Tal como King había pronosticado, la policía no consiguió apresar al asesino de Júnior. Cuando se hizo público que se había producido otro asesinato, el pánico se apoderó de la zona. El alcalde de Wrightsburg, en una sorprendente muestra de falta de confianza en Todd Williams y en el FBI, exigió la presencia de la Guardia Nacional y la instauración del toque de queda. Por suerte, nadie hizo caso de su petición. La prensa y la televisión llegaron a Wrightsburg y alrededores con un enorme apetito de detalles, por triviales e irrelevantes que resultaran para la investigación. Los grandes camiones de los medios de comunicación y sus antenas parabólicas y los reporteros con micrófonos inalámbricos pasaron a ser tan omnipresentes como los capullos en primavera. Los únicos que se alegraban de esta situación eran los dueños de restaurantes y hoteles y los resabidillos del lugar, a quienes se oía soltar hipótesis interminables. Casi todo el mundo quería conseguir sus quince minutos de fama.
Todd Williams estaba abrumado por la avalancha periodística, al igual que Chip Bailey. Ni siquiera King y Michelle evitaron por completo el aluvión y tuvieron que observar consternados cómo se sacaban a relucir detalles de sus pasadas hazañas en el servicio secreto y les convertían en noticia del presente.
Recibieron más apoyo de los cuerpos de seguridad, tanto federales como estatales, y King se preguntó si el aumento del número de agentes beneficiaba o perjudicaba la investigación. Él se decantaba por esta última opción ya que todos se disputaban un buen sitio en el sonado caso.
Al final llegó la carta. Anunciaba que el asesinato de Júnior Deaver era un homenaje al Príncipe de las Tinieblas, el asesino en serie John Wayne Gacy. «Y pensabais que él sólo mataba jovencitos y niños —rezaba el mensaje burlón—. Ahora ya sabéis que no le importa cargarse a currantes gordos como Júnior Deaver.»
Todos estaban en otra reunión matutina del equipo operativo en la jefatura de policía. La sala de reuniones se había convertido en una especie de sala de guerra con hileras de ordenadores y teléfonos sonando todo el día, gráficos, mapas, pilas de expedientes, investigadores especializados agotando todas las pistas, litros de café y donuts y sin conseguir perfilar siquiera un sospechoso viable.
—Gacy estranguló a muchas de sus víctimas con esa técnica de ligadura —explicó Chip Bailey.
—Veo que dominas el tema de los asesinos en serie —dijo Michelle.
—Es mi obligación. Me he pasado años siguiéndoles el rastro.
—Y en la cárcel el muy cabrón empezó a pintar payasos —añadió King—, lo cual explica lo de la máscara, por si no lo descubríamos sólo con el torniquete del verdugo.
—Y el reloj de Júnior marcaba las cinco en punto —dijo Michelle—. O sea que nuestro asesino en serie no sabe contar o quienquiera que matara a Bobby Battle era un imitador.
—Creo que podemos dar por supuesto que nos enfrentamos a dos asesinos —reconoció Bailey—. Aunque existe la remota posibilidad de que sólo haya uno y esté cambiando los números por algún motivo.
—¿Por qué? ¿Busca que le acusen de cinco asesinatos en vez de seis? —preguntó King—. No sé en otros lugares, pero en Virginia sólo se ejecuta a los asesinos una vez.
Williams refunfuñó y cogió el tubo de aspirinas.
—Maldita sea, me está doliendo la cabeza otra vez.
—¿Has visto el testamento de Bobby Battle? —preguntó Michelle.
Williams se tomó un par de comprimidos y asintió.
—Ha dejado la mayor parte de su patrimonio a Remmy.
—¿Eran copropietarios de sus bienes? —preguntó King.
—No. La mayor parte sólo estaba a nombre de Bobby, incluidas las patentes. La casa pasa a Remmy automáticamente y, aparte, ella también tiene muchas propiedades.
—Has dicho la mayor parte. ¿A quién le dejó el resto?
