La sala de autopsias era muy parecida a la consulta, salvo la ausencia de toques cálidos y femeninos. Todo era de acero inoxidable y estaba muy ordenado. En un lateral de la sala había dos ordenadores personales con escritorio incorporado, y en el otro dos mesas de reconocimiento de acero inoxidable con desagüe, cubas de agua con mangueras, una mesa de disección pequeña, una báscula para órganos y bandejas con instrumental quirúrgico. Los cuatro habían pasado por el vestuario para ponerse batas, guantes y mascarillas antes de entrar. Parecían los extras de una película de bajo presupuesto sobre terrorismo biológico.
Sylvia se adelantó para hablar con Kyle y Michelle le susurró a King:
—Ya sé por qué salisteis juntos. Los dos tenéis el súper gen de la limpieza mutante. No te preocupes; me parece que están buscando una curación.
—No te hagas ilusiones —le respondió King también con un susurro—. Nunca me voy a pasar al lado oscuro.
—Primero os enseñaré el cadáver de la mujer no identificada —dijo Sylvia, encaminándose hacia ellos.
Kyle abrió una puerta de acero inoxidable y sacó una camilla en la que yacía la difunta cubierta con una sábana; un soplo de aire helado brotó de la cámara refrigerada.
Michelle se frotó un brazo y se echó a temblar.
—¿Estás bien? —preguntó King.
—Por supuesto —respondió castañeteando los dientes—. ¿Y tú?
—Hice un curso introductorio a la carrera de Medicina antes de decidirme por el Derecho. Y un verano trabajé en la morgue de Richmond. He visto muchos cadáveres.
—¿Ibas a estudiar Medicina?
—Pensaba que me ayudaría a ligar. Lo sé, lo sé, pero entonces era joven y estúpido.
Kyle se marchó. Antes de apartar la sábana, Sylvia miró a Williams con expresión más amable.
—Jefe, haz lo que te dije la primera vez y todo irá bien. Ya has visto lo peor. No hay más sorpresas, te lo prometo.
Él asintió, se tiró de los pantalones y dio la impresión de contener la respiración y rezar para que se produjera algún desastre natural que le permitiera escapar de allí.
Sylvia retiró la sábana y todos bajaron la mirada.
La incisión en forma de Y que se extendía del pecho hasta el pubis hacía que pareciera que al cadáver se le había bajado la cremallera. Los órganos de la mujer habían sido extraídos, pesados y analizados, y luego habían sido devueltos a la cavidad corporal sin demasiados miramientos. La incisión que le había abierto el cráneo no resultaba visible desde donde estaban. La cara se veía decaída, como una muñeca cuyas puntadas de sostén hubieran cedido.
—La incisión del intermastoideo es siempre una revelación —comentó King con sequedad.
—Estoy impresionada, Sean —dijo Sylvia y le miró.
La expresión de Williams sugirió que le habría gustado estrangular a King.
El olor del cadáver era muy intenso en la pequeña sala. Michelle hizo ademán de taparse la boca y la nariz aunque llevara mascarilla. Sylvia se lo impidió.
—Esta sala está muy sucia, Michelle; hay microbios por todas partes, así que no te toques la cara con las manos. Además, intentar evitar así el olor no hace más que empeorar la situación. En un par de minutos el olfato se te embotará. Sigue respirando. —Dirigió una mirada a Williams, quien, dicho sea en su honor, inspiraba con rapidez y se sujetaba el vientre con una mano como si intentara mantener su contenido en su sitio—. En la escena del crimen tus ayudantes no hacían más que alejarse a tomar aire fresco y volver; lo único que conseguían era recuperar el olfato.
—Lo sé —dijo Williams entre resuellos—. Se vomitaron encima de los uniformes. Nos hemos ventilado el presupuesto de lavandería de todo el mes. —El jefe, ligeramente verdoso, se mantuvo en su sitio con valentía.
Michelle se notó que inhalaba rápida y entrecortadamente. Tal como había dicho Sylvia, el sentido del olfato se le estaba anestesiando. Bajó la mirada hacia el cadáver una vez más.
