintió un impulso casi incontenible de empuñar su propia arma, echar a correr hacia el campo de batalla y disparar al hombre que acababa de matar a Eddie.
Se volvió y vio que Bailey estaba mirándola.
—Lo sé —dijo él—. Me sentí igual la primera vez que vi que lo mataban.
Por unos instantes ninguno de los hombres se movió y Michelle empezó a ponerse nerviosa. Entonces Eddie se incorporó, se inclinó y habló con el hombre caído que tenía al lado. Luego se dirigió hacia Michelle y Bailey, quienes lo miraron aliviados.
Se quitó el sombrero y se secó la frente sudorosa.
—¡Ha sido increíble, Eddie! —exclamó Michelle.
—Caray, milady, debería haberme visto en Gettysburg o Antietam; ahí sí que estaba en plena forma.
«Pues a mí me parece que hoy estás de maravilla», pensó ella, pero se reprimió al recordar la advertencia de King: Eddie estaba casado. Aunque su mujer no parecía prestarle demasiada atención, eso no cambiaba su situación.
—¿Cómo sabes quién muere y quién no? —preguntó ella.
—Prácticamente todo está planeado de antemano. La mayoría de las recreaciones se celebran entre el viernes y el domingo. El viernes la gente empieza a reunirse y los generales hablan con todo el mundo, dicen qué necesitan, quién va a estar en cada sitio, quién muere y quién no. Depende de quién se presenta y con qué: caballos, cañón, cosas así. La mayoría de los participantes tienen experiencia, por lo que no hacen falta demasiadas explicaciones. Y los combates están coreografiados, al menos en su mayor parte, aunque siempre hay espacio para la improvisación. ¿Habéis visto al tío que levanté y lancé al arbusto? Ha sido una pequeña venganza por mi parte. En la anterior batalla me golpeó en la cabeza con el pomo de la espada. Dijo que fue sin querer, pero tuve un chichón en la cabeza durante una semana. Así que, sin querer, hoy lo levanté en vilo y lo arrojé contra el espino.
Michelle miró a los que seguían estando «muertos».
—¿Cuánto tiempo tenéis que quedaros ahí?
—A veces el general dice que tienes que quedarte así hasta el final de la batalla. Si tenemos camilleros, a veces nos retiran del campo. Hoy lo están filmando, así que todo se complica un poco más, pero las cámaras han enfocado otra escaramuza después de que me mataran, por lo que he hecho un poco de trampa y he desertado —añadió con una sonrisa—. Aquí la compañía es mucho mejor.
—¿En comparación con los cadáveres? No me lo tomaré como un cumplido —repuso Michelle devolviéndole la sonrisa.
Más tarde vieron a Eddie a caballo, liderando a sus hombres en patrullas de reconocimiento. Los jinetes pasaron a toda velocidad, subiendo y bajando por montículos y salvando obstáculos por el camino.
Michelle se volvió hacia Bailey.
—¿Dónde ha aprendido a montar así?
—Te sorprendería todo lo que sabe hacer este hombre. ¿Has visto alguno de sus cuadros?
—No, pero la verdad es que tengo ganas.
Más tarde Eddie pasó por delante de ellos y le lanzó su sombrero con plumas a Michelle.
—¿Para qué es? —preguntó ella tras pillarlo al vuelo.
—¡No me han matado! ¡Debes de ser mi talismán de la buena suerte! —le gritó él.
Más tarde se organizó una merienda y un desfile de moda. A continuación hubo unas clases de bailes de la época. Eddie se emparejó con Michelle y le enseñó los complejos pasos de varias danzas. Acto seguido se celebraba un baile oficial supuestamente sólo para participantes, pero Eddie había comprado un vestido de época a un cantinero y se lo dio a Michelle.
Ella lo miró sorprendida.
—¿Qué se supone que he de hacer con esto?
—Caray, milady, si va a colarse en el baile tendrá que llevar la vestimenta adecuada. Vamos, puedes cambiarte en el coche. Haré guardia para que tu reputación continúe intacta.
Eddie también había conseguido un traje para Chip Bailey, pero el agente del FBI dijo que tenía que marcharse.
—Ya la llevaré yo a casa —dijo Eddie—. De todos modos no puedo quedarme para el segundo día de batalla. Me marcho esta noche.
Michelle se sintió un tanto incómoda con la situación pero Eddie la tranquilizó.
—Prometo comportarme como un perfecto caballero. Y recuerda que tenemos a Joñas en el tráiler para hacer de carabina.
Pasaron las dos horas siguientes bailando, comiendo y bebiendo.
Al final Eddie se sentó resollando mientras que Michelle apenas se resintió del esfuerzo.
—Hay que reconocer que tienes aguante —dijo él.
—Bueno, yo no he luchado en ninguna batalla.
—Estoy agotado y la espalda me está matando. He montado a caballo y peleado demasiado tiempo. ¿Qué te parece si lo dejamos por hoy?
—Perfecto.
Antes de que se marcharan, Eddie le hizo una foto con Polaroid ataviada con el traje de época.
—Probablemente nunca vuelva a verte vestida así —explicó—, así que por lo menos tengo una prueba de ello.
