Júnior Deaver tenía el aspecto inequívoco de un hombre que se gana la vida con las manos. Llevaba los vaqueros y la camiseta llenos de manchas de pintura y parecía revestido de polvo de yeso. Medía casi dos metros y tenía brazos gruesos y fuertes, muy bronceados y con numerosas cicatrices, costras y por lo menos cinco tatuajes, según el recuento de Michelle, dedicados a varios temas desde las madres hasta Lulu pasando por la Harley-Davidson. El pelo castaño y largo le clareaba y lo llevaba recogido en una coleta que le resaltaba las canas y las entradas cada vez más pronunciadas. Llevaba una pequeña perilla y unas pobladas patillas casi le cubrían las mejillas regordetas. Sacó a su hija pequeña, una niña de seis años de hermosos ojos pardos y finas coletas, de la furgoneta con una ternura que Michelle nunca habría esperado de él.
Lulu Oxley era delgada y vestía un traje chaqueta negro recién planchado y zapatos de tacón bajo. Peinada de peluquería con el pelo castaño recogido en un original moño, llevaba unas gafas modernas de montura dorada. En una mano sujetaba un maletín y en la otra la manita de un niño de unos ocho años. Su tercer retoño, una niña de unos doce años, la seguía cargada con una pesada mochila escolar. Los tres niños vestían el uniforme de una escuela católica de la zona.
King dio un paso adelante y le tendió la mano a Júnior.
—Júnior, soy Sean King. Harry Carrick nos ha contratado para que trabajemos en tu nombre.
Júnior miró a Lulu, quien asintió, y entonces estrechó a regañadientes y con excesiva fuerza la mano de King. Michelle vio que su socio hacía un gesto de dolor antes de soltársela.
—Te presento a mi socia, Michelle Maxwell.
Lulu los observó a los dos.
—Harry me avisó de que vendríais —dijo—. Acabo de sacar a Júnior y no quiero que vuelva a entrar.
—No voy a volver —gruñó Júnior—. Porque no he hecho nada malo. —Mientras lo decía, la niña que sostenía en brazos empezó a sollozar—. Oh, cielo. Mary Margaret, no llores. Papá se va a quedar en casa. —La niña siguió sollozando.
—¡Mamá! —llamó Lulu—, ven a buscar a los niños, ¿quieres?
Priscilla apareció en la puerta, sin pistola a la vista, e hizo entrar a los dos mayores en la caravana antes de tenderle los brazos a Mary Margaret para llevarse a la llorosa niña. Lanzó una mirada a Júnior.
—Bueno, ya veo que hoy día sueltan a cualquiera de la cárcel.
—¡Mamá! —exclamó Lulu con severidad—, entra y ocúpate de los niños.
Priscilla soltó a Mary Margaret que entró corriendo en la caravana. Luego asintió en dirección a King y Michelle.
—Este tío que tiene tanta labia y su chavala han venido a hacer un montón de preguntas. Dicen que trabajan para Júnior. Yo les dispararía un tiro de advertencia y les mandaría por donde han venido.
Al oír lo de «chavala» King agarró a Michelle del brazo para que no cometiese una imprudencia.
—Señora Oxley —dijo él—, como ya le he dicho, estamos aquí por Júnior. Ya hemos ido a ver a Remmy Battle.
—Vaya, la finolis —espetó Priscilla Oxley, y soltó un resoplido—. ¿Y qué tal está hoy la reina del cotarro?
—¿La conoce? —preguntó King.
—Trabajé en el Greenbrier Resort, en Virginia Occidental. Ella y su familia iban allí a menudo.
—¿Y era… exigente? —inquirió King.
—Era una tocahuevos —declaró Priscilla—. Y si Júnior fue tan imbécil como para robarle a una bruja como esa, se merece lo que le caiga.
Lulu señaló con el dedo a su madre.
—Mamá, tenemos cosas de que hablar con esta gente. —Miró hacia la puerta de la caravana, donde Mary Margaret estaba escuchando y temblando de angustia—. Cosas que los niños no tienen por qué escuchar.
—No te preocupes por eso, querida —respondió Priscilla—, les informaré sobre todos los defectos de su padre. Sólo que me llevará unos dos meses.
—Madre, no lo hagas —dijo Júnior bajando la vista. Era bastante más alto que Priscilla, aunque no pesara mucho más que ella, pero tanto a King como a Michelle les quedó claro que le tenía terror a su suegra.
—No me llames madre. Con todo lo que Lulu y yo hemos hecho por ti, y ¿así nos lo pagas? ¡En menudo lío te has metido! ¡A ver si vas a acabar en la silla eléctrica!
Los sollozos de Mary Margaret se convirtieron en berridos y Lulu entró en acción.
—Disculpadme —dijo a King y Michelle.