—A algunas organizaciones benéficas. Un poco para Eddie y Dorothea, aunque no lo suficiente para asesinar por ello.
—¿Y a Savannah? —preguntó King.
—No, ella no hereda nada. Pero ya tenía un fondo fiduciario considerable.
—De todos modos, no dejarle nada es un poco cruel.
—Quizá no estuvieran tan unidos —sugirió Bailey.
King lo miró.
—¿Conoces bien a la familia?
—Eddie y yo nos vemos bastante a menudo. Vamos a cazar juntos y he asistido a varias de sus recreaciones. Ha venido a Quantico a conocer la academia del FBI. De hecho, Remmy y Bobby también vinieron, junto con Mason, el mayordomo. He comprado un par de cuadros de Eddie. Dorothea me ayudó a encontrar casa en Charlottesville. Pasé una tarde con ellos después de que asesinaran a su padre. Estaba consternado. Le preocupaba mucho el efecto que tendría en su madre.
King asintió y dijo:
—Además, no pudo matar a su padre porque estaba con nosotros.
—Y estaba participando en recreaciones cuando la bailarina y los chicos fueron asesinados —dijo Bailey.
—¿Y Dorothea? —preguntó Michelle.
—Lo hemos comprobado. También está limpia.
—¿También en el momento en que Bobby Battle murió? —inquirió King.
—Bueno, dijo que estaba camino de Richmond en el coche para asistir a una reunión la mañana siguiente.
—¿Sola?
—Sí.
—O sea, que en realidad no tiene coartada. Por cierto, ¿conoces bien a Dorothea?
—Fue mi agente inmobiliaria —respondió Bailey—. No creo que esté hecha un mar de lágrimas por la muerte de Bobby.
—¿Forman un matrimonio feliz? —preguntó Michelle.
—Eddie la quiere, lo sé. No estoy seguro de hasta qué punto es recíproco. De hecho, entre nosotros, no me sorprendería que tuviera algún rollo por ahí.
—Y Savannah dijo que estaba en casa cuando murió su padre. ¿Es cierto?
—Interrogué al respecto a los miembros del servicio, pero todos se habían marchado a su casa a aquella hora, a excepción de Mason, y él no recuerda haberla visto. Y lo cierto es que no puede decirse que estuviera en plena forma cuando hablamos con ella. Tendré que interrogarla otra vez.
—O sea que sigue siendo sospechosa. ¿Qué me dices de Bobby y Remmy? —inquirió King.
—¿Qué quieres saber?
—Si te dijera que nos consta que tuvieron una pelea fuerte hace tres o cuatro años por las infidelidades de Bobby, ¿te sorprendería?
—No —respondió Bailey—. Tenía esa fama. Algunas personas creyeron que lo había superado, pero hay cosas que nunca cambian.
—Lo cual podría constituir un motivo perfecto para matar a su esposo —observó Michelle.
—Puede ser —admitió Bailey.
—¿Qué me dices de Remmy? —preguntó King.
—¿Qué? ¿Si tenía amantes? —Al ver que King asentía, Bailey dijo en tono categórico—: No, nunca.
—Me da la impresión de que Mason piensa mucho en Remmy —apuntó King.
—Ya, pero no es de su clase y nunca lo será, si eso es lo que insinúas.
King observó a Bailey unos segundos y luego decidió cambiar de tema. Miró a Williams.
—¿Sylvia ha acabado con la autopsia de Júnior?
—Sí —respondió el jefe, que se había recuperado lo suficiente como para zamparse un donut de chocolate y dos tazas de café—. Murió por estrangulación con la ligadura, aunque antes le había golpeado en la cabeza con una pala y una madera. Perdió un montón de sangre.
—Lo sabemos —dijo King con sequedad.
—Cierto —respondió el jefe—. De todos modos, Sylvia cree que esta vez quizá tenga algún rastro del hombre. Y el equipo técnico extrajo algunas fibras que no coinciden con nada de lo que Júnior llevaba. Además, tenemos parte de una huella de neumático, que puede corresponder al coche en que escapó…
—Mejor que cotejéis esas fibras con mi ropa —dijo King—. Es que… tuve cierto contacto con Júnior cuando oímos los disparos.
