La mañana en que tuvo lugar el interrogatorio de los Battle, Kyle Montgomery estaba en su apartamento con la nueva guitarra acústica que se había comprado. Tocó unos cuantos acordes y cantó un par de estrofas. Luego dejó la guitarra a un lado, se enfundó unos guantes, cogió lápiz y papel y se sentó a la mesa de la cocina. Mientras mordisqueaba el lápiz, se planteó qué escribir y cómo redactarlo. Al cabo de unos minutos de reflexión empezó a trazar unas mayúsculas grandes. Cuando iba por la mitad, hizo una bola con el papel y lo desechó. Lo repitió un par de veces más antes de conseguir el redactado final.
Se recostó en el asiento y lo leyó tres veces. Sin duda llamaría la atención de la mujer; sin embargo, su dilema era que no sabía si en realidad disponía de información útil para chantajear. No obstante, si ella era culpable, la carta sin duda surtiría efecto. Y su siguiente mensaje incluiría una petición de dinero para ser entregado de alguna forma muy segura que ya se le ocurriría. Se preguntó cuánto valía aquella información y acabó llegando a la conclusión de que todavía no lo sabía. Observó su guitarra nueva. La había conseguido con una hora de trabajo. ¡Una hora! ¡Y pensar que trabajaba como un burro por una miseria! Bueno, quizá no tuviera que hacerlo mucho más.
Introdujo la carta en un sobre, escribió la dirección, se dirigió al buzón de la esquina y la echó. Cuando la solapa metálica del buzón se cerró, Kyle se preguntó si acababa de cometer un error garrafal. No obstante, ese miedo se desvaneció enseguida, sustituido por una emoción incluso más fuerte: la codicia.
Esperaron cuarenta y cinco minutos y Bailey ya se disponía a salir de la biblioteca y buscar a alguien del servicio cuando Savannah Battle por fin entró en la sala.
Mientras que la madre había semejado una roca gélida, la hija parecía una foto en llamas unos segundos antes de arrugarse y desintegrarse.
—Hola, Savannah —saludó King—. Sentimos tener que molestarte en estos momentos.
Si respondió algo, nadie lo oyó. Se quedó allí de pie, vestida con unos pantalones de chándal holgados y una camiseta de la William & Mary bajo la cual no llevaba nada. Iba descalza y despeinada. Tenía la nariz y las mejillas tan enrojecidas que parecía haberse zambullido de cabeza en una caja de colorete. Se mordía las uñas.
—Savannah, ¿quieres sentarte? —sugirió Bailey.
La joven siguió allí, mirando el suelo con el dedo en la boca. Al final, Michelle se levantó, la acompañó hasta el sofá, le sirvió una taza de café y se la tendió.
—Ten —instó con firmeza.
Savannah cogió la taza con ambas manos y bebió un sorbo.
La entrevista que tuvo lugar a continuación resultó muy frustrante. Savannah, cuando respondía a las preguntas, no hacía más que farfullar. Cuando le pedían que repitiera, volvía a farfullar. Había ido al hospital a la hora de comer para ver a su padre el día de su muerte. Eso es lo máximo que consiguieron sacarle tras varios intentos tediosos y fallidos. Se quedó una media hora, no vio a nadie y luego se marchó. Su padre no estuvo consciente durante ese tiempo. No se molestaron en preguntarle si tenía motivos para creer que alguien quisiera matar a su padre. Aquello exigía un nivel de lucidez del que la joven no era capaz en aquellos momentos. Estaba en casa la noche de la muerte de Bobby Battle pero no recordaba si la había visto alguien.
Cuando se marchó de la sala, Michelle le dijo a King:
—Tenías razón. La niña mimada de papá está conmocionada.
—Pero ¿sabemos exactamente por qué?
Chip Bailey recibió una llamada que le obligó a marcharse de repente.
King y Michelle lo acompañaron hasta la puerta.
—Nos quedamos por aquí. Ya sabes, asuntos de los ayudantes del jefe de policía.
A Bailey no le hizo mucha gracia pero no tenía razones para impedírselo.
—Disfrutas acosándole, ¿verdad? —dijo Michelle en cuanto se hubo marchado.
—Busco los pequeños placeres de la vida allá donde se encuentren.
Regresaron a la biblioteca, donde Mason recogía la bandeja del café.
—Déjame ayudarte. —King juntó las tazas de café, vertiendo el contenido de una al hacerlo—. Lo siento —se disculpó. Recogió el líquido con una servilleta.
—Gracias, Sean —dijo Mason al tiempo que levantaba la bandeja.
Lo siguieron hasta la amplia cocina equipada con electrodomésticos de línea profesional y todos los artilugios que un cocinero necesitaría para transformar la comida en arte.
King dejó escapar un silbido.
—Me preguntaba cómo era posible que los Battle ofrecieran tantos platos deliciosos en las recepciones a las que he asistido.
Mason sonrió.
—La mejor calidad. La señora Battle no se conforma con menos.
King se sentó en el borde de una mesa.
—Por fortuna todavía estabas levantado cuando Remmy llegó a casa aquella noche —dijo—. Teniendo en cuenta todo lo que ha sufrido últimamente…
—Ha sido duro para toda la familia —apuntó Mason.
—Sin duda. ¿O sea que llegó a eso de las once?
—Así es. Recuerdo que miré la hora al oír el coche.
Michelle anotó la información mientras King seguía preguntando.
—¿Estabas todavía en la casa cuando recibió la llamada informándole de la muerte de Bobby?
Asintió.