—No veo ninguna herida. ¿Murió estrangulada? —preguntó.
Sylvia negó con la cabeza.
—Es lo primero que comprobé. Con un láser busqué en el cuello marcas de ligadura porque no se apreciaba ninguna a simple vista. Pensé que podía haber marcas en la capa interna de la piel pero no las encontré. Y el hueso hioides y los cartílagos tiroides y cricoides no estaban aplastados. Suelen estarlo en casos de estrangulamiento. —Bajó la mirada hacia la mujer asesinada—. También hicimos las pruebas de agresión sexual. Negativas. El asesino no la violó ni la agredió sexualmente. Debido al orden habitual de una autopsia, no descubrí la causa de la muerte casi hasta el final. —Miró a Williams con severidad—. Todd, para entonces ya te habías marchado.
El jefe le devolvió una mirada de impaciencia y le espetó:
—Maldita sea, doctora, lo estoy intentando, ¿de acuerdo? Suéltalo ya.
—No nos mantengas en suspenso, Sylvia. ¿Cómo murió? —preguntó King—. Y emplea un lenguaje para tontos, si es que puedes.
Sylvia tomó una varilla larga de metal y abrió la boca de la mujer haciendo palanca.
—Le colocaron el cañón de un revólver del calibre 22 en la boca y dispararon. El ángulo del disparo fue de unos setenta y cinco grados y la bala acabó alojada en el cerebro medio. Observé que tenía un residuo extraño en los dientes. No era del disparo, pues eso habría revelado la causa de la muerte. El asesino debió de lavarle los dientes y la boca con un fluido limpiador para eliminar la prueba. La herida del interior del paladar estaba sellada por los gases calientes que despide un arma al disparar; básicamente la cauterizan. Sin embargo, la radiografía mostró la bala alojada en el cerebro. Siempre hacemos radiografías antes de practicar incisiones. En cuanto la abrí, aparecieron el recorrido de la herida y la bala.
—¿El disparo en la boca no es una forma habitual de suicidio? —inquirió Michelle.
—No en el caso de las mujeres —repuso Sylvia—. Es la oposición clásica entre Martes y Venus, testosterona frente a estrógenos. Los hombres se suicidan con pistolas o ahorcándose. Las mujeres prefieren veneno o sobredosis de drogas, cortarse las venas o meter la cabeza en el horno. Además, no tenía restos de pólvora en las manos.
—El asesino tenía que saber que la causa de la muerte acabaría descubriéndose aunque él intentara ocultarla —observó King.
—Otro comentario interesante —dijo Sylvia—. A la mujer no la mataron en el bosque, sino en otro lugar, seguramente cerrado, y luego transportaron el cadáver al bosque. Lo más probable es que la mataran en un coche y la envolvieran en plástico.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —quiso saber King.
—Como ya sabes, el rigor mortis es un sencillo proceso químico que comienza en el momento de la muerte. Empieza en los pequeños músculos de la mandíbula y el cuello y se va propagando hacia los músculos mayores, el tronco y las extremidades; suele completarse en un lapso de entre seis y doce horas. Digo suele porque esta regla tiene varias excepciones. El tipo de cuerpo y las condiciones medioambientales pueden afectar la secuencia temporal. Es posible que en una persona obesa no sobrevenga el rigor mortis; además, el frío inhibe el inicio del proceso y el calor lo acelera. La rigidez permanece entre treinta horas y tres días y luego desaparece en orden inverso al que apareció.
—De acuerdo, ¿qué nos indica esa información? —preguntó Michelle.
—Mucho. La mujer era joven, de buena musculatura y bien alimentada, pero sin sobrepeso. En un cuerpo así el rigor habría discurrido según los parámetros normales en caso de ausencia de factores ambientales excepcionales. La temperatura de la noche anterior en que la encontraron era inferior a los diez grados, lo cual habría inhibido un poco el avance del rigor. Pues bien, cuando la examiné en la escena del crimen el rigor ya había desaparecido y tenía el cuerpo flácido. Eso significa que para entonces llevaba muerta entre treinta horas y tres días. Dada la desaparición del rigor a pesar del frío, yo diría que unos tres días cuando la encontraron.
