El paseo de King los llevó a los jardines traseros. Deambularon por la zona desde la que se veía la ventana del dormitorio de Remmy. King miró la casa donde vivía el servicio y luego a la ventana de su patrona.
—Si alguien estuviera mirando… —dijo distraídamente.
—Está claro que Mason siente debilidad por Remmy. Quizás espere convertirse en el nuevo señor de la casa.
King lanzó una mirada alrededor y vio a la mujer dirigiéndose hacia el establo.
—Vamos a hablar de caballos.
Al volverse, una silueta en una ventana de la segunda planta le llamó la atención. Era Savannah, mirándoles. Pero desapareció tan rápido que King ni siquiera estuvo seguro de haberla visto. Pero sí. Y la expresión de su rostro no admitía dudas: estaba aterrorizada.
Ambos saludaron a Sally Wainwright al llegar al establo. Su talante alegre no resultó tan efusivo en esta ocasión.
—Cielos, estoy pensando en dejarlo —reconoció.
—¿Por el asesinato de Battle? —preguntó King.
—Y cuatro personas más —le recordó Sally mientras miraba por encima del hombro como si buscara un atacante—. Cuando llegué, esta era una ciudad bonita y tranquila. Ahora mismo probablemente estaría más segura en Oriente Medio.
—Yo no me precipitaría —le aconsejó Michelle—. Es posible que te arrepientas.
—Sólo quiero vivir —dijo Sally.
King asintió.
—Bueno, entonces quizá puedas ayudarnos a encontrar al asesino antes de que vuelva a actuar.
Sally se sorprendió.
—¿Yo? Yo no sé nada.
—Quizá sepas algo importante, aunque tú ignores que lo es —declaró King—. Por ejemplo, ¿se te ocurre alguien que le deseara algún daño a Bobby Battle?
Sally negó con la cabeza, demasiado rápido en opinión de King.
—Venga, Sally, lo que digas no saldrá de aquí.
—Sean, te digo de verdad que no sé nada.
King decidió cambiar de táctica.
—¿Qué te parece si te sugiero unas cuantas posibilidades y tú me dices si te parecen factibles?
Sally se mostró dubitativa.
—¿Y bien? —accedió al fin.
—Battle era rico. Hay personas que se benefician con su muerte, ¿no?
—Supongo que la señora Battle heredará la mayor parte. Y Savannah tiene su fondo fiduciario. No creo que necesite más dinero.
—¿Eddie?
Sally miró en dirección a la casa que había albergado las antiguas cocheras.
—No parece que anden justos de dinero. Y sé de buena fuente que Dorothea gana mucho dinero.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Michelle.
—Mi mejor amiga le hace la manicura. A Dorothea le gusta fanfarronear.
—Bueno, hay gente que nunca tiene suficiente dinero —sugirió King.
—No creo que ese sea el motivo —dijo Sally.
—Si no es el dinero, ¿qué puede ser? —Miró de forma significativa a la mujer—. Supongo que no llevas aquí el tiempo suficiente para estar al corriente del pasado adúltero de Bobby.
—Oh, sé más de lo que piensas —soltó Sally—. Me refiero a que… —Se calló y se miró las botas sucias.
—No pasa nada, Sally —la tranquilizó King, disimulando el placer que sentía al ver lo rápido que había picado el anzuelo—. ¿Sabes algo del tema porque quizá Bobby te hizo insinuaciones?
Sally negó con la cabeza.
—No, no se trata de eso.
—Entonces ¿qué es? —presionó King—. Podría ser importante, Sally.
Ella vaciló, hasta que dijo:
—Venid conmigo.
Fueron más allá de los establos y de la casa del servicio, y luego por una calzada pavimentada hasta llegar a un edificio de obra vista de dos plantas con ocho puertas de garaje de madera añeja. En la parte delantera había un surtidor de combustible antiguo con una burbuja de cristal.
—Es el garaje privado del señor Battle. Tiene, o tenía, una colección de coches antiguos. Supongo que ahora son de la señora Battle. —Extrajo una llave y entraron.
El suelo era de losas blancas y negras en forma de damero. En las estanterías había trofeos polvorientos de exposiciones de coches antiguos. Delante de siete de las puertas, perfectamente alineados entre sí, había coches antiguos que iban desde un Stutz Bearcat hasta un vehículo impresionante con el techo de loneta y una calandra redonda cuya placa delantera proclamaba que se trataba de un Franklin de seis cilindros de 1906.
—Había oído que Bobby coleccionaba coches antiguos pero no sabía que tuviera una colección tan extensa —dijo King.
—Tiene más en la segunda planta. Hay un elevador especial —explicó Sally—. Tenía a un mecánico a tiempo completo para ocuparse de ellos. —Se dirigió a la última plaza y se paró en ella. King y Michelle también se colocaron allí. No había ningún coche. La miraron con expresión inquisitiva.
