El brutal asesinato de Diane Hinson no sentó nada bien en su elegante y supuestamente segura urbanización. Cuando Michelle y King llegaron al lugar, un grupo reducido pero vociferante de vecinos había rodeado a varios atribulados hombres de traje que representaban a la directiva del selecto complejo. En medio del asedio también estaba el viejo guarda de segundad, que presentaba un aspecto tan consternado que parecía a punto de llorar.
Los coches de policía y otros vehículos de emergencia llenaban la calle delante del domicilio de Hinson, y la franja de césped que había delante de la casa estaba circundada por la cinta policial amarilla, aunque tampoco es que hubiera demasiada gente con ganas de ir a echar un vistazo. Los agentes uniformados iban y venían por la puerta de entrada y el garaje. King detuvo el vehículo y se apearon.
El jefe Williams los saludó desde la entrada delantera. Se dirigieron rápidamente hacia él y entraron en la casa.
Todd estaba más abatido que en el depósito de cadáveres. La gravedad parecía absorberlo hacia el interior de la tierra.
—¡Maldita sea! —exclamó—. No sé qué he hecho para merecer esto.
—¿Han identificado a Hinson de forma concluyente? —preguntó King.
—Sí, es ella. ¿Por qué? ¿La conoces?
—Es una ciudad pequeña, los dos somos abogados.
—¿La conocías bien?
—No lo suficiente para resultar útil en la investigación. ¿Quién la encontró?
—Se suponía que debía llegar temprano al trabajo, tenía que preparar un alegato o algo así. Como no aparecía, la gente de su bufete la llamó a casa y al móvil. Luego enviaron a alguien aquí. Su coche estaba en el garaje pero nadie respondía a la puerta. Se preocuparon y nos llamaron. —Williams meneó la cabeza—. Es el mismo tipo que se cargó a Tyler, Pembroke y Canney, no hay duda.
—¿Significa que has recibido una carta sobre los chicos del instituto? —preguntó Michelle.
Williams asintió, extrajo un papel del bolsillo y se lo tendió.
—Aquí tienes una fotocopia. Los del periódico no dijeron nada porque iba dirigida a Virgil y él estaba fuera. Al parecer, a nadie se le ocurrió abrirla. ¡Y se llaman reporteros! ¡Y una mierda!
—¿Estaba en clave como la primera? —inquirió King.
—No, así es como la recibimos. Y sin símbolos en el sobre.
—Pues la teoría del Zodiac se va por la borda —dijo King. Miró a Michelle—. ¿Qué dice?
Ella leyó rápidamente antes de leerla en voz alta:
—«Bueno, uno más y otros que seguirán. Ya os dije la primera vez que no era el hombre Z. Pero probablemente penséis que ese chico mordió el polvo bajo la mano de Z. Pensadlo de nuevo. Dejé el collar de perro porque el perro no me lo hizo hacer. Ni siquiera tengo perro. Quise hacerlo yo solo. Y no, tampoco soy él. Hasta la próxima, y no tardará demasiado. No SOS.»
Michelle miró a King con expresión confundida.
—¿El collar de perro? ¿Y el perro no me lo hizo hacer?
—Ya veo que eres demasiado joven, Michelle —dijo King—. SOS es Hijo de Sam[2], David Berkowitz, un asesino de Nueva York en los años setenta. Le apodaron el asesino del picadero porque algunas de sus víctimas eran parejas jóvenes a las que mataba en el coche.
—El picadero, como Canney y Pembroke —dijo Michelle.
Williams asintió y dijo:
—Y Berkowitz decía que su vecino tenía una especie de demonio que le comunicaba las órdenes para matar a través de su perro. Una gilipollez, por supuesto.
—Pero nuestro hombre sabe muy bien qué está haciendo. Lo ha dicho —declaró King.
—No lo entiendo —intervino Michelle—. ¿Por qué cometer asesinatos imitando el estilo de antiguos asesinos para luego escribir cartas explicando que no se trata de eso? Me refiero a que la imitación es la forma más sincera de adulación, ¿no?
—Quién sabe —dijo Williams—. Pero mató a los dos jóvenes.
King miró al jefe y volvió a echar un vistazo a la carta.
—Un momento. No ha dicho eso. Ha dicho «uno más».
—No te pongas quisquilloso con la sintaxis de un loco —replicó Williams—. Se los cargó a los dos y ya está.
—Vuelve a mirar la carta, también emplea el singular: «chico», no «chicos».
Williams se rascó la mejilla.