—Estaba acabando algunas cosas y a punto de irme cuando bajó corriendo las escaleras. Estaba desesperada, medio vestida, ni siquiera se expresaba bien. Tardé unos momentos en tranquilizarla y lograr entender sus palabras.
—Dijo que llamó a Eddie para que viniese a buscarla.
—Pero no estaba en casa. Yo quería llevarla al hospital pero me dijo que me quedara aquí por si llamaba alguien. Se marchó al cabo de unos diez minutos. Cuando regresó parecía un fantasma, sin brillo en los ojos ni nada. —Mason bajó la mirada y pareció avergonzarse de lo que había dicho—. De todos modos, ahora resulta que lo asesinaron. La señora Battle es una persona fuerte. Tiene mucho aguante, pero dos golpes como estos y tan seguidos…
—Esta mañana parecía muy serena —comentó Michelle.
—Es fuerte —repitió Mason—. Y tiene que serlo por los demás.
—Sí, Savannah estaba muy afectada. Supongo que ella y su padre estaban muy unidos —dijo Michelle.
Mason no hizo ningún comentario al respecto.
—Aunque no ha estado mucho en casa en los últimos años —insistió ella.
—Casi nada —dijo Mason—. Aunque no sabría decir si eso es bueno o malo.
«Ya lo has dicho, Mason», pensó King, y dijo:
—Al parecer Savannah estaba en casa aquella noche. Me sorprende que no fuera al hospital con Remmy.
—No sé si estaba en casa o no. Yo no la vi.
—¿Puedo hablarte con sinceridad, Mason?
El hombre se volvió hacia él con gesto un tanto sorprendido.
—Supongo que sí.
—La muerte de Bobby quizá no esté relacionada con los demás crímenes.
—Bueno —dijo Mason lentamente.
—O sea, que si lo mató otra persona tenemos que empezar a buscar motivos.
—¿Te refieres a alguien de la familia? —preguntó al cabo.
—No necesariamente, pero no se puede descartar esa posibilidad. —Miró al hombre a los ojos—. Llevas mucho tiempo con ellos. Es fácil darse cuenta de que eres algo más que un miembro del servicio.
—He estado con ellos para lo bueno y para lo malo —declaró Mason.
—Cuéntanos lo malo —instó King.
—Mira, si intentas conseguir que diga algo en contra de la señora Battle…
—Lo único que intento es llegar a la verdad, Mason.
—¡Ella nunca habría hecho una cosa así! —exclamó con severidad—. Ella quería al señor Battle.
—No obstante no llevaba el anillo de bodas.
Mason lo miró de hito en hito.
—Creo que tenía que hacerle algún arreglo. No quería arriesgarse a que sufriera más daños. Yo no le daría mayor importancia —dijo.
«Bonita respuesta», pensó King.
—¿Se te ocurre alguien más?
Mason se lo pensó y negó con la cabeza.
—No sabría decirte. Me refiero a que no sé de eso —añadió rápidamente.
«¿Lo de antes o lo de ahora?», se preguntó King. Le tendió una de sus tarjetas.
—Si se te ocurre algo, llámanos. Somos más agradables que el FBI —añadió.
Mientras Mason los acompañaba a la salida, King se detuvo frente a una estantería que albergaba muchas fotos. Le había llamado la atención una en concreto. Se la señaló a Mason.
—Es Bobby Jr., el gemelo de Eddie. Tenía unos catorce años cuando se hizo esa foto. Nació unos minutos antes que Eddie, por eso él era el «júnior».
—No me digas que llevas tantos años con los Battle —le dijo Michelle.
—Compraron esta finca y estaban construyendo la casa, tenían a los niños y necesitaban ayuda. Respondí a un anuncio y estoy con ellos desde entonces. Otros miembros del servicio han ido y venido pero yo siempre he estado aquí. —Se le fue apagando la voz. Se recuperó y vio que King y Michelle le observaban—. Me han tratado muy bien. Si quisiera podría jubilarme.
—¿Tiene planes de hacerlo? —preguntó Michelle.
—Ahora no podría abandonar a la señora Battle, ¿verdad?
—Estoy convencido de que tu presencia significa mucho para ella —declaró King.
Michelle miró los rasgos extraños del muchacho de la foto.
—¿Qué tenía Bobby Jr.?
—Un grado de retraso mental muy alto. Cuando empecé a trabajar para ellos ya estaba mal. Entonces contrajo cáncer y murió poco después de cumplir los dieciocho.
—Era el gemelo de Eddie, pero Eddie es normal —dijo King—. ¿Eso no es poco corriente?
—Bueno, así fue la cosa. Eran mellizos.
—¿Qué tal se llevaba Eddie con su hermano?
—Hacía todo lo posible por él. No podía ser más cariñoso. Creo que Eddie sabía que él no había salido así por la gracia de Dios.
—¿Y Bobby padre?
—El señor Battle tenía mucho trabajo por aquel entonces, viajaba mucho. Ni siquiera estaba aquí cuando Bobby Jr. murió. Pero no me cabe duda de que quería al muchacho —se apresuró a añadir.
—Debió de ser muy traumático para Remmy que secuestraran a Eddie.
—De no ser por el agente Bailey, habría perdido a sus dos hijos.
—Por suerte está aquí otra vez —dijo King.
Salieron de la casa, pero cuando Michelle se encaminó hacia el coche, King la tomó del brazo.
—Hace un día precioso. Me apetece dar un paseo —dijo.
—¿Adónde?
—Ya lo verás. —Extrajo del bolsillo la servilleta que había utilizado para limpiar el café vertido y la olió. Sonrió.
—¿Qué es? —preguntó Michelle.
—No es una gran sorpresa, pero a Remmy le gusta el café con un poco de bourbon.