—Pero has dicho que el rigor no es preciso. A lo mejor hubo algo más, algún factor que alteró el proceso —sugirió Michelle.
—Hice otra comprobación aparte del rigor. Cuando examiné el cuerpo en el bosque, ya estaba descolorido e hinchado por la flatulencia de las bacterias que empezaban a consumirlo. La piel también estaba pustulosa y le salían fluidos por todos los orificios. Ese proceso casi nunca empieza hasta tres días después de la muerte. —Hizo una pausa—. Y si llevaba en el bosque sólo treinta horas, la infestación de insectos habría sido radicalmente distinta a lo que vi. Esperaba ver una infestación muy intensa de mosca azul y verde, que son variedades de exterior. Las moscas atacan el cuerpo muerto casi de inmediato y depositan sus huevos. En un plazo de entre uno y dos días, los huevos eclosionan y el ciclo se renueva. Pero cuando le examiné la boca, la nariz y los ojos, encontré larvas de un tipo de mosca casera. Las larvas de las moscas de exterior todavía no habían eclosionado. Además, los escarabajos carroñeros deberían haber pululado por el cuerpo. No hay nada que pueda impedir a los insectos hacer su trabajo. Encima, después de tres días en el bosque los animales salvajes deberían haber atacado el cadáver y arrancado buena parte de las extremidades. Pero lo único que le faltaba eran los dedos.
Giró el cuerpo hacia un costado y señaló unas manchas púrpuras en la parte donde la sangre se había acumulado durante la autopsia.
—Además, comprobé de otra forma mi teoría de que el cadáver fue trasladado. La posición de la lividez me lo indicó. Como veis, la lividez presenta el aspecto de una contusión debido a estos tonos oscuros. Sin embargo, hay decoloración en la parte anterior del torso, los muslos y parte de las pantorrillas. Estas franjas blancas demuestran que el cuerpo estaba apoyado contra algo duro y la presión resultante inhibió el proceso.
Cambió el cadáver de postura para ver la parte posterior.
—No hay decoloración en la espalda ni en la parte posterior de las piernas. Conclusión: la mataron y la colocaron boca abajo, y eso dio inicio al proceso de asentamiento de la sangre. Normalmente la lividez se produce alrededor de una hora después de la muerte y es total al cabo de tres o cuatro horas. Si el cuerpo se mueve al cabo de otras tres o cuatro horas, la decoloración original puede desaparecer parcialmente y se forma otra nueva porque la sangre vuelve a desplazarse. Sin embargo, las marcas de lividez nuevas no se producen por cambios de posición doce horas después de la muerte, dado que al cabo de ese tiempo la sangre permanece fija.
Colocó el cuerpo en la posición inicial con cuidado.
—En mi opinión la mataron en un sitio cerrado, probablemente un coche, de un disparo en la cabeza. Creo que el cadáver permaneció en ese sitio entre veinticuatro o cuarenta y ocho horas y que luego lo llevaron al lugar donde fue encontrado. Es imposible que llevara más de diez o doce horas en el bosque.
—¿Y el traslado en coche? ¿Y el plástico? —preguntó King.
—Normal. ¿Qué iba a hacer el asesino? ¿Llevarla en brazos por la carretera? —repuso Sylvia—. No obstante, ni yo ni la policía encontramos fibras en la ropa de ella, que es el tipo de pista habitual debido al tapizado interior o al maletero de un coche. Y tampoco en el cuerpo. El plástico prácticamente no deja residuos.
—Encontré el cadáver alrededor de las dos y media de la tarde —dijo Michelle—. Los chicos la vieron unos minutos antes que yo.
—Si hacemos una cuenta atrás —dijo King—, eso significa que dejaron el cadáver allí, dando por supuestas las doce horas a la intemperie, no antes de las dos y media de la madrugada.
Williams había permanecido en segundo plano, pero entonces dio un paso adelante.
—Buen trabajo, Sylvia —dijo—. Wrightsburg tiene suerte de contar con tus servicios.
Ella esbozó una sonrisa.