—Bueno, a lo mejor se le olvidó la última letra. Podría ser tan sencillo como eso.
—Si fue intencionado, ¿de qué chico habla? —preguntó Michelle.
Williams suspiró antes de señalar hacia las escaleras.
—Bueno, venid a ver esto —dijo—. De todos modos, no creo que aclare nada. Y no necesito una puñetera carta para decirme a quién no está imitando esta vez.
Subieron las escaleras y entraron en el dormitorio. Diane Hinson seguía en el mismo sitio donde había muerto. Técnicos forenses, agentes de policía, hombres del FBI y detectives de la policía estatal se ocupaban de analizar la escena del crimen y recabar todo aquello que resultara útil. Sin embargo, a juzgar por sus gestos de contrariedad, les resultaba muy difícil encontrar pistas.
King vio a Sylvia Diaz enfrascada en una conversación con un hombre fornido que llevaba un traje que no le sentaba nada bien. Ella le dedicó una sonrisa cansina y volvió la cabeza. Cuando King se fijó en el símbolo de la pared, se llevó un buen susto.
Era una estrella de cinco puntas pero dibujada al revés.
—Sí, te ha pasado como a mí —dijo Williams antes de inclinarse para levantar la camiseta de Hinson—. Y también está aquí. —Todos observaron el dibujo en el vientre de la mujer.
Michelle también había visto el símbolo de la pared.
—Es una estrella de cinco puntas al revés —dijo. Tomó aire y miró a King y Williams—. Ese sí que lo conozco. Richard Ramírez, ¿verdad?
—El Acosador Nocturno —dijo King, asintiendo—, quien, si no me equivoco, actualmente está en el corredor de la muerte a casi cinco mil kilómetros de aquí. Dibujó la estrella de cinco puntas al revés en algunas de sus víctimas y también en la pared del dormitorio de una de ellas, igual que aquí.
Williams puso el cadáver de costado y todos contemplaron las múltiples cuchilladas que le cubrían la espalda.
—Sylvia cree que la tumbaron boca abajo, la apuñalaron en la espalda y luego la giraron y le apoyaron la mano en el cajón de la cómoda.
El jefe volvió a colocarla como estaba, sin indicio de que fuera a devolver el desayuno. La resistencia de Williams a las imágenes de pesadilla parecía ir en aumento.
—¿Alguna pista? —preguntó Michelle.
—Empleó un cuchillo de la cocina para apuñalarla y el cable del teléfono para atarla. Tiene marcas en las muñecas que lo atestiguan. Pero le quitó las ligaduras para apoyarle el brazo. Aquí hay muchas huellas, pero me sorprendería que el cabrón no hubiera llevado guantes.
—¿Estamos seguros de que se trata de un hombre?
—No hay señales de lucha. La inmovilizó bastante rápido. Y aunque una mujer podría haberlo hecho con un arma en la mano, atarla habría resultado muy difícil. Hinson podría haberse revuelto. Estaba muy en forma.
—¿Y nadie vio ni oyó nada? —dijo King, desconcertado—. Estas casas son adosadas. Alguien debió de ver u oír algo.
—Lo estamos investigando, por supuesto, pero es demasiado pronto para saberlo. La casa que está a la derecha de la de Hinson está a la venta y vacía.
—¿A qué hora murió? —preguntó Michelle.
—Esto tendrás que preguntárselo a Sylvia, si es que el tipo del FBI la suelta.
King miró de nuevo a Sylvia.
—¿Es del VICAP?
—Si quieres que te sea sincero, no estoy seguro. Ha venido tanta gente que no sé quién es quién.
—Todd —dijo King—, asegúrate de no decir eso delante de un abogado defensor.
Williams pareció confundido pero al punto dijo:
—Oh, ya te entiendo.
Se acercaron a mirar el reloj.
—Marca las cuatro en punto —añadió Williams y torció el gesto.
King se inclinó y lo miró más de cerca.
—No, no es así.
—¿Qué? —exclamó Williams.
—Está puesto a las cuatro y un minuto.
Williams se inclinó a su lado.
—Venga ya, Sean. Creo que, dadas las circunstancias, ya es suficientemente significativo.
—El asesino ha sido muy meticuloso hasta ahora, Todd.
Williams adoptó una expresión escéptica.
—Acababa de matar a esta mujer y quería largarse. Probablemente actuara a oscuras. A diferencia de las anteriores escenas del crimen, aquí podía haber testigos potenciales. Con las prisas, probablemente no reparó en que se pasaba un minuto.