—Por cierto, ¿habéis conseguido las balas de los neumáticos? —preguntó Michelle.
—Eran del calibre cuarenta y cuatro —dijo Williams—. Nada especial. Tal vez en algún momento encontraremos un arma que coincida.
—El tipo tenía un objetivo con láser, eso puede considerarse especial —dijo King.
—A Júnior le faltaba la hebilla del cinturón —añadió Williams.
—Otro trofeo —comentó Michelle.
—Parece que Júnior se resistió hasta el último aliento —dijo Bailey—. Tenía numerosas heridas defensivas en las manos y el antebrazo. Y había una pila de travesaños derribada, probablemente durante la pelea.
—Está claro que el hombre ha empezado a cometer errores —dijo Williams—. Vosotros dos aparecisteis cuando estaba haciendo el trabajito.
—No conseguimos gran cosa —dijo Michelle—, aparte de permitir que escapara.
King volvió a leer la fotocopia de la carta.
—Es la primera vez que se refiere a una víctima por su nombre —comentó.
—Ya me he dado cuenta —dijo Bailey.
—¿Por qué querría hacer eso? —preguntó Williams.
—Está jugando con nosotros. Quiere hacerse el listo.
—¿Con qué fin? —preguntó Michelle.
—Porque todo esto forma parte de un plan mucho mayor que ahora mismo no vemos —repuso King.
—¿Y de qué podría tratarse? —preguntó Bailey en tono de escepticismo.
—Cuando lo descubra, serás el segundo en enterarte —dijo King dirigiendo una mirada a Williams—. ¿Qué tal se lo tomó Lulu, Todd?
Williams se encogió de hombros.
—No derramó ni una lágrima, pero bueno, los niños estaban delante. Sin embargo, su madre se puso histérica, empezó a gritar sobre lo mucho que quería a Júnior, que qué iban a hacer ahora sin él… Al final Lulu tuvo que sacarla de la sala. Menuda señora.
King y Michelle intercambiaron una mirada y se limitaron a menear la cabeza.
—Ahora llegamos a un aspecto interesante —dijo Williams—. Nos dijiste que Remmy había amenazado a Júnior, que quería que le devolviera unas cosas y que no quería que Júnior se las enseñara a nadie.
King asintió.
—Al menos eso es lo que Lulu nos contó que le había dicho Júnior. Pero no fue Remmy Battle quien le pegó una paliza a Júnior antes de estrangularlo.
—Pero Lulu dijo que Remmy le había dicho a Júnior que conocía a gente que podría darle un escarmiento.
King meneó la cabeza.
—No estoy seguro de que Remmy quisiera matar a Júnior, al menos por el momento. Según Lulu, le dio tiempo para pensárselo. Muerto no puede decirle dónde están sus cosas, aunque tampoco creo que en vida pudiera porque dudo que fuera él quien las robara.
—Pero está muerto —dijo Bailey—, o sea que no puede enseñárselo a nadie, lo que quiera que sea.
King seguía sin estar convencido.
—Pero Remmy no podía estar segura de ello. Quizás él hubiera hecho planes por si le ocurría algo.
—Tienes razón —dijo Williams—, pero es algo que deberemos averiguar. No es que me apetezca plantearle esta situación a Remmy.
—Bueno —dijo King—, hemos de ir a ver a algunas personas.
—¿Quiénes? —preguntó Bailey con acritud.
—El padre de Steve Canney y los padres de Janice Pembroke.
—Ya hemos hablado con ellos. Y con todas las personas relacionadas con Diane Hinson.
—Pero no te importará que repitamos, al fin y al cabo cuatro ojos ven más que dos —dijo Michelle.
—Adelante —dijo Williams—. Tenéis plena autoridad.
—Informadme si descubrís algo interesante —dijo Bailey.
—Descuida, me muero de ganas —murmuró King.