Michelle se cambió y se puso la ropa normal antes de volver a casa. Durante el trayecto hablaron primero de la batalla y las recreaciones en general y luego de la familia y vida de Michelle.
—Muchos hermanos, ¿no? —dijo Eddie.
—Demasiados, a veces. Era la pequeña y, aunque nunca lo reconozca, mi padre me adora. Él y todos mis hermanos son policías. Cuando decidí dedicarme a lo mismo, no le gustó demasiado. Todavía no lo ha superado.
—Yo tenía un hermano —dijo él con voz queda—. Se llamaba Bobby. Éramos gemelos.
—Lo sé, me lo han contado. Lo siento.
—Era un gran muchacho. De verdad que sí. Cariñoso, siempre dispuesto a ayudar, pero no estaba bien del todo. Yo le quería mucho, y le echo de menos.
—Estoy segura de que la familia quedó destrozada.
—Sí, supongo que sí.
—Y supongo que tú y Savannah no tenéis mucho en común.
—Es buena chica, muy lista, pero anda un poco perdida. En fin, no puedo culparla, mírame a mí.
—Creo que tú has encontrado tu sitio.
Él la miró.
—Es todo un cumplido viniendo de ti, atleta olímpica reconvertida en agente del servicio secreto y ahora detective célebre. ¿Qué tal es trabajar con Sean?
—Fantástico. Es el mejor compañero y mentor que podría tener.
—Es un hombre inteligente. Pero seamos sinceros: tiene suerte de contar contigo.
Michelle miró por la ventanilla y se ruborizó un poco.
—No pretendo ser descarado, Michelle. Vosotros dos trabajáis bien juntos. Es bonito formar parte de un equipo. Supongo que os tengo envidia.
Ella lo miró.
—Si no eres feliz, puedes cambiarlo, Eddie.
—Soy infeliz en ciertos aspectos, pero creo que no tengo la valentía suficiente para hacer un cambio, un cambio de verdad. No es sólo Dorothea. Ella hace su vida y yo la mía. Hay muchos matrimonios que funcionan así, y puedo soportarlo. Pero también está mi madre. Supongamos que me largo de aquí, ¿qué pasaría con ella?
—Me parece una mujer muy capaz de cuidar de sí misma.
—Podrías llevarte una sorpresa, sobre todo ahora que todo el mundo la señala con el dedo.
—Sean y yo vamos a reunimos con ella para hablar del tema. Es obvio que lo que le dijo a Lulu funcionó. Si Lulu considera que tu madre no tuvo nada que ver con la muerte de Júnior, otras personas empezarán a creérselo.
—No es sólo la muerte de Júnior, es mi padre. Es sabido que tuvieron un matrimonio tormentoso a veces, así que la gente puede sospechar que lo mató. No estoy seguro de que ella pueda soportarlo.
—Quizá podrías intentar que te dijera qué había en el cajón que le robaron.
Eddie se quedó desconcertado.
—Pensaba que era el anillo, dinero y cosas así.
—No; había algo más. Algo que ella tiene tantas ganas de recuperar que ofreció a Júnior mucho dinero si se lo devolvía.
Eddie aferró el volante.
—¿Qué demonios puede ser?
—Espero que lo descubras —dijo ella—. En caso de que se lo dijera a alguien, supongo que sería a ti.
—Lo intentaré, Michelle, haré todo lo posible.
La llevó a casa y la acompañó hasta la puerta.
—Cuando vayáis a hablar con mamá, pasaos luego por mi casa y os enseñaré mis cuadros.
A Michelle se le iluminó el semblante.
—Me gustaría mucho, Eddie, me encantaría. Bueno, muchas gracias por esta maravillosa tarde. Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien.
Él le hizo una reverencia y, al incorporarse, le tendió el sombrero con pluma.
—Para vos, milady —dijo, y añadió—: Cielos, no me había divertido tanto en los últimos veinte años.
Se quedaron allí parados con embarazo, sin mirarse, y entonces Eddie le tendió la mano y ella se la estrechó formalmente.
—Buenas noches —le dijo él.
—Buenas noches, Eddie.
Mientras se marchaba con el tráiler para caballos tras el todoterreno, Michelle se quedó palpando el sombrero y mirándolo.
En escasas ocasiones se había permitido pensar en mantener una relación seria con un hombre. Primero había tenido el objetivo de ser olímpica, luego agente de policía y después, a lo largo de la siguiente década, había pasado por todas las complejidades y apuros que suponía ser agente del servicio secreto. Aquellas habían sido sus expectativas, sus objetivos profesionales, y los había afrontado y conquistado todos.
Ahora que tenía treinta y dos años, tras instalarse en una ciudad pequeña y empezar una nueva carrera, había empezado a pensar en la posibilidad de algo más aparte del trabajo. Nunca se había planteado seriamente ser madre, aunque no tenía motivos para creer que no sería una buena madre, pero sí se imaginaba casada.
Observó el remolino de polvo que dejó el vehículo de Eddie.
Y de nuevo la advertencia de Sean le resonó en la cabeza. Eddie estaba casado, por infeliz que fuera. Y para ella eso era determinante.
Entró en la casa y se pasó la siguiente hora golpeando con fuerza su saco de boxeo.