—Tal vez —dijo King con el mismo grado de escepticismo—. Pero un asesino suficientemente cuidadoso como para no dejar ni un solo rastro no me parece que vaya a escribir «chico» cuando quería decir «chicos», o que ponga el reloj a las cuatro y un minuto si quería ponerlo a las cuatro.
—Entonces ¿por qué quiso ponerlo a las cuatro y un minuto? —preguntó Michelle.
King no tenía respuesta para eso. Observó el cadáver mientras Williams se iba a comprobar otra cosa en la habitación.
Michelle le puso una mano en el hombro.
—Lo siento, Sean, había olvidado que la conocías.
—Era buena persona y una abogada muy competente. No se merecía esto; bueno, nadie se lo merece.
Cuando pasaron al lado de Sylvia al salir, ella los detuvo. El hombre del traje estaba hablando con otro grupo alrededor del cadáver. Era un poco más bajo que King, pero más gordo y fornido; parecía que la espalda iba a reventarle el traje. Tenía pelo castaño con canas, orejas grotescas y nariz chata de boxeador entre unos ojos castaños e intensos.
—Bueno, ya van cuatro. El Acosador Nocturno. Quién lo diría… —Sylvia meneó la cabeza.
—¿Quién es el hombre con el que estabas hablando? —preguntó King.
—Un agente del FBI. Chip Bailey, de Charlottesville.
—¿Chip Bailey? —repitió King lentamente.
—¿Lo conoces? —inquirió Sylvia.
—No, pero no me importaría conocerle.
—Ya te lo presentaré. Más tarde. Ahora esta gente está muy ocupada.
—De acuerdo. —Hizo una pausa antes de añadir—: ¿Te has fijado en la hora del reloj?
Sylvia asintió.
—Las cuatro y un minuto. Como el de Pembroke.
—¿Cómo? —exclamaron King y Michelle al unísono.
—El reloj de Pembroke marcaba las dos y un minuto. ¿No os lo había dicho?
—No —respondió Michelle—, y Todd tampoco. A él no le parece que un minuto sea importante.
—¿Tú qué opinas? —le preguntó King.
—Me parece importante, pero no sé por qué.
—¿Hay algo más que te sorprenda? —inquirió King.
—He comprobado si hubo móvil sexual, por supuesto. Negativo. Lleva muerta ocho o nueve horas. Doce puñaladas.
Michelle interpretó el tono de voz de Sylvia.
—Eso significa ensañamiento.
—Sí, y también rabia —dijo Sylvia—. No presenta heridas defensivas ni en manos ni en antebrazos. Está claro que la sorprendió y la inmovilizó rápidamente. —Recogió el bolso—. Vuelvo a la consulta. Tengo pacientes que examinar y luego haré la autopsia de Hinson.
—Saldremos contigo —dijo King.
El sol iba calentando rápidamente el aire fresco del exterior.
—¿Qué tal va la investigación sobre Júnior Beaver? —preguntó Sylvia.
King la miró sorprendido.
—¿Cómo lo sabes?
—Me encontré con Harry Carrick en el supermercado. Le dije que estabais investigando los asesinatos y me contó que también trabajabais para él. Sigo sin creerme que Júnior Deaver hiciera una cosa así. Ha trabajado en mi casa. Siempre me pareció muy educado y trabajador, aunque un poco tosco.
—Fuimos a ver a Remmy, Eddie, Dorothea, Savannah y el personal de servicio.
—Y conseguisteis poca cosa, seguro —comentó Sylvia.
—Remmy está muy afectada por lo de Bobby —señaló King.
—He oído decir que está muy mal.
—Bueno, hay esperanza —dijo Michelle—. Hace poco volvió en sí, incluso habló, pero parece ser que divaga, no es congruente, sólo suelta nombres y cosas así. Pero supongo que es una buena señal.
—Los derrames cerebrales son impredecibles —dijo Sylvia—. Cuando crees que el paciente se está recuperando, de repente se muere, o viceversa.
King meneó la cabeza.
—Bueno, espero que sobreviva, más que nada por Remmy. —Miró a Sylvia—. ¿Nos informarás de lo que descubras sobre Hinson?
—Todd me ha dicho que os informe y él es el jefe. Por lo menos hasta que el FBI o la policía estatal se haga cargo de la investigación.
—¿Lo crees probable? —preguntó Michelle.
—Si el objetivo es encontrar a este maniaco, creo que sería algo positivo.