Ella vaciló unos instantes.
—Que no salga de aquí —les advirtió. Ambos asintieron—. Aquí solía haber un coche. Era enorme, uno de esos grandes Rolls-Royce que salen en las películas antiguas.
—¿Qué le pasó? —preguntó Michelle.
Sally vaciló de nuevo, como si se debatiera entre decirlo o no.
King se dio cuenta de su dilema.
—Sally, ahora que ya has empezado…
—Bueno…, fue hace más de tres años. Era de noche y yo había entrado aquí para echar un vistazo. Se suponía que no tenía llave, pero el mecánico que trabajaba aquí se encaprichó conmigo y me dio una. Así pues, estaba aquí dentro cuando oí que se acercaba un vehículo. Entonces fue cuando me di cuenta de que faltaba un coche. La puerta empezó a abrirse y vi los faros. Me llevé un susto de muerte y pensé que me despedirían si me encontraban aquí. Me escondí ahí. —Señaló unos bidones de gasolina de doscientos litros situados en un rincón—. El Rolls entró en el garaje y el motor se paró. El señor Battle bajó con un aspecto terrible. Terrible de verdad.
—¿Cómo te diste cuenta? ¿No estaba oscuro? —preguntó King.
—Las puertas tienen un sensor automático. Por la noche las luces se encienden cuando se levantan las puertas.
—¿A qué te refieres con mal aspecto? —preguntó Michelle—. ¿Parecía enfermo, borracho?
—No, más bien disgustado, preocupado.
—¿Llegaste a descubrir por qué? —inquirió King.
—No. De todos modos, como he dicho, presentaba mal aspecto pero de repente empezó a sonreír y luego a reír. ¡Se echó a reír! Bueno, hasta que apareció ella.
—¿Ella? ¿Quién? ¿Remmy? —preguntó King.
Sally asintió y dijo en voz baja:
—Si ella hubiera tenido un arma, creo que hace tiempo que el señor Battle estaría muerto.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó Michelle.
—Empezaron a discutir. Bueno, al comienzo ella le gritaba. Yo no entendía muy bien a qué se refería, pero por lo que oí había otra mujer implicada.
—¿Daba la impresión de que Remmy sabía quién era? —preguntó King.
—Si lo sabía, no dio ningún nombre, o por lo menos yo no lo oí —declaró Sally.
—¿Qué hizo Bobby?
—Empezó a gritarle, le dijo que no era asunto suyo con quién se acostaba.
—Y pensar que casi me parecía un hombre admirable —comentó Michelle indignada.
—Dijo algo más que nunca olvidaré —continuó Sally. Hizo una pausa, dejó escapar un rápido suspiro y los miró con preocupación.
—Continúa —instó King—. No creo que a estas alturas haya algo que nos sorprenda.
—El señor Battle dijo que no era el único de la familia que tenía esa costumbre.
—¿De tener amantes? —preguntó King.
Sally asintió.
—¿Y crees que se refería a Remmy? —preguntó Michelle.
—Supuse que sí. Pero la señora Battle siempre parecía tan decorosa y…
—Entregada a su esposo —sugirió King.
—Sí, exacto.
—Las apariencias engañan.
—¿Y el Rolls? —preguntó Michelle.
—Desapareció a partir de aquel día. No sé qué fue de él. De hecho Billy Edwards, el mecánico que se ocupaba de los coches, también se marchó. Que yo sepa, después de aquel día nunca volvió.
—¿No volviste a verlo antes de que se marchara?
—No, su taller estaba vacío al día siguiente. No sé quién vino y se llevó el coche. Debió de ser por la noche porque, de lo contrario, alguien lo habría visto.
—Gracias, Sally, has sido de gran ayuda.
Se dirigieron a la parte delantera de la casa.
—¿Cómo interpretas todo esto? —preguntó Michelle.
—Me plantea muchos interrogantes. ¿Quién era la amante de Bobby por entonces? ¿La referencia de tener amantes iba dirigida a Remmy? ¿Y por qué deshacerse del coche? —King arrugó el entrecejo—. Me pregunto si existe alguna posibilidad de encontrar al tal Billy Edwards y preguntarle por el tema.
—¿Y si vamos directamente a Remmy?
—Querrá saber cómo nos hemos enterado. Y está claro que a Sally no se le da bien ocultar sus sentimientos. Se desmoronaría con una sola mirada de Remmy. En algún momento quizá tengamos que preguntarle, pero por ahora mejor intentarlo por otras vías.
—No hacemos más que aumentar los interrogantes sin encontrar respuestas —dijo Michelle.
—En algún momento cambiarán las cosas. Aunque a lo mejor no nos gusten las respuestas que encontremos.