—Una autopsia no revela quién cometió el crimen a no ser que el asesino deje restos de semen, saliva u orina que puedan analizarse. La autopsia sólo nos dice el cómo y el qué. —Sylvia consultó sus notas y prosiguió—: Como he dicho, no hay indicios de violación, ninguna lesión en el recto o la vagina, ni señales de partos. Tenía unos veinticinco años y gozaba de buena salud. En vida debió de ser una mujer corpulenta de uno setenta de estatura. Se había puesto implantes en el pecho e inyecciones de colágeno en los labios. Y también le habían extirpado el apéndice. Dispondremos de más información cuando recibamos los análisis toxicológicos dentro de un par de semanas. —Sylvia señaló el estómago abierto de la mujer—. Todd, tenía un piercing en el ombligo, quizás un aro, pero ningún otro en el cuerpo. Eso quizás ayude a identificarla.
—Gracias. Investigaré al respecto.
—La única marca útil para identificarla que he encontrado es esta. —Cogió una lupa, levantó la sábana que le cubría la parte inferior del cuerpo y alzó una pierna para situar la lupa sobre la cara interior del muslo, muy cerca de la entrepierna—. Resulta difícil distinguirlo debido a la gran decoloración del cuerpo, pero es un gato tatuado.
Michelle observó el tatuaje del felino y la cercanía de este a los genitales de la mujer.
—No quiero ni pensar en esa clase de relación.
—Maldita sea —dijo Williams enrojeciendo.
—Lo sé, no es muy femenino, ¿no? —dijo Sylvia. Alzó la mirada al ver que Kyle entraba en la sala.
—Hay otro poli ahí fuera. Quiere hablar con el jefe, doctora.
—¿Poli? —se asombró Sylvia—. ¿Qué te parece «agente de policía»?
—Vale, ese agente de policía quiere ver al jefe.
—¿Puedes decirle que venga?
El joven esbozó una sonrisa maliciosa.
—Es lo primero que hice, doctora, pero el agente de policía rehusó sin dar explicaciones. De todos modos, ahora que lo pienso, cuando se lo propuse palideció un poco.
—Ya voy —dijo Williams, y salió rápidamente seguido de Kyle.
Al poco, el jefe regresó con un agente de uniforme que parecía nervioso. Lo presentó como el agente Dan Clancy. Williams parecía acongojado.
—Quizás hayamos identificado a la chica gracias a la fotografía que distribuimos —dijo con voz un tanto temblorosa al verse blanco de todas las miradas—. Al parecer trabajó una temporada en el Aphrodisiac.
—¿El Aphrodisiac? —exclamó King.
Williams asintió.
—De bailarina de striptease. Su nombre artístico era Tawny Blaze[1]; el auténtico, Rhonda Tyler. —Lanzó una mirada al papel que sostenía—. Trabajó allí durante un tiempo pero se marchó cuando se le acabó el contrato.
—¿La persona que reconoció la foto estaría dispuesta a venir aquí a identificarla? —preguntó Sylvia—. Considerando el estado del cadáver no sé si sería posible, pero si…
—No hará falta —la interrumpió Williams.
—¿Porqué?
—Nos han dicho que tenía una marca distintiva. —El jefe parecía intranquilo por algo.
Michelle cayó en la cuenta.
—Un gato tatuado cerca de sus…
Williams asintió.
—¿Quién ha facilitado la información? —preguntó King.
—La encargada del Aphrodisiac. Lulu Oxley.
King se quedó boquiabierto.
—¡Lulu Oxley! ¿La Lulu Oxley de Júnior Deaver?
—¿A cuántas Lulu Oxley conoces, Sean? —preguntó Williams.
—Yo también la conozco —dijo Sylvia—. Bueno, solíamos ir al mismo ginecólogo.
—Ahí no acaba la cosa —prosiguió Williams—. Recibimos un mensaje de la Wrightsburg Gazette. Han recibido una carta.
—¿Qué tipo de carta? —preguntó Michelle.
—Una carta cifrada —respondió Todd Williams, que había palidecido—. Con la marca del Zodiac en el sobre.