52

Michelle fue en coche con Chip Bailey hasta las afueras de Middleton, Virginia. Era una mañana clara, con un cielo azul despejado y una brisa agradable que aliviaba el creciente calor.

—Un buen día para combatir —dijo Bailey.

«¿Acaso existe un buen día para matarse los unos a los otros?», pensó Michelle.

El hombretón bebió un sorbo de café y masticó un sandwich de huevo de McDonald’s. Michelle tomó una barrita energética y sostuvo contra el pecho la botella de zumo de naranja. Vestía vaqueros, botas de montaña y la chaqueta del servicio secreto. Bailey llevaba pantalones militares, un jersey y gafas de sol envolventes.

—¿Has presenciado alguna vez una cosa de estas? —preguntó Bailey.

—No.

—Son fantásticas, de verdad. Hay de todo, instrucción de infantería, demostraciones de hospital de campaña, bandas, bailes e incluso mascaradas, el té de la tarde y excursiones a la luz de los faroles. Las cargas de caballería son alucinantes. Estos tipos se lo toman en serio. Hoy verás cientos de ellos, aunque en la guerra de verdad los ejércitos tenían miles de soldados. De todos modos, el espectáculo vale la pena.

—¿Cómo se metió Eddie en esto? —preguntó ella—. No parece la típica cosa que atraería a un artista sensible.

—Creo que al principio fue su padre el que mostró interés. Le apasionaba la historia e incluso financió la recreación de algunas batallas.

—¿Eddie se llevaba bien con su padre?

—Creo que ese era su deseo, y supongo que es por eso por lo que participaba en las recreaciones; pero Bobby Battle era un tipo inescrutable. No solía estar por aquí, prefería viajar por el mundo en un globo aerostático o construir una fábrica en Asia a educar a sus hijos.

—Tengo entendido que te ofreció un trabajo después de que rescataras a Eddie.

A Bailey pareció sorprenderle que ella lo supiera.

—Sí, pero no me interesaba.

—¿Te importaría decirme por qué?

—No es precisamente un secreto. Me gusta ser agente del FBI, eso es todo. Llevaba poco tiempo en el Bureau y quería forjarme una carrera.

—¿Cómo solucionaste el caso?

—Conseguí una pista que me condujo hasta su fuente. Eddie iba a la universidad en aquella época e investigué un poco. Averigüé que un tipo que vivía en el mismo edificio de apartamentos era un criminal convicto.

—¿Por qué Eddie no vivía en casa? ¿No iba a la Universidad de Virginia?

—No; iba al Instituto Tecnológico de Blacksburg, a varias horas de aquí. En cualquier caso, el tipo había descubierto quién era Eddie o, para ser más exactos, quiénes eran los padres de Eddie. Una noche Eddie volvió tarde y al rato se encontró atado de pies y manos en una cabaña en el quinto pino.

—¿Cómo averiguaste lo de la cabaña?

—El tipo la usaba para cazar. No digo que fuera el criminal más temible del planeta, pero era peligroso. Los Battle pagaron el rescate, pero vigilamos de cerca el intercambio.

—Un momento. Creía que los Battle no habían pagado el rescate.

—Pues lo pagaron, pero lo recuperaron…, al menos la mayor parte.

—No te sigo.

—Para un criminal la parte más arriesgada de un secuestro es hacerse con el dinero. Hoy se realizan transferencias bancarias o trucos con los ordenadores, pero sigue siendo complicado. Hace veinte años lo era todavía más. Pero aquel hombre creía que lo tenía todo bien planeado y dispuso que el punto de recogida fuese un centro comercial, un sábado, con gente por todas partes. Debía de haber estudiado la zona porque sabía dónde estaba la salida trasera. Recogió el maletín y desapareció entre la multitud.

—¿Cómo le atrapasteis?

—Ocultamos dos transmisores en el maletín, aunque supusimos que el secuestrador lo supondría y se desharía de él cuanto antes, por lo que colocamos transmisores en algunas de las fajas que sujetaban los billetes. Se deshizo de la maleta, pero pudimos seguirle hasta la cabaña.

—¿No corristeis un gran riesgo al no arrestarle allí mismo?

—El mayor riesgo era no encontrar a Eddie. Aquel tipo era un solitario. Si Eddie seguía con vida, posibilidad bastante remota, era probable que el secuestrador regresara para ponerlo en libertad o matarlo.

—Entonces fue cuando se produjo el tiroteo, ¿no?

—Debió de vernos y abrió fuego. Nosotros respondimos. Teníamos a un tirador de élite y el secuestrador recibió un tiro en la cabeza.

—¿Dices que recuperasteis buena parte del dinero?

Bailey se echó a reír.

—Después de que nos viera y abriera fuego, ese idiota quemó unos ciento cincuenta mil de los cinco millones del rescate en la estufa de la cabaña. Supongo que pensaba que no quería que lo pilláramos con el dinero.

—Suerte que no alcanzasteis a Eddie —dijo Michelle.

Él la miró con severidad.

—Es fácil juzgar estas situaciones a posteriori, muy fácil.

—No intento cuestionar vuestra actuación. Yo también me he encontrado en situaciones similares. Nunca resulta fácil. Lo importante es que Eddie sobrevivió.

—Yo siempre lo he visto así. —Bailey señaló al frente—. Y ahí está, en carne y hueso.

