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King y Michelle embarcaron en un pequeño avión que los trasladó a Carolina del Sur. Una vez allí, se dirigieron en coche a la prisión de máxima seguridad a la que habían trasladado a Eddie Battle para el resto de sus días. Michelle prefirió esperar fuera mientras King le visitaba.

Trajeron a Eddie con grilletes y rodeado de cuatro guardianes fornidos que no le quitaron ojo de encima ni un instante. Iba rapado y tenía cicatrices y heridas en el rostro y antebrazos; King sabía que se las habían hecho en la prisión. Se preguntó cuántas más habría bajo el mono. Se sentó frente a Eddie. Estaban separados por un panel de plexiglás de casi tres centímetros de grosor. King ya había sido informado de las normas para las visitas y la principal era no hacer movimientos bruscos ni intentar establecer contacto físico con el recluso. No tendría ningún problema en cumplirlas.

—Iba a preguntarte qué tal, pero ya lo veo.

Eddie se encogió de hombros.

—No está tan mal. Bastante simple. Mata o déjate matar, y yo sigo aquí. —Miró a King con expresión extraña—. No esperaba volver a verte.

—Tengo unas cuantas preguntas que hacerte. Y también algo que decirte. ¿Por dónde prefieres que empecemos?

—Por las preguntas. Los tíos de aquí no preguntan mucho. Paso la mayor parte del tiempo en la biblioteca. Hago pesas, juego al fútbol; estoy montando un equipo con algunos chicos. Sin embargo, no me dejan pintar. Supongo que temen que ahogue a alguien en el bote. Lástima.

—Primera pregunta: ¿el derrame cerebral de tu padre fue el principio de todo?

Eddie asintió:

—Llevaba un tiempo pensándolo. No estaba seguro de si tendría valor para hacerlo. Cuando el viejo enfermó, todo se me activó en la cabeza. Ahora o nunca.

—Segunda pregunta: ¿por qué matar a Steve Canney? Pensé que lo hacías por tu madre, pero ahora sé que no fue así.

Eddie se movió en el asiento y los grilletes sonaron. Uno de los guardas arrugó el entrecejo. Eddie sonrió y le enseñó irónicamente las manos antes de volver a mirar a King.

—Mis padres dejaron que mi hermano muriera, y mi viejo va y tiene otro hijo con una zorra. Yo ni necesitaba ni quería otro hermano. Ese chico, Canney, creció sano y fuerte. Tenía que haber sido Bobby Jr., ¿entiendes? —Alzó la voz y los cuatro guardas se acercaron a mirar. King no sabía quién daba más miedo, si Eddie o ellos.

—Tercera pregunta: como ahora sé que te daba igual que Júnior hubiera robado a tu madre, ¿por qué lo mataste?

—Un retrato de mi hermano se estropeó durante el robo.

—Tu madre me lo enseñó.

—Era un retrato de antes de que enfermara. —Eddie hizo una pausa y colocó las manos esposadas en la madera que tenía delante—. Lo había dibujado yo. Me encantaba ese retrato. Y quería que estuviera en la habitación de mamá para que no olvidara lo que había hecho. Cuando lo vi destrozado, decidí que mataría al culpable.

—Por si te interesa, te diré que todo esto ha conmocionado mucho a Remmy aunque intente disimularlo.

—Ha tenido suerte de que no tuviera valor para matarla a ella.

—¿La idea de imitar a asesinos en serie famosos se te ocurrió por Chip Bailey?

Eddie esbozó una sonrisa burlona.

—El viejo Chippy. Siempre alardeando de lo listo que era en comparación con los demás, de cuánto sabía sobre asesinos en serie, de su modus operandi. Afirmó que podría atrapar incluso al más listo de ellos. Bueno, asumí el reto. Creo que los resultados hablan por sí solos.

—Última pregunta: si tu padre no hubiera sido asesinado, ¿qué habrías hecho?

—Matarlo. Y le hubiese dejado todo lo que me había llevado de mis víctimas. Quería que supiera lo que había hecho. Quería que por una vez en su vida asumiera responsabilidades. Cuando murió, se lo coloqué todo a Robinson para inculparle. —Hizo una pausa, arrugó la frente y al final dijo en voz baja—: Supongo que soy como mi padre.

King comprendió que aquello era lo más duro que Eddie podía pensar de sí mismo, y que se lo autoimponía.

—Bueno, ¿qué has venido a decirme?

King bajó la voz.

—Que tienes razón en lo de Sylvia. Se lo he dicho a la cara, aunque no puedo probar nada. Seguiré intentándolo.

—¿Entendiste mi pista «Teet»?

—Sí.

—Lo descubrí cuando fui a la sede del FBI en Quantico con Chip.

—Sylvia se ha marchado de Wrightsburg, probablemente empiece una nueva vida con otro nombre.

—Qué suerte la suya.

—No se lo he contado a nadie, ni siquiera a Michelle.

—Supongo que da igual.

—No da igual, Eddie, lo que pasa es que ahora mismo no puedo hacer nada al respecto. No ha dejado el menor rastro pero seguiré intentándolo. —King se puso en pie—. No volveré a verte.

—Lo sé. —Al levantarse, Eddie dijo—: Oye, Sean, ¿puedes decirle a Michelle que no pensaba hacerle daño aquella noche? Y dile que disfruté de nuestro baile.

La última imagen que King tuvo de él fue verlo marcharse arrastrando los pies rodeado de guardianes. Y entonces Eddie Battle desapareció. King esperaba que para siempre.

Cuando salía de la prisión, llamaron a King y le entregaron un paquete en la sala de recepción. Sólo le dijeron que lo habían enviado allí y que tenían que entregárselo. De hecho iba dirigido a Michelle. Regresó al coche.

—¿Qué es eso? —preguntó ella.

—Es para ti. Pararemos para comer en esa cafetería por la que pasamos antes y podrás abrirlo allí.

En realidad era un local grasiento para camioneros, pero la comida era buena y el café estaba caliente. Encontraron una mesa al fondo y comieron.

—¿No quieres saber cómo está?

—No. ¿Por qué iba a interesarme? ¿Acaso ha preguntado por mí?

King vaciló antes de contestar.

—No, ni te ha mencionado.

Michelle dio un bocado y tomó un sorbo de café.

—Hay algo que sigue intrigándome —dijo.

—¿Ah, sí? ¿Sólo una cosa? —King intentó sonreír.

—¿Qué había en el cajón secreto de Remmy que esta quería recuperar por todos los medios?

—Creo que eran cartas de cierto caballero amigo suyo.

—¿O sea que tenía un amante?

—No; fue un caso de amor no correspondido. El caballero en cuestión no quería liarse con una mujer casada. Pero ella quería recuperar sus cartas.

—Me pregunto quién sería… —Se interrumpió con los ojos abiertos como platos—. No…

—Sí —se apresuró a decir King—. Sí, pero fue hace mucho tiempo y él no hizo nada de lo que avergonzarse. Sencillamente se encariñó de una mujer que al final no se lo merecía.

—Cielos, qué triste.

King la ayudó a rasgar el envoltorio. Los dos se quedaron observando el objeto.

Era el retrato de Michelle con el traje de época pintado por Eddie.

King la miró, y luego al cuadro, pero no dijo nada. Pagaron la cuenta y se marcharon. Antes de subir al coche, Michelle tiró el cuadro en el contenedor de la cafetería.

—¿Lista para volver a casa? —preguntó King mientras ella se sentaba al volante.

—Sí, claro.

Michelle arrancó y se marcharon dejando atrás un torbellino de polvo.