Subió la escalerilla, agarró a su madre por el vestido y tiró de la voluminosa mujer hacia el interior de la caravana junto con Mary Margaret. Tras la puerta cerrada se oyeron gritos amortiguados y voces airadas y luego de repente se hizo el silencio. Al cabo de unos segundos, Lulu salió y cerró la puerta.
—Mamá a veces se pasa si ha bebido. Lo siento —se disculpó.
—No le caigo demasiado bien —dijo Júnior, aunque no hacía falta que lo aclarase.
—¿Por qué no nos sentamos aquí? —sugirió Lulu al tiempo que señalaba una vieja mesa de camping situada a la derecha de la caravana.
En cuanto lo hicieron, King les informó de la visita a los Battle.
—El problema está ahí —dijo Lulu señalando el cobertizo situado detrás de la caravana—. Le he dicho a Júnior un millón de veces que ponga una puerta y un cerrojo.
—Ya sabéis —dijo él tímidamente—, trabajo en casa de los demás y no tengo tiempo para la mía.
—Pero la cuestión es —continuó Lulu— que ahí puede entrar cualquiera.
—No si está Luther —dijo Júnior haciendo una seña hacia el perro que había salido del cobertizo otra vez y ladraba de alegría al ver a sus dueños.
—¡Luther! —exclamó Lulu con incredulidad—. Claro que ladra, pero no muerde, y se tumba como un bebé cuando alguien le ofrece un hueso. —Se volvió hacia King y Michelle—. Hay colegas que continuamente le piden herramientas. Si no estamos aquí, le dejan notitas diciendo cuándo devolverán lo que han cogido, pero a veces nunca lo devuelven. Está claro que Luther nunca ha cortado por lo sano.
—Dejan media docena de cervezas como agradecimiento —se apresuró a decir Júnior—. Son buenos chicos.
—Que son chicos está claro, pero lo de buenos está por ver —repuso Lulu con vehemencia—. Uno de ellos podría haberte tendido una trampa.
—Venga, nena, ninguno de ellos me haría una cosa así.
—Lo único que tenemos que presentar es una duda razonable. Si el jurado piensa que hay otra versión eso ya es positivo —explicó King.
—Es verdad, Júnior —dijo su mujer.
—Pero son amigos míos. No voy a meterlos en líos. Sé que no han hecho nada contra mí. Joder, es imposible que entraran en casa de los Battle. Y además tampoco iban a enfrentarse a la señora Battle, eso está más claro que el agua. No he ido a la universidad pero soy suficientemente listo como para no llevarme el puto anillo de bodas de esa mujer. Joder, ¡como si me hiciera falta!
—No tienes que hacer nada contra tus amigos —insistió King—. Sólo danos nombres y direcciones, e investigaremos con discreción. Probablemente todos tengan buenas coartadas y podamos pasar a otra cosa. Pero mira, Júnior, sean amigos o no, necesitamos encontrar a otros posibles sospechosos. Las pruebas en tu contra son muy consistentes.
—Escúchale, Júnior —dijo su mujer—. ¿Quieres volver ala cárcel?
—Claro que no, nena.
—¿Pues entonces? —Ella lo miró expectante.
Júnior les dio varios nombres y direcciones a regañadientes.
—Vamos a ver, Júnior —dijo King con tacto—. Tienes que ser muy claro conmigo. Trabajamos para tu abogado, así que todo lo que digas es confidencial, no saldrá de aquí. —Hizo una pausa y escogió sus palabras con cuidado—. ¿Tuviste algo que ver con ese robo? No me refiero a que lo cometieses tú, pero ¿es posible que hicieras algo para ayudar a otra persona a cometerlo, quizás incluso sin saberlo?
Júnior se levantó con los puños apretados.
—Muy bien, gilipollas, ¿qué te parece si te parto la cara? —bramó.
Michelle se levantó y llevó la mano a la cartuchera, pero King le hizo una señal de que no se moviera.
—Júnior, mi socia fue atleta olímpica, tiene varios cinturones negros y podría partirnos la boca a los dos con un solo movimiento. Además lleva una nueve milímetros y te podría meter una bala entre ceja y ceja en menos que canta un gallo. Ha sido un día largo y estoy cansado, ¡así que siéntate y empieza a usar la cabeza antes de que acabemos mal!
Júnior miró boquiabierto a Michelle, quien le devolvió la mirada sin el menor rastro de preocupación o temor. Él se sentó pero siguió mirándola cada tanto mientras King continuaba.
—No queremos llevarnos sorpresas por el camino. Así que si hay algo que no nos hayas contado a nosotros o a Harry, tendrás que hacerlo ahora mismo.
Tras unos instantes Júnior negó con la cabeza.
—No os he ocultado nada. Yo no fui y no tengo ni idea de quién fue. Y ahora me largo a ver a mis hijos. —Se levantó y entró en la caravana pisando fuerte.