Remmy Battle los condujo al interior y subieron por la escalera hasta la segunda planta. Según observó Michelle, parecía que habían ido ampliando la casa con el tiempo y las alas nuevas salían del viejo bloque central.
Remmy pareció leerle el pensamiento, porque dijo:
—Hace décadas que la casa se está ampliando. Muchos de nuestros amigos tienen fincas bonitas en distintos lugares del mundo, pero esta es la única que Bobby y yo siempre hemos querido. En ciertas partes parece una especie de mezcolanza y algunos pasillos desembocan en una pared pero a mí… —se corrigió al instante— a nosotros nos encanta.
Llegaron a una puerta que Remmy abrió.
Se trataba de una habitación con muebles bonitos, pintada con colores agradables y con una hilera de ventanas. Una de ellas parecía nueva.
Remmy la señaló.
—Entró por ahí. La policía dice que utilizó una palanca. Al final me dieron permiso para que arreglara el estropicio.
King observó un pequeño marco rajado que había en una cómoda. No tenía cristal. Lo tomó.
—¿Qué le ha pasado a esto?
Remmy frunció el entrecejo.
—Ese cuadrito estaba en una mesa junto a la ventana. Se rompió cuando Júnior entró. Todavía no lo he arreglado.
King y Michelle observaron el retrato del joven que contenía el marco roto. El dibujo estaba rasgado por la mitad.
—¿Quién es? —inquirió King.
—Es un retrato de Bobby Jr. Nunca perdonaré a Júnior haberlo estropeado.
—Tengo entendido que tenías una especie de cajón oculto en el vestidor —dijo King.
Remmy asintió y les condujo al bonito vestidor de caoba. Tenía compartimientos empotrados por todas partes y la ropa, los bolsos, los zapatos, los sombreros y accesorios estaban perfectamente ordenados.
King lo observó con indisimulada aprobación. Él tenía todas sus pertenencias perfectamente ordenadas, hecho bien conocido por Michelle. Ella advirtió su expresión de satisfacción y, cuando Remmy no miraba, le dio un golpecito en el brazo, se estremeció como si tuviera un orgasmo y luego fingió fumarse un cigarrillo tras consumar el acto.
—¿Dónde está el cajón oculto, si puedo preguntarlo? —dijo King después de fulminar con la mirada a su socia.
Remmy extrajo un cajón ligeramente y luego dio un golpecito a una pieza plana de madera que había más abajo. Se abrió y dejó al descubierto un compartimiento de unos cuarenta y cinco por sesenta centímetros.
—Un frente falso —explicó Remmy—. Parece un trozo de madera de relleno, pero si se extrae el cajón de encima se prepara una palanca en el frente falso. Si luego se da un golpecito en el extremo superior derecho de ese frente la palanca se acciona y el cajón se abre.
King examinó el mecanismo.
—Muy inteligente.
—Siempre quise un cajón secreto en mi vestidor —dijo Remmy—. Desde que era pequeña.
—Pero el ladrón no sabía cómo abrirlo, ¿no? —observó Michelle.
—Júnior Deaver no sabía cómo abrirlo —la corrigió Remmy—. Prácticamente todos los cajones estaban destrozados y forzados. Me ha costado una fortuna arreglarlos. Se lo haré pagar a Júnior en el tribunal. Que no se os olvide decírselo a Harry.
—Pero ¿cómo es posible que alguien, aparte de usted, supiera que aquí había un cajón secreto? —quiso saber Michelle.
—Con los años supongo que debo de haberlo mencionado alguna vez. No pensé que supusiera ningún riesgo porque creía que nuestro sistema de seguridad era de primera categoría.
—¿El sistema estaba encendido? —preguntó King.
—Sí, pero no hay detectores de movimiento en la segunda planta, y las ventanas de aquí tampoco están conectadas. Instalamos el sistema hace años después de casi una tragedia. Supongo que entonces pensamos que quienes llegan a la primera planta no se aventuran a la segunda —añadió.
—¿Cuál fue la casi tragedia? —preguntó King.
Remmy lo miró.
—Secuestraron a mi hijo Eddie.
—Nunca lo había oído —dijo él.
—Ocurrió hace más de veinte años, cuando estudiaba en la universidad.
—Pero todo acabó bien, obviamente —dijo King.
—Sí, gracias a Dios. Ni siquiera tuvimos que pagar el rescate de cinco millones de dólares.
—¿Por qué? —inquirió Michelle.
—El FBI siguió la pista del secuestrador y lo mató en un tiroteo. De hecho, Chip Bailey, el agente del FBI que rescató a Eddie y mató al secuestrador, vive cerca de aquí. Sigue trabajando para el FBI, en Charlottesville.
—¿No había nadie en la casa cuando se produjo el robo? —preguntó King.
Remmy se sentó en el borde de una gran cama con dosel, dando golpecitos con sus dedos largos y esbeltos en el poste tallado.
—Savannah todavía estaba en la universidad —dijo—. Acabó la carrera en invierno pero decidió quedarse a pasarlo bien como licenciada. Supongo que os habéis percatado de que a mi hija le gusta la juerga. Eddie y Dorothea no estaban en la ciudad. Mason, nuestro ayudante, y Sally, la chica que se encarga de las caballerizas, viven en una casa al fondo de la finca. De todos modos, no se habrían dado cuenta de nada. Las ventanas de mi dormitorio dan a una parte bastante aislada.
—Entonces ¿vive sola en la casa? —preguntó Michelle.
—Vivo con mi marido. Nuestros hijos ya son mayores y ya hemos dado suficiente cobijo a amigos y parientes durante años. La casa casi siempre estaba llena. Ahora la disfrutamos sólo nosotros.
