Había seguido a King y Michelle hasta la casa de los Pembroke y ahora los seguía mientras cruzaban la ciudad en dirección al domicilio de Roger Canney. Hoy no llevaba el Volkswagen azul sino una vieja furgoneta. Un sombrero de vaquero manchado de sudor, gafas de sol y un bigote y barba falsos que él mismo se había fabricado le otorgaban amparo suficiente. La pareja de detectives estaba empezando a ser un estorbo y no estaba seguro de qué hacer con ellos. La muerte de Pembroke no podía darles ninguna pista, y tampoco la de Diane Hinson. Y por sí misma la muerte de Rhonda Tyler era un callejón sin salida. Sin embargo, Canney era harina de otro costal. Aquel joven era la clave que podía hacer que el castillo de naipes se desmoronara.
No tenía tiempo de matar a Roger Canney y, de todos modos, eso despertaría más sospechas sobre el motivo por el que la estrella de rugby del instituto había muerto. No le quedaba más remedio que permitir que se celebrara la entrevista, analizar la información que se ofrecía y emprender las acciones adecuadas. Era una suerte que hubiera tenido la previsión de instalar micrófonos ocultos en casa de Canney antes de matar al chico. Táctica, todo es cuestión de táctica.
Se frotó la espalda donde le dolía por la pelea con Júnior Deaver. No podía permitirse el lujo de tener otro encontronazo como aquel. Había visto a Michelle Maxwell partir un poste con un movimiento de pierna realizado sin esfuerzo aparente. Era una mujer peligrosa. Y King, a su manera, resultaba incluso más peligroso. De hecho, creía que Sean King era la única persona capaz de vencerle. Tendría que hacer algo al respecto. Y quizá tuviera que matar también a Maxwell. No quería que ella intentase vengar la muerte de su socio.
Mientras el coche que tenía delante entraba en un camino largo que conducía a una casa de obra vista de estilo colonial, él giró por una calle adyacente, aparcó la furgoneta y extrajo un par de auriculares que llevaba bajo el sombrero. Hizo pequeños ajustes a un receptor situado en el asiento delantero, encontró la frecuencia adecuada para el transmisor instalado en casa de Canney, se recostó en el asiento y esperó a que empezara la función.