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Kyle Montgomery todavía no había recibido una respuesta a su carta de chantaje. Hacía ya tiempo que había alquilado un apartado de correos y había dado esa dirección de respuesta a la mujer. La carta era anónima, por supuesto. De forma muy inteligente según él, la carta ocultaba el hecho de que realmente no sabía demasiado. Contaba con que el cargo de conciencia revelara algo importante, es decir, algo con valor material para él. No obstante, empezaba a preguntarse si se había equivocado. Bueno, en tal caso no habría hecho ningún daño, o eso pensaba.

Iba camino del Aphrodisiac con otra entrega para su clienta. No había tenido que sisar más material de la farmacia pues había sido suficientemente listo para coger más pastillas de la cuenta la vez anterior. Era preferible no tentar más la suerte.

Estacionó el coche en el aparcamiento atestado y bajó. No advirtió que otro vehículo paraba detrás de él. Ensimismado pensando en el dinero que iba a recibir, Kyle ni siquiera se había dado cuenta de que le habían seguido desde su apartamento.

Entró en el local y, como era habitual en él, se paró unos minutos a observar a las bailarinas de la barra. Había una que le gustaba especialmente, aunque con ella poco podía hacer. No tenía la presencia ni, más importante, el dinero que esas chicas exigían para dedicar atenciones especiales a un hombre.

Subió a la planta superior y se dispuso a cruzar la cortina roja cuando una mujer se le colocó al lado. Estaba demacrada y un tanto tambaleante.

—¿Adónde vas? —preguntó.

—A ver a una persona —respondió nervioso—. Me espera.

—¿Ah, sí? —farfulló la mujer, claramente borracha—. ¿Tienes documento de identidad?

—¿Documento? ¿Para qué? No bebo ni miro a las chicas. ¿Acaso tengo cara de menor de edad? ¿Es que no me ha visto las canas de la perilla?

—No te hagas el listo conmigo o saldrás de aquí de una patada.

—Mire, señora, ¿hay algún problema? —repuso Kyle con tono más educado—. Ya he venido aquí otras veces —le añadió.

—Ya lo sé, te he visto —dijo la mujer.

—¿Viene aquí a menudo? —preguntó Kyle con nerviosismo. De repente cayó en la cuenta de que ganarse la fama de cliente habitual no era positivo.

—Vengo todos los días —respondió Lulu Oxley. Hizo un gesto con la mano en dirección a la cortina roja—. Adelante, listillo.

Lulu bajó las escaleras tambaleándose mientras Kyle pasaba al otro lado de la cortina roja.

Llamó a la puerta de siempre y recibió la respuesta habitual. Entró. La mujer estaba tumbada en la cama con una sábana por encima. La habitación estaba tan oscura que apenas veía su silueta.

Enseñó la bolsita.

—Aquí tienes.

Ella le lanzó algo. Kyle intentó atraparlo pero falló y el objeto cayó al suelo. Lo recogió. Diez billetes de cien sujetos con una goma elástica. Dejó la bolsita en la mesa y se quedó allí parado, mirándola nervioso. Como transcurrieron unos segundos y ella no decía nada, se volvió para marcharse. Se paró al escuchar los muelles de la cama y notar que la luz se intensificaba. Giró la cabeza y vio que ella se le acercaba. Llevaba el pañuelo y las gafas oscuras y se había cubierto con la sábana. Cuando la tuvo más cerca, vio que tenía los hombros desnudos y que iba descalza y con medias.

Cuando estuvo a treinta centímetros de él, dejó caer la sábana. Sólo llevaba un tanga de encaje negro, medias y sujetador a juego. Kyle dio un respingo y notó que se le tensaban todos los músculos. La mujer tenía un cuerpo impresionante, el vientre plano, los muslos tersos, los pechos rebosantes contra el fino tejido negro que los sujetaba. Sintió ganas de arrancarle la poca ropa que llevaba.

Como si le leyera el pensamiento, lo cual no era muy difícil dadas las circunstancias, ella se desabrochó el sujetador y este cayó al suelo, liberando sus pechos.

Kyle gimió y las rodillas le flaquearon. Sin duda aquella era la mejor noche de su vida.

Ella alargó la mano como si fuera a tocarlo pero se limitó a tomar la bolsita, recogió la sábana y volvió a taparse.

Kyle dio un paso adelante.

—No hace falta —dijo con la máxima tranquilidad de la que fue capaz—. No hará más que molestar.

Nunca había estado tan cerca de tener a una mujer como aquella. Mil pavos y un polvo gratis. ¿Qué más se podía pedir? Se dispuso a rodearla con los brazos pero ella lo empujó con una fuerza que le sorprendió.