—La noche del robo la casa estaba vacía —dijo King—. Tengo entendido que estabas en el hospital con Bobby, ¿no es así?
—Así es, en el Wrightsburg General.
—Nos dijeron que usted no regresó a casa hasta las cinco de la mañana —apuntó Michelle—. ¿El horario de visitas es tan permisivo?
—Dormí en una habitación privada en la misma planta que él y que me ofreció el hospital —explicó Remmy.
—Qué detalle por su parte —comentó Michelle.
—Nuestro nombre se lee en la fachada del hospital, querida —replicó Remmy con altivez, antes de añadir con voz más rotunda—: La verdad es que por quince millones de dólares me pareció que era lo mínimo que podían hacer.
—Oh —dijo Michelle tímidamente.
—La policía me dijo que todas las pruebas apuntan a Júnior, incluidas las huellas dactilares.
—Pero estaba trabajando aquí —le recordó King—. Eso podría explicar la presencia de las huellas.
—Las encontraron en la cara externa de uno de los cristales de la ventana forzada —repuso ella, y añadió—: Contraté a Júnior para que trabajara en el dormitorio, no en el exterior de la puñetera ventana.
—También robaron en el vestidor de Bobby, ¿verdad?
—Lo forzaron.
—¿Y qué se llevaron? —preguntó Michelle.
—Venid, podéis verlo con vuestros propios ojos.
Enfilaron el pasillo hasta otra puerta. Era una habitación que apestaba a humo de puro y tabaco de pipa. A Michelle le pareció una estancia muy masculina. Sobre la chimenea había un soporte para escopetas aunque no sostenía ningún arma. De otra pared colgaba un par de espadas antiguas, cruzadas y formando una gran X. Había varios óleos de caballos espléndidos. En un rincón se veía un soporte para pipas con varias más que usadas. En otro rincón había una mesa de escritorio y una silla. La cama era pequeña y la cómoda contigua estaba repleta de revistas de pesca, caza y ciencia. Había una pared entera recubierta con fotos de Bobby Battle. Era un hombre alto, de pecho abultado, pelo oscuro y ondulado y unas facciones que parecían férreas. En la mayoría de las fotos estaba pescando o cazando, aunque en una se le veía saltando en paracaídas de un avión y en otra pilotando un helicóptero.
Remmy arrugó la nariz.
—Lo siento por el olor. Hace días que está aireándose pero el olor persiste. Debe de haber impregnado la moqueta y los muebles. A Bobby le encantan las pipas y los puros.
Mientras Michelle observaba la guarida de Robert E. Lee Battle visualizaba mentalmente imágenes del hombre aparte de las que veía en las fotos: un hombre fuerte como un toro que vivía la vida al límite y no dejaba títere con cabeza. La idea de que un hombre como aquel estaba en coma la deprimió, aunque no lo conocía y le desagradaba su fama de mujeriego.
Michelle señaló varias fotos de Battle con grupos de personas.
—¿De dónde son estas?
—Con empleados suyos. Bobby es un ingeniero reconvertido en empresario. Tiene más de cien patentes. A juzgar por esta habitación podrías pensar que mi esposo se ha dedicado a la buena vida, pero, por encima de todo, Bobby es muy trabajador. Todo lo que ha inventado le proporciona dinero.
—¿Cuándo se conocieron? —preguntó Michelle, y se apresuró a añadir—: Ya sé que es una pregunta personal pero parece un hombre fascinante.
A Remmy le hizo gracia la pregunta.
—Hace cuarenta y cinco años entró en la tienda de ropa de mi padre en Birmingham, Alabama, y anunció que me había visto en varias ocasiones y que era la mujer más guapa que conocía y que iba a casarse conmigo. Y que sólo quería que mi padre lo supiera, aunque dijo que no venía a pedirle mi mano, lo cual era y sigue siendo la costumbre en aquellas tierras. Dijo que la única persona a la que tenía que convencer de sus intenciones era a mí. Y lo consiguió. Yo sólo tenía dieciocho años y no sabía nada de la vida, pero no era una incauta. Al final me conquistó.
—Menudo torbellino de hombre —dijo King.
—Es diez años mayor que yo. Cuando nos casamos no tenía demasiado dinero pero poseía la inteligencia y el empuje para conseguirlo. Era especial. Y aun así me eligió a mí. —Pronunció esta última frase con una humildad sorprendente.
—Bueno, no puede decirse que no fueras un buen partido —comentó King con sinceridad.
—Supongo que fui una de las pocas que supo hacerle frente. Oh, tuvimos nuestros más y nuestros menos, como todo el mundo —añadió con voz queda. Abrió una puerta y anunció—: El vestidor de Bobby.
Era mucho más pequeño que el de su mujer pero también estaba muy ordenado.
Remmy apartó unos pantalones que colgaban de unas barras y señaló el lateral de uno de los compartimientos, donde había un panel de madera roto.
—Aquí hay un cajón secreto, del mismo tamaño que el mío. Uno de los cajones de este armario grande no llega hasta el fondo, ya lo veis. Es un truco inteligente porque desde delante es prácticamente imposible saber la hondura de los cajones. Y no se ve el ojo de la cerradura en el lateral, a no ser que lo busques. He estado aquí miles de veces y nunca me había fijado.
King le lanzó una mirada.
—¿O sea que no sabías que Bobby tenía un cajón secreto?
Remmy apretó los labios: había hablado más de la cuenta.
—No, no lo sabía —reconoció.
—¿Qué robaron?
—¿Qué más da? Sé lo que me robaron a mí.
—Remmy, ¿quieres decir que no sabes qué guardaba Bobby aquí? —preguntó King.
Ella permaneció callada unos instantes. Cuando respondió, lo hizo con un tono más contenido.
—No, no lo sé.