King acabó de cenar con sus amigos hacia las nueve y media y decidió llamar a Michelle para ver si quería tomar algo en el Sage Gentleman y seguir hablando del caso. Ella apareció al cabo de diez minutos. King observó divertido que muchos de los hombres que estaban sentados a la barra volvían la cabeza al ver a la alta y atractiva morena recorrer el local con paso seguro ataviada con unos vaqueros, un suéter de cuello alto, botas y un cortavientos del servicio secreto. Pensó en la de fantasías que se les estarían ocurriendo, sin saber que iba armada y era una mujer peligrosa e independiente.
—¿Qué tal la cena? —preguntó.
—Aburrida como era de esperar. ¿Qué tal el kickboxing?
—Necesito otro monitor —dijo ella.
—¿Qué le ha pasado al que tenías?
—No está a mi altura.
Mientras recorrían el local con la mirada en busca de una mesa libre, Michelle vio un rostro conocido en un rincón.
—¿Ese no es Eddie Battle?
En ese preciso instante, Eddie alzó la vista, los vio y les hizo seña de que se acercaran.
Se sentaron a su mesa, donde todavía había restos de la cena.
—¿Dorothea no cocina esta noche? —preguntó King con una sonrisa.
—Pues no. De hecho, esto representa buena parte de nuestra vida de casados. Yo soy quien suele cocinar —añadió con una mueca juvenil.
—Un hombre de muchos talentos —dijo Michelle.
Llevaba pantalones de pana, jersey negro con coderas marrones y mocasines.
—Veo que por fin te has quitado las botas de caballería —dijo Michelle.
—No sin esfuerzo. Con ese tipo de calzado se hinchan los pies.
—¿Cuándo tienes la siguiente recreación? —preguntó King.
—Este fin de semana. Por lo menos el tiempo ayudará. Esos uniformes de lana pican mucho y, si hace mucho calor, son un martirio. Aunque estoy pensando en dejarlo. Tengo la espalda fatal de tanto montar a caballo.
—¿Has vendido algún cuadro últimamente? —preguntó Michelle.
—Dos, ambos a un coleccionista de Pensilvania que resulta que también hace recreaciones. Sólo que él lucha para la Unión, pero no se lo tendré en cuenta. Al fin y al cabo, el dinero no conoce dueños.
—Me gustaría ver tu obra algún día —dijo King.
Michelle expresó el mismo deseo.
—Bueno, lo tengo todo en el estudio de detrás de la casa. Llamadme cuando queráis. Os lo enseñaré encantado. —Hizo una seña al camarero—. Parecéis sedientos y, como diría mi madre, beber solo es de mala educación y una vergüenza.
—¿Habéis resuelto el caso y sacado a Júnior Deaver del atolladero? —preguntó Eddie mientras esperaban los cócteles. Hizo una pausa antes de añadir—: Supongo que no podéis decírmelo. Estamos en bandos contrarios, ¿no?
—Es un caso difícil de resolver —dijo King—. Ya veremos.
Les trajeron las bebidas. King probó su whisky y preguntó:
—¿Qué tal está tu madre?
Eddie consultó su reloj.
—Está en el hospital, aunque ya son casi las diez, así que pronto la echarán de la habitación de papá. De todos modos, dormirá allí. Es lo que suele hacer.
—¿Cuál es el pronóstico de tu padre?
—La verdad es que ha mejorado. Dicen que lo peor ya ha pasado.
—Me alegra oírlo —dijo Michelle.
Eddie se tragó parte de su bebida y dijo:
—Tiene que salvarse. No hay otra opción. —Los miró a los dos—. No sé si mamá sobreviviría a su muerte. Y aunque la muerte nos espera a todos, no le imagino cabalgando hacia el atardecer en estos momentos. —Bajó la mirada, avergonzado—. Lo siento, demasiada ginebra me hace decir cursiladas. Probablemente por eso beber solo nunca es buena idea si se tienen problemas.
—Hablando de beber solo, ¿dónde está Dorothea? —preguntó Michelle.
—En un ágape —respondió Eddie cansinamente aunque se apresuró a añadir—: Una agente inmobiliaria tiene que hacer todas esas tonterías. Pero es indiscutible que tiene éxito.
—Cierto, Dorothea ha tenido mucho éxito —convino King con voz queda.
Eddie alzó su copa.
—Por Dorothea, la mejor agente inmobiliaria del mundo.
Michelle y King intercambiaron una mirada incómoda.
Eddie bajó la copa.
—Mirad, ella tiene lo suyo y yo tengo lo mío. Eso supone cierto equilibrio.
—¿Tenéis hijos? —preguntó Michelle.
—Dorothea nunca ha querido tener hijos, de modo que es asunto zanjado. —Se encogió de hombros—. Quién sabe, tal vez yo tampoco quería. Imagino que habría sido un padre pésimo.
—Podrías haber enseñado a tus hijos a pintar, a montar a caballo, quizás hasta les hubiese gustado hacer recreaciones.
—Todavía puedes tenerlos —añadió King.
—Para eso tendría que cambiar de esposa —dijo Eddie con una sonrisa de resignación—, y no estoy seguro de tener fuerzas para ello. Además, los Battle no se divorcian. Es impropio. Joder, si Dorothea no me matara por ello, es probable que mi madre sí lo hiciera.
—Bueno, es tu vida —comentó Michelle.
Él la miró de forma extraña.
—Eso es lo que uno cree, ¿verdad? —Apuró su copa y dijo—: He oído en las noticias que han llamado a los peces gordos para ayudar.
—Incluyendo a tu viejo amigo Chip Bailey.
—No estaría aquí de no ser por él.
—Estoy seguro de que tus padres le estuvieron muy agradecidos.
—Oh, sí. Mi padre le ofreció el puesto de jefe de seguridad en una de sus empresas. Cobrando un dineral.
—No lo sabía —dijo King—, pero está claro que no lo aceptó.
—No. Supongo que le gusta ser policía. —Eddie hizo chocar la cuchara contra el tenedor—. Recuerdo que cuando era niño en esta zona no había más que colinas y bosques. Era fantástico. Nunca nos preocupábamos de que ocurriera algo grave.
—¿Y ahora? —preguntó Michelle.
—Ahora matan a la gente en su casa, la dejan en el bosque, les disparan en el coche. Si quisiera formar una familia, no creo que lo hiciera aquí.
—Bueno, supongo que podrías vivir en cualquier sitio —dijo King.
—No estoy seguro de que a mi madre le gustara la idea.
—Pero insisto, Eddie, es tu vida, ¿no? —dijo Michelle.
Esta vez Eddie Battle no se molestó en responderle.