Recorrieron el pasillo, cruzaron la gruesa cortina roja y empezaron a llamar a las puertas. Había varias habitaciones abiertas y vacías. De las demás surgían blasfemias o gruñidos somnolientos. Cuando encontraban una puerta abierta, siempre ocupadas por jóvenes ligeras de ropa y expresión sumamente cansada, Michelle formulaba la misma pregunta mientras King apartaba la mirada. «No la conocía mucho», era la respuesta más habitual. Sin embargo, en la penúltima habitación del pasillo oyeron una voz.
—Entra.
Michelle entró, y cuando salió al cabo de un par de minutos estaba conmocionada.
—¿Te encuentras bien? —preguntó King.
—Una mujer desnuda de más de metro ochenta llamada Heidi me acaba de hacer proposiciones deshonestas.
—Si quieres te espero en el coche.
—¡Cállate!
—Debe de ser por tu aspecto insinuante.
Una joven ataviada con una bata larga que no ocultaba por completo sus curvas y sus enormes pechos les abrió la puerta de la última habitación. Llevaba el cabello rubio teñido recogido en una coleta e iba descalza. Daba sorbos a una taza de café solo. Dijo llamarse Pam, y cuando le explicaron el motivo de su visita los invitó a pasar.
Se sentaron a una pequeña mesa rodeada de cuatro sillas. La habitación resultaba agradable aunque King no pudo evitar mirar la cama deshecha del rincón y las prendas de lencería apiladas en ella. Se volvió y se encontró con la mirada severa de Michelle.
—¿Conocías a Rhonda? —se apresuró a preguntar King.
—Sí, señor.
King la miró. Parecía tan joven que si la hubiera visto desnuda restregándose contra una barra, probablemente le habría lanzado una manta y habría llamado a su padre para que fuera a recogerla.
—¿La policía ya ha hablado contigo?
—Sí, señor. El FBI, o en todo caso se presentaron como si lo fuesen.
—¿Puedes decirnos qué les contaste?
—Sí, señor.
—No hace falta que me llames señor, Pam. Me llamo Sean, y ella Michelle.
Pam se miró los regordetes dedos de los pies con el esmalte desportillado y cruzó un pie rechoncho encima del otro.
—Lo siento, supongo que estoy un poco nerviosa.
Michelle le dio una palmadita en la mano.
—No tienes por qué estarlo.
—Es que después de que mataran a Rhonda y eso… Supongo que pudo tocarle a cualquiera de nosotras, aunque Rhonda corría riesgos que yo nunca correría.
—¿Qué clase de riesgos? —inquirió King.
—Trabajábamos en los mismos clubes. Ella salía con desconocidos sólo porque la trataban bien. Llevo haciendo esto un par de años y eso no es prudente. Siempre volvía —se secó unas lagrimitas—, pero esta vez no.
—¿Tienes idea de con quién se fue esta vez? —preguntó Michelle.
—No. Como le dije al FBI, a veces me lo decía antes de marcharse y otras no. Esta vez no me lo dijo. —Bebió un sorbo de café y se secó los gruesos labios con el dorso de la mano. King reparó en que tenía el esmalte de uñas rojo gastado.
—¿Cuándo la viste por última vez?
—Un par de semanas antes de que la encontraran. Se nos había acabado el contrato aquí pero yo firmé por un mes más. Me gusta este sitio. Nos pagan un buen sueldo y la gente nos trata bien. No hay muchos lugares en los que te den habitación y comida.
—Y supongo que no hay clientes que te molesten —dijo King.
—No, señor, nada de eso —se apresuró a decir—. Son muy estrictos en ese aspecto.
—¿La viste alguna vez con algún hombre que no conocieras? ¿Te habló de que estuviera saliendo con alguien?
—No, no lo recuerdo. Lo siento.
King le dio una de sus tarjetas.
—Si recuerdas algo más, llámanos.
Ensimismados en sus pensamientos, King y Michelle salieron hacia el coche de ella.
King echó un vistazo al aparcamiento, que estaba lleno.
—Me cuesta creer que la gente tenga tiempo para venir aquí en pleno día.
—La verdad, me da asco —afirmó Michelle. Seguía con el entrecejo fruncido cuando se sentó al volante—. ¿Sabes que hay que tener veintiún años para entrar en un club de estos pero basta con tener dieciocho para actuar en ellos? ¿Qué sentido tiene?
King se encogió de hombros.
—Reconozco que es ridículo y degradante. ¿Por eso estás de tan mal humor?
—No. Es por el legendario Aphrodisiac, que ha resultado ser una pérdida de tiempo absoluta.
—¿Cómo dices eso? No sólo has recibido una oferta de trabajo como bailarina de barra, lo cual de hecho podría venirte bien cuando nuestra agencia pase por un mal momento, sino que encima has hecho una buena amiga como Heidi.
Al cabo de unos instantes King se frotaba la zona del brazo en la que ella le había propinado un golpe.
—Joder, Michelle, me has hecho daño —se quejó.
—Pues te dolerá todavía más si sigues haciendo esos comentarios.