Habían salido de la carretera principal y entrado en una zona de aparcamiento repleta de camiones, remolques para caballos, caravanas y todoterrenos. En un lateral había numerosas tiendas montadas. Michelle saludó a Eddie, que estaba recogiendo sus bártulos. Bajaron del coche y se reunieron con él.

—¿De qué haces esta vez? —preguntó Bailey.

Eddie sonrió.

—Soy un hombre con muchas habilidades, así que hago distintos papeles. Primero soy comandante de la 52.ª Brigada, integrada únicamente por virginianos e incorporada a la división del general John Pegram. Después paso a formar parte del 36.° Batallón de Caballería de Virginia, la Brigada Johnson, integrada en la división del general Lomas. En realidad pertenezco a muchas unidades distintas; siempre necesitan gente. Me he unido al ejército confederado en Tennessee, Kentucky, Alabama e incluso Tejas. He estado en artillería, caballería e infantería, incluso me he subido a un globo sonda. Bueno, y no se lo digáis a mi madre, una vez también me vestí con el azul de la Unión.

—Te veo muy implicado —dijo Michelle.

—Oh, es todo un espectáculo. Hay manuales para organizar uno de estos eventos que incluyen presupuestos de muestra, planes de marketing, logística, instrucciones para conseguir patrocinadores, etc.

Michelle señaló la hilera de tiendas.

—¿Qué son?

—Los llaman cantineros —respondió Eddie—. Durante la guerra de Secesión los comerciantes seguían a los ejércitos y les vendían cosas. Los cantineros actuales venden artículos del estilo de la época a los recreadores y al público. Entre los recreadores también hay distintos niveles, desde los cuentahilos, que se aseguran de que los uniformes sean auténticos al punto de que el tejido tenga el mismo número de hilos que durante la guerra, de ahí su apodo. —Hizo una pausa y añadió—: También les llaman «nazis de la puntada».

Bailey y Michelle rieron.

—Luego está el otro extremo del espectro —continuó, los farby, los que se atreven a llevar poliéster en el uniforme o a utilizar una vajilla de plástico durante la recreación, cuando todo eso no estaba inventado en la época de la guerra. Yo los llamo Julie.

—¿Y tú qué eres, nazi o Julie? —preguntó Michelle.

Eddie sonrió.

—Soy un punto medio. La mayor parte de lo que llevo es auténtico pero a veces me dejo seducir por las comodidades de la vida moderna. —Bajó la voz—: No se lo digáis a nadie pero mi uniforme tiene un poco de rayón y, ¡Dios me ampare!, licra. Y si me presionáis, no negaré que llevo algo de plástico sobre mi persona.

—Te guardaré el secreto.

—De hecho hoy voy a comprarles unas cosillas a los cantineros. Todo el mundo se está preparando para la recreación de la batalla de Gettysburg en Pensilvania en junio. Luego tenemos la campaña de Spotsylvania, Virginia; la del Camino de Atlanta y la batalla de Franklin son en otoño. Pero la batalla de hoy es importante. La Unión superaba en número a los rebeldes en un tercio, tanto en infantería como caballería, y tenía más del doble de piezas de artillería, pero los yanquis sufrieron el doble de bajas y heridos.

Michelle le ayudó con el arma, la cantimplora y el petate, y observó la actividad que se desarrollaba a su alrededor.

—Es como una gran producción cinematográfica.

—Sí, pero sin día de cobro.

—Niños que nunca se hacen adultos —repuso Bailey meneando la cabeza y sonriendo—. Los juguetes son cada vez mayores y más complejos.

—¿Dorothea está aquí? —preguntó Michelle.

Eddie se encogió de hombros.

—Mi querida esposa preferiría que le arrancaran el pelo mechón a mechón antes que venir a verme jugar a las batallitas. —Sonó una corneta—. Bueno, los campamentos están abiertos. Empezarán con un pequeño discurso sobre la batalla, un poco de instrucción de infantería, música y luego la exhibición de caballería.

—Has dicho que ibas a caballo. ¿Dónde está tu montura?

Eddie señaló un caballo de Tennessee de trece palmos y de aspecto diestro amarrado a un tráiler estacionado al lado del todoterreno de Eddie.

—Ahí está mi montura, Jonas. Sally ha cuidado muy bien de él y el caballo está deseoso de entrar en acción.

Se dirigieron a los campamentos del ejército. Michelle observó con admiración a Eddie mientras hacía la instrucción a pie y luego hacía dar unos pasos muy complicados a Jonas durante la exhibición de caballería. Los espectadores tenían que marcharse de los campamentos antes del comienzo de la descarga de artillería. Al oír la primera salva Michelle se tapó los oídos.

Entonces se anunció el primer día de la batalla.

Eddie les señaló un punto desde el que podían «verme morir con gloria». También señaló las carpas de recepción.

—Perritos calientes y cerveza fría. Lujos de los que nunca disfrutaron los combatientes de la guerra de Secesión —declaró.

—He oído decir que lo van a filmar.

—Sí. Lo hacen muchas veces. Para la posteridad —añadió con sarcasmo.

—Supongo que las pistolas y cañones están cargados con balas de fogueo —dijo Michelle.

—Las mías sí. Espero que todo el mundo cumpla esa norma. —Sonrió—. No te preocupes, aquí todos somos profesionales. No habrá perdigones de mosquete volando por ahí. —Se puso en pie y sopesó su equipo—. A veces me pregunto cómo caminaban esos hombres, y encima luchaban, con todo este peso. Hasta luego. Deseadme suerte.

—Buena suerte —dijo Michelle cuando él se marchó rápidamente.