Kyle se sonrojó cuando ella soltó una risotada.

Volvió a la cama, dejó caer la sábana al suelo otra vez, se tumbó y se estiró como un gato. Entonces se dio la vuelta a cuatro patas, alargó la mano y dejó la bolsita en la mesita de noche. Lo hizo con parsimonia deliberada para que él pudiera verle el trasero con todo detalle. Estaba tan excitado que incluso le producía dolor.

Ella se colocó boca arriba, levantó los pies y se tomó su tiempo para ir quitándose las medias, luego hizo una bola con ellas y se las lanzó. Después de eso, le señaló y volvió a reírse. Kyle notó que el pulso se le disparaba.

—¡Menuda zorra estás hecha!

Su fantasía por fin se cumpliría, y además iba a darle su merecido. Se abalanzó hacia ella, pero se paró en seco cuando la pistola lo encañonó. Debía de tenerla oculta bajo la colcha.

—Lárgate.

Era la primera vez que le hablaba con tono normal. No reconoció la voz. Sin embargo, no se fijó en eso. Tenía la mirada clavada en la pistola que se movía arriba y abajo, apuntándole a la cabeza y luego a la entrepierna.

Kyle empezó a retroceder, con las manos por delante como si quisiera desviar la bala.

—Eh, tranquila. Ya me voy.

—Inmediatamente —dijo ella en voz más alta. Se envolvió con la sábana y se acercó a él, sujetando la pistola con ambas manos como si supiera exactamente cómo usarla.

Él levantó las manos todavía más.

—¡Ya me voy! ¡Ya me voy! ¡Joder!

Se giró para marcharse.

—Deja el dinero en la mesa —ordenó ella.

Él se volvió lentamente.

—¿Cómo dices?

—En la mesa, el dinero. —Hizo un gesto con la pistola.

—Te he traído lo que querías. Eso vale dinero.

A modo de respuesta, dejó caer la sábana otra vez y se pasó la mano por su cuerpo curvilíneo y casi desnudo.

—Esto también —dijo—. Mira bien, chico, será la última vez que lo ves.

Se enfureció por tal insulto.

—¡Mil dólares! ¿Por qué? ¿Por una mierda de desnudo? No pagaría mil pavos ni por echar un polvo contigo.

—No hay dinero suficiente para que ni siquiera me toques —espetó ella.

—¿Ah, sí? Vaya, como si fueras algo excepcional. ¿Una exhibicionista drogata que vive en un club de striptease? Y encima te escondes detrás de un pañuelo y de esas gafas oscuras. Meneando el culo desnudo delante de mí como una calientapollas. ¿Quién coño te crees que eres, eh?

—Me aburres. Lárgate.

—¿Sabes qué? Me parece que no vas a dispararme, no con toda la gente que hay por aquí. —La miró con expresión triunfal, pero le duró poco.

Ella dio un toquecito a un objeto cilíndrico sujeto al cañón de la pistola y dijo:

—Es un silenciador. Los disparos son realmente silenciosos. —Le apuntó de nuevo a la entrepierna—. ¿Quieres una demostración rápida?

—¡No! —gritó él, retrocediendo otra vez—. No.

Dejó caer el dinero sobre la mesa, se volvió y salió disparado de la habitación, cerrando tras de sí con un portazo.

La mujer cerró con llave, regresó a la cama y se tragó varias pastillas. Al cabo de unos minutos gemía en el suelo, feliz de nuevo.

Al otro lado de la puerta, Sylvia se apartó justo antes de que Kyle saliera disparado. Lo había oído todo. Salió rápidamente al exterior, justo a tiempo de ver cómo Kyle abandonaba el aparcamiento a todo gas. Sylvia se quitó el sombrero y se soltó el pelo. Sus sospechas se habían confirmado. Kyle robaba drogas que luego vendía a aquella mujer. Decidió esperar en el aparcamiento para ver si la mujer salía.

Transcurrieron varias horas. Era de madrugada y había visto a más de cien personas, hombres en su mayoría, saliendo del edificio. Estaba a punto de darse por vencida cuando apareció una mujer. Llevaba la cabeza envuelta en un pañuelo y gafas de sol aunque estaba muy oscuro. Parecía un tanto temblorosa pero subió a un coche estacionado cerca de la parte trasera del edificio y se marchó. Sylvia no la siguió porque habría sido fácil que advirtiese su presencia. Sin embargo, tomó nota del coche de la mujer. Se marchó. Aunque esa noche había encontrado la respuesta a varias preguntas, habían surgido otras incluso más perturbadoras.